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Regalo de navidad

Roberto Azcorra


Uno de los dos hombres, el m�s fornido, estaba sentado sobre el cuerpo inm�vil de una mujer. Separados por pocos metros, los tipos trabajaban en silencio, cada uno en lo suyo, como si estuvieran prepar�ndose para salir al ruedo. El m�s alto eliminaba los �ltimos rastros de sangre de un tubo met�lico con toallas de papel; fue el que rompi� lo rutinario del momento:

�Si hubieras hecho lo que prometiste no estar�amos limpiando todo esto.�

            �Te dije que con un golpe bastaba, mai, pero como siempre, comenzaste a darle de fierrazos a la pinche vieja hasta que se te acab� la respiraci�n�, contest� el tipo peque�o, de rostro con la r�brica del acn�, que escudri�aba la cartera del cad�ver y met�a en un saco militar las cosas de valor que encontraba.�

�El plan era que �bamos a tumbarla de un solo trancazo, no ibas a dejar que pasara esto. Si hubieras escuchado el borboteo de la garganta de la vieja tratando de respirar��

�Chango, con el tama�o de gigante que te cargas y con esa mirada de ojete, ni madre que me acerco.�

�Eres mi br�der, Todojunto, pero me ves como si no fuera humano, adem�s t� fuiste el de la idea de venir por estos rumbos.�

��Ahora resulta que soy el culpable?, dime, Chango tarado, dime qui�n sigui� dos semanas a esta miss con cara de mu�eca?�

El corpulento mir� la cara maquillada en exceso de la mujer, movi� la cabeza negando y solt� una risotada:

��A poco no est� rara la se�o?�

�Y tan pobre como nosotros�, complet� el otro metiendo las manos en la bolsa verde.

�L�stima, do�a mu�equita�, dijo el grandote a la muerta como si conversara con ella.

�Jodidamente pobre, mai�, se lament� para s� mismo el hombre peque�o.

El gigant�n dej� el tubo met�lico junto al cad�ver, se puso de pie y sac� de la bolsa de su camisa un cigarrillo, lo encendi� y le dio dos fumadas sin exhalar el humo, mientras el de pinta de enano comenz� a revisar estantes y cajones de los muebles de la casa.

            ��C�mo nos fue Todojunto?�

            �Mejor que a esta cabrona taca�a.�

El Chango inhal� de nuevo, evitando el escape del humo por su nariz o boca. El Todojunto desapareci� por un pasillo que separaba dos puertas de madera, una frente a otra. Desde la sala se o�a el ruido provocado por la revisi�n exhaustiva de los cajones de las rec�maras.

�Br�der, ven a echarte un toquecito, el Hermano Kapindra ley� en las cartas que hoy va a cambiar mi suerte.�

El Todojunto regres� a la sala, se acomod� sobre el saco verde cuidando de no tocar el piso con las manos y le dio una aspirada profunda al porro.

            �Deja de regalarle el dinero a ese g�ey, �robamos para que un indio se d� la vida de rico? �Qu� hora es, mai?�

            �Pues el reloj de la vieja dice que son las tres.�

            �A las cinco y media tenemos que salir con las bolsas por la puerta de atr�s, caminamos hasta la carretera y cruzamos al monte; no pierdas la concentraci�n, Chango, tampoco voltees a ver a nadie, la neblina nos va a cubrir; no debe haber mucha gente despierta el veinticinco de diciembre.�

            �No soy tan tarugo, br�der, nunca voy a ir a la c�rcel, antes muerto.�

            ��Recuerdas el primero de enero del a�o pasado, mai? Nos tuvimos que regresar porque no recordabas si limpiaste la ceniza de la bachita.�

            �Me confundes cuando repites una y otra vez las cosas, me sudan las manos y sin querer imagino una mujer para m� solito, un terreno lejos del barrio, unos hijos cabroncitos. Y no escucho nada, s�lo la voz que me avisa el peligro.�

            El de baja estatura inici� una risa estridente, miraba el recorrido ca�tico de las luces del �rbol de navidad de la muerta. Regres� cada quien a lo suyo, en silencio, como si se requiriera toda la atenci�n para limpiar un piso con sangre y meter todas las cosas de valor en una bolsa ra�da. El Chango, inexpresivo, quebr� la est�tica del rito establecido entre ellos:

�Todojunto, �no te pasa que imaginas que un d�a de �stos vas a despertar siendo otro?�

��Por qu� habr�a de ser otro cabr�n, mai? Cada vez que me echo en la hamaca le pido a la Lupita que me conceda seguir siendo as� como soy, porque en el barrio el m�s pendejo come las sobras y pisa el tambo.�

