Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista

Índice

VII - [Las últimas barreras del capital: los gobiernos socialistas o de los sindicatos]

La transición del capitalismo al comunismo no procederá de acuerdo con un esquema simple de conquista del poder político, introducción del sistema de consejos y luego abolición del comercio privado, aun cuando esto represente el amplio contorno de su desarrollo. Eso sólo sería posible si uno pudiera emprender la reconstrucción en una especie de vacío. Pero fuera del capitalismo se han desarrollado formas de producción y de organización que tienen firmes raíces en la conciencia de las masas, y que sólo pueden ser derrocadas en un proceso de revolución política y económica. Ya hemos mencionado las formas agrarias de producción, que tendrán que seguir un curso particular de desarrollo. Han brotado en la clase obrera bajo el capitalismo formas de organización, diferentes en sus particularidades de un país a otro, que representan una fuerza poderosa que no puede ser inmediatamente abolida, y que jugará así un papel importante en el curso de la revolución.

Esto se aplica en primera instancia a los partidos políticos. El papel de la socialdemocracia en la crisis presente del capitalismo se conoce suficientemente bien, pero en Europa Central ha agotado prácticamente su energía. Incluso sus secciones más radicales, como el USP en Alemania, ejercen una influencia nociva, no sólo dividiendo al proletariado sino, sobre todo, confundiendo a las masas y retrayéndolas de la acción con sus nociones socialdemócratas de dirigentes políticos que dirigen el destino del pueblo a través de sus actos y relaciones. Y si el Partido Comunista se constituye en partido parlamentario que, en lugar de intentar afirmar la dictadura de la clase, intenta establecer la del partido --es decir, la de la jefatura del partido-- entonces también puede convertirse en un estorbo para el desarrollo. La actitud del Partido Comunista de Alemania durante el movimiento revolucionario de marzo, cuando anunció que el proletariado no estaba todavía maduro para la dictadura y que se encontraria, por consiguiente, con un «gobierno genuinamente socialista» que podría formarse como una «oposición leal», refrena en otros términos al proletariado de empeñarse en la lucha revolucionaria más feroz contra tal gobierno, y fue ella misma criticada desde muchos sectores.[*3]

Un gobierno de los jefes del partido socialista puede surgir en el curso de la revolución como una forma de transición; esto estará expresando un equilibrio temporal entre las fuerzas revolucionarias y las burguesas, y tenderá a congelar y perpetuar el equilibrio temporal entre la destrucción de lo viejo y el desarrollo de lo nuevo. Sería algo así como una versión más radical del régimen de Ebert-Haase-Dittmann [9]; y su base muestra lo que puede esperarse de él: un equilibrio aparente entre las clases hostiles, pero bajo la preponderancia de la burguesía, una mezcla de democracia parlamentaria y un tipo de sistema de consejos para los obreros, la socialización sujeta al veto del imperialismo de los poderes de la Entente con el mantenimiento de los beneficios del capital, intentos futiles para prevenir el choque violento de las clases. Son siempre los obreros los que reciben los golpes en tales circunstancias. Un régimen de esta clase no sólo no puede lograr nada en lo que se refiere a la reconstrucción, incluso tampoco lo intenta, dado que su único objetivo es detener la revolución en el medio curso. Puesto que intenta, a la vez, impedir la desintegración ulterior del capitalismo y también el desarrollo pleno del poder político del proletariado, sus efectos son directamente contrarrevolucionarios. Los comunistas no tienen otra elección que luchar contra tales regímenes de la manera más intransigente.

Así como en Alemania el Partido Socialdemócrata era anteriormente la organización dirigente del proletariado, así en Inglaterra lo era el movimiento sindicalista que, en el curso de casi un siglo de historia, ha sofocado las raíces más profundas de la clase obrera. Ha sido durante mucho tiempo el ideal para la clase obrera, por parte de los dirigentes sindicalistas más jóvenes --Robert Smillie es un ejemplo típico--, gobernar la sociedad por medio de la organización sindical. Incluso los sindicalistas revolucionarios y los portavoces del IWW en América, aunque afiliados a la Tercera Internacional, imaginan la dominación futura del proletariado principalmente siguiendo estas líneas. Los sindicalistas radicales no ven el sistema de soviets como la forma más pura de la dictadura proletaria, sino como un régimen de políticos e intelectuales construido sobre la base de las organizaciones de la clase obrera. Por otro lado, ven el movimiento sindical como la organización natural del proletariado, creada por el proletariado, que se autogobierna dentro de ella y que persistirá para gobernar la totalidad del proceso de trabajo. Una vez que el viejo ideal de la «democracia industrial» ha sido realizado, y que el sindicato es el amo en la fábrica, su órgano colectivo, el congreso del sindicato, asumirá la función de dirigir y administrar la economía como un todo. Será entonces el auténtico «parlamento del trabajo» y reemplazará al viejo parlamento burgués de partidos. No obstante, estos círculos huyen a menudo de una dictadura de clase unilateral e injusta en tanto infracción de la democracia; el trabajo ha de dominar, pero los otros no han de estar sin derechos. Por consiguiente, además del parlamento del trabajo, que gobierna el trabajo, la base de la vida, una segunda institución podría elegirse por sufragio universal para representar a toda la nación y ejercer su influencia en las materias públicas y culturales, y en las cuestiones de interés político general.

