Karl Korsch
La concepción materialista de la historia

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LA PERSPECTIVA DE LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA HISTORIA

El marxismo, para nuestros eruditos burgueses, no representa sólo una dificultad teórica y práctica de primer grado, sino además una dificultad teórica de segundo grado, una dificultad “epistemológica”. No se deja clasificar en ninguno de los cajones habituales del sistema de las ciencias burguesas; y aun si se abriese especialmente para él y sus compañeros próximos un nuevo cajón, llamado sociología, no se conseguiría mantenerlo tranquilo en él y no dejaría de ir a pasearse por todos los otros. “Economía”, “filosofía”, “historia”, “teoría del Derecho y del Estado”, ninguna de estas rúbricas es capaz de aprisionarlo, pero tampoco ninguna se sentiría al abrigo de sus incursiones si se pretendiese encerrarlo en otra. En efecto, le falta esa característica que Carlos Marx celebraba un día como “la raíz de la moral y de la probidad alemanas propias tanto de las clases como de los individuos”: ese “egoísmo distinguido que reivindica su propia estrechez de espíritu y acepta gustosamente que se le reproche”. Independientemente de cualquier otro rasgo, se le reconoce que es totalmente extraño al “carácter alemán”, aunque sólo sea por esa inconsistencia muy extranjera que opone a todo intento de clasificación, mofándose así de los más eminentes dignatarios de la república de las letras burguesas.

La razón de esta dificultad insuperable para la epistemología burguesa es simplemente que el marxismo no puede ser considerado como una “ciencia”, incluso si se le da a este término el significado burgués más amplio, que comprende hasta la filosofía más especulativa. Hasta el presente, se ha llamado al socialismo y el comunismo marxistas socialismo “científico”, para oponerlo a los sistemas “crítico-utópicos” de un Saint-Simon, un Fourier, un Owen, etc.; de este modo se ha aportado durante años un alivio indecible a la honesta conciencia pequeño-burguesa de muchos socialdemócratas alemanes; pero este bello sueño se derrumba por poco que se constate que, en el sentido conveniente y burgués de la palabra precisamente, el marxismo jamás ha sido una “ciencia” y que no puede serlo mientras siga fiel a sí mismo. No es ni una “economía”, ni una “filosofía”, ni una “historia”, ni cualquier otra “ciencia humana” (Geisteswessenschaft), ni una combinación de estas ciencias, dicho esto colocándose desde el punto de vista del “espíritu científico” burgués. Más aún, la principal obra económica de Marx es desde el principio hasta el fin una “crítica” de la economía política, como lo dice el subtítulo y como lo confirma todo su contenido; y por ahí hay que entender una crítica de la economía política tradicional, pretendidamente “imparcial”, en realidad puramente “burguesa”, es decir, determinada y obstaculizada por prejuicios burgueses; esto implica igualmente que esta crítica de la economía burguesa resulta manifiestamente del punto de vista nuevo de la clase que, sola entre todas las clases existentes, no tiene ningún interés en el mantenimiento de los prejuicios burgueses y que, por el contrario, sus condiciones de existencia empujan cada vez más a su destrucción definitiva, práctica y teórica. Y lo que se afirma de la economía marxista no es menos válido para todos los otros elementos del sistema de pensamiento marxista, es decir, para las doctrinas que el marxismo profesa sobre cuestiones que la epistemología burguesa clasifica tradicionalmente en la filosofía, la historia o cualquier “ciencia humana”. Tanto en estas partes de su doctrina como en las otras, la actividad de Marx no pretende ser la de un “Hércules constructor de imperios”. La erudición burguesa y semi-socialista comete un error total cuando presupone que el marxismo quería establecer una nueva “filosofía” en el lugar de la antigua filosofía (burguesa), una nueva “historiografía” en el lugar de la antigua historiografía (burguesa), una nueva “teoría del Derecho y del Estado” en el lugar de la antigua teoría (burguesa) del Derecho y del Estado, o aún, una nueva “sociología” en el lugar de ese edificio inacabado que la epistemología burguesa presenta hoy como “la” ciencia sociológica. La teoría marxista no tiende a todo esto, como tampoco tiende el movimiento político y social del marxismo (cuya expresión teórica representa) a reemplazar el antiguo sistema de los Estados burgueses y los miembros que lo componen por nuevos “Estados” o por un nuevo “sistema de Estados”. Lo que Carlos Marx se propone es la “crítica” de la filosofía burguesa, la “crítica” de la historiografía burguesa, la “crítica” de todas las ciencias humanas burguesas, en una palabra, la “crítica” de la ideología burguesa en su conjunto, y para emprender esta crítica de “la ideología”, así como la de “la economía” burguesas, se coloca en el punto de vista de la clase proletaria.

Mientras que la ciencia y la filosofía burguesas persiguen el fantasma decepcionante de “la objetividad”, el marxismo renuncia así de golpe, y en todas sus partes, a esta ilusión. No puede ser una ciencia “pura” o una filosofía “pura”, sino criticar “la impureza” de toda ciencia o filosofía burguesa conocida, desenmascarando implacablemente sus “presupuestos” disimulados. Y a su vez, esta crítica no quiere ser de ninguna manera “pura” crítica en el sentido burgués del término. No es emprendida por sí misma de modo “objetivo”; por el contrario, mantiene la relación más estrecha con la lucha práctica que lleva la clase obrera por su liberación, lucha de la que huele a, y quiere ser, su simple expresión teórica. Y por consiguiente, de igual manera que se distingue de toda ciencia o filosofía burguesa no-crítica (dogmática, metafísica o especulativa), también se distingue radicalmente de todo lo que se llamaba “crítica” en la ciencia y la filosofía burguesas tradicionales y cuya forma teórica más acabada se encuentra en la filosofía crítica de Kant.

¿Cuál es, pues, ese punto de vista nuevo y particular en el que se ha colocado el marxismo, en su calidad “de expresión general de las condiciones reales de una lucha de clases que existe”3 para emprender y llevar acabo su “crítica” de la economía y de la ideología de la burguesía? Para comprenderlo, es necesario hacerse una idea clara y neta de la concepción marxista específica de la existencia social, concepción que sus partidarios y sus adversarios designan habitualmente como “la concepción materialista de la historia”, según una expresión que no conviene exactamente a todas las tendencias que representa. Y es aquí donde hay que plantear la cuestión previa: ¿qué relación hay, en el sistema de conjunto del marxismo, entre las dos partes de su doctrina que hemos distinguido, es decir, entre la crítica de la economía y lo que hemos llamado la crítica de la ideología? Señalemos rápidamente que ambas forman un conjunto inseparable. Es completamente imposible rechazar las “teorías económicas” del marxismo al tiempo que se toma una posición de “marxista” en las cuestiones políticas, jurídicas, históricas, sociológicas o las otras cuestiones extra-económicas. Y lo contrario es igualmente imposible, por más que economistas burgueses se hayan empleado en ello al no poder sustraerse a la verdad de las “teorías económicas” del marxismo: no se puede uno declarar de acuerdo con “la crítica de la economía política” de Marx y pretender al mismo tiempo rechazar las consecuencias que se derivan de ella para los problemas políticos, jurídicos, etc.

