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Tres poemas


 

No, bajos instintos no

A José Emilio Pacheco

En el último viaje del autor de Árbol adentro al Imperio,

la rutilante estrella de Bajos instintos

lo invitó a cenar.

No se conocían en persona

ni habían tenido correspondencia.

Era la oportunidad del encuentro entre Musa y poeta.

Extrañamente, Octavio declinó la invitación.

¿Acaso mamá no le dio permiso?

¿Acaso tuvo temor de morir en lecho ajeno

o de ser tragado por el hoyo

cuando la flor carnívora bajara una pierna

para cruzar la otra?

Pues ese es, precisamente, el fin que persiguen

los hijos de Homero:

entrar en el cuerpo de la Musa

como niños en un palacio

y salir con el tesoro en las manos.

Dime, lector, ¿te parece cuerdo que un rapsoda rechace

a aquélla que le sopla los versos?

¿Acaso sintió temor que sus labios

lo contagiaran de poesía venérea?

Ni hablar, el viejo perdió la oportunidad

de tocar lo sagrado, de beber el agua de lo eterno,

y tan rico que ha de ser que esa rubia emerja

de su mar de celuloide

y nos chupe como una esponja.


Qué alivio que lo leí en la página de espectáculos

y no en la sección de cultura,

qué vergüenza para el gremio de las letras,

qué oso.


Hoteles de paso

A Arturo Trejo Villafuerte

Los hoteles de paso tienen su encanto.

Es duro el colchón del cuadrilátero

para soportar el combate entre mamíferos.

El espeso follaje de la cortina

protege de mirones y fotógrafos.

En esta oscura región –donde las ninfas chapotean

sin quitarse las sandalias–

yo también desperté con un beso escarlata.

¿Que no tienen salón de fiestas

ni comedor familiar?

En esta isla tampoco hay banderas ni clases sociales.

Aquí se desnudan por igual

señora y sirvienta.

¿Condición? Sólo se aceptan parejas.

¿Desea derramar sangre

sobre la nieve de la sábana?

Con puntería dispare sus flechas,

pero no encienda la luz;

Adán y Eva podrían estar sin ropa.


Los hoteles de paso tienen su encanto.



Clase de física

Pascal sostiene una esfera

Galileo señala cierta órbita

Newton menciona una manzana.


¿Cómo explicar el cosmos?


En la oscuridad

tu cuerpo emite más luz:

tus esferas

órbitas

frutos

calientas mis dedos

endulzan mis labios

iluminan el cosmos.

Héctor Carreto

Nació en la Ciudad de México en 1953. Ha publicado los siguientes volúmenes de poesía: ¿Volver a Ítaca? 1979), Naturaleza muerta (1980), La espada de san Jorge (1982 y 2005), Habitante de los parques públicos (1992), Incubus (1993), Antología desordenada (1996), Coliseo(2002) y El poeta regañado por la musa, antología personal (2006). Ha obtenido los premios nacionales “Efraín Huerta”, “Raúl Garduño”, “Carlos Pellicer para obra publicada” y el “Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002”. También mereció el “X Premio de Poesía Luis Cernuda 1990”, en Sevilla, España. Sus poemas se han traducido al inglés, francés, italiano y húngaro. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) y es profesor-investigador de la Academia de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). También escribe cuento y dirige las Ediciones Fósforo.


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