Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista
Índice
II - [El futuro de la revolución alemana y el peligro del oportunismo
en la Tercera Internacional]
Los problemas y las soluciones para ellos, los programas y las tácticas,
no brotan de principios abstractos, sino que están determinados
únicamente por la experiencia, por la práctica real de
la vida. Las concepciones de los comunistas acerca de su meta y de cómo
va a lograrse deben ser elaboradas sobre la base de la práctica
revolucionaria previa, como siempre se ha hecho. La revolución
rusa, y el curso que la revolución alemana ha adoptado hasta
este momento, representan para nosotros toda la evidencia hasta ahora
disponible acerca de las fuerzas motoras, las condiciones y las formas
de la revolución proletaria.
La revolución rusa llevó al proletariado al control político
en un ascenso tan increíblemente rápido que, en aquel
momento, tomó a los observadores europeos occidentales completamente
por sorpresa; y aunque las razones de ello son claramente identificables,
ha venido a parecer cada vez más asombroso en vista de las dificultades
que nosotros estamos experimentando ahora en Europa occidental. Su efecto
inicial fue, inevitablemente, que, con el primer aflujo de entusiasmo,
se subestimaron las dificultades que enfrenta la revolución en
Europa occidental. Ante los ojos del proletariado mundial, la revolución
rusa desveló los principios del nuevo orden en todo el fulgor
y la pureza de su poder --la dictadura del proletariado, el sistema
de soviets como nuevo modo de democracia, la reorganización de
la industria, la agricultura y la educación--. En muchos aspectos,
dio un cuadro de la naturaleza y el contenido de la revolución
proletaria tan simple, claro y comprensivo, tan idílico, que
uno casi podría decir que nada podía parecer más
fácil que seguir este ejemplo. Sin embargo, la revolución
alemana ha mostrado que esto no era tan simple, y las fuerzas que salieron
al frente en Alemania están en conjunto actuando a lo largo del
resto de Europa.
Cuando el imperialismo alemán se derrumbó en noviembre
de 1918, la clase obrera carecía totalmente de preparación
para la toma del poder. Arruinada en su mente y en su espíritu
por los cuatro años de guerra, y todavía aprisionada por
las tradiciones socialdemócratas, fue incapaz de lograr un reconocimiento
claro de su tarea durante las primeras semanas, cuando la autoridad
gubernamental había prescrito; el periodo intensivo pero breve
de propaganda comunista no podía compensar esta carencia. La
burguesía alemana había aprendido más del ejemplo
ruso que el proletariado; cubriéndose de rojo con el propósito
de distraer la vigilancia de los obreros, empezó inmediatamente
a reconstruir los órganos de su poder. Los consejos obreros entregaron
voluntariamente su poder a los dirigentes del Partido socialdemócrata
y al parlamento democrático. Los obreros, portando todavía
armas como soldados, no desarmaron a la burguesía, sino que se
desarmaron a sí mismos; los grupos obreros más activos
fueron aplastados por los guardias blancos recientemente formados y
la burguesía formó milicias civiles armadas. Con la connivencia
de las direcciones sindicales, los ahora indefensos obreros fueron poco
a poco expropiados de todas las mejoras en sus condiciones de trabajo
conquistadas en el curso de la revolución. El camino al comunismo
era así bloqueado con alambradas de espino para asegurar la supervivencia
del capitalismo, o sea, para permitirle hundirse todavía más
profundamente en el caos.
Estas experiencias ganadas en el curso de la revolución alemana
no pueden, por supuesto, aplicarse automáticamente a los demás
países de Europa occidental; allí el desarrollo de la
revolución aún seguirá otros cursos. El poder no
caerá repentinamente en manos de las masas sin preparación
como resultado del derrumbe politico-militar; el proletariado tendrá
que luchar duramente por ello, y de este modo habrá conseguido
un grado superior de madurez cuando haya ganado. Lo ocurrido a ritmo
febril en Alemania después de la revolución de noviembre
ya está teniendo lugar más sosegadamente en otros países:
la burguesía está delineando las consecuencias de la revolución
rusa, haciendo preparativos militares para la guerra civil y, al mismo
tiempo, organizando la decepción política del proletariado
por medio de la socialdemocracia. Pero, a pesar de estas diferencias,
la revolución alemana muestra ciertas caraterísticas generales
y ofrece lecciones de importancia general. Ha puesto en claro que la
revolución en Europa occidental será un proceso lento
y arduo, y ha revelado qué fuerzas son las responsables de esto.
El ritmo lento del desarrollo revolucionario en Europa occidental, aunque
sólo relativo, ha dado lugar a un choque de corrientes tácticas
conflictivas. En tiempos de desarrollo revolucionario rápido,
las diferencias tácticas se superan rápidamente en la
acción, o no se hacen conscientes; la intensa agitación
de principios clarifica las mentes de la gente, y al mismo tiempo las
masas desbordan y la acción política sobrepasa las viejas
concepciones. Cuando nos situamos en un periodo de estancamiento externo,
como quiera que sea; cuando las masas dejan pasar cualquier cosa sin
protestar y las consignas revolucionarias ya no parecen capaces de capturar
la imaginación; cuando las dificultades se amontonan y el adversario
parece levantarse más colosal con cada compromiso; cuando el
Partido comunista permanece débil y experimenta sólo derrotas,
entonces las perspectivas divergen y se buscan nuevos cursos de acción
y nuevos métodos tácticos. Allí emergen, entonces,
dos tendencias principales, que pueden reconocerse en cualquier país
y a través de todas las variaciones locales. Una corriente busca
revolucionar y clarificar las mentes de la gente mediante la palabra
y el hecho, y para este fin intenta poner los nuevos principios en el
contraste más agudo posible con las viejas concepciones establecidas.