 ï¿½Anoche tuve un sue�o bien raro.�

�Pinche Chango, adem�s de loco eres brujo.�

�Voy a cont�rtelo.�

���

�Est�bamos en una casa parecida a �sta, pobretona, no se te ve�a la cara, pero eras t�, lo supe por el olor de perro mojado que tienes. Era de noche y entramos a robar, pero comenzaste a burlarte de m�, me dijiste pendejo, tarado, retrasado mental, sabes que eso me enfurece, pero t� insist�as con las mentadas de madre; no dije nada, eres mi br�der; seguimos el plan de siempre, pero dentro de m� alguien en voz baja y ronca dec�a que �sa era la hora; �para qu�, le pregunt�?, pero repet�a y repet�a lo mismo: ahora o nunca.�

�No est�s contando nada raro, mai.�

�No ha comenzado lo bueno, d�jame terminar, Todojunto.�

El alto continu�:

�Entonces que le doy con el tubo a la vieja y que se me bota la canica y comienzo a pegarle varias veces��

�Como hoy.�

��y esa vez s� me paras, y yo me encabrono y comienzo a vomitar sin poderte tocar o reventarte un madrazo, eres mi br�der.�

�Sabes que conmigo pelas la g�ver, mai, adem�s me la debes, �no fui yo el que te ayud� a escapar de las madrizas de tu pap�? Ya hab�a metido de puta a tu hermana y a ti te quer�a para tirar grapas.�

El Chango cerr� la boca de la muerta con la punta del zapato y recogi� un pedazo de cart�n manchado de sangre.

 ï¿½ï¿½Recuerdas al poli que casi nos agarra?�, se le ocurri� al Todojunto.

��El de la esposa bonita?�

�Ese mero, mai, s�lo en recordar el cuerpecito de la �ora, se me para de nuevo.�

�Respeta a las muertitas, no quiero salar mi suerte; el Hermano ley� puras cosas buenas para mi casa, para mi presente y para lo que me espera.�

�Pero si me la cog� cuando estaba viva y as� la recuerdo, porque t� la mataste, no yo.�

�S�, pero me dio pena el poli; cuando regres� de su chamba y vio lo que le dejamos, se peg� un tiro en la cabeza� �A qu� viene todo eso, Todojunto?�

�No s�, creo que es la mota, mai, trato de recodar la cara de la �ora pero no puedo, creo que era bonita.�

�D�jame terminar el sue�o porque cuando despert� hoy en la ma�ana estaba erizado, neta, me sac� de onda bien grueso.�

            �No hay mensajes ocultos en ning�n lado, mai, aprende a sobrevivir en el pinche pedazo de ciudad que nos toc�.�

            �Estaba bien encabronado en el sue�o, te grit� un mont�n de cosas: por qu� t� siempre guardas el dinero, por qu� t� te coges a las viejas y yo las mato, por qu� dices que cuando ya tengamos suficiente me vas a dar mi parte. A ver, br�der, te dije, �por qu� no intercambiamos papeles? Contestaste que cada quien a lo suyo. En el sue�o la voz murmuraba en mi o�do diciendo que me estabas viendo la cara de menso.�

�Neta que me cagas de risa, Chango.�

�Comenzaste a re�r como ahora y dijiste, cada qui�n para lo que naci�, t� a darle para abajo a las se�oras. Y la mera neta, nunca he querido enjuiciarme a ninguna, lo hice porque as� es el trabajo.�

            Todojunto coloc� la bolsa junto a la puerta trasera de la casa y reinici� el aseo del piso manchado de sangre que hab�a avanzado hasta el desnivel que divide la sala del comedor.

            �Lev�ntate, Chango, vamos a terminar de limpiar el desmadrito, luego cuentas el sue�o.�

            El grandul�n se par� junto a su compa�ero e hizo evidente la gran diferencia de tama�o; el otro tipo era grueso, de baja estatura, piernas cortas y cabeza redonda que parec�a que fue colocada sobre su dorso olvid�ndose de ponerle cuello. El Chango sac� la tarjeta de navidad de la bolsa y la coloc� en las manos de la mujer.

            �De frente, mai, para que no quede dudas de qui�n es esta obra maestra.�

            ��Cu�ndo voy a tener mi parte del dinero?�, cuestion� el corpulento mientras afanosamente terminaba de cerrarle las manos a la muerta sobre el cartoncito rojo de felicitaci�n: Felis navidad, para que aprendan a compartir.

            El otro pareci� no escuchar.

            ��Cu�ndo me vas a dar mi tajada?�, repiti� como si preguntara la hora.