Esta concepción del gobierno por los sindicatos no debe confundirse con el «laborismo», la política del «Partido Laborista», que es actualmente dirigida por los sindicalistas. Estos últimos se posicionan por la penetración del actual parlamento burgués por parte de los sindicatos, que construirán un «partido obrero» sobre el mismo fundamento que los otros partidos, con objeto de convertirse en el partido de gobierno en su lugar. Este partido es completamente burgués, y hay poco para escoger entre Henderson y Ebert. Proporcionará a la burguesía inglesa la oportunidad de continuar sus viejas políticas sobre una base más amplia tan pronto como la amenaza de la presión desde abajo lo haga necesario, y por eso debilita y confunde a los obreros llevando a sus dirigentes al gobierno. Un gobierno del partido obrero, algo que parecía inminente hace un año cuando las masas estaban con un ánimo tan revolucionario, pero que los dirigentes mismos han pospuesto para el futuro distante conteniendo a la corriente radical, no habría sido, como el régimen de Ebert en Alemania, otra cosa que un gobierno en nombre de la burguesía. Aún está por ver si la astuta y perspicaz burguesía inglesa no confía en sí misma parar anular y suprimir a las masas más eficazmente que estos burócratas de la clase obrera.

Un genuino gobierno del sindicato, como es concebido por los radicales, es tan distinto de la política de este partido obrero, de este «laborismo», como la revolución lo es de la reforma. Sólo una revolución real en las relaciones políticas --violenta o de acuerdo con los viejos modelos ingleses-- podría producirlo; y a los ojos de las amplias masas, representaría la conquista del poder por el proletariado. Pero, no obstante, es algo totalmente distinto de la finalidad del comunismo. Se basa en la ideología limitada que se desarrolla en las luchas sindicales, donde uno no se confronta con el capital mundial en conjunto con todas sus formas entrelazadas --el capital financiero, el capital bancario, el capital agrícola, el capital colonial--, sino únicamente en su forma industrial. Se basa en la economía marxista, que ahora está estudiándose ávidamente entre la clase obrera inglesa, y la cual muestra que la producción es un mecanismo de explotación, pero sin la teoría social marxista más profunda, el materialismo histórico. Reconoce que el trabajo constituye la base del mundo y quiere así que el trabajo gobierne el mundo; pero no ve que todas las esferas abstractas de la vida política e intelectual están determinadas por el modo de producción, y se dispone por tanto a dejarlas a la Intelectualidad burguesa, con tal de que la última reconozca la primacía del trabajo. Tal régimen obrero sería en realidad un gobierno de la burocracia sindical complementado con la sección radical de la vieja burocracia estatal, que dejaría a cargo de los especialistas los ámbitos de la cultura, la política y demás, sobre el fundamento de su competencia especial en estas materias. Es obvio que su programa económico no coincidirá con la expropiación comunista, sino que como más llegará solamente a la expropiación del gran capital, mientras los beneficios «honestos» de los empresarios menores, hasta ahora esquilados y subordinados por el gran capital, serán repuestos. Es incluso dudoso que asuman la perspectiva de la libertad completa para la India, un elemento integrante del programa comunista en la cuestión colonial, y nervio vital de la clase dominante de Inglaterra.

No puede predecirse de qué manera, hasta qué grado y con qué pureza una forma política de este tipo será realizada. La burguesía inglesa siempre ha entendido el arte de usar las concesiones a buen tiempo para contener al movimiento hacia objetivos revolucionarios; por cuanto tiempo sea capaz de continuar esta táctica en el futuro dependerá en primer lugar de la profundidad de la crisis económica. Si la disciplina sindical es erosionada desde abajo por incontrolables revueltas industriales y el comunismo toma arraigo en las masas, entonces los sindicalistas reformistas y radicales estarán de acuerdo en una línea común; si la lucha se agudiza contra la vieja política reformista de los dirigentes, los sindicalistas radicales y los comunistas irán de la mano.