La “crítica de la economía política” y la “crítica de la ideología” de la clase burguesa constituyen, por tanto, en el sistema marxista, un conjunto indivisible del que ninguna parte puede ser separada de las otras y planteada por sí misma. Sin embargo, su significado dentro de este sistema es muy diferente. Se percata uno de ello al considerar, entre otras cosas, el tratamiento particular que Marx reservó a cada una de estas partes en aquellas de sus obras que nos han llegado. Carlos Marx, que en su período de juventud se había colocado en un punto de vista filosófico que se debería calificar como puramente “ideológico”, según su propia terminología ulterior, no consiguió liberarse de él más que a través de un largo y difícil trabajo de reflexión. Entre el período de juventud y el período de madurez de su actividad creadora hay un prolongado trabajo “de edificación personal”. Gracias a lo cual se liberó tan radicalmente de toda ideología que, en sus períodos ulteriores, ya no concedió sino observaciones ocasionales a la “crítica de la ideología”, centrándose cada vez más su interés en la “crítica de la economía política”. De este modo llevó a cabo su obra comenzando por la “crítica de la ideología”, en donde descubrió su nuevo punto de vista materialista, y aplicándolo después de una manera extremadamente fecunda en todos los dominios, cuando se presentaba la ocasión, no explotándolo, sin embargo, hasta sus últimas consecuencias más que en el dominio que juzgaba más importante: el de la economía política. Estos diversos estadios del desarrollo de Marx están perfectamente marcados en sus obras. El segundo y más importante período de su producción comienza con la “Crítica de la filosofía del Derecho de Hegel” (1843-44), inspirada por la crítica de la religión que había hecho Feuerbach, y unos años después Marx compone todavía, con el concurso de su amigo Engels, “dos gruesos volúmenes in octavo”, consagrados al conjunto de la filosofía post-hegeliana en Alemania. Sin embargo, renuncia ya a publicar esta segunda obra y, de un modo general, entrado desde entonces en su período de madurez, no concede ya gran valor a la ejecución de una crítica detallada de la ideología. En lugar de esto, consagra en adelante todas sus fuerzas a la investigación crítica del dominio económico, en el cual ha descubierto el pivote real de todos los movimientos socio-históricos. Y aquí, lleva su tarea “crítica” hasta el final. Ha criticado la economía política tradicional de la clase burguesa de una manera no sólo negativa, sino también positiva, oponiendo a “la economía política de la propiedad”, “la economía política de la clase obrera”, para recoger una de sus expresiones favoritas. En la economía política de la clase poseedora burguesa, la propiedad privada domina (incluso teóricamente) toda la riqueza social, el trabajo muerto acumulado en el pasado domina el trabajo vivo del presente. Inversamente, en la economía política del proletariado, así como en su “expresión teórica”, el sistema económico del marxismo, la “sociedad” (Sozietät) domina su producto, es decir que el trabajo vivo domina la acumulación del trabajo muerto o “capital”. Ahí se encuentra, según Marx, el pivote alrededor del cual debe articularse la subversión próxima del mundo; es ahí también, pues, donde debe centrarse, en el plano teórico, una confrontación “radical”, es decir, “cogiendo las cosas por la raíz” (Marx), entre la ciencia y la filosofía burguesas y las ideas nuevas que forja la clase obrera avanzando hacia su liberación. Si se comprende todo esto profundamente, se comprenden fácilmente todas las otras subversiones, es decir, aquellas que se operan en todos los dominios ideológicos. Cuando se acerca la hora de la acción histórica, toda crítica “ideológica” del pasado no puede aparecer más que como una forma primaria del conocimiento al que está ligado finalmente, en su realización práctica, el derrocamiento del mundo histórico. Sólo considerando retrospectivamente el desarrollo histórico de la conciencia revolucionaria de nuestra época es como podemos decir que “la crítica de la religión ha sido la condición previa de toda crítica”. Por el contrario, si miramos delante de nosotros vemos que la lucha contra la religión no es más que mediatamente lucha contra el mundo del que la religión es “el aroma espiritual”. Si queremos llegar a la acción histórica real, se trata, pues, de transformar la “crítica del cielo” en una “crítica de la tierra”. Y no es sino un primer paso en esta vía el transformar la “crítica de la religión” en una “crítica del Derecho”, la “crítica de la teología” en una “crítica de la política”. En todo esto, nosotros no captamos todavía más que “la otra cara” del ser humano, no captamos aún su “realidad” verdadera, ni “la cuestión propiamente terrestre en su magnitud natural”. Para ello es necesario buscar al adversario en el terreno de todas sus actividades reales, al mismo tiempo que de todas sus ilusiones: la economía, la producción material. Por tanto, toda crítica de la religión, de la filosofía, de la historia, de la política y del derecho debe basarse, en último análisis, en la crítica más “radical” de todas: la de la economía política4.

