Ciencia Ficción Perú


Colaboraciones



Conciencia recuperada

Ronald Delgado



CONCIENCIA RECUPERADA
Ronald R. Delgado C. - Venezuela

El cuerpo del conocido magnate Victor Aaronson Acher entró a la sala de emergencias rodeado de al menos una docena de enfermeras y cuatro de los mejores doctores del Estado. Mientras una de las enfermeras abría el camino en dirección al preparado quirófano, otra, montada sobre su inerte figura, aplicaba la maniobra tradicional de la resucitación cardio pulmonar. La camilla dejaba tras de sí un riachuelo de sangre que se desdibujaba gracias a las pisadas de los agitados presentes, y las personas alrededor miraban con atención, preguntándose qué habría sucedido.
Los doctores que acompañaban la escolta se sumaron a otros dos que esperaban en el quirófano, e inmediatamente comenzaron el procedimiento, en medio de preguntas, exclamaciones y la rápida acción de todas las enfermeras.
—¿Qué sucedió? —preguntó uno de los doctores del hospital.
—Estaba volando uno de sus jets —dijo otro de los doctores—, aparentemente un desperfecto en el aparato lo mandó directo a tierra. Era el único dentro del avión.
Retiraron sus ropas para encontrar un cuerpo mancillado y bañado en sangre. Inclusive los médicos arrugaron sus rostros al observar tal escena.
—¿Murió inmediatamente? —preguntó un nuevo doctor.
—No, hace tan solo tres minutos que su corazón dejó de latir. Mantenemos su sangre circulando para que pueda ser descargado.
Uno de los médicos asintió.
—Bien, entonces no perdamos tiempo —dijo, y trajo para sí un pesado equipo que descansaba unos metros más allá en la habitación.
Se trataba de una enorme máquina compuesta por un sinfín de monitores de computadora y módulos visuales, acompañada de una serie de flagelos que sobresalían de la estructura, haciéndola un tanto bizarra. El doctor a cargo tomó uno de los flagelos y, luego de manipular la consola de control de la computadora, se desplegó ante él un brazo mecánico rodeado de fibras ópticas y materiales biomecánicos. Al final del brazo, una estructura abovedada mostraba un par de finos alambres sobresaliendo tan solo unos dos centímetros. Otro de los doctores palmeó por el hombro a la enfermera que aplicaba la resucitación y ésta se detuvo en seguida, bajándose de la camilla.
—De prisa, de prisa —apuró uno de los doctores—, no tenemos mucho tiempo.
—Enseguida —dijo el doctor que manipulaba el brazo mecánico, tras enjugarse la frente.
Despejó el área detrás de la cabeza del viejo Acher y sin vacilar ajustó la estructura abovedada en la curva de su cráneo. Apretó tres uniones ocultas en el aparato y éste se sujetó firmemente luego de emitir un silbido.
—Muy bien, todo listo —dijo el doctor, y otro tomó su lugar frente a la consola.
El sujeto tecleó un par de veces y luego apretó el interruptor de mando. El brazo siseó y comenzó a vibrar suavemente. En uno de los monitores del equipo, las palabras: "Descarga en Proceso", titilaban en claras letras de color verde. Bajo ellas una barra coloreada indicaba el progreso. El doctor tamborileó el teclado murmurando algo ininteligible, mientras el resto de los doctores y las enfermeras contemplaban el monitor en silencio. Finalmente, un minuto y medio después, las palabras: "Descarga Completa" aparecieron en el espacio del monitor y fueron acompañadas por exclamaciones de alegría y alivio por parte de los doctores y enfermeras.
El doctor que controlaba la consola tecleó una serie de comandos y luego habló con suavidad hacia el aparato:
—Señor Acher, ¿se encuentra bien?
Un zumbido seco proveniente de algún lugar de la computadora se convirtió unos dos segundos después en una clara y serena voz humana.
—Sí, me encuentro bien, pero... no puedo ver nada, ¿Qué sucedió? Recuerdo haber perdido control de mi jet y luego...
—No se preocupe, señor Acher —interrumpió el doctor—. Tuvo un accidente en su avión y, lamentablemente, sufrió muchas heridas. No pudimos salvar su cuerpo, pero por fortuna pudimos descargar su conciencia a tiempo.
—¿Morí otra vez? —preguntó Acher con un tono alegre. Todos sonrieron.
—Sí, señor Acher. Murió otra vez.
—¡Vaya! —dijo—. ¿Es reutilizable lo que quedó de mí?
El doctor observó la figura que yacía en la camilla.
—No lo creo, señor Acher. Tendrá que clonar uno nuevo.
La computadora suspiró.
—Nada que unos cuantos millones no solucionen, ¿cierto?
El doctor soltó una risita y se volvió al resto del equipo indicándole a las enfermeras que retiraran el cuerpo.
—Por favor, doctor —dijo Acher desde la computadora—. Qué sea de treinta años. Que mi apariencia sea de treinta años cuando me regresen.
El doctor miró a una de las enfermeras y exclamó.
—Ya lo oíste, procesa la petición inmediatamente.
—¡Gracias! —dijo Acher, y en la inmensa oscuridad de su conciencia recuperada sabía que tendría que esperar unas dos semanas para tener su nuevo cuerpo.
Al menos eso había esperado la vez anterior.




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