|
|
||
|
Rompecabezas y espejos, el libro total. La vida, instrucciones de uso, de Georges Pérec* Marie-Claire Figueroa
De acuerdo con los criterios de los oulipianos, si la poética obedece a reglas y límites —el alejandrino tiene catorce pies, el soneto catorce versos y rimas precisas, la tragedia clásica observa la regla de las tres unidades, etc.— del mismo modo la prosa puede sujetarse a todo tipo de constricciones, arbitrarias sin duda, pero que no impiden la creación artística, al contrario. A partir de un material preexistente, las nuevas formas permiten desprender una literatura potencial: al sobreponer una nueva estructura sobre una obra antigua, se obtiene un producto nuevo que puede tener un valor literario per se. Entre 1966 y 1973, apareció la primera ola de los miembros no fundadores, de los cuales los más célebres son el francés Georges Pérec, el italiano Italo Calvino y el pintor belga Marcel Duchamp. Georges Pérec es tal vez el escritor que llevó más a fondo esta búsqueda de la literatura experimental, con un rigor casi científico. Forma parte de esta familia de escritores cuya originalidad es tal que no se les puede vincular a ningún otro, vivo o muerto, a la que pertenecen Franz Kafka y Raymond Roussel; a aquella llega Georges Pérec, descrito por Italo Calvino como “uno de los personajes literarios más singulares en el mundo, a tal grado que no se parece en absoluto a nadie”. A pesar de que Pérec admiraba y veneraba a un sin fin de autores (precisamente a Kafka y Roussel, pero también a Nabokov, Melville y Lowry, entre otros), no encontramos en su obra huellas de esas influencias; lo único que reconocemos al paso de las lecturas son referencias y "préstamos", pero no puede registrarse como el discípulo de ninguno de ellos; su originalidad consiste más en el “cómo” escribe y no tanto en el “qué” escribe: la singularidad de la forma rebasa el contenido al reinventar el acto de escribir. Para entender parte de la vida y de la obra de Pérec es necesario saber que era hijo de emigrados polacos judíos. Nace en París en 1936; su padre muere en junio de 1940, en el frente, y su madre, en 1943, en un campo de concentración. Adoptado por una tía del lado materno, termina sus estudios de bachillerato, pero deja interrumpida, en la Sorbona, su licenciatura en Letras. En un opúsculo intitulado W o el recuerdo de infancia, el escritor, para no dejar ninguna huella de subjetividad, es decir de desahogo afectivo, afirma, desde el segundo capítulo: “No tengo recuerdos de infancia”. A pesar de su anhelo por suprimirlos, los enhebra por fragmentos en capítulos que alternan con una historia aparentemente ajena: la de una colonia olímpica, en algún lugar de la Tierra de fuego. Al observar la progresión de lo grotesco y del totalitarismo que reina allí, cae uno en la cuenta que estamos en plena metáfora del nazismo inmiscuido irremediablemente en la vida de Pérec. En ningún momento se precisa la relación entre los dos textos, pero queda implícita de modo punzante; la frialdad de la voz narradora desconcierta a los lectores. Al centro, no sólo de la autobiografía, sino de toda su empresa literaria, se encuentran la ausencia, el vacío, la muerte, lo que consta en uno de los momentos de humor negro de W…: “una historia que para mí y todos los míos iba pronto a volverse vital, es decir, las más de las veces, mortal”. En 1962, Pérec empieza a trabajar como documentalista en el CNRS (Centre National de Recherche Scientifique), hasta 1979. Gracias al éxito de su novela La vida, instrucciones de uso, pudo al fin dedicarse totalmente a su actividad literaria. El Oulipo proporcionó a Pérec un medio propicio a una búsqueda de procedimientos formales cada vez más elaborados: “el de un amable laboratorio en el que la inventiva, el rigor y cierto gusto por el juego, se entreveran”. Su espíritu lúdico se