En el sistema crítico del marxismo, “la economía política” ocupa, pues, una posición fundamental (¡los burgueses dirían que es la “ciencia fundamental del marxismo!); por consiguiente, para fundamentar teóricamente el marxismo, de ninguna manera se necesita hacer una crítica detallada de la ciencia jurídica y política, de la historiografía y de las otras “ideologías” burguesas, que desemboquen en una nueva ciencia marxista del Derecho y del Estado. Los epígonos de Marx, que se alinean a sí mismos entre los “marxistas ortodoxos”, desvarían completamente cuando experimentan, como Renner en Austria o Cunow en Alemania, la irreprimible necesidad de “completar” la economía política del marxismo con una doctrina social o una sociología marxistas fabricadas con todos sus detalles. El sistema marxista prescinde tan bien de este complemento como de una “filología” o una “matemática” marxistas. El contenido de los sistemas matemáticos está condicionado, a su vez, histórica, social, económica y prácticamente y aquí es significativo que esto suscite hoy muchas menos discusiones que tantos otros dominios, incomparablemente más terrestres, del saber humano; no cabe ninguna duda de que antes, durante y, sobre todo, después de ese derrocamiento inminente del mundo socio-histórico, las matemáticas conocerán también una conmoción “más o menos rápida”. El valor de la concepción materialista de la historia y de la sociedad se extiende, por tanto, hasta las matemáticas. Sin embargo sería ridículo que, apoyándose en su conocimiento profundo de las realidades económicas, históricas y sociales, las cuales determinan también “en última instancia” el desarrollo pasado y futuro de la ciencia matemática, un “marxista” pretendiese, por su parte, estar en disposición de oponer una nueva matemática “marxista” a los sistemas que los matemáticos han construido laboriosamente en el curso de los siglos. No obstante, eso es precisamente lo que han intentado hacer Renner y Cunow, con medios totalmente insuficientes, en algunos otros dominios científicos (en el dominio también secular de la “ciencia jurídica” y en el de una ciencia “burguesa” reciente, ¡la “sociología”!). Eso es también lo que intentan innumerables seudo-marxistas, que se imaginan, por la repetición monótona de su profesión de fe marxista, añadir algo nuevo a los resultados positivos de la investigación histórica, o de la filosofía, o de cualquier otra ciencia de la naturaleza o del espíritu. Jamás un Carlos Marx y un Federico Engels alimentaron ideas tan insensatas y delirantes, ellos que, en más de un dominio científico, dominaban los conocimientos de su tiempo de un modo verdaderamente enciclopédico. Dejaban esto a los Dühring y consortes de ayer y de siempre. Respecto de todas las ciencias que iban más allá de su especialidad económica y las investigaciones filosóficas y sociales que la tocan de cerca, se limitaban estrictamente a una crítica radical, no de sus resultados positivos sino del punto de vista burgués que irradia hasta en estas esferas “espirituales”. Precisamente en la puesta al día de estas radiaciones más tenues es donde dan prueba de un genio sin equivalente en ningún otro sabio, y que no se encuentra sino en ciertos poetas. Para alcanzar esta meta les era indispensable penetrar antes en los métodos y en el objeto de las ciencias consideradas; y es evidente que tales cerebros no podían, en esta ocasión, dejar de hacer ciertos descubrimientos positivos, incluso en los dominios tan alejados de su especialidad sociológico-económica. No obstante, ése no era el fin buscado. Este fin era únicamente expulsar el punto de vista burgués, contra el que luchaban, de sus bases económicas hasta en sus ramificaciones “ideológicas” más refinadas y entablar con él, en sus últimos reductos, el combate de la crítica.

Este examen nos ha permitido reconocer, al mismo tiempo que la unidad interna del sistema de pensamiento de Marx, el significado particular que cada uno de sus elementos recibe dentro del conjunto. A través de la crítica de la ideología tradicional es como Marx ha elaborado su punto de vista “materialista”, el cual le ha mostrado en el factor económico o en “la economía política” el factor fundamental y determinante de la existencia social e histórica del hombre. Después se ha aplicado, en este dominio fundamental, a desarrollar hasta sus últimas consecuencias la crítica de las ideas burguesas tradicionales. En su último período, el combate que mantenía contra la ideología burguesa prosiguió también, en lo esencial, en este dominio; pues es ahí, en el fundamento último de la concepción burguesa de la sociedad, donde tienen la raíz todas las ideologías burguesas. Por el contrario, a partir de entonces ya no se entregó al examen crítico de la ideología en las otras esferas de la existencia social e histórica más que ocasionalmente, en algunos raros escritos de forma extremadamente condensada y acabada, pero de alcance reducido en apariencia.

Esta coherencia interna del sistema de pensamiento de Marx muestra también indirectamente todo lo que hay de absurdo en quejarse, como se hace de una manera tan conmovedora como frecuente, de que Marx no haya dado, al igual que para su “economía política”, una exposición detallada, en una obra especial, de sus concepciones filosóficas, es decir, del punto de vista y del método de su nueva concepción “materialista” de la sociedad y de la historia. De hecho, Carlos Marx nos ha presentado con toda la precisión deseable, en acción, podría decirse, sus ideas “materialistas” y todas sus consecuencias en sus obras, y sobre todo en su obra principal, El Capital; y de este modo nos ha revelado la esencia de su concepción mucho más claramente que hubiese podido hacerlo una exposición teórica. Especialmente, el significado del Capital no se limita en absoluto al dominio de “la economía” exclusivamente. Carlos Marx no sólo ha criticado allí a fondo la economía política de la clase burguesa, sino también todas las otras ideologías burguesas que se derivan de esta ideología económica fundamental. Al mostrar cómo la filosofía y la ciencia burguesas estaban condicionadas por la ideología económica, golpeó al mismo tiempo en el corazón su principio ideológico del modo más decisivo. Frente a “la economía política” de la burguesía, no se contentó con una crítica puramente negativa; sin abandonar nunca del todo el terreno de la crítica, opuso además a esta economía un sistema completo: la economía política de la clase obrera; de la misma manera, al tiempo que refutaba el principio “ideológico” de la filosofía y de la ciencia burguesas, les oponía el nuevo punto de vista y el nuevo método de la concepción “materialista” de la clase obrera sobre la historia y la sociedad, concepción que había elaborado con el concurso de su amigo Federico Engels. En este sentido, se encuentra en el sistema teórico de Carlos Marx una “ciencia”, la ciencia nueva de la economía marxista, como también una “filosofía”, la nueva concepción materialista, que afirma la ligazón de todos los fenómenos históricos y sociales; ahora bien, esto parece contradecir lo que afirmábamos al principio; sin embargo, la contradicción sólo es aparente, y no podíamos impedir que apareciese, pues no se puede decir todo de una vez. Es que, en realidad, cuando hablamos, en la doctrina marxista, de su “economía” o de su “filosofía”, ya no se trata de una ciencia o de una filosofía en el sentido burgués tradicional de estas palabras. Ciertamente, la “doctrina económica del marxismo”, así como su principio general, “la concepción materialista de la historia”, conservan todavía, en parte, algo de análogo con la ciencia y la filosofía burguesas. Aquellas no pueden llevar a cabo la refutación y la superación de estas sin seguir siendo ellas mismas, en cierto modo, ciencia y filosofía. Pero por otro lado, se sitúan ya mucho más allá del horizonte de la ciencia y de la filosofía burguesas. Ocurre aquí como con el Estado: cuando el combate político y social del proletariado le haya permitido conquistar y derrocar el Estado burgués, el régimen conservará todavía, en cierta medida, el carácter de un “Estado” (en el sentido actual de la palabra) y, por otro lado, al no ser más que una transición hacia la sociedad comunista futura, sin clases y, como consecuencia, sin Estado, ya no será completamente un “Estado”, sino ya algo superior.

