Anton PANNEKOEK
Lucha de clase y nación

Índice

II - La nación y el proletariado

El antagonismo de las clases

La realidad actual que determina de la manera más intensa el ser y el espíritu de los hombres es el capitalismo. Pero no se ejerce de la misma manera sobre los hombres que viven juntos; es una cosa muy distinta para el capitalista que para el proletariado. Para los miembros de la clase burguesa, el capitalismo es el mundo de la producción de riquezas y de la competencia; más bienestar, aumento de la masa del capital del que intentan sacar la máxima ganancia posible en una lucha competitiva individualista con sus semejantes y que les abre la vía del lujo y del disfrute de una cultura refinada, he ahí lo que les aporta el proceso de producción. Para los obreros, es el mundo de un duro trabajo de esclavitud sin fin, la inseguridad permanente de la vida, la eterna pobreza, sin esperanza de ganar otra cosa más que un salario de miseria. Por consiguiente, el capitalismo debería ejercer un efecto muy distinto sobre el espíritu de la burguesía y sobre el de la clase explotada. La nación es una entidad económica, una comunidad de trabajo, incluso entre obreros y capitalistas. Pues el capital y el trabajo son necesarios los dos y deben conjugarse para que la producción capitalista pueda existir. Es una comunidad de trabajo de naturaleza particular; en esta comunidad, el capital y el trabajo aparecen como polos antagónicos; constituyen una comunidad de trabajo de la misma manera que los animales predadores y sus presas constituyen una comunidad de vida.

La nación es una comunidad de carácter surgida de una comunidad de destino. Pero con el desarrollo del capitalismo, es la diferencia de destino la que domina cada vez más entre la burguesía y el proletariado de un mismo pueblo. Para explicar la comunidad de destino, Bauer habla (p.113) de las “relaciones entre los obreros ingleses y los burgueses ingleses por el hecho de habitar la misma ciudad, de leer los mismos carteles, los mismos periódicos y participar en los mismos acontecimientos políticos o deportivos y, ocasionalmente, hablar entre ellos, especialmente a través de los diferentes intermediarios entre capitalistas y obreros”. Ahora bien, el “destino” de los hombres no consiste en leer los mismos carteles, sino en grandes e importantes experiencias que son totalmente diferentes para cada una de las clases. Todo el mundo conoce la frase del ministro inglés Disraeli a propósito de dos naciones que viven en nuestra sociedad moderna una al lado de la otra en un mismo país sin comprenderse. ¿No quiere decir que ninguna comunidad de destino liga ya a las dos clases?4

Por supuesto,no hay que tomar al pie de la letra esta afirmación en su sentido moderno. Pues la comunidad de destino del pasado ejerce todavía su influencia sobre la comunidad actual de carácter. Mientras el proletario no tenga una conciencia clara de la particularidad de su propia experiencia, mientras su conciencia de clase no se haya despertado o lo haga apenas, sigue siendo prisionero del pensamiento tradicional, su pensamiento se nutre de las escorias de la burguesía, constituye todavía con ella una especie de comunidad de cultura, ciertamente de la misma manera que los criados en la cocina son los invitados de sus dueños. Las peculiaridades de la historia inglesa hacen que esta comunidad espiritual sea allí todavía muy fuerte, mientras que en Alemania es extremadamente débil. En todas las jóvenes naciones en que el capitalismo hace su aparición, el espíritu de la clase obrera está dominado por las tradiciones de la época campesina y pequeño-burguesa anterior. Sólo poco a poco, con el despertar de la conciencia y la lucha de clase bajo el efecto de los nuevos antagonismos, desaparecerá la comunidad de carácter entre las dos clases.

Sin duda, sigue habiendo relaciones entre ellas.Pero estas se limitan a las órdenes del reglamento de fábrica y del trabajo a realizar, para lo que la comunidad de lengua ni siquiera es necesaria, como demuestra la utilización de obreros alófonos. Cuanta más conciencia toman los obreros de su situación y de la explotación, cuanto más frecuentemente luchan contra los patronos para mejorar sus condiciones de trabajo, tanto más se transforman en enemistad y en lucha las relaciones entre las dos clases. Hay tan poca comunidad entre ellas como la que puede crearse entre dos pueblos a los que opone constantemente un conflicto fronterizo. Cuanto más se dan cuenta los obreros del desarrollo social y cuanto más se les aparece el socialismo como la meta necesaria de su lucha, más sienten la dominación de la clase de los capitalistas como una dominación extranjera, y con esta expresión se da uno cuenta hasta qué punto se difumina la comunidad de carácter.

