Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista
Índice
III - [El poder de la cultura burguesa en las masas de Europa occidental
y la necesidad del proletariado de romper con las tácticas tradicionales]
Se ha enfatizado repetidamente que la revolución requerirá mucho
tiempo en Europa occidental, a causa de que la burguesía es, con mucho,
más poderosa aquí que en Rusia. Permítasenos analizar la
base de este poder. ¿Reside en su número? Las masas proletarias
son mucho más numerosas. ¿Reside en el dominio de la burguesía
sobre la totalidad de la vida económica? Esto solía ser ciertamente
un importante factor de poder; pero su hegemonía está decayendo
y en Europa Central la economía está completamente en bancarrota.
¿Reside en su control del Estado, con todos sus medios de coerción?
Ciertamente, siempre ha usado éste último para mantener subyugado
al proletariado, lo cual es la razón de que la conquista del poder estatal
fuese el primer objetivo del proletariado. Pero en noviembre de 1918 en Alemania
y Austria el poder estatal se deslizó del asidero acobardado de la burguesía,
y el aparato coercitivo del Estado quedó completamente paralizado, estando
las masas al mando; y la burguesía fue capaz, no obstante, de reedificar
de nuevo este poder estatal y de subyugar una vez más a los obreros.
Esto demuestra que la burguesía poseía otra fuente oculta de poder
que había permanecido intacta, y que le permitió restablecer su
hegemonía cuando todo parecía desquebrajarse. Este poder oculto
es la influencia ideológica de la burguesía sobre el proletariado.
Debido a que las masas proletarias todavía se regían totalmente
por una mentalidad burguesa, restauraron la hegemonía de la burguesía
con sus propias manos después de que ésta se hubiese derrumbado
[3].
La experiencia alemana nos sitúa cara a cara con el mayor problema de
la revolución en Europa occidental. En estos países, el viejo
modo burgués de producción y la vieja civilización centenaria
que se ha desarrollado con él se han impreso completamente en los pensamientos
y sentimientos de las masas populares. Por eso la mentalidad y el carácter
interior de las masas es aquí totalmente distinto del de los países
del Este, que no ha experimentado el dominio de la cultura burguesa; y esto
es lo que distingue los cursos diferentes que la revolución ha tomado
en el Este y en el Oeste. En Inglaterra, Francia, Holanda, Italia, Alemania
y Escandinavia, ha habido una poderosa clase burguesa basada en la producción
pequeñoburguesa y capitalista primitiva desde la Edad Media; como el
feudalismo declinó, allí también creció en el campo
una clase de campesinos independientes igualmente poderosa, en la que el individuo
también era amo en su propia pequeña hacienda. Las sensibilidades
burguesas se desarrollaron, sobre este fundamento, formando una sólida
cultura nacional, particularmente en los países marítimos de Inglaterra
y Francia, que tomaron el liderazgo en el desarrollo capitalista. En el siglo
XIX, la sujección del conjunto de la economía al capital, y la
inclusión de las haciendas agrícolas más remotas en el
sistema capitalista de comercio mundial, reforzó y refinó esta
cultura nacional, y la propaganda psicológica de la prensa, la escuela
y la iglesia la machacaron firmemente en las cabezas de las masas, tanto aquellas
a quien el capital proletarizó y atrajo a las ciudades, como aquellas
a las que dejó en el campo. Esto es verdad no sólo en las tierras
natales del capitalismo, sino también, aunque de formas diferentes, en
América y Australia, donde los europeos fundaron nuevos Estados, y en
los países de Europa Central, Alemania, Austria, Italia, que hasta entonces
se habían estancado, pero donde la nueva oleada de desarrollo capitalista
fue capaz de concectar con una economía antigua, atrasada, de pequeños
campesinos y cultura pequeñoburguesa. Mas cuando el capitalismo presionó
en los países de Europa oriental, encontró condiciones materiales
y tradiciones muy diferentes. Aquí, en Rusia, Polonia, Hungría,
incluso en Alemania al este del Elbe, no había ninguna clase burguesa
fuerte que hubiese dominado durante mucho tiempo la vida espiritual; ésta
última estaba determinada por condiciones agrícolas primitivas,
con la propiedad latifundista de la tierra, el feudalismo patriarcal y el comunismo
de la aldea. Por consiguiente, aquí las masas se vincularon al comunismo
de una manera más primitiva, simple, abierta, tan receptiva como el papel
en blanco. Los socialdemócratas europeos occidentales expresaron a menudo
el asombro burlesco de que los 'ignorantes' rusos pudiesen proclamarse la vanguardia
del nuevo mundo obrero. Refiriéndose a estos socialdemócratas,
un delegado inglés en la conferencia comunista en Amsterdam [4]
apuntó bastante correctamente la diferencia: los rusos pueden ser más
ignorantes, pero los obreros ingleses están atiborrados de prejuicios
hasta tal punto que es más difícil propagar el comunismo entre
ellos. Éstos «prejuicios» son solamente el aspecto superficial,
externo, de la mentalidad burguesa que satura a la mayoría del proletariado
de Inglaterra, Europa occidental y América.