Esta comparación, así como toda nuestra exposición sobre la esencia de la doctrina de Marx, probablemente sean poco aclaratorias a primera vista para el que no haya penetrado antes en esta doctrina. Se nos pide que presentemos la “concepción materialista de la historia”, y nuestras primeras declaraciones tienen lugar ya completamente en el terreno de esta nueva concepción marxista y, por consiguiente, la presuponen. Sin embargo, consideramos que este camino, por impracticable que parezca al principio, es el único que conduce a una comprensión verdadera del punto de vista nuevo y particular de Carlos Marx. Así Hegel, en su Fenomenología del Espíritu, pide a la conciencia del individuo que se fíe de entrada de él y de su método “dialéctico”, incluso si este método de pensamiento le parece primeramente un intento análogo al de “marchar con los pies arriba y la cabeza abajo”; de la misma manera, el que quiera llegar a una comprensión verdadera del método de Marx, de la “dialéctica materialista”, debe concederle durante algún tiempo una confianza inmediata, en la medida en que sea capaz de hacerlo. Ningún maestro de natación puede enseñar a nadar a alguien que rehúsa entrar en el agua antes de saber nadar. El mismo Carlos Marx, en El Capital y en las otras obras de su madurez, actúa siempre de manera que el punto de vista materialista que estas obras deben servir para desarrollar y profundizar, se encuentra ya sobreentendido. Es el caso de la Crítica de la economía política, pero también de su crítica de toda ciencia y de toda filosofía burguesa, lo que hemos llamado la “crítica de la ideología” en el sentido marxista del término. Y en todos los escritos de Marx, sólo se encuentra un pasaje en el que se haya esforzado en circunscribir explícita y completamente el punto de vista particular que fue el suyo desde mediados de los años 1840. Este pasaje, del que debe ser leía, releída y sopesada cuidadosamente cada palabra si se quiere asimilar verdaderamente el significado de estas pocas frases extremadamente condensadas, se encuentra en el Prólogo de la Crítica de la economía política de 1859. Con la enérgica claridad que caracteriza su estilo, Marx nos da aquí, sobre la marcha de sus estudios de economía política, unas breves “indicaciones” que se refieren primeramente a su especialidad universitaria y a su corta actividad como periodista. Esta le puso en “la obligación embarazosa” de decir lo que pensaba sobre “eso que se llama terrible desgarramiento interior”, romper con el punto de vista que había defendido hasta entonces y que, en esencia, era el del idealismo hegeliano. Su periódico fue prohibido por la censura meses después de que se hubiese convertido en su redactor y cogió “apresuradamente” esta ocasión para dejar la escena pública y “retirarse a su cuarto de estudio” a fin de resolver sus dudas.

“Para resolver las dudas que me asaltan, emprendí un primer trabajo, una revisión crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Publiqué la introducción en los Anales franco-alemanes, publicados en París en 1844. Mis investigaciones desembocaron en el siguiente resultado:

Las relaciones jurídicas, como tampoco las formas de Estado, pueden explicarse por sí mismas, ni por la pretendida evolución general del espíritu humano; bien al contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de la vida que Hegel, a ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII, comprende en su conjunto bajo el nombre de “sociedad civil”; y es en la economía política donde conviene buscar la anatomía de la sociedad civil. Yo había comenzado el estudio de esta ciencia en París y la continuaba en Bruselas, adonde había emigrado como consecuencia de un decreto de expulsión firmado por el Sr. Guizot. He aquí, en pocas palabras, el resultado general al que llegaba y que, una vez conseguido, me sirvió de hilo conductor en mis estudios.

En la producción social de su existencia, los hombres establecen relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado dado del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta un edificio jurídico y político, y a lo que corresponden formas determinadas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, es, por el contrario, su existencia social la que determina su conciencia. En cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en cuyo seno se habían movido hasta entonces, y que no son sino su expresión jurídica. Ayer todavía formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas condiciones se transforman en pesados obstáculos. Entonces comienza una era de revolución social. El cambio en la base económica se acompaña de un derrocamiento más o menos rápido en todo este enorme edificio. Cuando se consideran estas conmociones, hay que distinguir siempre dos órdenes de cosas. Hay la conmoción material de las condiciones de producción económica. Se le debe constatar con el espíritu riguroso de las ciencias naturales. Pero hay también las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosóficas, en pocas palabras, las formas ideológicas, en las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto y lo llevan hasta el final. No se juzga una época de revolución por la conciencia que tiene de sí misma. Más bien, esta conciencia se explicará por las contrariedades de la vida material, por el conflicto que opone las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Jamás expira una sociedad antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; jamás se instalarán relaciones superiores de producción antes de que hayan aparecido las condiciones materiales de su existencia en el seno mismo de la vieja sociedad. Por esta razón la humanidad no se propone nunca más que las tareas que puede llevar a cabo: considerando mejor las cosas, se verá siempre que la tarea surge allí donde las condiciones materiales de su realización están ya formadas, o están en camino de crearse. Reducidos a sus grandes líneas, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno aparecen como épocas progresivas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de la producción. Aquí no se trata de un antagonismo individual; lo entendemos más bien como el producto de las condiciones sociales de la existencia de los individuos; pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales apropiadas para resolver este antagonismo. Con este sistema social, por tanto, es la prehistoria de la sociedad humana la que concluye”.

