Anton PANNEKOEK
Teoría marxista y táctica revolucionaria

Índice

3. La organización

En nuestro artículo en el Leipziger Volkszeitung, mantuvimos que Kautsky había tomado sin justificación nuestro énfasis en la importancia esencial del espíritu de organización como si significase que consideramos la organización misma innecesaria. Lo que nosotros habíamos dicho era que, independientemente de todos los ataques a las formas externas de asociación, las masas en las que habita este espíritu se reagruparán siempre en nuevas organizaciones; y si, en contraste con la visión expresada en el Congreso del Partido de Dresde en 1903, Kautsky espera ahora que el Estado se abstenga de atacar a las organizaciones obreras, este optimismo sólo puede estar basado en el espíritu de organización que él tanto desdeña.

El espíritu de organización es, de hecho, el solo principio activo que dota de vida y energía al armazón de la organización. Pero este alma inmortal no puede flotar etéreamente en el reino celeste como la teología cristiana; recrea continuamente una forma organizativa para sí mismo, porque agrupa a los hombres en los que vive para el propósito de la acción colectiva, organizada. Este espíritu no es algo abstracto o imaginario, en contraste con la forma prevaleciente de asociación, la organización "concreta", pero es justo tan concreto y real como la última. Entrelaza a las personas individuales que componen la organización más estrechamente juntas de lo que pueden cualesquiera normas o estatutos, de modo que ya no se esparzan como átomos dispares cuando la atadura externa de normas y estatutos se corte. Si las organizaciones son capaces de desarrollar y asumir la acción como cuerpos poderosos, estables, unidos; si ni batalla de adhesión ni disolución del compromiso, ni lucha ni derrota, pueden quebrar su solidaridad; si todos sus miembros ven como la cosa más natural del mundo poner el interés común antes que su propio interés individual, no lo hacen así debido a los derechos y obligaciones que los estatutos traen consigo, ni debido al poder mágico de los fondos de la organización o de su constitución democrática: la razón de todo esto descansa en el sentido de organización del proletariado, en la profunda transformación a la que ha sido sometido su carácter.

Lo que Kautsky tiene que decir sobre los poderes que la organización tiene a su disposición está todo muy bien: la calidad de los brazos que el proletariado forja para sí mismo le proporciona la confianza en sí mismo y un sentido de sus propias capacidades, y no hay ningún desacuerdo entre nosotros acerca de la necesidad de los obreros de equiparse tan bien como sea posible con poderosas asociaciones centralizadas que tengan fondos adecuados a su disposición. Pero la virtud de esta maquinaria es dependiente de la prontitud de los miembros a sacrificarse, de su disciplina dentro de la organización, de su solidaridad hacia sus camaradas, en resumen, del hecho de que se hayan convertido en personas completamente diferentes de los antiguos pequeñoburgueses y campesinos individualistas. Si Kautsky ve este nuevo carácter, este espíritu de organisation, como un producto de la organización, entonces, en primer lugar, no hay necesidad de ningún conflicto entre esta visión y la nuestra propia, y, en segundo lugar, esto es solamente correcto a medias; pues esta transformación de la naturaleza humana en el proletariado es primariamente el efecto de las condiciones bajo las que los obreros viven, adiestrados como están para actuar colectivamente mediante la experiencia compartida de la explotación en la misma fábrica, y secundariamente un producto de la lucha de clases, es decir, de la acción militante por parte de la organización; sería difícil de sostener que tales actividades como elegir comités y contar cuotas realicen mucha contribución a este respeto.

Se vuelve claro inmediatamente lo que constituye la esencia de la organización proletaria si consideramos exactamente lo que distingue un sindicato de un club de juego, una sociedad para la prevención de la crueldad a los animales o una asociación de empresarios. Kautsky evidentemente no lo hace así, y no ve ninguna diferencia de principios entre ellas; por eso sitúa a la par las "asociaciones amarillas”, a las que los empresarios compelen a unirse a sus obreros, con las organizaciones del proletariado militante. No reconoce la significación de la organización proletaria para la transformación del mundo. Se siente capaz de acusarnos de desdén por la organización: en realidad, la valora mucho menos que nosotros. Lo que distingue a las organizaciones obreras de todas las demás es el desarrollo de la solidaridad dentro de ellas como la base de su poder, la subordinación total del individuo a la comunidad, la esencia de una nueva humanidad aún en proceso de formación. La organización proletaria lleva la unidad a las masas, previamente fragmentadas e impotentes, moldeándolas en una entidad con un propósito consciente y con poder por derecho propio. Pone los fundamentos de una humanidad que se gobierna a sí misma, decide su propio destino, y como primer paso en esa dirección, expulsa la opresión ajena. En ella crece el único instrumento que puede abolir la hegemonía de clase de la explotación; el desarrollo de la organización proletaria significa en sí mismo la repudiación de todas las funciones de la dominación de clase; representa el orden autocreado del pueblo, y luchará de modo implacable para repeler y poner fin a la intervención brutal y a los esfuerzos despóticos de represión que emprende la minoría dominante. Es dentro de la organización proletaria donde crece la nueva humanidad, una humanidad que ahora se desarrolla por primera vez en la historia del mundo como una entidad coherente; la producción está desarrollandose como una economía mundial unificada y el sentido de pertenecencia recíproca está creciendo simultáneamente entre los hombres, las firmes solidaridad y fraternidad que los ligan juntos como un organismo gobernado por una sola voluntad.