El contenido entero de esta mentalidad es tan multifacético y complejo
en su oposición a la visión del mundo proletaria, comunista, que
escasamente puede resumirse en unas pocas frases. Su característica primaria
es el individualismo, que tiene sus orígenes en las más tempranas
formas de trabajo pequeñoburguesas y campesinas, y sólo gradualmente
cede ante el nuevo sentido proletario de la comunidad y de la necesidad de aceptar
la disciplina --esta característica es probablemente más pronunciada
en la burguesía y el proletariado de los países anglosajones--.
La perspectiva del individuo se limita a su lugar de trabajo, en vez de abarcar
la sociedad como un todo; tan absoluto parece el principio de la división
del trabajo que la política misma, el gobierno de toda la sociedad, es
visto no como el negocio de todos, sino como el monopolio de un estrato gobernante,
la provincia especializada de expertos particulares, los políticos. Con
sus siglos de comercio material e intelectual, su literatura y su arte, la cultura
burguesa se ha incrustado ella misma en las masas proletarias, y genera un sentimiento
de solidaridad nacional, anclado más profundamente en el inconsciente
de lo que la indiferencia externa o el internacionalismo superficial sugieren;
esto mismo puede expresarse potencialmente en la solidaridad nacional de clase
e impide enormemente la acción internacional.
La cultura burguesa existe en el proletariado primariamente como un molde tradicional
del pensamiento. Las masas apegadas a él piensan en términos ideológicos
en lugar de en términos reales: el pensamiento burgués ha sido
siempre ideológico. Pero esta ideología y esta tradición
no están integradas; los reflejos mentales procedentes de las innumerables
luchas de clases de siglos anteriores han sobrevivido como sistemas de pensamiento
político y religioso que separan al viejo mundo burgués y, por
consiguiente, a los proletarios nacidos de él, en grupos, iglesias, sectas,
partidos, divididos de acuerdo a sus perspectivas ideológicas. De este
modo el pasado burgués sobrevive también en el proletariado como
una tradición organizativa que se levanta en el camino de la unidad de
clase necesaria para la creación del nuevo mundo; en estas organizaciones
arcaicas los obreros constituyen los seguidores y adherentes de una vanguardia
burguesa. Es la Intelectualidad la que suple a los dirigentes en estas luchas
ideológicas. La Intelectualidad --sacerdotes, maestros, literatos, periodistas,
artistas, políticos-- forma una clase numerosa cuya función es
fomentar, desarrollar y propagar la cultura burguesa; la transfiere a las masas
y actúa como mediadora entre la hegemonía del capital y los intereses
de las masas. La hegemonía del capital está enraizada en la dirección
intelectual de las masas por este grupo. Pues, aunque las masas oprimidas se
han rebelado a menudo contra el capital y sus agentes, sólo lo han hecho
bajo la dirección de la Intelectualidad; y las firmes solidaridad y disciplina
ganadas en esta lucha común demuestran ser consecuentemente el soporte
más fuerte del sistema, una vez que estos dirigentes se ponen abiertamente
del lado del capitalismo. Así, la ideología cristiana de los declinantes
estratos pequeñoburgueses, que habían llegado a ser una fuerza
viva como expresión de su lucha contra el moderno Estado capitalista,
demostró con frecuencia sus peores consecuencias como un sistema reaccionario
que apuntaló el Estado, como con el catolicismo en Alemania después
de la Kulturkampf [5]. A pesar del valor de su contribución
teórica, mucho de lo mismo es cierto sobre el papel que jugó la
socialdemocracia en destruir y extinguir las viejas ideologías de la
fuerza de trabajo ascendente, cuando la historia exigió que debía
hacerlo: hizo a las masas proletarias mentalmente dependientes de dirigentes
políticos y de otros a quienes, en tanto que especialistas, las masas
dejaron la administración de todos los asuntos importantes, de naturaleza
general, que afectaban a la clase, en lugar de tomarlos ellas mismas en sus
manos. Las firmes solidaridad y disciplina que desarrollaron en las, a menudo
agudas, luchas de clases de mitad de siglo, no enterraron el capitalismo, ya
que éste representa el poder de dirección y de organización
por encima de las masas; y en agosto de 1914 y noviembre de 1918, éstos
poderes hicieron a las masas instrumentos impotentes de la burguesía,
del imperialismo y de la reacción. El poder ideológico del pasado
burgués sobre el proletariado significa que en muchos de los países
de Europa occidental, en Alemania y Holanda, por ejemplo, está dividido
en grupos ideológicamente opuestos que obstaculizan el camino de la unidad
de la clase. La socialdemocracia buscaba originariamente realizar esta unidad
de clase, pero debido en parte a sus tácticas oportunistas, que sustituyeron
la política de clase por políticas puramente políticas
[--por el puro politiqueo político--], fue infructuosa en ello: lo que
hizo fue meramente aumentar el número de grupos con otro más.