Estas pocas frases encierran, expresados con toda la claridad y la precisión deseables, el trazado y los elementos de lo que conviene entender por “concepción materialista de la sociedad y de la historia”. Pero de ninguna manera se intenta apoyar estas afirmaciones en una demostración cualquiera; tampoco se señala lo esencial de las consecuencias teóricas y prácticas que conllevan, para permitir al lector que no haya leído las principales obras de Marx captar su significado; finalmente, no se toma ninguna precaución para evitar los errores que estas frases, tanto en el fondo como en la forma, favorecen en cierta medida. Pues para el objetivo inmediato que Marx se proponía en estas breves “indicaciones”, semejantes complementos serían superfluos. Él muestra al lector de qué “hilo conductor” se ha servido en sus investigaciones económicas y sociales. Y Marx no tenía evidentemente más que un solo medio de demostrar teóricamente que su método era “adecuado”: aplicarlo a un dominio dado de la investigación científica, en especial al examen de los hechos “de economía política”. Federico Engels, con un propósito parecido, citaba el proverbio inglés: la prueba del pudding se hace al comérselo5. No es una discusión teórica más o menos confusa la que puede demostrar si un método científico es correcto o no; sólo puede decidir sobre ello la prueba “práctica”, por así decir, de este método. Como Marx subraya expresamente, no se debe buscar en estas frases, tal como se presentan, más que un “hilo conductor” para el estudio de los datos empíricos (es decir, históricos) de la existencia social del hombre. Después, Marx la ha tomado más de una vez con aquellos que querían equivocadamente ver allí más. Pero, naturalmente, detrás de estas frases hay más de lo que expresan inmediatamente. Nosotros no captamos todo su sentido si no vemos en ellas más que el enunciado hipotético de un “principio heurístico”. Contienen lo esencial de lo que Marx ha dicho ya y dirá más tarde, e incluso se encuentra allí aquello que merece, más que ninguna de las pretendidas “filosofías” que ha producido la época burguesa moderna, el título de “visión filosófica” del mundo. En efecto, la separación muy marcada entre la teoría y la praxis que caracteriza precisamente a esta época, y que la filosofía de la Antigüedad y de la Edad Media no había conocido, se ve aquí, por primera vez en nuestros días, completamente remontada; después que Hegel lo hubiese preparado elaborando su método “dialéctico”. Hemos citado más arriba unas palabras de un célebre pasaje del Manifiesto Comunista que concierne al significado de las “concepciones teóricas” en el sistema comunista marxista: “las concepciones teóricas de los comunistas no se basan de ninguna manera en ideas, principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo expresan, en términos generales, las condiciones reales de una lucha de clase que existe, de un movimiento histórico que se desarrolla ante nuestros ojos”. Esa es la antítesis exacta de la ideología burguesa; ésta plantea los principios y los ideales teóricos en su autonomía, esencias ideales que tienen valor en sí, frente a la realidad común, terrestre y material, de manera que el mundo puede ser reformado gracias a la idea que sigue siéndole exterior. Estas palabras de Marx encuentran su justificación más precisa y detallada en las XI Tesis sobre Feuerbach, escritas en 1845 para su “edificación personal”, y que Federico Engels dio a conocer después en un apéndice a uno de sus escritos filosóficos propios (Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888)). Estas XI Tesis del joven Marx contienen mucho más que el “germen genial de la nueva concepción del mundo” que en ellas está depositado, según los términos de Engels. En ellas se encuentra, expresada con un rigor audaz y con una claridad luminosa, toda la concepción filosófica fundamental del marxismo. Bajo estos once golpes sabiamente dirigidos, vemos desmoronarse poco a poco todas las razones que sustentaban la filosofía burguesa. Marx no se detiene un instante en el dualismo ordinario del pensamiento y del ser, de la voluntad y de la acción, dualismo que caracteriza todavía hoy la filosofía vulgar de la época burguesa. Emprende inmediatamente la crítica de los dos grandes grupos de sistemas filosóficos que habían realizado ya, dentro del mundo burgués, una superación aparente de este dualismo: el sistema del “materialismo” que culmina en Feuerbach, por un lado, y el sistema del “idealismo” de Kant-Fichte-Hegel, por otro. Ambos se encuentran desenmascarados en su carácter engañoso; en su lugar surge el nuevo materialismo que disipa de un solo golpe todos los misterios de la teoría, volviendo a poner al hombre, ser pensante y actuante a la vez, en el mundo mismo, y captando entonces la objetividad del mundo entero como el “producto” de “la actividad” del “hombre socializado” (vergesellschafteten). Este giro filosófico decisivo se expresa del modo más conciso y significativo en la Tesis VIII: “Toda vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que arrastran la teoría al misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la inteligencia de esta práctica”.

Si queremos comprender todo lo que hay de verdaderamente nuevo en esta concepción de Marx, debemos tomar conciencia de lo que la distingue, por un lado, del “idealismo”, por el otro, del “materialismo” que la preceden. Mientras que “el idealismo”, incluso en la filosofía hegeliana de la identidad, mantiene siempre de modo bien visible “el más allá” como momento principal, el “materialismo” de Marx se coloca, por su parte, en el terreno de un “acá” plenamente acabado: no sólo todos los “ideales” ético-prácticos sino también todas las “verdades” teóricas son, para Marx, de naturaleza estrictamente terrestre. ¡Que los dioses eternos se cuiden de las verdades divinas y eternas! Todas las verdades con las que nosotros, personas terrestres, hemos tratado siempre y trataremos siempre son de esta misma naturaleza terrestre; por consiguiente, están sometidas, sin ningún privilegio, a la “caducidad” y a todas las otras pretendidas “insuficiencias” de los fenómenos terrestres. Pero, por otro lado, y contrariamente a lo que imaginaba lo más frecuentemente el antiguo “materialismo”, nada en el mundo del hombre es un ser muerto, un juego ciego de fuerzas inconscientes de materia desplazada. Tanto las “verdades” como lo demás. Todas las “verdades” humanas son, antes bien, como el hombre mismo que las piensa, un producto, y un producto humano, a diferencia de lo que se llama los puros “productos de la naturaleza” (que, en tanto que “naturales”, ¡no pueden ser producidos en sentido propio!). Son, en términos más precisos, un producto social, engendrado, al igual que otros productos de la actividad humana, por los esfuerzos colectivos y la división del trabajo, en las condiciones naturales y sociales de producción que entraña una época dada de la historia de la naturaleza y de la historia humana.

Ahora tenemos la clave de toda la “concepción materialista de la sociedad” de Carlos Marx. Todos los fenómenos del mundo real en el que se desarrolla nuestra existencia de seres pensantes y de seres actuantes, o de seres pensantes y actuantes a la vez, se dividen en dos grupos principales: por un lado pertenecemos, nosotros y todo lo que existe, a un mundo que podemos considerar como “la naturaleza”, un mundo “no humano”, totalmente independiente de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad y de nuestra acción. Por otro lado, en tanto que seres capaces de pensamiento, de voluntad y de acción, estamos también en un mundo sobre el que ejercemos una actividad práctica y cuyos efectos prácticos experimentamos; por tanto, un mundo que podemos considerar esencialmente como producto nuestro y del que somos asimismo producto. Sin embargo, estos dos mundos, el mundo natural y el mundo de la práctica histórica y social, no existen separadamente, en realidad sólo forman uno: su unidad proviene de que ambos están envueltos en la existencia pasiva-activa de los seres humanos, los cuales reproducen y desarrollan continuamente, por su actividad colectiva y su pensamiento, en el marco de la división del trabajo, su realidad en su conjunto. Pero el vínculo de estos dos mundos no puede residir más que en la economía, más exactamente, en la “producción material”. Marx lo dice expresamente en una “Introducción general” a su economía crítica6 “esbozada” en 1857, siempre para su edificación personal: la vida teórica y social del hombre se constituye, se renueva y se desarrolla bajo la interacción de múltiples factores y, entre todos estos, el proceso de producción material es el factor que los “enlaza” a todos los unos a los otros y los organiza en una unidad real.