Bauer califica el carácter nacional como la “diversidad de las orientaciones de la voluntad, el hecho de que un mismo impulso desencadene movimientos diversos, que una misma situación suscite resoluciones diversas” (p.111). ¿Puede uno imaginarse orientaciones más antagónicas que las de la voluntad de la burguesía y del proletariado? Los nombres de Bismarck, Lasalle, 1848, suscitan sentimientos no sólo diferentes sino incluso opuestos en los obreros alemanes y en la burguesía alemana. Los obreros alemanes del Imperio que pertenecen a la nación alemana juzgan casi todo lo que pasa en Alemania de modo distinto y opuesto a la burguesía. Todas las demás clases se entusiasman juntas por aquello que contribuye a la grandeza y al poderío exterior de su Estado nacional, mientras que el proletariado combate todas las medidas que conducen a ello. Las clases burguesas hablan de la guerra contra otros Estados para acrecentar su propio poder, mientras el proletariado piensa en la manera de impedir la guerra o encontrar en la derrota de su propio gobierno la ocasión de su propia liberación.

De ello resulta que no se puede hablar de la nación como entidad sino antes de que se despliegue en ella ampliamente la lucha de clases, pues entonces la clase obrera sigue todavía los pasos de la burguesía. El antagonismo de clase entre la burguesía y el proletariado tiene como efecto que su comunidad nacional de destino y de carácter desaparece cada vez más. Por tanto, las fuerzas constitutivas de la nación deben ser examinadas separadamente en cada una de las dos clases.

4 Ver Earl of Beaconsfield (Benjamin Disraeli), Sybil, or two nations, Londres, Longmans, Green and Co, 1913, pp.76-77.

La voluntad de constituir una nación

Bauer tiene toda la razón al considerar las diferencias de orientación de la voluntad como el elemento esencial de las diferencias de carácter nacional.Allí donde todas las voluntades están orientadas de la misma manera,se forma una masa coherente; allí donde los acontecimientos y las influencias del mundo exterior suscitan determinaciones diferentes y opuestas, se acaba en la ruptura y en la separación. La diferencia de voluntad ha separado las naciones unas de otras; pero, ¿de la voluntad de quién se trata? De la voluntad de la burguesía ascendente. Como resulta de las demostraciones precedentes sobre la génesis de las naciones modernas, su voluntad de constituir la nación es la fuerza constitutiva más importante.

¿Qué es lo que hace de la nación checa una comunidad específica en relación con la alemana?Lo adquirido por la vida en común, el contenido de la comunidad de destino que continúa influenciando prácticamente el carácter nacional, es extremadamente débil. El contenido de su cultura está tomado casi integralmente de las naciones modernas que la han precedido, sobre todo la alemana; por eso Bauer dice (p.118): “No es totalmente falso decir que los checos son alemanes que hablan checo”. A esto vienen a añadirse algunas tradiciones campesinas completadas con reminiscencias de Huss, Ziska y la batalla de la Montaña blanca5 exhumadas de la historia y que no tienen incidencia práctica en el presente. ¿Cómo se ha podido hacer una “cultura nacional” propia sobre la base de una lengua particular? Porque la burguesía necesita una separación, porque quiere trazar una frontera tajante, porque quiere constituirse en nación en relación con los alemanes. Lo quiere porque lo necesita, porque la competencia capitalista le obliga a monopolizar en la medida de lo posible un territorio de mercados y de explotación. El conflicto de intereses con los otros capitalistas crea la nación allí donde existe un elemento necesario, la lengua específica. Bauer y Renner muestran claramente en su exposición de la génesis de las naciones modernas que la voluntad de las clases burguesas ascendentes creó las naciones. No como voluntad consciente o arbitraria, sino como querer al mismo tiempo que deber,consecuencia necesaria de factores económicos. Las “naciones” de que se trata en la lucha política, que luchan entre sí por la influencia sobre el Estado, por el poder en el Estado (Bauer,§19) no son otra cosa que organizaciones de las clases burguesas, de la pequeña burguesía, de la burguesía, de la intelectualidad – clases cuya existencia se basa en la competencia – y ahí los proletarios y los campesinos juegan el papel de segundo plano.

