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Cuatro sonetos



1


Rodaba el sol sobre tu piel desnuda

dormido pétalo de luz que abría

su temblor bajo el sueño donde ansía

fluir venero en piel de espera muda.


Tibio esplendor donde la absorta duda

de ese río interior, derrama y fía

pétalo luz su vocación alía

destino circular al que se muda.


Y el sol confiado en memorable encuentro

se olvidó de partir, algo debía:

esculpir a tu rostro su otro centro.


Dorada flor, ladera indescifrable

el misterio de tu espalda ata el día

a un camino de fuga interminable.

2.


Tu boca es la ciruela de la vida

borde de sangre dulce, ahí galopa

la vena voluptuosa con que topa

esta boca gemela en su guarida.


Latigazo de sangre embravecida

a la lengua yaciente, como copa

cava de sal y carne, así la arropa

es paladar frutal, ruta crecida.


Hambre, espiral, abismo aquí despierte

sed desatada en labios que se beben

la avidez de lamerse cuando sienten


latir el centro en la humedad de un beso

abertura inicial del universo

oscuridad donde se ve la muerte.

3.


Ojos que me miraban, que me miran

silencio habrá donde su luz se posa

será siempre una hora sigilosa

la que los ve mirar en donde miran.


Fotografías, un tren, recuerdos giran

desde el tiempo fugaz su hálito roza

cae en el mudo papel la mariposa

notas de música inaudible inspiran.


Ojos que me miraban, que me miran

ojos en el temblor de la penumbra

gotas que el sol para el amor alumbra.


Una marea de árboles se enciende

en la distancia un mar; cuando me miran

esta lenta inquietud que en mí desciende.

4.


Esta luz que debemos al silencio

se derrama en la niebla de los besos,

es el aroma leve sobre el pecio

de un abrazo más hondo que los huesos.


Este rozar que nos mueve despacio

se desliza sobre pechos airosos;

es doble canto herido en el espacio

de las manos caricia en veleidosos


dedos; en sinuosas cinturas alía

la desbocada precisión del día,

y si el mundo se detiene no repara.


Es el instante en que fugado el tiempo

deja la eternidad que acapara

en esta luz llovida en nuestro cuerpo.

 


Araceli Mancilla

Nació en Tlanepantla, Estado de México, en 1964. Radica en Oaxaca. Poeta y narradora. Es integrante del Cuerpo Editorial de esta revista. Ha publicado poemas en plaquetes, suplementos culturales, así como en diversas revistas culturales mexicanas; en 1999, su libro Desde la sombra, dentro del compartido Armar las palabras, UNAM, colección El ala del tigre; y Al centro de la ínsula, coedición Instituto Oaxaqueño de las Culturas - Fondo Editorial Cantera Verde, colección La luz y el colibrí, 2001.


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