manifestó en particular en la paciente elaboración de palíndromos (escribió uno de más de cinco mil signos). En este “laboratorio”, pudo experimentar libremente toda clase de impedimentos cuyo resultado fue una obra abundante, variada y original. La muestra más sobresaliente la constituye, sin duda, la novela que nos ocupa en este capítulo: La vida instrucciones de uso. Veamos primero de qué manera Pérec se obligó a trabajar sus primeros libros dentro de marcos rígidos. En estas obras, el lenguaje le sirve de elemento básico; tiene una obsesión por la letra, como consta en las dos novelas que construyó, rechazando primero la letra e —letra de uso más frecuente en francés— en La disparition (El secuestro) y luego, a la inversa, omitiendo las vocales a, i, o, u en Les revenentes (Las aparecidas). En la primera, su ingeniosidad para sustituir las palabras que contienen una e no tiene límites: expresiones argóticas o medievales, palabras y locuciones en otros idiomas, todo le sirve y confiere al conjunto un sentido del humor extremadamente festivo; con su versión personal y sin la letra e, transcribe poemas de Hugo (“Booz dormido”), de Rimbaud (“Vocales”), y de Mallarmé al que llama “Mallarmus”. Al igual que Joyce, inventa palabras, triturándolas, acortándolas; se burla de la sintaxis que trata con mucha libertad, libertinaje diría yo. Pero su libro La disparition no es puro juego, es la historia de un secuestro en el que inserta sus teorías sobre la literatura; allí proporciona la definición de la novela de cajones: “historias que se imbrican unas dentro de otras para explicar la trama principal”. En El hombre que duerme, el texto está compuesto por una trama de citas. Entendemos entonces el desquiciamiento de los lectores y su inercia ante la lectura de tales extrañezas. La gloria de Pérec fue casi únicamente póstuma. Sin embargo, dos novelas fueron premiadas en Francia: Les choses (Las cosas) por el premio Renaudot (1964) y La vida…, por el premio Médicis (1978). La primera debió su éxito a la denuncia de la sociedad de consumo cuyo impulso empezó a principios de los sesenta. Pero una vez más, esta obra vale no tanto por su contenido como por su estructura y su estilo. Allí por ejemplo, la utilización de los diferentes tiempos verbales es absolutamente notoria. La gran originalidad de La vida... es una puesta en abismo aturdidora, vertiginosa; agreguemos —valga la redundancia— abismal. Estamos en presencia de un juego de espejos a la vez múltiple e infinito. En uno de sus ensayos de carácter autobiográfico, Espèces d’espaces, el escritor francés comenta su proyecto: “Imagino un edificio parisino al que se le habría quitado la fachada… de tal suerte que, de la planta baja a las buhardillas, todos los cuartos que se encuentran del lado de la fachada estén instantánea y simultáneamente visibles”. En otro momento, escribe que el libro entero se constituyó como una casa cuyas piezas se dispondrían a modo de rompecabezas. Estas piezas son a la vez las habitaciones de un inmueble de renta de la Plaine Monceau, en París, y también las vidas de sus propietarios e inquilinos, pasados y presentes. De esta manera, la novela reúne una plétora de biografías, unas conmovedoras o peregrinas, otras jocosas o trágicas, especie de nueva comedia humana. Si el rompecabezas proporciona el plan de la obra, aparece igualmente como elemento narrativo ya que se encuentra en el centro de la historia principal. El personaje central, eje de la novela, es Percival Bartlebooth con sus dos acólitos, el pintor Sergio Valene y el artesano encargado de la fabricación de los rompecabezas, Gaspard Winckler. Bartlebooth, inglés riquísimo, decide organizar cincuenta años de su vida alrededor de un solo proyecto, ya que el dinero y lo que puede conseguir con él no le interesa. Durante diez años, toma clases de acuarela (de 1925 a 