El proletariado no tiene nada que ver con esta necesidad de competencia de las clases burguesas, con su voluntad de constituir una nación. La nación no puede significar para él un privilegio de clientela, de puestos, de posibilidades de trabajo. Los capitalistas se lo han hecho comprender de golpe al importar obreros alófonos. Mencionar esta práctica capitalista no tiene por objeto primordial desenmascarar la hipocresía nacional, sino ante todo hacer comprender a los obreros que bajo la dominación del capitalismo la nación jamás puede ser para ellos sinónimo de monopolio de trabajo. Y sólo excepcionalmente se oye hablar, entre los obreros retrógrados, como los viejos sindicalistas americanos, de un deseo de restringir la inmigración. Temporalmente, lo nacional puede también revestir un significado propio para el proletariado. Cuando el capitalismo penetra en una región agraria, los patronos pertenecen entonces a una nación capitalista más desarrollada, los obreros salidos del campesinado a otra. El sentimiento nacional puede ser entonces para los obreros un primer medio de tomar conciencia de su comunidad de intereses frente a los capitalistas alófonos. El antagonismo nacional es en este caso la forma primitiva del antagonismo de las clases, de la misma manera que en Renania-Westfalia, en la época de la lucha por la cultura, el antagonismo religioso entre los obreros católicos y los patronos liberales era la forma primitiva del antagonismo entre las clases. Pero desde el momento en que una nación está lo suficientemente desarrollada como para tener una burguesía propia que se encargue de la explotación, el nacionalismo proletario pierde sus raíces. En la lucha por mejores condiciones de vida, por el desarrollo intelectual, por la cultura, por una existencia más digna, las demás clases de su nación son los enemigos jurados de los obreros mientras que sus camaradas de clase alófonos son sus amigos y sus apoyos. La lucha de clase crea en el proletariado una comunidad internacional de intereses. Por tanto, no se puede hablar en el proletariado de una voluntad basada en los intereses económicos, en su situación material, para constituirse en nación frente a otras.

5 Juan Huss (1369-1415), reformador checo, condenado por el Concilio de Constanza y quemado. El día de su muerte fue celebrado durante mucho tiempo en Bohemia como fiesta nacional y religiosa. Fue igualmente uno de los promotores de la lengua checa.
Jan Ziska von Trocnov (1370-1424), jefe husita. El 14 de julio de 1420 rechazó el ataque del Emperador Segismundo en el Monte Witka, cerca de Praga. Vencedor una vez más del Emperador dos años más tarde, murió por la peste en el cerco de Pribyslau.
La Montaña blanca (Bila Hora)está situada al oeste de Praga. La batalla tuvo lugar el 8 de noviembre de 1620. El ejército protestante de Bohemia fue vencido allí por las tropas imperiales. Según el análisis de Bauer, la derrota de la Montaña blanca, que privó a la nación checa de sus capas cultas, la convirtió en una "nación sin historia".

La comunidad de cultura

Bauer encuentra en la lucha de clases otra fuerza constitutiva de la nación. No en el contenido económico de la lucha de clases, sino en sus efectos culturales. Califica la política de la clase obrera moderna de política evolucionista-nacional (páginas 160 y 161) que llegará a reunir a todo el pueblo en una nación. Esto debe ser más que una manera primitiva y popular de expresar nuestros objetivos en el lenguaje del nacionalismo, con la intención de ponerlos al alcance de los trabajadores que están enredados en la ideología nacional y no han tomado conciencia todavía de la gran importancia revolucionaria del socialismo. Pues Bauer añade: “Como el proletariado lucha necesariamente por la propiedad de los bienes culturales que su propio trabajo crea y permite que existan, el efecto de esta política es necesariamente llamar a todo el pueblo a participar en la comunidad nacional de cultura y por ahí hacer una nación de la totalidad del pueblo”.

