Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista

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VI - [Las tareas del proletariado en Europa occidental]

La concepción de que la revolución en Europa occidental tomará la forma de un asedio ordenado a la fortaleza del capital, que el proletariado --organizado por el Partido Comunista en un ejército disciplinado, y usando armas probadas en el tiempo-- la asaltará repetidamente hasta que el enemigo se rinda, es una perspectiva neo-reformista que ciertamente no corresponde a las condiciones de lucha en los viejos países capitalistas. Aquí y allí pueden ocurrir revoluciones y conquistas del poder que rápidamente se conviertan en derrota; la burguesía podrá reafirmar su dominación, pero esto resultará en un desorden aun mayor de la economía; las formas de transición que puedan surgir, debido a su inadecuación, sólo prolongarán el caos. Deben cumplirse ciertas condiciones en cualquier sociedad para que el proceso social de producción y de existencia colectiva sea posible, y estas relaciones adquieren la persistencia firme de hábitos espontáneos y normas morales --el sentido del deber, la diligencia, la disciplina--: en primera instancia, el proceso de la revolución consiste en liberarse de estas viejas relaciones. Su decadencia es un derivado necesario de la disolución del capitalismo, mientras los nuevos vínculos que corresponden a la reorganización comunista del trabajo y de la sociedad, cuyo desarrollo hemos atestiguado en Rusia, tienen todavía que volverse lo suficientemente fuertes. Así, un periodo de transición de caos social y político se vuelve inevitable. Donde el proletariado es capaz de tomar el poder rápidamente y conservar un firme dominio sobre él, como en Rusia, el periodo de transición puede ser corto, y puede ser llevado rápidamente a su fin mediante la construcción positiva. Pero, en Europa occidental, el proceso de destrucción se alargará mucho más. En Alemania vemos la escisión de la clase obrera en grupos en los que este proceso ha alcanzado fases diferentes, y que, por tanto, no pueden todavía alcanzar la unidad en la acción. Los síntomas de movimientos revolucionarios recientes indican que la nación entera, y de hecho, Europa Central en conjunto, está en disolución, que las masas populares se fragmentan en estratos y regiones separados, con cada cual actuando por su cuenta: en una parte las masas se traen entre manos armarse y ganar más o menos poder político; en otra parte paralizan el poder de la burguesía en movimientos huelguísticos; en tercer lugar, se excluyen a sí mismas como si fuesen una república campesina, y en alguna otra parte apoyan a los guardias blancos, o quizás apartan a un lado los remanentes del feudalismo a través de primitivas revueltas agrarias --la destrucción debe obviamente ser cabal antes de que podamos empezar a pensar en la construcción real del comunismo--. No puede ser tarea del Partido Comunista actuar como maestro de escuela en este levantamiento y realizar esfuerzos en vano para atarlo con la camisa de fuerza de las formas tradicionales; su tarea es apoyar las fuerzas del movimiento proletario en todas partes, interconectar las acciones espontáneas, proporcionarles una idea amplia de cómo están relacionadas unas con otras, y con esto prepara la unificación de las acciones dispares y se pone de este modo a la cabeza del movimiento en su conjunto.

