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Soriasis
Lucía Bayardo


Me percaté de su presencia hasta los dieciséis años, cuando mi cuerpo dejó de crecer. A partir de entonces, me entró la comezón. Me comía la epidermis, las palabras, las ideas. A medida que me fue invadiendo me encerré en mí misma. Un día, sin embargo, la descubrí nadando en las aguas profundas del inconsciente. Entonces opté por la contienda: en cuanto sentí la picazón, me puse bajo la regadera y tallé vigorosamente con un estropajo: la piel se enrojeció y mi dignidad acabó magullada.

            Tomé la determinación de sacarla de una vez por todas, a como diera lugar. Escogí una playa como escenario.

            Camino a la costa mastiqué decenas de dientes de ajo. En vez de espantarla, pesqué un dolor de barriga intenso y el tufo me alejó de toda compañía.

            Una vez instalada en el hotel fui a la playa y me quedé varias horas parada frente al mar, con la boca abierta para que la brisa entrara y desalojara a la intrusa; sólo obtuve un extraordinario bronceado violeta.

            Debía tomar medidas más drásticas: me dejé revolcar por las olas esperando verla flotar sobre el agua salada: terminé con un fuerte golpe en la cabeza, y no volví a ver la parte inferior del traje de baño. Desesperada, arrastré mi cuerpo a lo largo de la bahía, tallándome cada centímetro cuadrado. Esto provocó horror entre los vacacionistas, y me obligaron a abandonar el hotel.

            Todos mis intentos fueron fallidos. Una vez en la ciudad, la comezón acometió. ¡Y de qué manera! Procuré disimular la molestia, pero el inconsciente me delató y las represalias no se hicieron esperar: ella, quien se había mantenido en el límite interno de mi ser, empezó a salir por los poros de manera irreverente.

            Para cuando el calendario cambió de siglo, y yo de década, me resigné a la idea de que no me iba a dejar en paz. Opté por arriesgarlo todo. Sin dar aviso más que a las entrañas, inhalé profundamente, plegué el cuerpo tanto como pude y, de un solo salto, abandoné cabalmente mi piel.


 

Lucía Bayardo Dodge nació en Monterrey, Nuevo León, el 11 de febrero de 1963. Narradora; participó en el taller literario coordinado por Ludwig Zeller, y actualmente es integrante del de la Biblioteca Pública Central, ambos de Oaxaca.
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