A primera vista,esto parece completamente justo. Mientras los trabajadores, aplastados por la explotación capitalista, se deterioran en la miseria física y vegetan sin esperanza ni actividad intelectual, no participan en la cultura de las clases burguesas, cultura que se fundamenta en el trabajo de aquellos. Sólo forman parte de la nación como el ganado en el establo, no constituyen más que una propiedad, no son más que el segundo plano de la nación. Es la lucha de clases la que les despierta a la vida; es a través de la lucha como consiguen tiempo libre, mejores salarios y, así, la posibilidad de un desarrollo intelectual. Por el socialismo, su energía es despertada, su espíritu es estimulado; se ponen a leer, en primer lugar folletos socialistas y periódicos políticos, pero pronto la aspiración y la necesidad de perfeccionar su formación intelectual los lleva a abordar obras literarias, históricas y científicas: las comisiones de educación del partido se afanan incluso muy especialmente en poner a su alcance la literatura clásica. De este modo entran en la comunidad de cultura de las clases burguesas de su nación. Y cuando el trabajador -contrariamente a su situación actual en que sólo puede apropiarse, en escasos ratos de ocio y con dificultad, de pequeños fragmentos de aquélla -pueda entregarse libremente y sin coerción a su desarrollo intelectual bajo el socialismo que lo liberará de la esclavitud sin fin del trabajo, solamente entonces podrá impregnarse de toda la cultura nacional y convertirse, en el pleno sentido de la palabra, en un miembro de la nación.

Pero en esta reflexión se descuida un punto importante. Entre los trabajadores y la burguesía no puede existir una comunidad de cultura más que superficialmente, en apariencia y de modo esporádico. Ciertamente, los trabajadores pueden leer, en parte, los mismos libros que la burguesía, los mismos clásicos y las mismas obras de historia natural, pero de ahí no resulta ninguna comunidad de cultura. Al ser totalmente divergentes los fundamentos de su pensamiento y de su visión del mundo, los trabajadores leen en estas obras otra cosa muy distinta que la burguesía. Como se ha demostrado más arriba, la cultura nacional no está suspendida en el aire; es la expresión de la historia material de la vida de las clases cuyo auge creó la nación. Lo que encontramos expresado en Schiller y en Goethe no son abstracciones de la imaginación estética, sino los sentimientos y los ideales de la burguesía en su juventud, su aspiración a la libertad y a los derechos del hombre, su manera propia de aprehender el mundo y sus problemas. El obrero consciente de hoy tiene otros sentimientos, otros ideales y otra visión del mundo. Cuando, en su lectura, se trata del individualismo de Guillermo Tell o de los derechos de los hombres, eternos e imprescriptibles, etéreos, la mentalidad que allí se expresa no es la suya, que debe su madurez a una comprensión más profunda de la sociedad y que sabe que los derechos del hombre no pueden ser conquistados más que por la lucha de una organización de masas. No es insensible a la belleza de la literatura antigua; es precisamente su juicio histórico el que le permite comprender los ideales de las generaciones precedentes a partir de su sistema económico. Es capaz de sentir la fuerza de aquellos y, así, apreciar la belleza en las obras en las que han encontrado su más perfecta expresión. Pues lo bello es lo que abarca y representa lo más perfectamente posible la universalidad, la esencia y la sustancia más profunda de una realidad.

A esto viene a añadirse que, en muchos puntos, los sentimientos de la época revolucionaria burguesa suscitan en él un poderoso eco; pero lo que encuentra en él un eco, no lo encuentra justamente en la burguesía moderna. Esto es más válido aún en lo concerniente a la literatura radical y proletaria. De lo que entusiasma al proletario en las obras de Heine y de Freiligrath6, la burguesía no quiere saber nada. La lectura, por las dos clases, de la literatura de que disponen en común, es totalmente diferente; sus ideales sociales y políticos son diametralmente opuestos, sus visiones del mundo no tienen nada en común. Esto es cierto en una medida aún mayor en lo concerniente a la historia. Lo que, en la historia, la burguesía considera como los recuerdos más sublimes de la nación, no suscita en el proletariado consciente más que odio, aversión o indiferencia. Nada indica aquí que posean una cultura común. Sólo las ciencias físicas y naturales son admiradas y honoradas por ambas clases. Su contenido es idéntico para las dos. Pero qué diferente de la actitud de las clases burguesas es la del trabajador que ha reconocido en ellas el fundamento de su dominio absoluto sobre la naturaleza y sobre su destino en la sociedad socialista futura. Para el trabajador, esta visión de la naturaleza, esta concepción de la historia, este sentimiento de la literatura, no son elementos de una cultura nacional de la que participa, son elementos de su cultura socialista.

