Anton PANNEKOEK
Para luchar contra el capital hay que luchar también contra el sindicato

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Por la acción directa.

En este punto surge una cuestión de excepcional importancia: ¿cómo es posible deducir la existencia o el florecer de una voluntad de lucha en el seno de la clase obrera? Para contestar, hemosde alejarnos, ante todo, del ámbito de las disputas entre los partidos políticos -concebidas sobre todo para burlarse de las masas-y dirigirnos hacia el interés económico, que es el lugar hacia el que las masas dirigen intuitivamente su áspera lucha destinada a defender su nivel de vida. En este sentido se hace evidente que con el paso de la pequeña a la gran empresa, los sindicatos dejaron de ser instrumentos de lucha proletaria. En nuestra época, se están transformando paulatinamente en organismos de los que el capital monopolista se sirve para dictar alternativas a la clase obrera.

Cuando los trabajadores empiezan a darse cuenta de que los sindicatos son incapaces de dirigir su lucha contra el capital, le tarea más inmediata es la de descubrir y aplicar nuevas formas de lucha- la huelga salvaje. Este es, en efecto,. el medio para librarse de las tutelas ejercidas por los viejos líderes y por las viejas organizaciones, el medio que permite tomar las iniciativas necesarias, juzgar el momento y las formas de la acción, fijar todas las decisiones útiles; en este nuevo marco, los obreros deben encargarse ellos mismos de hacer propaganda, de extender el movimiento y de dirigir la acción. Las huelgas salvajes constituyen explosiones espontáneas, la manifestación auténtica de la lucha de clase contra el capitalismo. Hasta hoy, seguramente, no se han dado apenas objetivos más generales: pero esto no impide que expresen de un modo concreto el nacimiento de una nueva mentalidad en las masas rebeldes: la acción autónoma, ya no dirigida por los jefes: el espíritu de independencia, y ya no de sumisión: la voluntad de lucha activa, y ya no la aceptación pasiva de órdenes caídas del cielo; la solidaridad y la unidad indestructible con los compañeros, y ya no el deber impuesto por la afifiación política y sindical. Esta unidad en la acción, en la huelga, corresponde, por supuesto, a la unidad en el trabajo productivo de cada día: lo que lleva a los trabajadores a reaccionar de este modo, como un solo hombre, es la actividad colectiva, el interés común frente a un patrón capitalista común. Todas las posturas individuales, todas las fuerzas de carácter y de pensamiento, exaltadas y tensas al extremo, se unen, por medio de las discusiones y de las decisiones, en un objetivo común.

En el curso de la huelga salvaje, se delinean ya los rasgos de una nueva orientación práctica de la clase obrera, de una nueva táctica: el método de la acción directa. Estas luchas constituyen la única rebelión que cuenta frente a las potencias degradantes y regresivas del capital internacional, del capital-patrón del mundo. Cierto, a pequeña escala, tales movimientos están casi irremediablemente destinados a terminar bruscamente en un fracaso total, son simplemente signos premonitorios. Para convertirse en movimientos eficaces, se requiere una condición: la conquista progresiva de las masas. Efectivamente, sólo el miedo de ver estas huelgas extenderse al infinito puede inducir el capitalista a pactar. Si la explotación deviene cada vez más intolerable -lo cual es indudable- la resistencia no dejará de renacer y afectará a masas cada vez mayores. Cuando esta resistencia asuma una amplitud tal que produzca graves perturbaciones en el orden social, cuando los trabajadores ataquen al Capital en su propia esencia, es decir, en la posesión de las empresas, deberán entonces afrontar el poder del Estado y sus inmensos medios. La huelga asumirá entonces un carácter necesariamente político; los comités de agitación, encarnación de las comunidades de clase, asumirán funciones sociales de otra magnitud, comenzando a revestir la forma de consejos obreros. A partir de este momento, despuntará en el horizonte la. revolución social, el hundimiento del capitalismo.

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