Hasta donde concierne a Kautsky, la organización consiste solamente en la asociación o sociedad "real, concreta", formada por los obreros para cierta meta práctica de sus propios intereses y mantenida unida sólo por las ataduras externas de normas y estatutos, justo como una asociación de empresarios o una sociedad de ayuda mutua de especieros. Si esta atadura externa se rompe, todo se fragmenta en otros tantos individuos aislados y la organización desaparece. Es entendible que una concepción de este tipo lleve a Kautsky a pintar los peligros externos que amenazan a la organización en tales colores sombrios, y a advertir tan enérgicamente contra “los ensayos de poder” imprudentes que traen sucesivamente la desmoralización, la deserción masiva y el derrumbe de la organización. A este nivel de generalización no puede haber ninguna objeción a sus advertencias: nadie quiere ensayos imprudentes de poder. Ni son las consecuencias infortunadas de una derrota una fantasía de su parte; corresponden a la experiencia de un movimiento obrero joven. Cuando los obreros descubren primero la organización, esperan grandes cosas de ella, y entran en batalla llenos de entusiasmo; pero si la contienda está perdida, a menudo le vuelven la espalda a la organización en desaliento y descorazonamiento, porque sólo la consideran desde la perspectiva directa, práctica, como una asociación que proporciona beneficios inmediatos, y el nuevo espíritu tiene todavía que echar raíces firmes en ellos. ¡Pero qué cuadro diferente nos da la bienvenida en el movimiento obrero maduro, que está poniendo su estampa siempre más inequívocamente en los países más avanzados! Una y otra vez vemos con qué tenacidad los obreros se adhieren a sus organizaciones, como ninguna derrota ni el terrorismo más vicioso de las clases altas puede inducirles a abandonar la organización. Ellos no ven en la organización meramente una sociedad formada para propósitos de conveniencia, sienten más bien que es su único poder, su único recurso, que sin la organización ellos son impotentes y están indefensos, y esta conciencia gobierna toda su acción tan despóticamente como un instinto de autoconservación.

Esto no es todavía cierto en todos los obreros, por supuesto, pero es la dirección en la que se están desarrollando; este nuevo carácter está volviendo cada vez más fuerte en el proletariado. Y los peligros pintaros tan oscuros por Kautsky están, por lo tanto, volviéndose de importancia cada vez menor. Ciertamente, la lucha tiene sus peligros, pero es no obstante el elemento de la organización, es el único ambiente en que puede crecer y desarrollar su fuerza interior. No conocemos ninguna estrategia que pueda traer sólo victorias y ninguna derrota; como quiera de cautos podamos ser; los retrocesos y derrotas sólo pueden evitarse completamente dejando el campo sin luchar, y ésto sería en la mayoría de los casos peor que una derrota. Debemos estar preparados para que nuestros avances sean detenidos con muchísima frecuencia por la derrota, sin manera alguna de evitar la batalla. Cuando dirigentes bienintencionados se expresan sobre las serias consecuencias de la derrota, los obreros pueden, por consiguiente, replicar: “¿Piensas que nosotros, por quienes la organización se ha convertido en carne y sangre, que sabemos y sentimos que la organización es más para nosotros que nuestras mismas vidas --pues representa la vida y el futuro de nuestra clase--, que simplemente debido a una derrota perderemos inmediatamente la confianza en la organización y nos descaminaremos? Ciertamente, una sección entera de las masas que nos inundaron en el ataque y la victoria será arrastrada lejos de nuevo cuando suframos un revés; pero esto sólo significa que podemos contar con apoyo más amplio para nuestras acciones que la falange firmemente creciente de nuestros resueltos batallones de combate.”

Este contraste entre las visiones de Kautsky y las nuestras propias también deja claro cómo es que diferimos tan agudamente en nuestra evaluación de la organización, aunque compartamos la misma matriz teórica. Es simplemente que nuestras perspectivas corresponden a diferentes fases en el desarrollo de la organización, las de Kautsky a la organización en su primera floración, las nuestras a un nivel más maduro de desarrollo. Esto es por lo que él considera que la forma externa de la organización es lo que es esencial, y cree que toda la organización está perdida si esta forma sufre. Esto es por lo que toma la transformación del carácter proletario como la consecuencia de la organización, en lugar de como su esencia. Esto es por lo que ve el efecto caracteriológico principal de la organización sobre el obrero en la confianza y el autodominio traidos por los recursos materiales de la colectividad --en otras palabras, los fondos--. Esto es por lo que él advierte que los obreros volverán sus espaldas a la organización por desmoralización si sufre una derrota mayor. Todo esto corresponde a la concepción que uno derivará de observar la organización en sus fases iniciales de desarrollo. Los argumentos que él expone contra nosotros disponen, por consiguiente, de una base en la realidad; pero nosotros afirmamos una justificación mayor para nuestra perspectiva en que pertenece a la nueva realidad que se despliega irresistiblemente --¡y no dejemos que se nos olvide que Alemania solamente ha tenido poderosas organizaciones proletarias durante una década!--. Esto, por tanto, refleja los sentimientos de la joven generación de obreros que ha evolucionado durante los últimos diez años. Las viejas ideas todavía se aplican, por supuesto, pero en una medida decreciente; las concepciones de Kautsky expresan los momentos primitivos, inmaduros de la organización, una fuerza con la que contar todavía, pero inhibidora, retardante. Se revelará por la práctica qué relación mantienen estas diferentes fuerzas entre sí, en las decisiones y actos mediante los cuales las masas proletarias muestren de lo que se consideran capaces.

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