Querida sobrina,
¿Cómo te va por allí? Como ves, la tardanza en contestarte se debe más al comienzo del verano con todo su ajetreo que a otra cosa. La comunicación la hemos tenido por teléfono y, por lo que me cuenta tu madre, veo que en España no te va tan mal (creo que sería una gran exageración eso de que (en) España vas tan bien!!).

Ya ves, ha comenzado el Festival de Edimburgo y, como todos los años, la afluencia de españoles resalta en las coloreadas calles. Lo que si que me he dado cuenta es que ahora vienen más matrimonios con sus hijos en plena pubertad. La verdad es que me alegra que la gente se decida a aventurarse a otro país y se dejen de tanta playa y chiringuito, aunque en muchos casos parece que vengan como en una despedida de sus propios hijos, antes de que decidan que ellos sólo quieren playa, sangría y libertad, o un inter-rail y sentir la aventura. También se ven estos casos: jóvenes quinceañeros cuyas risas en las partes superiores del autobús son un sobresalto para los silenciosos viajeros británicos (todo se pega, menos la belleza y el dinero. Lo digo por mi).

Me sorprende verlos tan animados fuera del caparazón familiar y lingüístico. La juventud más madurita se dedica a salir todas las noches y pronto se olvida de lo cara que es la bebida. Noche tras noche los ves en los pocos bares que abren hasta las tontonas de la noche. Parece que a todos les suenan las caras de los otros y de vez en cuando se les ve saludar de tanto verse. Viven 6 o más en un piso de alquiler que al principio era para menos de la mitad. Se crea una comunidad que es difícil de imitar allá y, en ella, se comparte espaguetis carbonara (es el primer plato que se atreven a hacer) casi todos los días o arroz o cualquier comida que alimente y que se pueda repartir entre la compañía. Hay muchos días que, sin apenas notarlo, olvidan alguna comida. La vida parece animada y se hace fácil vivir sin nada más que un billete de vuelta y con un part-time.

Me hacen mirar a otra época en la que Erasmus (a saber como se llaman ahora) iban de juerga en juerga sin parar. Pero el Festival, desde hace muchos años, me llega como el final de un periodo, también, de ver amigos que se van y otros que llegan, o plantearse nuevos propósitos. Los días arrastran esa apatía de saber que los meses siguen, que casi siempre se sobrevive por muy malas que parezcan las cosas. Y aquí he aprendido que hay amigos que han dejado las puertas de sus casas abiertas para cuando quiera, pero que es muy fácil tenerlas abiertas por si un día ellos llaman desde el aeropuerto a las cinco de la mañana y se presentan con una sonrisa de equipaje.
Muchos besos.


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