Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista
Índice
IV - [El parlamentarismo es un obstáculo para la autoactividad
del proletariado]
La actividad parlamentaria y el movimiento sindical fueron las dos
formas principales de lucha en la época de la Segunda Internacional.
Los congresos de la primera Asociación Internacional de Trabajadores
pusieron la base de esta táctica, rebatieron concepciones primitivas
pertenecientes al preriodo precapitalista y pequeñoburgués
y, de acuerdo con la teoría social de Marx, definieron el carácter
de la lucha de clase proletaria como una lucha continua del proletariado
contra el capitalismo por los medios de subsistencia, una lucha que
conduciría a la conquista del poder político. Cuando el
periodo de las revoluciones burguesas y de los levantamientos armados
hubo llegado a su fin, esta lucha política sólo podía
llevarse adelante dentro del marco de los viejos o recientemente creados
Estados nacionales, y la lucha sindical estaba con frecuencia sujeta
a restricciones aún más firmes. La Primera Internacional
estaba, por consiguiente, predestinada a disolverse; y la lucha por
las nuevas tácticas, que ella misma era incapaz de llevar a la
práctica, la hizo estallar; entretanto, la tradición de
las viejas concepciones y métodos de lucha permanecía
viva entre los anarquistas. Las nuevas tácticas fueron legadas
por la Internacional a aquellos que tendrían que ponerlas en
práctica, los sindicatos y partidos socialdemócratas que
estaban floreciendo por todas partes. Cuando la Segunda Internacional
se elevó como una federación holgada de los últimos,
todavía tenía, de hecho, que combatir la tradición
en la forma del anarquismo; pero el legado de la Primera Internacional
ya formaba su base táctica indiscutible. Hoy, todo comunista
sabe por qué estos métodos de lucha eran necesarios y
productivos en ese momento: cuando la clase obrera se está desarrollando
dentro del capitalismo ascendente no es todavía capaz de crear
órganos que le permitan controlar y ordenar la sociedad, ni puede
aún concebir la necesidad de hacerlo. Debe primero orientarse
mentalmente y aprender a entender el capitalismo y a su clase dominante.
La vanguardia del proletariado, el partido socialdemócrata, debía
revelar la naturaleza del sistema a través de su propaganda y
mostrar a las masas cuales son sus objetivos elevando las reivindicaciones
de clase. Era, por consiguiente, necesario para sus portavoces entrar
en los parlamentos, los centros de la dominación burguesa, con
el propósito de elevar sus voces en las tribunas y tomar parte
en los conflictos entre los partidos políticos.
Las cosas cambian cuando la lucha del proletariado entra en una fase
revolucionaria. No nos concierne aquí la cuestión de por
qué el sistema parlamentario es inadecuado como sistema de gobierno
para las masas, y por qué debe dejar paso al sistema de soviets,
sino la cuestión de la utilización del parlamento como
un medio de lucha por el proletariado [7]. Como tal, la actividad
parlamentaria es el paradigma de luchas en las cuales sólo están
involucrados activamente los dirigentes y en las que las masas mismas
juegan un papel subordinado. Consiste en diputados individuales que
sostienen la batalla principal, lo que está ligado al despertar
entre las masas de la ilusión de que otros pueden realizar su
lucha en su lugar. La gente solía creer que los dirigentes podían
obtener importantes reformas para los obreros en el parlamento; e incluso
surgió la ilusión de que los parlamentarios podrían
llevar a cabo la transformación al socialismo mediante los actos
del parlamento. Ahora que el parlamentarismo se ha vuelto más
modesto en sus demandas, uno oye el argumento de que los diputados en
el parlamento podrían hacer una importante contribución
a la propaganda comunista [*2]. Pero esto siempre significa
que el énfasis principal recae en los dirigentes, y se toma por
algo dado el que los especialistas determinarán la política
--aun si esto se hace bajo el velo democrático de los debates
y resoluciones, a través de congresos--; la historia de la socialdemocracia
es una serie de infructuosos intentos de inducir a los miembros mismos
a determinar la política. Todo esto es inevitable mientras el
proletariado está sosteniendo una lucha parlamentaria, mientras
las masas tienen todavía que crear los órganos de su autoactividad,
es decir, mientras la revolución tiene todavia que realizarse;
y tan pronto como las masas empiezan a intervenir, a actuar y a tomar
las decisiones en su propio nombre, las desventajas de la lucha parlamentaria
se vuelven abrumadoras.
Como argumentábamos anteriormente, el problema táctico
es cómo vamos a erradicar la tradicional mentalidad burguesa
que paraliza la fuerza de las masas proletarias; todo lo que proporciona
nuevo poder a las concepciones establecidas es nocivo. El elemento más
tenaz y obstinado de esta mentalidad es la dependencia de los dirigentes,
a quienes las masas dejan determinar las cuestiones generales y manejar
sus asuntos de clase. El parlamentarismo tiende inevitablemente a inhibir
la actividad autónoma de las masas que es necesaria para la revolución.
Pueden hacerse finos discursos en el parlamento exhortando al proletariado
a la acción revolucionaria; no obstante, esta última no
se origina por tales palabras, sino por la dura necesidad de que no
haya otra alternativa.
La revolución también exige algo más que el ataque
masivo que derriba a un gobierno y que, como sabemos, no puede ser convocado
por los dirigentes, sino que sólo puede brotar del impulso profundo
de las masas. La revolución requiere que sea emprendida la reconstrucción
social, tomadas las decisiones difíciles, envuelta la totalidad
del proletariado en la acción creativa --y esto sólo es
posible si primero la vanguardia, luego un número más
y más grande, toman los asuntos en sus propias manos, conocen
sus propias responsabilidades, investigan, agitan, luchan, se esfuerzan,
reflexionan, evaluan, se dan cuenta de las ocasiones y actuan en ellas--.