1935) con Sergio Valene. Durante veinte años, de 1935 a 1955, recorre el mundo y pinta en 500 puertos, a razón de una cada 15 días, 500 marinas con el mismo formato (65 x 50). A medida que las termina, las envía a Winckler que las recorta en 750 piezas. Durante los últimos veinte años, Bartlebooth reconstituye, en el mismo orden, los rompecabezas, también a razón de uno cada quince días. Finalmente, para no dejar huella de esta labor, sino sólo el recuerdo de un acto puramente gratuito, manda las marinas, reconstituidas y retesituradas (vueltas a su condición de acuarelas), a cada puerto de origen. Allá, se sumen en una solución química que no deja más que la hoja original de papel Whatman « intacta y virgen ». Al principio de la novela, se nos dice que Winckler (que terminó la tarea encomendada, tarea difícil, llena de constreñimientos, pero al fin y al cabo, no imposible), ya murió. Bartlebooth no logra reconstituir la totalidad de los rompecabezas; muere, completamente ciego, al acabar el número 439. En cuanto al tercer personaje, el pintor Sergio Valène, realiza su propio rompecabezas que se parece de modo asombroso a La vida…: pinta su edificio sin la fachada, para representar lo que sucede adentro. Para realizar esta empresa colosal, el autor acudió a incontables limitantes; logró respetarlas sin desviarse de su proyecto inicial (veremos que se trata de una obra total para la cual necesitó no menos de nueve años para llevarla a cabo) gracias a un instrumento, el Cahier des charges de La vie mode d’emploi —El cuaderno de obligaciones; en francés, este término señala las obligaciones que resultan de un contrato—; lo redactó con el fin de establecer previamente un proyecto detallado y “científicamente construido” que le permitiera desarrollar su relato múltiple sin equívocos ni dispersión. Con este grueso infolio, el autor revela los principios de la edificación de La vie…. En primer lugar, el Cahier des charges…proporciona explicaciones apoyadas en ejemplos, de cómo el autor utilizó sistemas combinatorios como punto de partida para el desarrollo de la novela; indica también el orden del recorrido adentro del edificio. Luego registra, capítulo por capítulo, los diversos elementos de La vida…Se trata de las listas de las diferentes características que el autor se obligó a insertar en la redacción de cada capítulo. En cada uno, Pérec decidió acatar un número fijo de retos, en una lista de diez puntos combinados, en forma de cuadro, con series de diez capítulos (la obra contiene cien capítulos, menos uno, extraviado por culpa de la niña de la página 295 y de la página 394). En seguida, daré esta lista de manera casi completa: 1.- Describir un personaje en una posición o actividad determinada Insertar una cita literaria 2. Insertar un número Indicar el papel que juega uno de los personajes y un motivo a sus acciones 3. Describir muros, suelos Época, lugar 4. Mencionar muebles y el estilo de cada uno 5. Mencionar edad o sexo de alguna personal, un animal, prendas de ropa y la naturaleza de la tela 6. Mencionar telas (materia), colores, accesorios, joyas 7. --- lecturas, música, cuadros, libros 8. --- bebidas, alimentos, muebles chicos, juegos y juguetes 9. --- sentimientos, pinturas, superficies, volúmenes 10. --- flores, objetos artísticos Para ilustrar esta lista, veamos algunos ejemplos:
Posición:
1. Arrodillada 2. Bajar o a cuclillas 3. Boca
abajo
4. Sentado 5. De pie 6. Subir o más
arriba que el
suelo 7. Entrar 8. Salir 9. Boca
arriba 10. Un
brazo hacia arriba.
No
hay ningún mueble en la
habitación. Un
cuadro De
esta cita podemos
deducir dos hechos: el primero es la mezcla de los elementos espejo,
cuadro y novela, cada uno reflejando partes del ambiente presente, real
o de otros, virtuales; el segundo es el resultado de esta
mezcla:
reflejos por doquier, que irradian apenas dos páginas.