Estas tendencias no se limitan a Inglaterra. Los sindicatos son las organizaciones obreras más poderosas en cualquier país; tan pronto como un choque político vuelca el viejo poder estatal, caerá inevitablemente en manos de los mejor organizados y que tengan mayor fuerza de influencia a su disposición. En Alemania, en noviembre de 1918, los ejecutivos del sindicato formaron la guardia contrarrevolucionaria tras Ebert; y en la reciente crisis de marzo, entraron en la arena política en un intento de ganar influencia directa en la composición del gobierno. El único propósito de este apoyo al régimen de Ebert era engañar al proletariado de la forma más sutil con el fraude de un «gobierno bajo el control de las organizaciones obreras». Pero esto muestra que la misma tendencia existe tanto aquí como en Inglaterra. Y aún si los Legiens y los Bauers [10] están empezoñados por la contrarrevolución, los nuevos sindicalistas radicales de la tendencia del USP tomarán su lugar justo como el año pasado los Independientes bajo Dissmann ganaron la dirección de la gran federación de los obreros metalúrgicos. Si un movimiento revolucionario derroca el régimen de Ebert, esta fuerza cohesionadamente organizada de siete millones estará, indudablemente, lista para tomar el poder, en conjunción con el PC o en oposición a él.

Un «gobierno de la clase obrera» según estas líneas y mediante los sindicatos no puede ser estable; aunque pueda ser capaz de sostenerse a sí mismo por mucho tiempo durante un lento proceso de declive económico, en una crisis revolucionaria aguda sólo será capaz de sobrevivir como un vacilante fenómeno de transición. Su programa, tal como hemos perfilado anteriormente, no puede ser radical. Pero una corriente que apruebe tales medidas, no como una forma de transición temporal, como hace el comunismo, para ser a lo sumo utilizada deliberadamente con el propósito de construir una organización comunista, sino como un programa definitivo, debe necesariamente entrar en conflicto con y en antagonismo hacia las masas. Primeramente, porque no vuelve a los elementos burgueses completamente impotentes, sino que les concede una cierta posición de poder en la burocracia y quizás en el parlamento, desde los cuales pueden continuar haciendo la lucha de clase. La burguesía hará lo posible para consolidar estas posiciones de fuerza, mientras que el proletariado, a causa de que no puede aniquilar a la clase hostil bajo estas condiciones, debe intentar establecer un sistema de auténticos soviets como el órgano de su dictadura; en esta batalla entre dos poderosos oponentes, la reconstrucción económica será imposible [*4]. Y segundamente, porque un gobierno de dirigentes sindicales de esta clase no puede resolver los problemas que la sociedad se plantea; pues éstos últimos sólo pueden resolverse a través de la propia iniciativa y actividad de las masas proletarias, impulsada por el autosacrificio y el entusiasmo ilimitado que sólo el comunismo, con todas sus perspectivas de libertad total y suprema elevación intelectual y moral, puede proporcionar. Una corriente que busca abolir la pobreza material y la explotación, pero que deliberadamente se confina a esta meta, que deja la superestructura burguesa intacta y al mismo tiempo se retrae de revolucionar la perspectiva mental y la ideología del proletariado, no puede liberar estas grandes energías en las masas; y de este modo será incapaz de resolver los problemas materiales del inicio de la expansión económica y de la finalización del caos.

El régimen sindicalista intentará consolidar y estabilizar el nivel imperante del proceso revolucionario, justo como el régimen «genuinamente socialista» --excepto que lo hará de este modo en una fase mucho más desarrollada, cuando la primacía de la burguesía ha sido destruida y un cierto equilibrio del poder de las clases ha surgido con el proletariado predominante; cuando el beneficio completo del capital ya no puede salvarse, sino sólo su repelente forma pequeño-capitalista; cuando ya no es la expansión burguesa sino la expansión socialista la que está intentándose, aunque con recursos insuficientes--. Esto constituye así la última posición de la clase burguesa: cuando la burguesía ya no puede resistir el ataque de las masas en la línea de los Scheidemann-Henderson-Renaudel, se retira a sus últimas líneas de defensa, la línea de los Smillie-Dissman-Merrheim [11]. Cuando no es capaz de engañar al proletariado por más tiempo, teniendo «trabajadores» en un régimen burgués o socialista, únicamente puede intentar mantener al proletariado alejado de sus últimas metas radicales mediante un «gobierno de las organizaciones obreras» y así retener en parte su posición privilegiada. Tal gobierno es contrarrevolucionario en su naturaleza, en cuanto busca frenar el necesario desarrollo de la revolución hacia la destrucción total del mundo burgués e impedir al comunismo total conseguir sus mayores y más claros objetivos. La lucha de los comunistas puede, en la actualidad, correr paralela a menudo con la de los sindicalistas radicales; pero sería una táctica peligrosa no identificar claramente las diferencias de principios y objetivos cuando esto ocurre. Y estas consideraciones también se sostienen sobre la actitud de los comunistas hacia las confederaciones sindicales de hoy; todo lo que consolida su unidad y su fuerza consolida la fuerza que un día se situará en el camino de la marcha hacia delante de la revolución.

