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La
última novela del peruano Mario Vargas Llosa
Flora Tristán y
Paul Gauguin, atrapados en sus mundos de febriles utopías
Carlos Roberto
Morán
Flora
Tristán observa a un grupo de nenas jugando al
Paraíso. Se trata de un viejo juego en el que una de las del
grupo pregunta “¿Es aquí el
Paraíso?” y el resto responde: “No, es
en la otra esquina”. Y “mientras la
niña, de esquina en esquina, preguntaba por el esquivo
Paraíso, las demás se divertían
cambiando a sus espaldas de lugar”.
Flora
Tristán, descendiente de
peruanos, fue una luchadora revolucionaria precomunista del siglo XIX.
Tenía la doble ilusión de la
emancipación de obreros y mujeres, era internacionalista y
creía en una suerte de Paraíso en la tierra cuyas
imágenes bien podían confundirse con esas
eglógicas que se usaban para definir la idea del
Paraíso cristiano.
Su nieto fue
el notable pintor Paul Gauguin,
quien alentaba otra idea del Paraíso. En su caso el de un
sitio natural, salvaje, primitivo, incontaminado de los
“males” de la civilización. Ambos,
abuela y nieto –que no llegaron a conocerse porque Flora
murió muy joven- abrazaron con fervor, diríase
hasta con desesperación, sus difusas y nunca
prácticas ideas y llegaron a entregar sus vidas por tales
ilusiones sobre las que escribe Mario Vargas Llosa en su más
reciente novela: “El Paraíso en la otra
esquina” (Alfaguara)
Vargas
Llosa, sin aclarar cuánto
hay de documentación, cuánto de hechos por
él imaginados, reconstruye las vidas de Flora y de Paul en
sus últimos años de existencia. A ella la toma
cuando realiza una extenuante gira por el interior de Francia en 1844,
al gran pintor lo “persigue” en su huida alocada
hacia el Algo entre 1893 y 1902, a partir de capítulos
alternativos que buscan mostrar a dos apasionados que, cada uno a su
modo, rompen con el mundo y el orbe burgueses para jugarse hasta lo
último por lo que resultan, inexcusablemente en sus casos,
sendas utopías.
Una marcha incesante
Utopías, ese marchar incesante hacia la línea del
horizonte que nunca se alcanza. Con cierta liviandad hoy se habla de
utopía como sinónimo equívoco de
ideología o ideales. Sin embargo lo utópico es lo
inalcanzable, lo inexistente por definición. Algo
sustancialmente diferente son las ideas, que pueden en determinado
momento volverse realidad. Es una diferencia para nada menor que en
este caso Vargas Llosa no confunde.
Utópica era Flora
Tristán, con sus Palacios Obreros y la serie de reformas que
auspiciaba que no por nada terminaban vinculándola a las
propuestas estrambóticas de Saint Simon y Fourier, aunque a
ambos dejara atrás porque sus ideas terminaban siendo
más revolucionarias y de alguna manera un tanto
más cercanas a la realidad, especialmente cuando analizaba
la situación de sevicia y humillación en la que
vivían mujeres y obreros. Más tarde
llegaría Carlos Marx para ofrecer una
articulación más compleja entre acción
e ideario políticos. Pero estamos en un período
anterior a la irrupción del marxismo que iba a reclamar otro
tipo de análisis y otra clase de respuestas a ese ideario.
Utópico fue su nieto, con su
huida hacia delante sin cristalización posible, porque a
pesar de pagar el alto precio de dejar atrás su vida
burguesa y a su mujer y sus hijos (también Flora se
separó de su esposo y en la práctica de sus
hijos) nunca alcanzó ese Paraíso, esa suerte de
Felicidad Definitiva que con tanto tesón y tanto error
persiguió con sus actitudes y sus cuadros inmortales.
Vargas Llosa
escribe su 14ª novela
desarrollando las biografías a partir de
capítulos alternativos, los impares dedicados a Flora, los
pares a Gauguin. En el primer caso, el “pretexto”
son las visitas que la mujer hace a las distintas ciudades del interior
francés. En el del pintor, acude a sus cuadros
más famosos, que explica con gran capacidad narrativa y de
síntesis, para justificar los diversos episodios. Su plan
original era el de hablar sólo de la mujer pero el nieto
irascible y hasta brutal en sus actos mezquinos logró
“meterse” en el corpus del texto, lo que fue una
verdadera suerte porque de las dos biografías noveladas la
que se impone es la del pintor iconoclasta.
Y esto es
así porque la parte
reservada a Flora Tristán carece del dinamismo propio del
relato y se queda en la crónica, aunque las historias
protagonizadas por la peruana-española-francesa (a la que
llama Andaluza), le hubiesen permitido textos de gran intensidad
dramática si los hubiera contado “desde”
dentro y no desde la superficie, como lo hace. En cambio ese hombre
enfermo y confundido, cargado de pasiones y contradicciones, pleno de
talento, al que los maoríes llaman Koke se coloca en primer
plano porque Vargas Llosa termina acá
recuperándose como escritor de ficción.
Quizás por eso, mientras las
páginas finales dedicadas a Flora no logran conmover, las
otras, las que cuentan la agonía de a Gauguin, resultan de
alto vuelo, parecen animarse, contagiarse de ese fuego devorador que
acompañó siempre al genio francés,
entregándonos al Vargas Llosa más genuino, ecos
de aquél que alguna vez se propusiera alcanzar otro
imposible: la novela total.
Flora con
sus Palacios Obreros, Gauguin
tratando de volverse salvaje y primitivo, Vargas Llosa con su intento
de contar “desde todos los ángulos
posibles” la historia del Perú
contemporáneo... Como se ve, las utopías
también ayudan a dar sal a la vida terrena, tan plena de
rutinas.
Carlos
Roberto Morán nació en Santa Fe, Argentina, en
1942. Narrador y periodista. Ha publicado: Territorio posible,
México, 1980; Noticias desde el sur, México,
1986; y Noticias de Sergio Oberti, Argentina, 1990. En
antologías y publicaciones de la Argentina y del exterior,
como: Antología del nuevo cuento argentino (Widawnictwo
Literackie), Varsovia, Polonia, 1988; La otra realidad, Desde la gente,
Buenos Aires, 1994; Cuento argentino contemporáneo, UNAM,
México, 1996; Padre Río, Desde la gente, Buenos
Aires, 1997; Narradores argentinos, Cultura de Veracruz, Xalapa,
México, 1998; Octopus, Universidad Nacional del Litoral,
Santa Fe, 1998; No hay dos sin tres. Historias de adulterio,
Páginas de espuma, Madrid, España, 2000; Molto
vivace, Páginas de espuma, Madrid, España, 2001;
Hazañas bélicas, Páginas de espuma,
Madrid, España, 2002; y Octopus II, Universidad Nacional del
Litoral, Santa Fe, Argentina, 2002. Ha recibido distintos premios y
distinciones, tanto en su país como en el extranjero.
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