Pero todo esto es difícil y laborioso; así, en tanto la
clase obrera ve una salida más fácil a través de
la actuación de otros en su nombre, dirigiendo la agitación
desde una alta plataforma, tomando las decisiones, dando las señales
para la acción, haciendo leyes --los viejos hábitos de
pensamiento y las viejas debilidades le harán dudar y permanecer
pasiva--.
Mientras por un lado el parlamentarismo tiene el efecto contrarrevolucionario
de fortalecer la dominación de los dirigentes sobre las masas,
por el otro tiene una tendencia a corromper a esos mismos dirigentes.
Cuando la habilidad política personal tiene que compensar las
carencias del poder activo de las masas, se desarrolla la pequeña
diplomacia; cualesquiera intentos que el partido pueda haber puesto
en marcha, tienen que verificar y adquirir una base legal, una posición
de poder parlamentario; y de este modo, finalmente, la relación
entre los medios y los fines se invierte; ya no hay ningún parlamento
que sirva como medio hacia el comunismo, sino el comunismo el que se
pone en pie como consigna anunciadora para la política parlamentaria.
En el proceso, sin embargo, el propio partido comunista asume un carácter
diferente. En lugar de una vanguardia que agrupa la clase entera detrás
suyo con el propósito de la acción revolucionaria, se
convierte en un partido parlamentario con el mismo status legal que
los otros, uniéndose a sus disputas; una nueva edición
de la vieja socialdemocracia bajo los nuevos esloganes radicales. Siendo
así que puede haber un antagonismo no esencial, un conflicto
no interno entre la clase obrera revolucionaria y el partido comunista
--puesto que el partido encarna una forma de síntesis entre la
conciencia de clase proletaria más lúcida y su creciente
unidad--, la actividad parlamentaria hace pedazos esta unidad y crea
la posibilidad de tal conflicto: en lugar de unificar a la clase, el
comunismo se convierte en un nuevo partido con sus propios jefes de
partido, un partido que cae en lo que los otros y que perpetúa
así la división política de la clase. Todas estas
tendencias se atajarán sin duda, una vez más, por el desarrollo
de la economía en un sentido revolucionario; pero incluso en
los primeros inicios de este proceso sólo pueden dañar
al movimiento revolucionario, inhibiendo el desarrollo de una lúcida
conciencia de clase; y cuando la situación económica favorece
temporalmente la contrarrevolución, esta política allanará
el camino para una desviación de la revolución al terreno
de la reacción.
Lo grande y verdaderamente comunista de la Revolución rusa es,
por encima de todo, el hecho de que ha despertado la autoactividad de
las masas, y ha puesto en ignición su energía espiritual
y física para construir y sostener una nueva sociedad. Abrir
a las masas a esta conciencia de su propio poder es algo que no puede
lograrse súbitamente, todo de una vez, sino únicamente
en fases; una fase en este camino a la independencia es el rechazo del
parlamentarismo. Cuando, en diciembre de 1918, el Partido Comunista
de Alemania, recientemente formado, resolvió boicotear la Asamblea
Nacional, esta decisión no procedía de una ilusión
inmadura en una victoria rápida y fácil, sino de la necesidad
del proletariado de emanciparse de su dependencia psicológica
de los representantes parlamentarios --una reacción necesaria
contra la tradición de la socialdemocracia-- porque el camino
a la autoactividad podía ahora verse ubicado en la construcción
del sistema de consejos. No obstante, la mitad de los componentes en
ese momento, aquellos que se hubieron de permanecer en el KPD, readoptaron
el parlamentarismo con el reflujo de la revolución: con qué
consecuencias está por verse, pero en parte ya se ha demostrado.
También en otros países la opinión está
dividida entre los comunistas, y muchos grupos quieren abstenerse de
la actividad parlamentaria incluso antes del estallido de la revolución.
La disputa internacional sobre el uso del parlamento como método
de lucha será, de este modo, claramente uno de los principales
problemas tácticos dentro de la Tercera Internacional durante
los próximos años.
De cualquier modo, todo el mundo está de acuerdo en que la actividad
parlamentaria sólo constituye un aspecto subsidiario de nuestras
tácticas. La Segunda Internacional fue capaz de desarrollarse
hasta el punto de que había sacado a la luz y puesto al desnudo
la esencia de las nuevas tácticas: que el proletariado sólo
puede vencer sobre el imperialismo con las armas de acción de
masas. La Segunda Internacional misma no era ya capaz de emplearlas;
estaba constreñida a derrumbarse cuando la guerra mundial situó
la lucha de clase revolucionaria en un plano internacional. El legado
de los primeros internacionalistas era la fundación natural de
la nueva internacional: la acción de masas del proletariado hasta
el punto de la huelga general y la guerra civil constituye la plataforma
táctica común de los comunistas. En la actividad parlamentaria
el proletariado está dividido en naciones, y no es posible una
intervención genuinamente internacional; en la acción
de masas contra el capital internacional las divisiones nacionales se
desvanecen, y cada movimiento, a cualquiera de los países que
se extienda o estea limitado, es parte de una sola lucha mundial.
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[7] El resto de este párrafo y los dos siguientes
son citados por Gorter en la Carta Abierta. [Nota de los traductores
al inglés]
[*2] Se argumentó recientemente en Alemania
que los comunistas deben entrar en el parlamento para convencer a los
obreros de que la lucha parlamentaria es inútil; ¡pero
uno no toma una ruta errada para mostrar a otras personas que es equivocado,
sino que va por la via correcta desde el principio!
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