Karl Korsch
LA FILOSOFÍA DE LENIN

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Lenin a la conquista del Oeste

¡Que diferencia asombrosa entre la impresión que produjeron en los revolucionarios de Europa Occidental los breves folletos de Lenin y de Trotsky, traducidos e impresos a toda prisa en el último período de la guerra o en la inmediata pos-guerra, y el efecto, tanto en Europa como en los Estados Unidos, de las primeras versiones de la obra filosófica de Lenin “Materialismo y empiriocriticismo”, publicada en ruso en 1908 y tardíamente (1927) en otras lenguas!

Los primeros, por ejemplo, “El Estado y la revolución (la doctrina marxista del Estado y las tareas del proletariado en la revolución)” o “Las tareas inmediatas del poder de los soviets”, habían sido estudiados con avidez por los revolucionarios europeos. Veían en ellos los primeros testimonios dignos de crédito acerca de una revolución proletaria victoriosa y, al mismo tiempo, guías prácticos para los levantamientos revolucionarios inminentes en que se verían comprometidos. Estas obras eran simultáneamente ignoradas, falsificadas, calumniadas, despreciadas y también temidas terriblemente por la burguesía y sus partidarios en el campo marxista, es decir, los reformistas y los centristas a la Kautsky.

Cuando la obra de Lenin apareció fuera de Rusia, el decorado había cambiado mucho. Lenin había muerto. La Rusia de los Soviets se había transformado progresivamente en un nuevo Estado que participaba en la competencia y la lucha entre los diversos “bloques” de potencias formados en una Europa aparentemente repuesta pronto de la guerra y de una crisis económica profunda pero pasajera. El marxismo había cedido el lugar al leninismo y más tarde al estalinismo, no siendo este último considerado ante todo como una teoría de la lucha de clase proletaria, sino como la filosofía dominante de un Estado, diferente, sin duda, pero no totalmente de esas otras filosofías de Estado que son el fascismo italiano o la democracia americana. Habían desaparecido hasta los últimos vestigios de la “agitación” proletaria con el aplastamiento de la huelga general en Inglaterra y la de los mineros en 1926, y con el fin sangriento del primer período de la revolución china, al que se califica de “comunista”. La intelectualidad europea estaba madura, por tanto, para acoger junto con los primeros escritos filosóficos de Marx (ayer todavía desconocidos, hoy lujosamente editados por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú), las revelaciones filosóficas asimismo “agudas” del gran discípulo ruso que, después de todo, acababa de derrocar el imperio zarista y había sabido mantener hasta su muerte una dictadura incuestionable.

Pero las capas del proletariado de Europa occidental que habían suministrado esos primeros lectores, los más serios y perseverantes, de los folletos revolucionarios de Lenin, escritos de 1917 a 1920, parecían haber desaparecido. El primer plano de la escena estaba ocupado por esos arribistas estalinistas que se acomodan a todo, único componente estable de los partidos comunistas no rusos de hoy; o también, como lo demuestra de manera típica la evolución reciente del partido comunista inglés, por miembros progresistas de la clase dominante misma, o de los partidarios de esta clase reclutados muy naturalmente entre las capas más cultivadas y acomodadas de la vieja y nueva intelectualidad y que han acabado por reemplazar prácticamente, dentro del partido, a los elementos proletarios de otros tiempos. El comunismo proletario no parece sobrevivir más que gracias a pensadores aislados o en pequeños grupos, como los comunistas de consejos holandeses, de donde justamente proviene el folleto de Harper.