Ludwig Woltmann, antropólogo político, filósofo kantiano y socialista revisionista, distingue, en su obra consagrada al “Materialismo Histórico”7, seis aspectos diferentes del materialismo, todos los cuales deben ser considerados, según él, como partes integrantes del “marxismo como visión del mundo”. Él declara (p. 6):

“El marxismo, como visión del mundo” representa, en sus rasgos generales, el sistema más acabado del materialismo. Comprende:

1. El materialismo dialéctico, que examina los principios gnoseológicos generales que rigen las relaciones del ser y del pensamiento.

2. El materialismo filosófico, que resuelve los problemas de la relación entre el espíritu y la materia en el sentido práctico de la ciencia moderna.

3. El materialismo biológico del evolucionismo naturalista derivado de Darwin.

4. El materialismo geográfico; muestra que la historia cultural del hombre está bajo la dependencia de la configuración geográfica y del medio físico en que la sociedad evoluciona.

5. El materialismo económico, que esclarece la influencia de las relaciones económicas, de las fuerzas productivas y del estado de la técnica sobre el desarrollo social e intelectual. Constituye, con el materialismo geográfico, la concepción materialista de la historia, en sentido restringido.

6. El materialismo ético, que significa la ruptura radical con todas las representaciones religiosas del más allá y vuelve a colocar en la realidad terrestre todos los fines y todas las energías de la vida y de la historia”8.

Se puede muy bien conceder a Woltmann que el marxismo mantiene cierta relación, más o menos inmediata, con todos estos aspectos del materialismo. Pero no los contiene a todos en tanto que elementos necesarios de su esencia. La “concepción materialista de la sociedad y de la historia” de Marx sólo contiene, efectivamente, los dos últimos aspectos del materialismo distinguidos por Woltmann. El materialismo de Marx es ciertamente un materialismo “ético”, en el sentido en que Woltmann toma esta palabra. Por tanto, nada tiene en común con esa actitud ética en la que “el interés privado se considera la meta final del mundo” y que Marx estigmatizaba en un escrito de juventud (La ley sobre los robos de maderas, Obras filosóficas, Ed. Costes, t. V, p. 184) con el nombre de “materialismo depravado”. Esta clase de “materialismo” ético, el marxismo la deja para los representantes de la concepción burguesa del mundo y de esa moral mercantil que glorificaba, aún muy recientemente, un órgano capitalista, en los términos siguientes: “El comerciante que, presa de una falsa timidez ante la ganancia excesiva surgida de una especulación feliz, abandonase voluntariamente una parte de ella, debilitaría por ahí mismo su propia fuerza de resistencia a pérdidas futuras, y su manera de actuar sería económicamente absurda sin ser moral en absoluto” (Deutsche Bergwerkszeitung, editorial del 23-3-1922).

Opuestamente a este “materialismo ético” de la clase capitalista, el “materialismo ético” de la clase obrera significa esencialmente, como señala Woltmann, la ruptura radical con todas las representaciones del más allá; y bajo este término no hay que comprender solamente las representaciones propia, expresa y conscientemente “religiosas”, sino asimismo, y Woltmann, kantiano, no lo ha reconocido suficientemente, todas las representaciones que las han substituido en la filosofía de las luces y, más tarde, en la filosofía idealista crítica: por ejemplo, la idea de una legislación pura de la razón, que se expresa en el imperativo categórico.

Finalmente, se encontrará aquí todavía mucho más, como veremos más de cerca, si se consuma verdaderamente esa ruptura “radical” con “todas” las representaciones del más allá y se vuelve uno “completamente” hacia la realidad terrestre; además de las ideas y los ideales éticos, prácticos, de la religión y de la moral burguesa dualista, pertenecen igualmente al más allá las verdades del conocimiento teórico mientras se crea en la existencia de verdades “en si”, “eternas”, imperecederas e inmutables a las que la ciencia y la filosofía tendrían como misión buscar y que, una vez descubiertas, permanecerían conseguidas bajo una forma definitiva. Todo esto no es más que un sueño, y ni siquiera un sueño bonito, pues una idea inmutable, invariable, ya no sería susceptible de ningún desarrollo. Tales ideas sólo tienen interés para una clase saciada que se siente a gusto y se ve confirmada en la situación presente. No valen nada para una clase que lucha y se esfuerza en progresar y a la que la situación alcanzada deja necesariamente insatisfecha.