También
figuraría él en
el cuadro, al modo de aquellos pintores del Renacimiento que se
reservaban siempre un lugar insignificante entre la multitud de
vasallos, soldados, obispos o mercaderes […]
Sigue
la lista de los 179 personajes
(lista numerada con la descripción en un renglón
de las
actividades de cada uno); el último es el viejo pintor
decidido
en incluir el edificio completo en el lienzo. Es notorio el crescendo
desde el inicio de la cita a lo largo de la descripción del
cuadro, así como la repetición de las palabras
casi
idénticas, que inician cada uno de los seis
párrafos a
manera de reflejos ligeramente distorsionados. Al principio
está
el señalamiento (modesto) de la presencia del pintor a la
manera
(modesta) de los artistas del Renacimiento; luego viene la
descripción de su atuendo y de su actitud. El
párrafo
siguiente, párrafo central, destaca, explicita, la imagen en
abismo propiamente dicha, dibujada hasta el infinito. Las repeticiones
resaltan la especularidad desde el modo de iniciar los
párrafos
alternando el uso de los verbos figurar
y representarse hasta
los detalles de la vestimenta del pintor; poco a poco se van
añadiendo a la figura de Valène la arquitectura
del
edificio, luego su contenido, hasta los utensilios más
mínimos como los cepillos de dientes o los detalles
más
triviales: las colillas en los ceniceros. Finalmente, los personajes
son la compañía imprescindible del viejo pintor. …cada pieza que coge y vuelve a coger, que examina, que acaricia, cada combinación que prueba y vuelve a probar, cada tanteo, cada intuición, cada esperanza, cada desilusión, han sido decididos, calculados, estudiados por el otro.
Este
careo aplazado de ambos nos recuerda
ineluctablemente otro, exhibido por varios autores:
Cortázar,
Calvino y Eco, por ejemplo: el careo entre el escritor y el lector. El
primero espera una colaboración de parte de su lector,
escribe
en función de él, de sus reacciones y actitudes
frente a
la historia contada. Digamos que no siempre lo hará caer en
sus
redes como el hacedor de rompecabezas, pero sí le
armará
trampas o le sugerirá algunos senderos que andar, para
evitar
que éste repita pasos demasiado conocidos. La
cooperación
forma parte íntegra de la estrategia puesta en obra por el
autor. En Rayuela,
Cortázar deja libre el lector:
“Mi libro se puede leer como a uno le dé la
gana”;
bien conocemos el sendero que indica el argentino en su
“tablero
de dirección” Por el juego de estos reflejos sucesivos, y por el encanto casi mágico que operan estas repeticiones cada vez más minúsculas, es una obra que se mece en un universo propiamente onírico […] donde la precisión exacerbada de la materia pictórica, lejos de ser su propio fin, desemboca de pronto en la espiritualidad vertiginosa del Eterno Retorno.
El
entusiasmo de los espectadores se
cambia por una excitación colectiva cuando, con la ayuda de
lupas, se dan cuenta de que el pintor aportó
ligeras
modificaciones en cada reproducción. La
exposición no
tarda en tener problemas por el excesivo flujo de curiosos
inmóviles, lo que provoca la ira de un individuo que
daña
el cuadro irremediablemente. Poco tiempo después, muere el
coleccionista y tienen lugar varias subastas. Posteriormente, los hijos
escriben una biografía de Raffke en la que explican
cómo
formó su colección gracias a los consejos de
diversos
expertos; para apoyar su relato, incluyen la reproducción
del
catálogo de una de las subastas con los precios, algunos
exorbitantes, que alcanzaron los cuadros (aquí tenemos otro
buen
ejemplo de las enumeraciones incansables del autor). Llegada a este
clímax, la historia se derrumba con una noticia que
desilusiona
a los compradores: todos los cuadros, sin excepción, eran
simples copias. Y Pérec de concluir que construyó
su
relato por el mero placer de la simulación.
Marie-Claire Figueroa nació en Mulhouse, Francia. Ensayista, narradora y poeta, se licenció en Biblioteconomía y Documentación en la Universidad Católica de París y La Sorbona. Fue Profesora Investigadora de El Colegio de México. Ha publicado ensayos literarios en La Jornada y en revistas como Cantera Verde y Ensayos; además de relatos, poemas y cuentos. * Capítulo del libro en preparación: Un recurso literario: “La mise en abyme” |
regresar al
inicio del texto |