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Dos Breves
Alfredo
Mendoza Martínez
Desde que lo conozco
Apoyado en el bastón sale de casa, arrastra sus pasos hacia la
sombra del naranjo, se detiene, tiende su mirada, suspira, como queriendo
desechar una imagen que no le permite liberar espacios en su memoria; balbucea.
Da la vuelta, regresa, entra a la recámara y sonríe frente al retrato de una
mujer enmarcado sobre el buró, se acerca a la cama, y con la mano abierta se
oprime el pecho, lanza un quejido que se prolonga mientras su cuerpo cae sobre
almohadas; permanece inmóvil, sin respirar durante varios segundos. Entonces,
con gesto de satisfacción sonríe desde sus cinco años, y se vuelve el abuelo que
se fue aquella tarde después del recorrido, como lo hace él cuando no tiene con
quien jugar.
Melbi
En las últimas horas de diciembre vino para comentar algo acerca de la tormenta
recién pasada y del café que se regó en la finca. Le invité un tequila para
platicarlo tranquilamente al son de la luz tenue de mi cabaña. No era alcohólica
ni drogadicta, simplemente era ella, con sentimientos individuales. Después de
escucharla y bebernos dos cada quien, le desglosé diferentes posibilidades de
levantar las semillas para colocarlas en el costal correspondiente, y así
liberarnos de las consecuencias del mal tiempo que se presenta cuando uno menos
lo espera. No se opuso a mis argumentos, tampoco sugirió nada; al parecer, la
intención de su visita era anunciarme algo diferente al tema hablado. Deduje lo
anterior al verla sonreír seductora, como lo hacía desde varios meses atrás
antes de secundarla en su canción de abrirle una ventana a la luna llena, para
ver si a través de ella era posible estrechar la mano de Dios; además,
identificar el camino hacia la mansión de los fantasmas insensibles. Le ofrecí
otra copa. Como respuesta disminuyó la sonrisa y con su carácter rústico dijo:
“No es necesaria, siento las patas de tus muebles bien sembradas en el piso
pero, si decides acompañarme en la canción de antes, allá en la ribera del río,
te espero”. Me dio el abrazo acostumbrado, salió. Vi su hermoso cuerpo vestido
de blanco avanzar con pasos firmes hasta internarse en las sombras de los
cafetos y, alimentando la esperanza de que no redondearía esa idea contra el
astro en su máximo esplendor, cerré la puerta pero, transcurridas dos horas,
supe que en uno de sus parpadeos abrió la puerta de sus veinte años, sabida de
que cerrarla sería imposible después de cantar el gallo.
Alfredo
Mendoza Martínez, licenciado en Derecho, poeta y narrador
oaxaqueño, ha publicado en las revistas literarias: Cantera
Verde, Plan
de los Pájaros, Luna
Zeta, Fandango;
así como en suplementos culturales de diarios locales, y El
Regional,
de Cuernavaca. Es integrante del Taller Literario de la Biblioteca
Pública Central de Oaxaca.
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