La otra corriente intenta atraer a la actividad práctica a las
masas que están todavía en la linea de fondo y, por consiguiente,
enfatiza los puntos de acuerdo más que los puntos de diferencia,
en un esfuerzo por evitar, hasta donde sea posible, cualquier cosa que
les pudiese detener. La primera se esfuerza por una clara y marcada
separación entre las masas; la segunda por la unidad; la primera
corriente puede ser denominada la tendencia radical, la segunda la tendencia
oportunista. Dada la situación actual en Europa occidental, con
la revolución encontrando poderosos obstáculos por una
parte, y por la otra con la forme resistencia de la Unión Soviética
a los esfuerzos de los gobiernos de la Entente para derrocarla, dejando
ello una fuerte impresión en las masas, podemos esperar un mayor
influjo en la Tercera Internacional de los agrupamientos obreros hasta
ahora indecisos; y como resultado, el oportunismo se convertirá,
sin duda, en una fuerza poderosa en la Internacional Comunista.
Oportunismo no significa necesariamente una actitud y vocabulario dóciles,
conciliadores, ni radicalismo un comportamiento más acerbo; al
contrario, la carencia de tácticas claras y fundadas en principios
se esconde, demasiado a menudo, trás un lenguaje rabiosamente
estridente; y de hecho, en las situaciones revolucionarias, es característico
del oportunismo poner repentinamente todas sus esperanzas en el gran
hecho revolucionario. Su esencia descansa siempre en la consideración
de las cuestiones inmediatas, no de las que se situan en el futuro,
y en fijarse en los aspectos superficiales del fenómeno más
que en ver sus bases determinantes más profundas. Cuando las
fuerzas no son inmediatamente adecuadas para la consecución de
cierta meta, tiende a elaborar para esa meta otra via, mediante rodeos,
en lugar de fortalecer esas fuerzas, ya que su meta es el éxito
inmediato y a eso sacrifica las condiciones para el éxito duradero
en el futuro. Busca la justificación en el hecho de que, formando
alianzas con otros grupos «progresivos», y haciendo concesiones
a las concepciones caducas, a menudo es posible ganar poder o, por lo
menos, dividir al enemigo, la coalición de las clases capitalistas,
y producir así condiciones más favorables para la lucha.
Pero el poder en tales casos siempre resulta ser una ilusión,
un poder personal ejercido por dirigentes individuales y no el poder
de la clase proletaria; esta contradicción no trae nada más
que confusión, corrupción y conflicto en su estela. Una
conquista del poder gubernamental que no esté basada sobre una
clase obrera plenamente preparada para ejercer su hegemonía se
perdería de nuevo, o, en otro caso, habría de hacer tantas
concesiones a las fuerzas reaccionarias que se desgastaría interiormente.
Una división en las filas de la clase que nos es hostil --la
consigna más preciada del reformismo-- no afectaría a
la unidad de la burguesía, interiormente entrelazada, pero engañaría,
confundiría y debilitaría al proletariado. Por supuesto,
puede ocurrir que la vanguardia comunista del proletariado sea forzada
a tomar el poder político antes de que se den las condiciones
normales; pero sólo lo que las masas ganen de este modo en términos
de claridad, visión profunda (insight), solidaridad
y autonomía, tiene valor duradero como fundamento del desarrollo
ulterior hacia el comunismo.
La historia de la Segunda Internacional está llena de ejemplos
de esta política de oportunismo, y éstos están
empezando a aparecer en la Tercera. Ello solía consistir en buscar
la ayuda de los grupos obreros no socialistas o de otras clases para
conseguir el objetivo del socialismo. Esto condujo a tácticas
que se volvían corruptas, y, finalmente, al hundimiento. La situación
de la Tercera Internacional es ahora fundamentalmente diferente, puesto
que el periodo de desarrollo capitalista tranquilo ha terminado cuando
la socialdemocracia, en el mejor sentido del término, no podía
hacer nada más que prepararse para una futura época revolucionaria
combatiendo la confusión con políticas de principios.
El capitalismo está ahora derrumbándose; el mundo no puede
esperar hasta que nuestra propaganda haya ganado a una mayoría
para la lúcida visión comunista; las masas deben intervenir,
y tan rápidamente como sea posible, si ellas y el mundo van a
salvarse de la catástrofe. ¿Qué puede hacer un
pequeño partido, cualesquiera que sean sus principios, cuando
lo que se necesita son las masas? ¿No está el oportunismo,
con sus esfuerzos por reunir rápidamente a las masas más
amplias, dictado por la necesidad?
