Anton PANNEKOEK
Para luchar contra el capital hay que luchar también contra el sindicato
Índice
III - [Las formas de organización revolucionarias]
Son muchos los que continúan concibiendo la revolución proletaria
bajo el aspecto de las antiguas revoluciones burguesas, es decir, como una serie
de fases que se originan unas a partir de otras; primero, la conquista del poder
político y la formación de un nuevo gobierno; después la
expropiación, por decreto, de la clase capitalista; y finalmente, una
reorganización del proceso de producción. Pero, de este modo,
el resultado sólo puede ser una especie de capitalismo de Estado. Para
que el proletariado pueda convertirse realmente en el patrón de su propio
destino, es preciso que cree simultáneamente su propia organización
y las formas del nuevo orden económico. Estos dos elementos con inseparables
y constituyen el proceso de la revolución social. Cuando la clase obrera
consiga organizarse en un cuerpo único capaz de llevar a cabo acciones
de masas potentes y unificadas, la hora de la revolución habrá
sonado, ya que el capitalismo sólo puede enseñorearse de los individuos
desorganizados. Y cuando las masas organizadas se lanzan a la acción
revolucionaria, mientras los poderes constituidos están paralizados y
empiezan a disgregarse, las funciones de dirección pasan del antiguo
gobierno a las organizaciones obreras. Desde este momento, la tarea principal
es la de continuar la producción, asegurar este proceso indispensable
a la vida social. En la medida en que la lucha de clase revolucionaria del proletariado
contra la burguesía y contra sus órganos es inseparable de la
confiscación, por parte de los trabajadores, del aparato de producción
y de la extensión de dicha confiscación el producto social, la
forma de organización que une a la clase en su lucha constituye simultáneamente
la forma de organización del nuevo proceso de producción.
En este marco, la forma de organización en sindicato o en partido,
originario del periodo del capitalismo ascendente, ya no presenta la menor utilidad.
Estas formas han sufrido, en efecto, una metamorfosis, transformándose
en instrumentos al servicio de jefes que no pueden ni quieren comprometerse
en la botella revolucionaria. la lucha no la llevan a cabo los dirigentes: los
líderes obreros aborrecen la revolución proletaria. Así,
pues, para llevar a buen fin su batalla, los trabajadores tienen necesidad de
nuevas formas de organización con las cuales mantener firmemente en sus
manos los principales elementos de fuerza. La pretensión de construir
o imaginar formas nuevas sería vana, pues éstas sólo surgen
de la lucha efectiva de los propios obreros. Pero basta con fijarse en la práctica
para descubrirlas, en estado embrionario, en todos aquellos casos en los que
los trabajadores se rebelan contra los viejos poderes.
Durante una huelga general, los obreros toman las decisiones en asambleas
generales. Eligen comités de agitación, cuyos miembros son revocables
en cada momento. Si el movimiento se propaga a un gran número de empresas,
la unidad de acción se realiza por medio de comités ampliados,
que reúnen a los delegados de todas las fábricas en huelga. Estos
delegados no deciden el margen de la base ni tratan de imponerle a ésta
su voluntad. Su papel es el de simples correas, que expresan las opiniones y
los deseos de los grupos e los que representan y, viceversa, que transmiten
a las asambleas generales, encargadas de discutirlas y tomar las decisiones,
las opiniones y los argumentos de los demás grupos. Revocables en todo
momento, no pueden desempeñar un papel dirigente. Los obreros deben elegir
solos su propio camino, decidir por sí mismos la dirección que
debe tomar su acción: el poder de decidir y de actuar, con todos los
riesgos y responsabilidades que comporta, es de su exclusiva competencia. Y
cuando la huelga acaba, los comités desaparecen.
Existe un solo ejemplo de una clase obrera industrial moderna que haya desempeñado
la función de fuerza motriz de una revolución política:
es el ejemplo de las revoluciones rusas de 1905 y 1917. En cada fábrica,
los obreros eligieron a sus delegados, la asamblea general de los cuales constituía
el "soviet" central, consejo en el que se discutía la situación
y se tomaban las decisiones. Allí se encontraban las opiniones procedentes
de las diferentes fábricas y allí se clarificaban las divergencias
y es formulaban las decisiones. Pero los consejos, a pesar de tener una influencia
directiva sobre la educación revolucionaria que se iba realizando por
medio de la acción, no eran de hecho organismos de mando. Sucedía
a veces que todos los miembros de un consejo eran arrestados, y nuevos delegados
los sustituian; otras veces, cuando la huelga dejaba paralizadas a las autoridades,
los consejos ejercían todos los poderes a escala local, y los delegados
de las profesiones liberales se unían a ellos, en representeción
de sus respectivos sectores de actividad.
Esta organización consejista desapareció tras la revolución.
Los centros proletarios eran simples islotes de la gran industria perdidos en
el océano de una sociedad agrícola en la que el desarrollo capitalista
todavía no se habia iniciado. La misión de sentar las bases del
capitalismo quedó en manos del partido comunista. Fue éste quien
se hizo cargo del poder político mientras los soviets quedaban reducidos
el rango de órganos sin importancia con poderes puramente nominales.
Las viejas formas de organización, los sindicatos y los partidos políticos,
y la nueva forma de los consejos (soviets) pertenecen a fases diversas de la
evolución social y tienen funciones totalmente distintas. Las primeras
tenían por objetivo el reforzamiento de la situación de la clase
obrera en el interior del sistema capitalista, y están ligadas al periodo
de su expansión. El objectivo de la segunda es, en cambio, el de crear
un poder obrero, abolir el capitalismo y la división de la sociedad en
clases; y está ligada al periodo de decadencia del capitalismo. En el
seno de un sistema ascendente y próspero, la organización de los
consejos es inviable, desde el momento que los obreros se preocupen únicamente
de mejorar sus propias condiciones de existencia, cosa que hace posible la acción
sindical y política. En un capitalismo en decadencia, presa de la crisis,
este último tipo de acción resulta vano, y aferrarse al mismo
no puede sino frenar el desarrollo de la lucha y de la actividad autónoma
de las masas. En épocas de tensión y de revuelta crecientes, cuando
los movimientos huelguísticos es expanden por países enteros y
hacen tambalear las bases del poder capitalista, o cuando después de
una guerra o de una catástrofe política la autoridad del gobierno
se delega y las masas pasan a la acción, las viejas formas de organización
ceden su puesto a las nuevas formas de autoactividad de las masas.
Siguiente >>
|