Por no mencionar al perro
Connie Willis
Colección Nova 122
Ediciones B, 1999
Las novelas cómicas no parecen
gozar del mismo reconocimiento que sus pares trágicas o dramáticas.
Por alguna razón, la preferencia se inclina por las historias que
nos conmueven, nos hacen pensar, nos hacen reflexionar, nos desnudan la cruda
realidad de la existencia humana. Da la impresión que escribir en
clave cómica - o disfrutar una novela o cuento hilarante - viene a
ser una especie de pecado mortal. Y que decir del lector o escritor peruano,
encadenado por la (nunca mejor dicho) tristemente célebre frase del
historiador Pablo Macera: en el Perú, el que es feliz es un miserable.
Siguiendo el razonamiento de Macera, diré
que fui inmensamente miserable todo el tiempo que duró la lectura
de Por no mencionar al perro. Me hizo recordar al Enrique Jardiel
de Eloísa está debajo de un almendro (una de las primeras
comedias teatrales que pude leer gracias al sello RTVE), por las situaciones
de enredo elevadas a la enésima potencia, la construcción detallada
de personajes absolutamente excéntricos (la normalidad es el mayor
pecado mortal que se puede cometer), cuya mera aparición en escena
augura una nueva circunstancia jocosa y el catártico final feliz.
No hay nada que hacer, son las convenciones de la comedia desde hace mucho,
que aparecen incluso en operas como La flauta mágica de Mozart.
Como se puede leer, estoy hablando de situaciones absolutamente
miserables.
En la obra de Connie Willis, el trasfondo
de ciencia ficción está basado en el viaje temporal. En el
futuro, se ha descubierto la manera de viajar en el tiempo, así como
las leyes de dicho viaje, sus si se puede y no se puede. Pero estas leyes
no son absolutas: pueden producirse accidentes, incongruencias que pueden
echarse abajo la realidad. Ahora bien, en durante búsqueda de un objeto
del cual solo se conoce el nombre - el tocón del pájaro del
obispo -, se producirán varias de estas incongruencias capaces de alterarlo
todo: un ser vivo es extraido de su tiempo, un encuentro entre futuros amantes
no se produjo, un muerto revive, una gata nada, un viajero del futuro acaba
de tripulante en un paseo en bote por el Támesis... por no mencionar
al perro.
Por supuesto, los viajeros del futuro
causantes de estas incongruencias trataran de remediarlas, luchando tanto
contra las convenciones sociales de la Inglaterra victoriana (tan admirable
en otros sentidos), el espiritismo, la cocina inglesa, las madres casamenteras,
los lánguidos caballeros lectores de Tennyson y los inescrutables
caprichos de los animales. Súmense a esto los saltos en el tiempo,
completamente desajustados, que contribuyen a generar mayores (y jocosas)
situaciones caóticas (es de antología el episodio en el que
el protagonista, recién llegado de uno de esos viajes, totalmente
fuera de toda noción del tiempo al que acaba de arribar , le pregunta
en qué día se encuentran al primero que se le cruza, y éste
le responde con un poema de Tennyson).
La novela está estructurada en
capítulos que inician con una relación de frases alusivas a
su contenido. En ese aspecto, es un homenaje a una obra clásica de
humor inglés (recién lo supe al leer la novela), Tres hombres
en una barca de Jerome K. Jerome, quien aparece como "invitado" en
la novela. Si pueden, sean miserables, pasen un buen rato con esta historia.
Daniel Salvo