Persona en construcción

Rubaiyyat

Omar Khayyam


Considera con indulgencia a los hombres que se embriagan.
Tú tienes otros defectos.
Si quieres conocer la paz, la serenidad, vuelve los ojos
a los desheredados de la tierra, a los que gimen en el infortunio.

Más allá de la Tierra, más allá del infinito,
intentaba ver el Cielo y el Infierno.
Y una voz solemne me dijo:
«El Cielo y el Infierno están en ti».

La brisa de primavera refresca la faz de las rosas.
En la umbría azulada del jardín, acaricia también la cara de mi amada.
Pese a la felicidad que hemos tenido, olvido nuestro pasado.
¡La dulzura de hoy es tan imperiosa!

Tan rápidos como el agua del río
o el viento del desierto, nuestros días huyen.
Dos días, sin embargo, me dejan indiferente:
el que partió ayer y el que llegará mañana.

¿Cuándo nací? ¿Cuándo moriré? Ningún hombre puede evocar
el día de su nacimiento ni designar el de su muerte.
Ven, mi grácil bienamada. Quiero pedir a la embriaguez
que me haga olvidar que nunca sabremos nada.

Desde miríadas de siglos, hay auroras y crepúsculos.
Desde miríadas de siglos, los astros siguen su ronda.
Holla la tierra con precaución, pues esa pequeña mota
que vas a aplastar fue quizás el ojo lánguido de un adolescente.

He visto, ayer, a un alfarero sentado ante su trono.
Modelaba las asas y los flancos de sus urnas.
Amasaba cráneos de sultanes
y manos de mendigos.

La vida pasa. ¿Qué queda de Bagdad y de Balk? El menor tropiezo es fatal a la rosa demasiado abierta.
Bebe vino y contempla la luna
evocando las civilizaciones que ella ha visto apagarse.

Los sofistas y los sabios silenciosos han muerto
sin haberse podido entender sobre el ser y el no ser.
Ignorantes, hermanos míos, continuemos saboreando el jugo del racimo
y dejemos que esos grandes hombres se regalen con uvas secas.

Mi nacimiento no aportó el menor provecho al Universo.
Mi muerte no disminuirá ni su inmensidad ni su esplendor.
Nadie ha podido explicarme por qué vine,
por qué partiré.

Oigo decir que los amantes del vino serán condenados.
No hay verdades, pero sí hay mentiras evidentes.
Si los amantes del vino y del amor van al Infierno,
el Paraíso debe estar vacío.

En el torbellino de la vida, sólo son felices los hombres
que se creen sabios y aquellos otros que no tratan de instruirse.
Yo me he inclinado sobre todos los secretos del universo
y he vuelto a la soledad envidiando a los ciegos que encontraba a mi paso.

¿En qué piensas, amigo mío? ¿En tus antepasados?
Hoy son polvo en el polvo. ¿Piensas en sus méritos?
Mírame sonreír. Toma esta urna y bebamos escuchando
sin inquietud el gran silencio del universo.

Los sabios no te enseñarán nada,
pero la caricia de las largas pestañas de una mujer te revelará la felicidad
No olvides que tus días están contados y que pronto serás la presa de la tierra
Cómprate vino, llévatelo aparte y luego déjate consolar.

Antaño, cuando frecuentaba las mezquitas,
no musitaba ninguna plegaria, pero volvía a casa rico de esperanza.
Sigo yendo a sentarme en las mezquitas,
donde la sombra es propicia al sueño.

¡Señor, oh Señor, respóndenos! Nos has dado ojos
y has permitido que la belleza de tus criaturas nos deslumbre.
¿Nos das la facultad de ser felices y quisieras que renunciáramos a gozar de los bienes de este mundo?
¡Es algo que nos resulta tan imposible de hacer como volver una copa sin derramar el vino que contiene!

En una taberna, pedí a un viejo sabio
que me informara sobre la suerte de aquellos que ya han partido.
Me respondió:
«Ya no volverán. Es todo lo que sé: ¡Bebe vino!»

Bebo vino igual que la raíz del sauce bebe la onda clara del torrente.
Alá solo es Alá. ¿Que sólo Alá lo sabe todo, dices?
Cuando me creó, sabía que yo bebería vino.
Si me abstengo de beber, la ciencia de Alá estaría en falta.

Pobre hombre, nunca sabrás nada.
No dilucidarás jamás ni uno solo de los misterios que nos rodean.
Puesto que las religiones te prometen el Paraíso,
cuida de crearte uno sobre esta tierra porque el otro quizá no existe.

He recibido el golpe que esperaba. Mi bienamada me ha abandonado.
Cuando la tenía, me era fácil despreciar el amor y exaltar todas las renuncias.
¡Cerca de tu bienamada, Khayyam, qué solo que estabas!
Ya ves, se ha ido para que tú puedas refugiarte en ella...


Persona en construcción

Carlos Jiménez Romera
2003-10-05
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