La primera fase de la disolución del capitalismo será vista en los países de la Entente, donde su hegemonía sigue todavía imbatida, como un declive irresistible en la producción y en el valor de sus monedas, un aumento en la frecuencia de las huelgas y una fuerte aversión al trabajo entre el proletariado. La segunda fase, el periodo de la contrarrevolución, es decir, la hegemonía política de la burguesía en la época de la revolución, significa el derrumbe económico completo; podemos estudiar esto mejor en Alemania y en el resto de Europa Central. Si un sistema comunista hubiese surgido inmediatamente después de la revolución política, la reconstrucción organizada podría haber empezado a pesar de los tratados de paz de Versalles y Saint Germain, a pesar de la pobreza y del agotamiento. Pero el régimen de Ebert-Noske no pensó en la reconstrucción organizada más de lo que lo hicieron Renner y Bauer [8]; dieron a la burguesía manos libres y consideraron como su deber solamente la supresión del proletariado. La burguesía, o más bien cada burgués individual, actuó de una manera característicamente burguesa; cada uno de ellos sólo pensó en obtener tantos beneficios como fuese posible y en rescatar para su uso personal cualquier cosa que pudiese salvarse del cataclismo. Es cierto que se hablaba en los periódicos y en los manifiestos de la necesidad de reconstruir la vida económica mediante el esfuerzo organizado, pero esto era simplemente para consumo de los obreros, frases finas para ocultar el hecho de que, a pesar de su agotamiento, estaban rigurosamente compelidos a trabajar en las condiciones más intensivas posibles. En realidad, por supuesto, ni un solo burgués se preocupó una pizca por el interés general nacional, sino sólo por su ganancia personal. Al principio, el comercio se convirtió en el medio principal del enriquecimiento privado, como solía ser en los viejos tiempos; la depreciación del dinero proporcionó la oportunidad de exportar todo lo que se necesitase para la expansión económica o incluso para la mera supervivencia de las masas --las materias primas, la comida, los productos elaborados, los medios de producción, y después de eso, las fábricas mismas y la propiedad--. La extorsión reinó por todas partes entre los estratos burgueses, apoyada por la corrupción desenfrenada por parte de la burocracia oficial. Y de la misma manera todas sus posesiones anteriores, y todo lo que no iba a ser entregado como indemnizaciones de guerra, fue despachado en el extranjero por los «dirigentes de la producción». Lo mismo que en el dominio de la producción, la prosecución del beneficio privado intervino para arruinar la vida económica por su indiferencia total hacia el bienestar común. Para forzar a los proletarios al trabajo a destajo y al aumento del horario de trabajo, o para librarse de los elementos rebeldes de entre ellos, cerraron las puertas (lock-out) y pararon las fábricas, sin tener en cuenta el estancamiento que como consecuencia causaban a lo largo de la industria restante. Aún encima, vino la incompetencia de la administración burocrática en las empresas estatales, que degeneraba en la vacilación absoluta cuando se echaba de menos la mano poderosa del gobierno. La restricción de la producción, el método más primitivo de elevar los precios, y que la competición daría por imposible en una economía capitalista saludable, se volvió respetable una vez más. En los registros del mercado de acciones el capitalismo parece estar floreciendo de nuevo, pero los altos dividendos están consumiendo la última propiedad que quedaba y estan siendo ellos mismos desperdiciados poco a poco en los lujos. Lo que hemos atestiguado en Alemania durante el último año no es algo excepcional, sino el funcionamiento del carácter de clase general de la burguesía. Su único objetivo es, y siempre ha sido, el beneficio personal, que en el capitalismo normal sostiene la producción, pero que acarrea la destrucción total de la economía cuando el capitalismo degenera. Y las cosas seguirán el mismo curso en otros países; una vez la producción se haya dislocado más allá de cierto punto, y el dinero se haya depreciado agudamente, entonces se producirá el derrumbe completo de la economía si se le da via libre a la prosecución del beneficio privado por la burguesía --y a esto es a lo que equivale la hegemonía política de la burguesía, cualquiera que sea el partido no comunista que se pueda esconder detrás--.

Las dificultades de la reconstrucción que enfrenta el proletariado de Europa occidental en estas circunstancias son de lejos mayores que lo que lo fueron en Rusia --la ulterior destrucción de fuerzas productivas industriales por Kolchak y Denikin es, en comparación, una pálida sombra--. La reconstrucción no puede esperar por un nuevo orden político para ser puesta en marcha, debe ser iniciada en el mismísimo proceso de la revolución, mediante la apropiación por el proletariado de la organización de la producción y la abolición del mando de la burguesía sobre los materiales esenciales para la vida, dondequiera que el proletariado gane el poder. Los consejos de fábrica pueden servir para supervisar el uso de los bienes en las fábricas; pero está claro que esto no puede prevenir todo el chantaje antisocial de la burguesía. Para realizar esto es necesaria la utilización más resuelta del poder político armado. Donde los usureros y explotadores derrochan temerariamente la riqueza nacional sin atender al bien común, donde la reacción armada asesina y destruye ciegamente, el proletariado debe intervenir y luchar sin medias tintas para proteger el bien común y la vida de la población.