En tiempos de crisis, cuando las masas son conducidas a la desesperación
y a la acción, la hegemonía de ideología burguesa sobre
ellas no puede impedir el decaimiento temporal del poder de su tradición,
como en Alemania en noviembre de 1918. Pero luego la ideología se pone
de nuevo al frente, y convierte la victoria temporal en derrota. Las fuerzas
concretas que, desde nuestro punto de vista, constituyen la hegemonía
de las concepciones burguesas, pueden verse en funcionamiento en el caso de
Alemania: en la reverencia a consignas abstractas como «democracia»;
en el poder de viejos hábitos de pensamiento y puntos programáticos,
como la realización del socialismo a través de los jefes parlamentarios
y de un gobierno socialista; en la falta de confianza en sí mismo del
proletariado, evidenciada por el efecto sobre las masas de la prensa de sucias
mentiras publicadas sobre Rusia; en la falta de fe de las masas en su propio
poder; pero, por encima de todo, en su confianza en el partido, en la organización
y en los dirigentes que durante décadas habían encarnado su lucha,
sus objetivos revolucionarios, su idealismo. El tremendo poder mental, moral
y material de las organizaciones, esas enormes máquinas creadas con esmero
por las masas mismas con años de esfuerzo, que encarnaban la tradición
de las formas de lucha pertenecientes a un periodo en el cual el movimiento
obrero era una rama del capital en ascenso, aplastaban ahora todas las tendencias
revolucionarias que estaban una vez más encendiéndose en las masas.
Este ejemplo no será el único. La contradicción entre el
rápido derrumbe económico del capitalismo y la inmadurez del espíritu
representada por el poder de la tradición burguesa sobre el proletariado
--una contradicción que no ha tenido lugar por accidente, de manera que
el proletariado no puede alcanzar la madurez de espíritu requerida para
la hegemonía y la libertad dentro de un capitalismo floreciente-- sólo
puede resolverse por el proceso de desarrollo revolucionario, en el que los
alzamientos espontáneos y las tomas del poder alternan con los retrocesos.
