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Cuando las gaviotas vuelan al poniente
Héctor Anuar Mafud

 
 
El mar, extremadamente azul, se encontraba tranquilo. Apenas tenía movimiento. Las gaviotas, con vuelo cansado, atravesaban la bahía para descansar brevemente en una larga escollera y después continuar su viaje hacia el poniente.

            Desde la escollera, Iván, a ratos, contemplaba a las gaviotas y por momentos el horizonte. Al paso de las horas empezó a caer la tarde. A lo lejos una pequeña mancha empezó a dibujarse y se fue acercando poco a poco. Iván enfiló en ella su curiosidad: Será una embarcación pequeña, caviló. Cuando estuvo más cerca se percató que era una ballena gris e Iván, desde su sitio, apenas con ocho años, imaginó que el mamífero venía de muy lejos y seguramente acompañada de otros animales pequeños a quienes protegía.

            El cielo se llenó de oscuras nubes mientras relámpagos lejanos presagiaban la lluvia de otoño. Una suave brisa, olor a almendra, agitaba a las gaviotas que detenían su viaje buscando refugio entre las piedras de la escollera. Como dice el abuelo: se presagia una tormenta y seguramente la ballena viene a refugiarse, pensó el niño.

            En ese momento, a la orilla de la playa, cinco lanchas fueron abordadas apresuradamente  por jóvenes y viejos pescadores quienes, al grito de ¡Ballena a la vistaaaaa!, con sendos arpones y a punta de remo, enfilaron hacia el animalazo que se encaminaba al interior de la bahía.

            Iván, intuyendo el peligro que corría la ballena, a quien había bautizado como Nick, corrió por la escollera para estar más cerca y le gritó a todo lo que daba su garganta: ¡Sálvate! ¡Sálvate! Pero la ballena parecía no escucharlo y seguía avanzando a donde la esperaban sus verdugos.

            Entonces, entre la escollera y la ballena, un hermoso delfín hizo acto de presencia. Como si entendiera el mensaje del niño avanzó con rapidez y llegó donde estaba el gigante de mar, trazando círculos en su derredor, señalándole el peligro, impidiéndole avanzar. La ballena se detuvo mientras el chiquillo vociferaba: ¡Ayúdale! ¡Ayúdale!

            Inexplicablemente, en ese momento un sobrecogedor rayo se desprendió del cielo y se clavó entre la ballena y los lancheros. El mar, por un instante, tomó un deslumbrante color plateado. Dos pescadores perdieron el equilibrio golpeándose con el bordo de la lancha; lastimados, no podían nadar ni flotar y se hundían, sin poder evitarlo, en el frío de las aguas entre alaridos de auxilio. El delfín, dándose cuenta de la situación, con presteza se sumergió para impulsarse y después salir a flote empujando uno a uno a los heridos  manteniéndolos en la superficie.

            El pescador más viejo, al observar el accidente, hizo girar su lancha y fue al rescate de los náufragos. Cuando estuvo cerca de ellos les aproximó un remo que aferraron y los jaló dificultosamente hasta subirlos a la lancha.

            La ballena, Nick, había desaparecido. El delfín emprendió la huída mar adentro mientras el niño entusiasmado gritaba desde la escollera: ¡Mi abuelo salvó a Rodrigo y a Juan! ¡Abuelo, que bueno que los salvaste! El delfín detuvo su camino y en posición vertical giró sobre sí mismo. Iván interpretó la alegría del animal y comprendió, entonces, que había sido el delfín y no su abuelo el verdadero salvador de los pescadores.

            Al día siguiente, en la humilde choza, junto a un café caliente y una pieza de pan para recibir el día, el abuelo frente al niño rumoró pensativo: No hubo suerte, se nos fue la ballena; nos hubiera dejado un buen dinero. Alguien le dio la voz de alerta, yo oí unos gritos, no sé quién fue.

            Miró a Iván directamente a los ojos y le dijo entusiasmado: Algún día serás grande y un buen pescador, recordarás que cuando el mar está en calma y las gaviotas vuelan al poniente vendrán ballenas y matarás muchas, ¡serás rico!

            Iván le respondió: ¡Ojalá, entonces, vengan con ellas los delfines y salven a los hombres!

            El viejo se lo quedó mirando, sin entender, mientras el niño caminaba a la escuela y él, con lentitud, hacia su lancha.

 



Héctor Anuar Mafud Mafud nació en Salina Cruz, Oaxaca, el 8 de enero de 1945. Abogado, político, escribe, además, poemas y cuentos. Textos literarios suyos se han publicado en Cantera Verde y en páginas electrónicas, como www.festivaldelmar-salinacruz.com.
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