Cuando el comunismo conduce una lucha fuerte y de principios contra esta forma política transicional, representa las tendencias revolucionarias vivas en el proletariado. La misma acción revolucionaria del proletariado que prepara el camino para la dominación de una burocracia obrera, aplastando el aparato del poder burgués, empuja simultáneamente a las masas a formar sus propios órganos, los consejos, que inmediatamente minan la base de la maquinaria burocrática de los sindicatos. El desarrollo del sistema de soviets es, al mismo tiempo, la lucha del proletariado para reemplazar la forma incompleta de su dictadura por la dictadura completa. Pero con el intenso trabajo que requieren todos los interminables esfuerzos para «reorganizar» la economía, una burocracia dirigente podrá retener gran poder durante mucho tiempo, y la capacidad de las masas de librarse de ella sólo se desarrollará despacio. Es más, estas formas y fases varias del proceso de desarrollo no se siguen en la sucesión lógica, abstracta, en la cual las hemos situado como grados de maduración: ocurrirán todas al mismo tiempo, se enmarañarán y coexistirán en un caos de tendencias que se complementan, combaten y disuelven las unas a las otras, y es a través de esta lucha cómo procede el desarrollo general de la revolución. Como el propio Marx expuso:

«Las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en el curso de su propio desarrollo, regresan a lo aparentemente completado para volver a empezarlo de nuevo, tratan las insuficiencias de sus propios primeros intentos con un desdén cruelmente radical, parecen sólo derribar a sus adversarios para permitirles sacar de la tierra nuevas fuerzas y elevarse de nuevo para enfrentarse a ellas aún más gigantescos.»

Las resistencias que parten del proletariado mismo como expresiones de debilidad deben ser superadas para que desarrolle toda su fuerza; y este proceso de desarrollo se genera por el conflicto, procede de crisis a crisis, empujado por la lucha. En el principio era la acción, pero era sólo el principio. Se requiere un instante de propósito unitario para derrocar una clase dominante, pero sólo la unidad duradera otorgada por la visión clara puede reservarnos un asimiento firme [del poder] en la victoria. Por otra parte, en eso tiene el reverso, de que no es un retorno a los viejos dominadores, sino una nueva hegemonía bajo una nueva forma, con nuevo personal y nuevas ilusiones. Cada nueva fase de la revolución trae una nueva capa de dirigentes hasta ahora no utilizados a la superficie, como representantes de formas particulares de organización, y el derrocamiento de cada uno de éstos representa a su vez una fase superior en la autoemancipación del proletariado. La fuerza del proletariado no es meramente el poder bruto del acto violento singular que derriba al enemigo, sino también la fortaleza de la mente que rompe la vieja dependencia espiritual y, de este modo, tiene éxito al mantener una sujección firme sobre lo que ha sido sobrecogido por la tempestad. El crecimiento de esta fuerza en el flujo y reflujo de la revolución es el crecimiento de la libertad proletaria.

Siguiente >>

[*3] Vea, por ejemplo, las críticas penetrantes del camarada Koloszvary en el semanario vienés Kommunismus.

[*4] La ausencia de métodos de coerción obvios e intimidantes en manos de la burguesía en Inglaterra también inspira la ilusión pacifista de que la revolución violenta no es necesaria allí, y de que esa construcción pacífica desde abajo, como en el movimiento gremial y los comités de fábrica, se ocupará de todo. Ciertamente, es verdad que el arma más potente de la burguesía inglesa ha sido hasta ahora la sutil decepción en lugar de la fuerza armada; pero si se lo propone, esta clase mundialmente dominante no fallará en emplazar terribles medios para reforzar su dominación.

[9] Ebert, Haase y Dittmann eran los miembros del Consejo de Comisionados del Pueblo, al que fue dada la autoridad suprema por la revolución de noviembre. [Nota de los traductores al inglés]

[10] Karl Legien era presidente de la Comisión General de Sindicatos desde 1890 y de su sucesora, la ADGB (Allgemeiner Deutscher Gewerkschaftsbund), desde su formación en 1919; Gustav Bauer, otro dirigente sindical, se convirtió en Ministro de Trabajo en 1919 y consecuentemente en Canciller. [Nota de los traductores al inglés]

[11] Respectivamente dirigentes socialistas y sindicalistas. [Nota de los traductores al inglés]


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

[email protected]

Hosted by www.Geocities.ws

1