            �Si quieres, regresando a la casa te la doy, mai, por m� no hay pedo, con lo pendejo que eres, tu lana no va a durar ni un mes.�

            �Pues salimos y nos levantamos a otras abuelas.�

            ��A g�evo! Y que nos agarren por urgidos, �no?�

            �Si lo hacemos como siempre no debe haber problema.�

            �S�lo en d�as festivos, una o dos jubiladas y listo. �Por qu� crees que llevamos haciendo esto tanto tiempo sin pisar la c�rcel, mai?�

            �Pues dicen en la colonia que te das vida de padrote cuando voy a trabajar a los hoteles.�

            �Eres mi carnal, mai, entre hermanos las viejas y la lana se respetan.�

            �Entonces no hay problema que me des una parte, para probar que trabajo por mi futuro.�

            �Apenas lleguemos te saco de la caja unos diez mil. �Te da con eso?�

            �Algo es algo, Todojunto.�

            Ninguna de las voces se escuchaba tensa. La cabeza de la anciana hab�a dejado de sangrar. El de baja estatura cerr� la bolsa verde. En la bolsa negra, el gigant�n prensaba la basura para reducirle el tama�o. Se mov�an con tranquilidad, �giles pero pausados como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Cada uno sac� al patio, hasta la puerta trasera, un bulto.

            ��De verdad me vas a dar el dinero?�, pregunt� el Chango.

            ��D�nde tienes la cabeza? �Eres mongolito?�

            ��Es un s� o un no?�

            �Me est� empezando la cruda, no me jodas, mai.�

            �No juegues con eso, br�der, esa lana es para mi terrenito.�

            �D�jate de mamadas, revisa el llavero para abrir la puerta de atr�s y largarnos.�

            �Dime la verdad, �me vas a dar el dinero?�

            �Ya te dije que no fastidies con eso.�

            �No mames, Todojunto, neta, dime la verdad.�

            ��Qu� te pasa?, no te pongas necio.�

            �Cuando comienzo a sudar, no me siento tranquilo, respiro m�s r�pido. No me gusta que la gente mienta. Dime la verdad.�

            La corpulencia de uno contrastaba con su voz de s�plica y ansiedad en las preguntas que m�s que exigir lloraban.

            �Mira, vamos a salir de esta pocilga, es hora de irnos y en el camino lo platicamos.�

            ��Entonces no me vas a dar nada?�

            ��Qu� parte no escuchaste? �Carajo!�

            �Quiero una respuesta.�

�Revisa las putas llaves. No quiero repetirlo. Recojo las �ltimas cosas y nos vamos.�

            ��Me vas a dar mi parte del dinero?�

            �No me hagas perder la paciencia, maric�n. Haz como digo.�

            �S�lo di que me vas a dar mi lana.�

            �Hace un minuto te respond�, �por qu� me est�s jodiendo?�

            �Responde s� o no. Quiero saber, Todojunto, eres mi br�der.�

            �No tenemos toda la noche, mai, esta pinche gente tiene todas sus llaves en un solo llavero. Busca la que abre la puerta de atr�s.�

            �Estoy temblando, no voy a poder, b�scalas t��, tartamude�, encorvado, el gigant�n.

            Sin decir nada, el hombre peque�o camin� de la sala al pasillo y se perdi� en una de las habitaciones.

            El grandote se qued� parado en el mismo sitio, balbuceando y tiritando. Mov�a la cabeza y cerraba los ojos como si asintiera o negara las palabras ininteligibles que sal�an de su boca. Vio junto al cuerpo de la mujer el tubo met�lico ya sin rastro de sangre, a mano, muy cerca. Detuvo un momento sus murmullos. Desde la sala le grit� al otro para que escuchara:

            �No me vas a dar el dinero, �verdad br�der?�

            La mirada del Chango era la misma que pon�a cuando fantaseaba con una mujer suya, una parcelita lejos de ah�, unos hijos cabroncitos. La manaza del tipo enorme tom� el fr�o metal del fierro. Su voz helada rept� hasta el final del pasillo junto con sus pasos.

 

Roberto C. Azcorra C�mara, naci� en Ticul, Yucat�n (1975). Narrador, miembro del Centro Yucateco de Escritores A.C. Primer premio en el Concurso Nacional de Cuento �Carmen B�ez�, de Morelia, Michoac�n, en 1999. Becario FOESCA (1998 y 2002). Ha participado en talleres literarios con los maestros Agust�n Monsreal, Rosa Beltr�n, Francisco Hinojosa, Rafael Ram�rez Heredia, entre otros. Miembro del Consejo Editorial de la revista Navegaciones Zur. Compilador del literatura contempor�nea de Yucat�n Litoral del rel�mpago (Ediciones Zur, 2002). Antologado en los libros Nuevas voces en el laberinto (ICY, 2005) y La Otredad (ICY, 2006). Publicado en la colecci�n La Casa Ciega, Vol. 5 (Editorial EDAF Madrid, 2006).

 

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