Y
entonces procedió a sacudirse la camisa blanca con mangas que
para esos momentos ya tenía arremangada, bueno, ya no tan
blanca. Cuando la miró se asustó un poco, dudó
qué tendría que comprar y cómo debía
lavarla para quitar la mancha de sangre sin percudir la prenda, pensó
que al regresar le hablaría a alguien para pedirle un consejo
de cómo debía hacerlo.
Luego
se sacudió el pantalón a la altura de las rodillas, fue
en ese instante cuando supo que le dolía la espalda casi hasta
gritar y morir, trató de recordar por qué. Dedujo que
quizá habría sido por su caída y con algún
mueble de la habitación se debió haber golpeado. Tal
vez la mesa de madera que lo acompaña desde la llegada al tan
anhelado cuarto de soltero, o quizá la única silla que
pudo comprar de segunda mano hace unos meses, o la esquina de la cama
que es terriblemente dura, pesada, y que ni él mismo tenía
idea desde cuándo no le lavaba las cobijas -en definitiva eran
de un terrible gusto pero para esas épocas no podía
darse aquellos lujos de escoger- y obviamente desprendían un
olor tan acre casi como el de sus calcetines.
Después
de unos momentos observó sus zapatos, eran los únicos
intactos al hecho, tenían la misma cara y el mismo cuerpo, es
decir, contaban todavía con la gruesa capa de polvo, con las
desgarradas agujetas que sólo servían para causar un
extraño efecto -todavía no logro precisar si era de
risa o lástima- y la casi inexistente suela, dándole
una hipersensibilidad en la planta de los pies, ya que si por
accidente pisaba mierda, seguramente podría adivinar el tipo
de comida ingerida por la persona o el animal. Al dar el primer paso
sintió que la suela de uno ellos -los cuales eran los únicos
que tenía- estaba manchada, inconscientemente sentía
una extraña adherencia al piso y esto causaba un molesto
sonido, leve, pero hacía que le reclamara el más mínimo
cabello del cuerpo; esto hizo estremecerlo a tal grado de quitarse
violentamente el zapato izquierdo embarrado y botarlo contra una de
las cuatro paredes. Éstas estaban totalmente cubiertas de
miles de telarañas, señas claras de escurrimientos de
agua de la última temporada de lluvias, provocando un nítido
color ocre y a la vez servía muy bien de fondo a las pequeñas
gotas de sangre que habían quedado impregnadas como en una
pintura de Pollock. En una de las paredes había un hoyo muy
grande, posiblemente el acceso más sencillo para cualquier
bicho o reptil, quizá hasta un pequeño perro o un gato
de gran tamaño. Pero él estaba tranquilo, ya que la
ausencia de algún rastro de comida le tenía asegurado
bienestar contra cualquier invasión de perniciosa especie.
Peor
tino no pudo tener. El zapato que arrojó dio en el pequeño
espejo con forma irregular colgado justo enfrente de la cama. El
sonido causado se mezcló con su grito de maldición
porque pensó en las desencadenadas desventuras que ello le
acarrearía. Ese brusco movimiento provocó el roce
natural de su cuerpo con las ropas, así como una gran molestia
física en los lugares en que había fricción.
Pues la mancha estaba seca, había adquirido una forma tosca y
dura, e iba más allá de la camisa. Se insultó
por no tener más ropa que la puesta; sin contar la chaqueta
vieja y media limpia colgada en el costado izquierdo de la silla.
A
pesar de esto decidió salir de una vez por todas del cuarto;
con la camisa blanca arremangada, con un viejo pantalón color
café, sólo el zapato derecho y el calcetín color
verde del lado izquierdo con un pequeño agujero en el dedo
medio por donde podía observarse su uña, tan sucia casi
como sus orejas; también contaba con una gran rasgadura en el
empeine, ésta le favorecía ya que hacía que
combinara el tono de su piel con el color del pantalón.
Ya
cuando salía recordó el entrañable sombrero
heredado por su tatarabuelo. Del origen del sombrero no se sabe nada
con exactitud, algunos dicen que ha sido heredado quién sabe
desde cuántas generaciones, otros que el tatarabuelo lo
encontró en una extraña expedición a una isla
que aún ahora no aparece en los mapas, y otros menos
elocuentes que lo ganó en una apuesta de caballos. Lo cierto
es que siempre lo conserva exageradamente limpio, le gusta lucir
brillante su color gris, no maltratar el ala angosta ni la copa de
forma cónica recortada, así como la cinta negra muy
delgada que tiene alrededor y la pequeña plumilla sintética
del lado derecho la cual le da un toque de elegancia.
Como
tenía alrededor de unos veinte años que no salía
sin él y aquella vez no sería la excepción,
regresó. Estaba colgado sobre el costado derecho de la silla,
al intentar tomarlo vio la gran mancha que había dejado en el
piso. Al tratar de ponérselo sintió en su cabello una
extraña fijación, estaba totalmente tieso hasta el
punto de lastimarle la cabeza. Colocó el sombrero donde lo
había tomado y se dirigió al baño, éste
se encontraba a un costado de la cama justo enfrente de la puerta
principal del cuarto. No hizo más que caminar cinco pasos para
estar dentro, no contaba con espejo y casi nunca con agua. Con
incertidumbre por la frecuente ausencia del líquido abrió
la llave, después de salir una cucaracha como dándole
la bienvenida salió un pequeño chorrito, amarillo y con
tierra. Se lavó cuidadosamente toda la cabeza, el rostro y el
cuello, que estaba todavía muy lastimado con un moretón
y con claros vestigios de haber sido presa de una fuerte presión
de una cuerda. Se podían contar aún las marcas de los
hilos de la cuerda.
Después
de un rato de minuciosa labor de secado corporal con el retazo de
tela salió del baño, sin puerta, se dirigió a la
salida del cuarto y al dar el tercer paso tropezó con un
objeto, al bajar la vista observó al causante de la mancha de
sangre. Era un pequeño rNació
en la ciudad de Oaxaca, en 1984. Es ingeniero civil egresado del
Instituto Tecnológico de Oaxaca. Ha pertenecido a los talleres
literarios de la Biblioteca Andrés Henestrosa, de la Casa de
la Cultura de Oaxaca y es integrante del de la Biblioteca Pública
Central de Oaxaca. Ésta es su primera publicación.evólver que había robado
hace mucho tiempo del cuarto de su padre. Con parsimonia absoluta lo
tomó, lo guardó bajo la cama y por fin salió. Al
cerrar la puerta recordó otra vez que casi olvidaba lo
heredado por su tatarabuelo que cuidaba tanto. Regresó, se
puso la chaqueta, tomó el sombrero y se lo colocó
meticulosamente; vio uno de los muchos pedazos de espejo tirados en
el piso y recogió el más grande, al tenerlo enfrente
retocó algunos detalles en la cabeza y dijo: con esto ya nadie
podrá verme la perforación del disparo en la sien
derecha, éste es el tercero que me doy. Quizá sí
tenía razón mi tatarabuelo y ya cansado de la vida me
lo regaló, creo que le hice un favor y lo ayudé a bien
morir, tal vez es verdad que el dueño de este sombrero es
inmortal.
Nació
en la ciudad de Oaxaca, en 1984. Es ingeniero civil egresado del
Instituto Tecnológico de Oaxaca. Ha pertenecido a los talleres
literarios de la Biblioteca Andrés Henestrosa, de la Casa de
la Cultura de Oaxaca y es integrante del de la Biblioteca Pública
Central de Oaxaca. Ésta es su primera publicación.