En segundo lugar, el materialismo marxista es ciertamente un “materialismo económico”. El vínculo entre la evolución natural y la evolución de la sociedad humana es, para él, el proceso económico concebido como “producción material”, gracias al cual los hombres reproducen y desarrollan continuamente sus medios de existencia y, por tanto, su existencia misma, así como todo su contenido. Respecto de esta “realidad” de importancia primordial, todos los otros fenómenos de la existencia histórica, social y práctica, que comprende asimismo la existencia “espiritual”, aparecen como teniendo, no ciertamente una realidad menor, sino una influencia menor en el desarrollo del conjunto. En el edificio de la vida social no forman, recogiendo una imagen de Marx, más que la super-estructura, mientras que la base de este edificio está formada por “la estructura económica” propia de la sociedad considerada. Sin embargo, el antropólogo Woltmann, situándose en el punto de vista de las “ciencias de la naturaleza” y no en el de las “ciencias sociales”, no tiene razón al añadir que “el materialismo geográfico y el materialismo económico” constituyen solamente “juntos” la “concepción materialista de la historia en el sentido restringido”. Si se quiere distinguir un sentido “estrecho” de un sentido “amplio”, es, según Marx mismo, en sentido estrecho como hay que definir su propio materialismo respecto de lo que ya no es un “materialismo” sino en sentido amplio, es decir, que hay que distinguir el materialismo marxista, concepción materialista de la existencia “socio-histórica”, del materialismo “naturalista” que Marx y Engels denunciaban9. El factor geográfico, así como el factor biológico y todos los otros factores “naturales” que pueden influir en el desarrollo histórico de la sociedad quedan, por tanto, fuera de la “concepción materialista de la historia en sentido estricto”. Esta verdad, obscurecida por Woltmann y muchos otros que han hablado de la concepción materialista de la historia de Marx, debe imponerse a quienquiera se moleste en penetrar libremente en los escritos de Marx. Al igual que Hegel, Herder y buen número de otros filósofos, historiadores, poetas y sociólogos de los siglos XVIII, XIX Y XX, Carlos Marx considera capital la influencia de los factores naturales, físicos u otros sobre el desarrollo de la sociedad. Esta no es, evidentemente, a sus ojos algo exterior o superior a la “naturaleza”; por ejemplo, al final de la Introducción general a la Crítica de la economía política, encontramos, en la enumeración de los puntos que se propone tratar más tarde, el reconocimiento explícito de este sentido amplio del concepto de naturaleza: “aquí la palabra naturaleza designa todo lo que es objetivo, incluida la sociedad” (Ed. de la Pléiade, p. 266). Y observa expresamente: “Naturalmente, el punto de partida son los factores naturales; subjetiva y objetivamente. Pueblos, razas, etc.” (p. 265). Más tarde indicó en numerosos pasajes, muy esclarecedores, de El Capital, estas determinaciones “naturales” del desarrollo económico y social. La correspondencia con Engels atestigua el valor que Marx atribuía a estos datos de las “ciencias de la naturaleza”, que cimientan y completan su materialismo socio-histórico. He aquí, por ejemplo, por no citar más que una frase muy corta, su observación muy significativa sobre la “selección natural” de Darwin, en la carta del 19 de diciembre de 1860: “A pesar de su pesadez muy inglesa, este libro contiene todos los elementos de historia natural susceptibles de fundamentar nuestras ideas”. No obstante, nada de todo esto nos autoriza a considerar la concepción materialista de la historia y de la sociedad como la simple y directa aplicación de los principios de la investigación científica al curso de los acontecimientos históricos y sociales; eso sería cometer una equivocación grosera acerca de las ideas e intenciones de Marx y también de Engels por cuanto, sobre este punto, dábamos por hecha su concordancia de puntos de vista. Los fundadores del comunismo materialista, formados en la escuela de Hegel, no podían caer en opiniones tan superficiales. El conjunto de las condiciones naturales, en su estado considerado y en “la historia natural” de su evolución, ejerce, según ellos, una influencia mediata de primera importancia sobre el desarrollo histórico de la sociedad, pero esta influencia sigue siendo, a pesar de todo, mediata. Los factores naturales, tales como el clima, la raza, las riquezas naturales y otras más, no intervienen directamente en el desarrollo histórico-social; condicionan solamente, según cada región, el grado de desarrollo alcanzado por “las fuerzas materiales de producción”, al que corresponden, a su vez, relaciones sociales determinadas: las “relaciones materiales de producción”. Únicamente estas constituyen, en tanto que “estructura económica de la sociedad”, la “base real” que condiciona el conjunto de la vida social, comprendidas sus funciones “espirituales”. Pero Marx separa siempre muy cuidadosamente estos diversos elementos. Incluso cuando una de sus observaciones parece apuntar a la vida natural del hombre en sus relaciones con la naturaleza, si se mira mejor, se trata en todos los casos de la vida histórica y social; ésta se desarrolla, sobre esta base natural que la condiciona y a la que ella influencia a su vez, siguiendo sus propias leyes socio-históricas, y no las simples “leyes naturales” como tales. Un pasaje del libro primero de El Capital, donde aún se trata de Darwin, ilustra especialmente este apego indefectible de Marx a su punto de vista social y a su objeto social. Helo aquí: “Darwin ha atraído la atención sobre la historia de la tecnología natural, es decir, sobre la formación de los órganos de las plantas y de los animales considerados como medios de producción para su vida. La historia de los órganos productivos del hombre social, base material de toda organización social, ¿no sería digna de semejantes investigaciones? ¿Y no sería más fácil llevar a buen fin esta empresa, puesto que, como dice Vico, la historia del hombre se distingue de la historia de la naturaleza en que nosotros hemos hecho aquélla y no ésta? La tecnología pone al descubierto el modo de acción del hombre respecto de la naturaleza, el proceso de producción de su vida material y, por consiguiente, el origen de las relaciones sociales y de las ideas o concepciones intelectuales que se derivan de aquel” (Ed. de la Pléiade, I, p. 915). De este modo, incluso la “tecnología”, es decir, el estudio de la naturaleza, no en sí misma, sino tal como se ofrece a la actividad humana como su objeto y su material, al elucidar el proceso de producción natural de la vida humana, pone al descubierto “igualmente” el proceso de producción de la vida social. Sin embargo, como lo dice aún más explícitamente la Introducción general de 1857, ya mencionada: “la economía política” no es asimilada por ello a la “tecnología”, aquella sigue siendo la ciencia de un “asunto social”10.

En último análisis, los errores de Woltmann y, al parecer, casi todos los que se han cometido hasta ahora concernientes a la concepción materialista de la historia y de la sociedad de Marx, tienen una sola y única razón: una puesta en práctica todavía insuficiente del principio de “la inmanencia” (“Diesseitigkeit”). Todo el “materialismo” de Marx, para dar la fórmula más concentrada de él, es precisamente la aplicación, hasta sus últimas consecuencias, de este principio a la existencia socio-histórica del hombre. Y si el término de “materialismo”, excesivamente equívoco, por otro lado, merece aún designar la concepción marxista, es únicamente porque expresa, del modo más claro, este carácter “absolutamente” inmanente del pensamiento de Marx. Expresa este significado único y fundamental del marxismo en cuanto es posible hacerlo con una sola palabra.

Como hemos visto, todo materialismo tiene su raíz en la crítica de la religión. La socialdemocracia alemana, al considerar en sus programas la religión como un “asunto privado”, en lugar de constreñir a sus partidarios a manifestar expresamente su “irreligiosidad”, entraba ya en conflicto abierto con este principio marxista fundamental. Para el dialéctico materialista, la religión, como cualquier otra ideología, no puede ser en ningún caso un “asunto privado”. Por el contrario, si no reculamos ante una paradoja, podemos presentar las cosas del modo siguiente: la irreligiosidad, la crítica de la religión en general, y no la crítica ya realizada desde el punto de vista burgués, de tal o cual religión en sus pretensiones exclusivas a la dominación, revisten para el revolucionario materialista el mismo significado que la religión para el creyente mismo. Se trata aquí de un “problema materialista de transición” parecido al que hemos elucidado más arriba a propósito del “Estado”, de la “ciencia” y de la “filosofía”. Por cuanto se trata aquí de un proceso intelectual que se desarrolla en el cerebro humano, que precede, acompaña y sigue al derrocamiento de las condiciones sociales de producción, que fundamenta todo lo demás, la empresa de criticar, combatir y vencer a la religión conserva inevitablemente, sobre todo en este último carácter, la forma de una “religión” en cierto sentido. En este sentido, cuando se caracteriza al socialismo o al comunismo como la “religión del aquí abajo” (Diesseitigkeit), esta fórmula, simple manera de hablar muy frecuentemente, reviste en realidad, todavía y sobre todo en el estadio actual, un significado profundo. La “religión del aquí abajo”, primera etapa, aún muy insuficiente, en el camino de una conciencia plenamente terrestre (diesseitigen) del mundo en la sociedad comunista, corresponde de hecho al Estado de la “dictadura revolucionaria del proletariado”, en el período de transformación revolucionaria de la sociedad capitalista en sociedad comunista.

