La
frase no es muy buena y podría ser falsa:
una
exageración.
No
pareciera haber
la
menor amenaza. Sin embargo
son
ya
cientos
de años, seguramente miles.
No
hay más salida que impedirles entrar.
Revisen
bien
cada
una de las fotografías. ¿Es
que
no ocultan
nada?
Ellas
incluso,
utilizan sus manos
y
señalan o abren.
Tenemos
una gran ventaja, caballeros:
la
impresión es muy buena, diría nítida.
Ahí
está todo, en las revistas.
No
preciso recordarles
que
la nuestra es una situación desesperada.
Batea
de babas
Ya
sabes
lo
que es. Ya lo escribieron
desde
el centro mismísimo,
la
médula.
El
principio y el fin,
dicen
algunos
con
una meritoria voz de bajo
profundo.
Lástima
de las barbas,
sucias
y tiernamente chapuceras.
Las
devolví recién a la tienda del mago...
—Prestidigitador...
No
me salgas con eso.
No
me salgas.
La
Santa de Siracusa
A
Lucía del Carmen
Luce
sobre un jardín de niños
héroes
el
mismo sol que ha visto
ya
otras rendiciones.
(En
realidad el sol
aquí
y en Breda
sólo
es un blanqueador para los huesos.)
Desfallecen
las piernas,
los
tobillos,
y
brincan señoritas envueltas en banderas.
Nada
puede ocurrir en Inglaterra
Destrocen
la vajilla
y
desgarren la seda: el jardín
japonés
o las fuentes
sólo
han sido la Esfinge sin secreto.
Permanezcan
tranquilos: no se muevan.
Aquí
el suelo es muy frío,
afortunadamente,
porque
otra explicación de lo que pasa
sería
por completo
responsabilidad
de las hormigas.
Ángel Ortuño
Ángel Ortuño nació en Guadalajara en 1969. Tiene
publicados los libros: Las bodas químicas (1994), Siam (2001) y
Aleta dorsal. Antología falsa (1994-2003); en separata de la
revista La Colmena, El decapitado recalcitrante. Está antologado
en El manantial latente y El decir y el vértigo. En prensa:
Mecanismos discretos, editado por Apuntes de Lobotomía, Toluca,
Edomex. Los poemas aquí presentados son del libro inédito
Ilécebra.