Se habría podido pensar que el libro de Lenin, cuando fue puesto a disposición del público de Europa occidental y de América con el fin manifiesto de difundir esos principios filosóficos del marxismo que están en la base del Estado ruso actual y del partido comunista que reina allí, habría recibido en todas partes una acogida calurosa. De hecho, no hubo nada de eso. Sin ninguna duda, la filosofía de Lenin, tal como resulta de su libro, es infinitamente superior, incluso en un plano puramente teórico, a ese amasijo de migajas caídas de sistemas filosófico-sociológicos contrarrevolucionarios y anticuados de los que Mussolini, con el apoyo de un ex-filósofo hegeliano, Gentile, y de algunos otros ayudantes de campo intelectuales, ha pretendido hacer una filosofía “fascista”. Es incomparablemente superior a esa enorme masa de lugares comunes y de baratijas estúpidas que nos destila la obra “teórica” de Adolf Hitler en tanto que Weltanschauung (concepción) político-filosófica. Así los que han conseguido descubrir alguna novedad o profundidad en las ideas de Mussolini y que llegan a encontrar algún sentido a las banalidades del Führer, no habrían debido tener ninguna dificultad en engullir ese fárrago de despropósito, de incomprensión y de atraso en general que arruina el valor teórico del ensayo filosófico de Lenin. Sin embargo, las pocas personas que hoy conocen las obras de los filósofos y sabios de los que habla Lenin, y que están al corriente de los desarrollos de la ciencia moderna, habrían podido extraer de este libro de 1908 – para expresarse en el estilo querido por Lenin – la “joya” de un pensamiento revolucionario consecuente, “aún con la ganga”, de una aceptación sin reservas de conceptos “materialistas” caducos que datan de una época histórica pasada, y de una interpretación abusiva y tan poco justificada de los intentos más auténticos de los sabios modernos para desarrollar la teoría materialista. Como quiera que sea, la reacción de la intelectualidad burguesa progresista en su conjunto ante la propagación tardía de la filosofía materialista de Lenin ha debido decepcionar algo a los rusos, que en muchas ocasiones han mostrado que no eran insensibles a las alabanzas recibidas por sus ejercicios favoritos en el dominio de la teoría, incluso si estas alabanzas provienen de esos círculos “profanos” (desde el punto de vista del marxismo) que son los ambientes científicos y filosóficos de Europa occidental y de América. No hostilidad abierta, sino indiferencia. Más molesto aún, en aquellos de los que se deseaba más los aplausos, una especie de embarazo cortés.

Este silencio desagradable ni siquiera fue turbado, al menos durante mucho tiempo, por uno de esos ataques vigorosos que la minoría marxista revolucionaria lanzaba violentamente contra Lenin y sus discípulos cuando intentaban transformar los principios políticos y tácticos aplicados con éxito por los bolcheviques en la revolución rusa, en reglas universalmente válidas para la revolución proletaria mundial. Los últimos representantes de esta tendencia han tardado mucho en desencadenar un ataque de envergadura contra un intento análogo, el de extender a escala mundial los principios filosóficos de Lenin, promovidos al rango de única doctrina filosófica verdadera del marxismo revolucionario. Hoy, treinta años después de la primera publicación (en ruso) del libro de Lenin, y once años después de sus primeras traducciones en alemán e inglés, aparece por fin el primer examen crítico de esta contribución de Lenin a la filosofía materialista marxista, examen debido a alguien que, sin ninguna duda y por numerosas razones, está mejor calificado para esta tarea que cualquier marxista contemporáneo1. Pero hay pocas esperanzas de que esta primera e importante crítica de la filosofía de Lenin pueda llegar aunque sólo sea a esa pequeña minoría de marxistas revolucionarios a quien se dirige más especialmente. Está firmada con un pseudónimo casi impenetrable y, signo altamente característico, publicado en forma mimeografiada.

Así ha transcurrido un largo período antes de que los dos campos de esta lucha mundial que opone los marxistas radicales de Occidente a los bolcheviques rusos, hayan descubierto que sus oposiciones políticas, tácticas y organizativas provenían en última instancia de principios más profundos que hasta entonces habían sido descuidados en el fuego del combate. Estas oposiciones no podían ser clarificadas si no se volvía a estos principios filosóficos fundamentales. Aquí también parecía aplicarse la frase del viejo Hegel: “el búho de Minerva no levanta el vuelo hasta el crepúsculo”. Esto no quiere decir que este último “período filosófico” del movimiento social que se desarrolla en una época determinada sea al mismo tiempo el más elevado e importante. La lucha filosófica de las ideas es, desde el punto de vista proletario, no la base sino simplemente una forma ideológica transitoria de la lucha de clase revolucionaria que determina el desarrollo histórico de nuestro tiempo.

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1 Alusión a las actividades científicas de A. Pannekoek, que era un astrónomo de reputación mundial. (n.d.t.f.)


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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