Una irreligiosidad radical, un ateísmo activo, se presentan, pues, como la condición preliminar natural de un pensamiento y de una actividad plenamente terrestre en el sentido del materialismo marxista. Sin embargo, esta plena inmanencia no resulta todavía de la simple victoria sobre las representaciones religiosas del más allá. Queda un “más allá” en el seno mismo del “aquí abajo” mientras se crea en el valor intemporal y, por tanto, supra-terrestre, de cualesquiera “ideas” teóricas o prácticas. E incluso cuando el pensamiento ha franqueado esta etapa, puede todavía suceder que le falte esa inmanencia específica y, a fin de cuentas, única real que, según Marx, no reside en ninguna otra parte más que en la “praxis” humana (Tesis II sobre Feuerbach). La realización verdadera de “la inmanencia” en la concepción materialista de la historia y de la sociedad de Carlos Marx no es posible, pues, más que por la superación de este último “más allá” que, como residuo intacto de la época dualista burguesa, limita todavía el materialismo simplemente “naturalista” o “contemplativo” (anschauenden). El nuevo materialismo marxista llega a la realización definitiva y capital de su inmanencia oponiendo la realidad de “la existencia práctica, social e histórica del hombre” a la realidad considerada como pura “naturaleza”, en el sentido estricto del término. Como testimonian todavía el libro de Woltmann y cien otros, y sobre todo la evolución histórica de los partidos socialistas o semi-socialistas de Europa y de América en sus diversas tendencias, el materialismo esencialmente naturalista e intuitivo es totalmente incapaz de aportar, según su punto de vista, una solución “materialista” al problema de la revolución social: la idea de una revolución que debe realizarse en el mundo real gracias a una actividad humana real, no tiene ya para él ninguna “objetividad” material. Un materialismo semejante, para el que la objetividad de la actividad humana práctica sigue siendo, en última instancia, un “más allá” inmaterial, no puede consiguientemente adoptar más que dos actitudes respecto de realidades “materiales prácticas” como la revolución: o bien abandona, como dice Marx en la primera de las Tesis sobre Feuerbach, “el desarrollo del aspecto activo al idealismo”; es la vía que han elegido y eligen todavía todos los marxistas-kantianos, revisionistas y reformistas. O bien toma el camino que tomaron la mayoría de los socialdemócratas alemanes hasta la guerra, y que se ha convertido hoy, después del paso de la socialdemocracia al reformismo abierto, en la posición característica de los “marxistas centristas”: considera el declive de la sociedad capitalista y el advenimiento de la sociedad socialista-comunista como una necesidad económica, “que se realiza por sí sola”, tarde o temprano, según la necesidad de las leyes naturales. Esta vía tiene todas las probabilidades de llevar después a fenómenos “extra-económicos” que parecen caer del cielo y que permanecen propiamente como inexplicables, tales la guerra mundial de 1914-1918 que, en primer lugar, quedó sin explotar para la liberación del proletariado. Muy al contrario, como Carlos Marx y Federico Engels han repetido sin cesar en todas sus obras y en todos sus períodos, a despecho de toda teoría de las “dos almas” (Zweiseelentheorie)11, únicamente puede conducir de la sociedad capitalista a la sociedad comunista una revolución que debe realizar la actividad humana práctica; y esta revolución no debe ser concebida como una mutación “intemporal”, sino más bien como un largo período de luchas revolucionarias en que la dictadura revolucionaria del proletariado debe realizar la transición de la sociedad capitalista a la sociedad comunista (Marx, Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán, 1875). Pues, según el principio general que Marx había formulado treinta años antes, con una concisión totalmente clásica, en la Tesis III sobre Feuerbach, primer esbozo de su nueva concepción materialista: “La coincidencia del cambio del medio y de la actividad humana no puede ser concebida y comprendida racionalmente más que en tanto que praxis revolucionaria”.

(marzo de 1922)

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3 Ver Manifiesto Comunista, cap. II: Proletarios y Comunistas.

4 Las citas de las frases precedentes están tomadas del artículo Debates sobre la ley para la represión de los robos de madera, en la Correspondencia Marx-Ruge-Feuerbach-Bakunin, y de la Crítica del Derecho de Hegel (Nachlass, t. I, Obras filosóficas, Ed. Costes, t. I y t. V).

5 Ver Engels, Introducción a la edición inglesa de Socialismo utópico y socialismo científico, 1892 (Ed. Sociales, p. 20).

6 Esta “Introducción”, que nos da el esbozo más profundo sobre las premisas de las investigaciones de Marx, apareció por primera vez en la Neue Zeit, XXI, t. I, p. 710 (Ver Marx, Ed. de la Pléiade, p. 235).

7 H. Michels Verlag, Düsseldorf, 1900. Entre los trabajos en lengua alemana sobre los fundamentos filosóficos del marxismo, éste es con mucho el mejor hasta hoy, a pesar de la posición errónea que criticamos.

8 Es sorprendente que Woltmann, en el párrafo 1, presente el simple “examen” de las relaciones del ser y del pensamiento como siendo ya un “materialismo” (¡el materialismo dialéctico!). Habría debido decir, más o menos: el materialismo dialéctico (o la dialéctica materialista), que, contrariamente al idealismo dialéctico (o la dialéctica idealista) de Hegel, concibe el pensamiento y el ser como los momentos de una unidad en la que no es el pensamiento el que determina el ser, sino el ser el que determina el pensamiento. Si Woltmann evita aquí tomar una posición precisa, ello obedece a su actitud gnoseológica kantiana que nosotros discutimos.

9 Ver en el último capítulo de la Introducción general a la Crítica de la Economía política el párrafo 4, que es característico (Ed. de la Pléiade, p. 264). En el Capital, Marx habla de manera más precisa de la insuficiencia del “materialismo abstracto de las ciencias naturales”, que no tiene en cuenta el “desarrollo histórico”; a este método, él opone “el único método materialista, por consiguiente, científico”, aquel que no se contenta con llevar, a través del análisis, las formas y el contenido de los fenómenos “sociales” y “espirituales” de la existencia histórica a su “núcleo terrestre”, sino que muestra también, por vía inversa, su desarrollo a partir de las “condiciones reales” de la vida” (El Capital, Ed. de la Pléiade, p. 915).

10 El término “Subjekt” es tomado aquí en el sentido del francés “sujet”, es decir, en el sentido del término alemán “objekt”, y no en el sentido actual del alemán “Subjekt”. (En español, asunto, N. d. T.)

11 Ver Goethe, Fausto, I: “Zwei Seelen wohnen, ach! In meiner Brust…” (N.D.T.)


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