Una revolución no puede realizarse mejor mediante un gran partido
de masas o una coalición de partidos diferentes que mediante
un pequeño partido radical. Ella irrumpe espontáneamente
entre las masas, y aunque la acción instigada por un partido
puede detonarla a veces (un raro suceso) las fuerzas determinantes descansan
en otra parte, en los factores psicológicos que están
en lo profundo del inconsciente de las masas y en los grandes acontecimientos
de la política mundial. La función de un partido revolucionario
reside en propagar por adelantado un entendimiento claro para que, a
lo largo de las masas, haya elementos que sepan lo que se debe de hacer
y que sean capaces de juzgar la situación por sí mismos.
Y en el curso de la revolución el partido tiene que alzar el
programa, las consignas y orientaciones que las masas espontáneamente
actuantes reconozcan como correctas porque encuentran que ellas expresan
sus propias aspiraciones en su forma más adecuada y que alcanzan
así mayor claridad de propósito; es de este modo como
el partido llega a dirigir la lucha. Mientras las masas permanecen inactivas
esto puede parecer una táctica infructuosa; pero la claridad
de principios tiene un efecto implícito en muchos que en un principio
son reacios, y la revolución revela su poder activo de dar una
dirección definida a la lucha. Si, por otro lado, se ha intentado
ensamblar un gran partido diluyendo los principios, formando alianzas
y haciendo concesiones, entonces esto permite a los elementos confusos
ganar influencia en tiempos de revolución sin que las masas,
por causa de su inadecuación, sean capaces de discernimiento.
La conformidad a las perspectivas tradicionales es un intento por ganar
poder sin la revolución en las ideas, que es la precondición
para hacerlo; su efecto es, por consiguiente, detener el curso de la
revolución. Esto está, también, condenado al fracaso,
pues sólo el pensamiento más radical puede tomar arraigo
en las masas una vez se comprometen en la revolución, mientras
que la moderación sólo les satisface mientras la revolución
tenga todavía que realizarse. Una revolución involucra
simultáneamente un profundo salto (upheaval: una ruptura
y un ascenso, nota trad. español), en el pensamiento de
las masas; crea las condiciones para esto y es ella misma condicionada
por ello; la dirección en la revolución recae, de este
modo, en el Partido comunista, en virtud del poder de transformación
del mundo que poseen sus principios inequívocos.
En contraste con el fuerte y marcado énfasis en los nuevos principios
--el sistema de soviets y la dictadura-- que distinguen al comunismo
de la socialdemocracia, el oportunismo en la Tercera Internacional confía
tanto como le es posible en las formas de lucha tomadas de la Segunda
Internacional. Después de que la revolución rusa hubiese
reemplazado la actividad parlamentaria por el sistema de soviets, y
hubiese edificado el movimiento sindical sobre la base de la fábrica,
el primer impulso en Europa occidental fue seguir este ejemplo. El Partido
Comunista de Alemania boicoteó las elecciones a la Asamblea Nacional
e hizo campaña por la separación organizativa, inmediata
o graudal, de los sindicatos. Sin embargo, cuando la revolución
refluyó y se estancó en 1919, el Comité Central
del KPD introdujo una táctica diferente que equivalía
a optar por el parlamentarismo y apoyar a las viejas confederaciones
sindicales contra las uniones industriales. El principal argumento que
estaba detrás de esto es que el Partido comunista no debe perder
la dirección de las masas, que piensan todavía enteramente
en términos parlamentarios; a las que se llega mejor a través
de campañas electorales y discursos parlamentarios, y las cuales,
afiliándose en masa a los sindicatos, han incrementado su número
de miembros a siete millones. Este mismo pensamiento se observará
en Inglaterra en la actitud del BSP: no quieren romper con el Partido
Laborista, aunque éste pertenece a la Segunda Internacional,
por miedo a perder el contacto con la masa de sindicalistas. Estos argumentos
son formulados de modo más preciso y ordenado por nuestro amigo
Karl Radek, cuyo Desarrollo de la Revolución mundial y Tareas
del Partido Comunista, escrito en prisión en Berlín, puede
considerarse como la declaración programática del oportunismo
comunista [2]. Aquí se argumenta que la revolución
proletaria en Europa occidental será un largo y dilatado proceso,
en el cual el comunismo deberá usar todos los medios de propaganda,
en los cuales la actividad parlamentaria y el movimiento sindical seguirán
siendo las armas principales del proletariado, con la introducción
gradual del control obrero como nuevo objetivo.
Un examen de los fundamentos, condiciones y dificultades de la revolución
proletaria en Europa occidental mostrará en que medida es esto
correcto.
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[2] Pannekoek confunde aquí los títulos de dos
textos escritos por Radek durante su estancia en prisión: «El desarrollo
de la Revolución alemana y las tareas del Partido Comunista», escrito
antes del Congreso de Heidelberg, y «El desarrollo de la Revolución
mundial y las tácticas de los Partidos Comunistas en la lucha por la
Dictadura del Proletariado», escrito posteriormente. Éste últimos
es el que se menciona. [Nota de los traductores al inglés]
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