Helmut Wagner
El anarquismo y la Revolución española
Índice
La organización económica de la revolución
La cuestión de la organización política y económica
de la revolución no puede abordarse de forma separada. Los anarquistas,
que negaban la necesidad de una organización política,
no podían dar una solución adecuada al problema de la
organización económica. Cuestiones como la coordinación
del trabajo en las distintas fábricas con la circulación
de las mercancías, son problemas interrelacionados que tienen
que ver con la formación del poder político de los trabajadores.
El poder de los trabajadores en las fábricas no se puede mantener
sin la construcción de un poder político laboral, y este
último no se puede mantener como poder laboral si no tiene sus
raíces en la organización de los consejos de fábrica.
Así pues, una vez demostrada la necesidad de construir un poder
político, la cuestión que se nos presenta es la forma
del poder proletario, cómo articula la sociedad y cómo
se fundamenta en las fábricas.
Supongamos que los obreros de las principales áreas industriales,
por ejemplo, en Europa, hayan conseguido el poder y aplastado en gran
parte el poder militar de la burguesía. Entonces la mayor amenaza
externa para la revolución habría sido eliminada. Pero,
¿cómo hacen frente los trabajadores, en tanto propietarios
colectivos de las fábricas, a la satisfacción de las necesidades
sociales? Para este fin se necesitan materias primas. Pero, ¿de
dónde provienen? Y una vez realizados los productos, ¿a
dónde se enviarían?, ¿quién los necesita?.
Ninguno de estos problemas se puede resolver si cada fábrica
trabaja por su cuenta. Las materias primas para las fábricas
llegan de todas partes del mundo y los productos resultantes se consumen
en todo el mundo. ¿Cómo saben los trabajadores dónde
obtener materias primas?¿Cómo encontrar consumidores para
sus productos? Los productos no pueden fabricarse al azar. Los trabajadores
no pueden suministrar materias primas y productos si no saben que van
a ser utilizados adecuadamente. Si la vida económica no se va
a derrumbar inmediatamente, entonces hay que encontrar la manera de
organizar el movimiento de los bienes producidos.
Aquí estriba la dificultad. En el capitalismo, esta tarea se
lleva a cabo por el mercado, mediante el dinero. En el mercado, los
capitalistas, en tanto propietarios de los productos, se enfrentan unos
a otros; ahí se determinan las necesidades de la sociedad. El
dinero es la medida de esas necesidades. Los precios expresan el valor
aproximado de los productos. En el comunismo, esas formas económicas
que nacen y se circunscriben a la propiedad privada desaparecerán.
Aquí se plantea una cuestión: ¿cómo
establecer, determinar, las necesidades sociales en el comunismo?
Sabemos que el libre mercado puede cumplir su cometido solamente de
una manera muy limitada. Las necesidades que mide el mercado no están
determinadas por las necesidades reales de la gente, sino por el poder
adquisitivo de los propietarios y por la suma de los salarios que reciben
los trabajadores. En el comunismo, se satisfarán las necesidades
reales de las masas y no solamente aquellas que dependen del contenido
de sus bolsillos.
Está claro que las necesidades reales de las masas no pueden
establecerse por medio de un aparato burocrático cualquiera,
sino por los trabajadores mismos. La primera cuestión que se
nos presenta no es si los trabajadores son capaces de hacerlo, sino
quién dispone de los productos de la sociedad. Si se permite
a un aparato burocrático determinar las necesidades de las masas,
entonces se habrá creado un nuevo instrumento de poder sobre
la clase obrera. Por tanto, es fundamental que los trabajadores se unan
en cooperativas de consumidores y, en consecuencia, creen el organismo
que se haga eco de sus necesidades. Lo mismo puede decirse de las fábricas.
Los trabajadores unidos en las organizaciones de fábrica establecerán
la cantidad de materias primas que necesitan para los bienes que tienen
que producir. Sólo hay un medio de establecer las necesidades
reales de las masas en el comunismo: la organización de productores
y consumidores, o sea, la organización de los trabajadores en
organizaciones de fábrica y de cooperativas de consumidores.
No es suficiente que los trabajadores sepan lo que necesitan para
su subsistencia y que las fábricas sepan la cantidad necesaria
de materias primas. Las fábricas intercambian sus productos y
los someten a transformaciones que siguen diferentes fases, a través
de distintas fábricas, hasta que entran en la esfera del consumo.
Para hacer posible este proceso, no solamente hay que establecer las
cantidades, sino administrarlas. Así llegamos al segundo
mecanismo que debe reemplazar al libre mercado; es decir, la contabilidad
social general. Esta contabilidad debe contemplar los informes
emanados de las distintas fábricas y cooperativas de consumidores
de forma precisa, de manera que ofrezca una clara visión de las
necesidades y las posibilidades de satisfacerlas por la sociedad.
Si la constitución de esta contabilidad central no se realiza,
entonces la producción total derivaría hacia el caos,
puesto que habrán sido abolidos la propiedad privada de los medios
de producción y el libre mercado. El libre mercado no se puede
abolir antes de organizar la producción y la distribución
de los bienes por las cooperativas de productores y consumidores y de
que se haya puesto en marcha la contabilidad central.
Rusia demostró cómo se mantuvo el "libre mercado"
a pesar de todas las medidas dictadas por los bolcheviques para su supresión,
porque los organismos que se suponía que tenían que reemplazarlo
no funcionaron. En España, la incapacidad de las organizaciones
para constituir una producción comunista queda claramente demostrada
por la existencia del libre mercado. La vieja forma de propiedad
ha cambiado ahora de cara. En vez de la propiedad personal de los medios
de producción, los sindicatos han asumido el papel de los
antiguos propietarios de una manera ligeramente modificada. La
forma ha cambiado, pero el sistema permanece. La propiedad no ha sido
abolida. El trueque de bienes no ha desaparecido. Ese es el gran peligro
que amenaza a la revolución española desde su interior.
La principal tarea de los trabajadores es encontrar una nueva forma
de distribución de bienes. Si mantienen las formas actuales,
abrirían las puertas a la plena restauración del capitalismo.
En caso de que los trabajadores consigan una distribución centralizada
de los productos, entonces tendrán como tarea mantener bajo su
control ese aparato central. Ese aparato que ha sido creado solamente
con fines estadísticos y de registro, ofrece la posibilidad de
apropiarse de las funciones del poder y constituir por sí mismo
un instrumento de poder que se puede utilizar contra los trabajadores.
Ese proceso sería el primer paso en la dirección del capitalismo
de Estado.
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