Luego
de navegar sin tregua por el laberinto
críptico
del día,
decidimos,
antes de arrojarnos uno a uno a la marea insidiosa,
guardar
en las bodegas el vino
que
debimos haber bebido, junto con
los
arpones oxidados y las cuerdas que jamás usamos
en
el intento de izar nuestras velas inservibles.
Uno,
el más delgado,
escribió
cenizas en un madero, para después abalanzarse
roto
a
los peces furibundos. El siguiente,
un
contramaestre ojeroso y aturdido por todas las enfermedades
que
nunca tuvo en su vida, jugó a los dados su mejor recuerdo, y
se echó
sin
remordimientos.
El
último dicen que fui yo. Lo cierto es que ya
habíamos
muerto
de
un aire sin palabras que significaran
cualquier
cosa
y
nadie se acordaba desde cuándo.
El
capitán, hacía quién sabe
cuántas leguas
que
se precipitara alevoso al vientre de una ballena,
alegando
que la locura de sus marineros
le
había hecho oír a Dios.
Carlos
Vicente Castro
Nació en Guadalajara en 1975. Autor de los libros de
poesía Raíces temporales (Paraíso
Perdido, 2000) y
Carcoma (Paraíso Perdido-Écris des Forges, 2006).
Fue
becario del Fonca en su edición 2006-2007.