Se vuelve muy improbable que la revolución tome un curso en que el proletariado
durante mucho tiempo asalte en vano la fortaleza del capital, usando tanto los
viejos como los nuevos medios de lucha, hasta que en el futuro lo conquiste
de una vez por todas; las tácticas de un asedio dilatado en el tiempo
y cuidadosamente diseñado, propuestas en el esquema de Radek, fracasan
así. El problema táctico no es cómo ganar el poder tan
rápidamente como sea posible si tal poder será meramente ilusorio
--esto solamente es una opción fácil para los comunistas--, sino
cómo se desarrollará en el proletariado la base del poder de clase
ultimado. Ninguna «minoría resuelta» puede resolver los problemas
que sólo pueden ser resueltos por la acción de la clase como un
todo; y si la masa de la población permite que tenga lugar tal toma del
poder sobre su cabeza con aparente indiferencia, esta no es, a pesar de todo,
una masa genuinamente pasiva, sino que es capaz, en cuanto no haya sido ganada
su voluntad para el comunismo, de dar la vuelta a la revolución en cualquier
momento como seguidora activa de la reacción. Y una «coalición
con la horca en mano» no haría más que enmascarar tal clase
de insostenible dictadura de partido [6]. Cuando un tremendo alzamiento
del proletariado destruye la dominación burguesa en bancarrota, y el
Partido Comunista, la vanguardia más esclarecida del proletariado, toma
el mando político, tiene sólo una tarea --erradicar las fuentes
de la debilidad en el proletariado por todos los medios posibles, y fortalecerlo
de modo que esté plenamente a la altura de las luchas revolucionarias
que el futuro le tiene en reserva--. Esto significa la elevación de las
masas mismas al nivel más alto de actividad, intensificando su iniciativa,
incrementando su confianza en sí mismas, para que ellas mismas sean capaces
de reconocer las tareas a que son empujadas, pues sólo así éstas
últimas pueden ser llevadas a cabo con éxito. Esto hace necesario
romper la dominación de las formas de organización tradicionales
y de los viejos dirigentes, y bajo ninguna circunstancia unirse a ellas en un
gobierno de coalición; desarrollar las nuevas formas, consolidar el poder
material de las masas, solamente por este camino será posible reorganizar
tanto la producción como la defensa contra los ataques externos del capitalismo,
y ésta es la condición previa para impedir la contrarrevolución.
Tal poder como el que la burguesía posee todavía en este periodo
reside en la falta de autonomía e independencia de espíritu del
proletariado. El proceso de desarrollo revolucionario consiste en la autoemancipación
del proletariado de esta dependencia, de las tradiciones del pasado --y esto
sólo es posible a través de su propia experiencia de lucha--.
Donde el capitalismo es ya una institución desde hace mucho tiempo, y
en consecuencia los obreros han estado ya luchando contra él durante
varias generaciones; el proletariado ha tenido en cada periodo que establecer
métodos, formas y apoyos para la lucha, correspondientes a la fase contemporánea
del desarrollo capitalista, y éstos han cesado pronto de ser vistos como
los recursos temporales que son y, en su lugar, se los idolatró como
las formas últimas, absolutas, perfectas; de este modo se han convertido,
consecuentemente, en trabas al desarrollo, que tenía que interrumpirse.
Mientras que la clase se pone al día a través de rupturas constantes
y desarrollo rápido, los dirigentes permanecen en una fase particular,
como portavoces de una fase particular, y su tremenda influencia puede detener
el movimiento; las formas de acción se convierten en dogmas, y las organizaciones
son elevadas al status de fines en sí mismos, haciendo con todo ello
de lo más difícil la reorientación y readaptación
a condiciones de lucha cambiadas. Esto sigue aplicándose; cada fase del
desarrollo de la lucha de clase debe superar las tradiciones de las fases anteriores
si va a ser capaz de reconocer sus propias tareas con claridad y de llevarlas
a cabo eficazmente --con la excepción de que el desarrollo está
procediendo ahora a un paso mucho más rápido--. La revolución
se desarrolla así a través del proceso de lucha interna. Es adentro
del propio proletariado donde se desarrollan las resistencias que debe superar;
y superándolas, el proletariado supera sus propias limitaciones y madura
hacia el comunismo.
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[3] El siguiente párrafo se remite al 'comunismo de
la aldea' de Gorter en su Carta Abierta al Camarada Lenin. [Nota de los traductores
al inglés]
[4] La conferencia en cuestión fue convocada para estructurar el Buró
Auxiliar. [Nota de los traductores al inglés]
[5] Las primeras organizaciones sindicales a fines de la década de 1860
en el Ruhr eran la obra de sacerdotes católicos. A fines de los setenta,
sin embargo, Bismarck abandonó su campaña contra el catolicismo
y su representante político, el Zentrum (el precursor del CDU), con motivo
de un frente único contra el Partido socialdemócrata. [Nota de
los traductores al inglés]
[6] Esta expresión se había usado para justificar
la colaboración con los socialistas en la Comuna de Hungría, a
la cual los anteriores dirigentes del Partido Comunista húngaro, que
controlaban Kommunismus, culparon de su derrumbamiento en agosto de 1919. En
el comunismo «izquierdista», Lenin insta a los comunistas británicos
a que hagan campaña por el Partido Laborista donde no tengan candidato
propio; «apoyarán así a Henderson como la soga da apoyo
a un colgado», y el establecimiento inminente de un gobierno de los Henderson
acelerará la defunción política de este último.
(Edición de Pekín, pp.90-91.) [Nota de los traductores al inglés]
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