Las dificultades de la reorganización de una sociedad que ha sido completamente destruida son tan grandes que parecen insuperables antes de que suceda, y esto hace imposible disponer por adelantado de un programa para la reconstrucción. Pero deben ser superadas, y el proletariado las superará mediante el infinito autosacrificio y compromiso, el poder ilimitado del alma y del espíritu, y las tremendas energías psicológicas y morales que la revolución es capaz de despertar en su debilitado y torturado armazón.

Llegados a este punto, unos cuantos problemas pueden mencionarse de pasada. La cuestión de los cuadros técnicos en la industria sólo dará lugar a dificultades temporales: aunque su pensamiento es burgués de cabo a rabo, y son profundamente hostiles a la dominación proletaria, se conformarán al final a pesar de todo. Lograr poner en movimiento el comercio y la industria será por encima de todo una cuestión del abastecimiento de materias primas; y esta cuestión coincide con la de los productos de alimentación. La cuestión del abastecimiento de alimentos es central para la revolución en Europa occidental, dado que la población altamente industrializada no puede manejarse incluso bajo el capitalismo sin importaciones del extranjero. Para la revolución, no obstante, la cuestión del suministro de alimentos está intimamente ligada al conjunto de la cuestión agraria, y los principios de regulación comunista de la agricultura deben influir en la toma de medidas para tratar con el hambre incluso durante la revolución. Las fincas de los hacendados (Junker) y la propiedad a gran escala de la tierra están listas para la expropiación y la explotación colectiva; los pequeños granjeros estarán libres de toda la opresión capitalista y serán alentados a adoptar métodos de cultivo intensivo a través del apoyo y las ayudas de toda clase del Estado y de los acuerdos cooperativos; los granjeros medios --que poseen a medias la tierra en el oeste y suroeste de Alemania, por ejemplo-- tienen una mentalidad fuertemente individualista y por tanto anticomunista, pero su posición económica es todavía inexpugnable: no pueden por lo tanto ser expropiados, y tendrán que ser integrados dentro de la esfera del proceso económico como un todo a través del intercambio de productos y del desarrollo de la productividad, puesto que sólo con el comunismo puede desarrollarse la máxima productividad de la agricultura y ser trascendida la empresa individual introducida por el capitalismo. Se sigue que los obreros verán en los propietarios de tierras una clase hostil, y aliados de la revolución en los obreros rurales y los pequeños granjeros, aún cuando no tengan motivos para hacerse enemigos del estrato de granjeros medios, incluso aunque éste último pueda ser de una disposición hostil hacia ellos. Esto significa que durante el primer periodo de caos precedente al establecimiento de un sistema de intercambio de productos, las requisas sólo deben llevarse a cabo como una medida de emergencia entre estos estratos, como una operación equilibrante absolutamente ineludible entre la carestía, en los pueblos y en el país. La lucha contra el hambre tendrá que ser abordada principalmente mediante las importaciones del extranjero. La Rusia soviética, con sus ricas existencias de comestibles y materias primas, salvará y proveerá de este modo a la revolución en Europa occidental. La clase obrera de europa occidental tiene así el mayor y más personal interés en la defensa y el apoyo a la Rusia soviética.

La reconstrucción de la economía, que será desmesuradamente difícil, no es el principal problema para el Partido Comunista. Cuando las masas proletarias desarrollen su potencial intelectual y moral hasta su plenitud, lo resolverán por sí mismas. El primer deber del Partido Comunista es elevar y fomentar este potencial. Debe erradicar todas las ideas establecidas que dejan al proletariado tímido e inseguro de sí mismo, posicionarse contra todo lo que engendra ilusiones entre los obreros sobre cursos más fáciles y los refrena de medidas más radicales; oponerse enérgicamente a todas las tendencias que lo paran en seco ante medias medidas o compromisos. Y hay todavía muchas de tales tendencias.

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[8] Karl Renner era el líder del ala revisionista del Partido Socialdemócráta Austriaco; Otto Bauer fue Secretario Exterior austriaco de noviembre de 1918 a julio de 1919. [Nota de los traductores al inglés]


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