El contenido intelectual más esencial, los pensamientos determinantes, la verdadera cultura de los socialdemócratas alemanes no hunden sus raíces en Schiller ni en Goethe, sino en Marx y en Engels. Y esta cultura, surgida de una comprensión socialista lúcida de la historia y del futuro de la sociedad, del ideal socialista de una humanidad libre y sin clases, así como de la ética comunitaria proletaria, y que por ahí mismo se opone en todos sus rasgos característicos a la cultura burguesa, es internacional. Esta cultura, a pesar de que difiera de un pueblo a otro en matices – como la manera de ver de los proletarios varía según sus condiciones de existencia y la forma de la economía – a pesar de que esté fuertemente influenciada por los antecedentes históricos propios de la nación, sobre todo allí donde la lucha de clases está poco desarrollada, es en todas partes la misma. Su forma, la lengua en la que se expresa, es diferente, pero todas las demás diferencias, incluso nacionales, se ven cada vez más reducidas por el desarrollo de la lucha de clases y el crecimiento del socialismo. Por el contrario, la separación entre la cultura de la burguesía y la del proletariado se acrece sin cesar.

Por tanto, es inexacto decir que el proletariado lucha por la propiedad de los bienes culturales nacionales que produce con su trabajo. No lucha para apropiarse de los bienes culturales de la burguesía, lucha por el control de la producción y para establecer, sobre esta base, su propia cultura socialista. Lo que llamamos efectos culturales de la lucha de clases, la adquisición por parte del trabajador de una conciencia de sí mismo, del saber y del deseo de instruirse, de exigencias intelectuales elevadas, no tiene nada que ver con una cultura nacional burguesa, sino que representa el crecimiento de la cultura socialista. Esta cultura es un producto de la lucha, que es una lucha contra el conjunto del mundo burgués. Y del mismo modo que vemos desarrollarse en el proletariado la humanidad nueva, orgullosa y segura de su victoria, liberada de la infame esclavitud del pasado, formada por combatientes valientes, capaces de penetrar sin prejuicios y comprender completamente la marcha del mundo, unidos por la más estrecha de las solidaridades en una estrecha unidad, así despunta desde ahora en este proletariado el espíritu de la humanidad nueva, la cultura socialista, débil al principio, confusa y mezclada con tradiciones burguesas, pero después cada vez más clara, cada vez más pura, más bella, más rica.

Evidentemente, esto no quiere decir que la cultura burguesa no va a continuar también reinando todavía durante mucho tiempo y poderosamente en el espíritu de los trabajadores. Demasiadas influencias provenientes de este mundo actúan sobre el proletariado, voluntaria e involuntariamente; no sólo la escuela, la Iglesia y la prensa burguesa, sino todas las bellas letras y las obras científicas penetradas por el pensamiento burgués. Pero cada vez con más frecuencia y de manera incesantemente ampliada, la vida misma y la experiencia propia triunfa en el espíritu de los trabajadores de la visión burguesa del mundo. Y así debe ser. Pues en la medida en que esta última se apodera de los trabajadores, los hace menos capaces de luchar; bajo su influencia, los trabajadores se llenan de respeto hacia las fuerzas dominantes, se les inculca el pensamiento ideológico de estas, su conciencia de clase lúcida es oscurecida, se los levanta a unos contra otros de una a otra nación, se hacen dispersar y son, por tanto, debilitados en la lucha y desposeídos de su confianza en sí mismos. Ahora bien, nuestro objetivo exige un género humano orgulloso, consciente de sí mismo, audaz tanto en sus pensamientos como en su acción. Y por esta razón las exigencias mismas de la lucha liberan a los trabajadores de estas influencias paralizantes de la cultura burguesa.

Es, pues, inexacto decir que los trabajadores acceden a través de su lucha a una “comunidad nacional de cultura”. Es la política del proletariado, la política internacional de la lucha de clases, la que engendra en él una nueva cultura, internacional y socialista.

6 Ferdinand Freiligrath (1810-1876), poeta, uno de los dirigentes del partido demócrata en la revolución de 1848, colaboró con Marx y Engels en la Neue Rheinische Zeitung. Sus poesías forman parte del patrimonio cultural de la socialdemocracia.

La comunidad de la lucha de clase

Bauer opone la nación en tanto que comunidad de destino a la clase, en la que la similitud del destino ha desarrollado rasgos de carácter similares. Pero la clase obrera no es solamente un grupo de hombres que han conocido el mismo destino y, por consiguiente, tienen el mismo carácter. La lucha de clase suelda al proletariado en una comunidad de destino. El destino vivido en común es la lucha llevada en común contra el mismo enemigo.

En la lucha sindical, obreros de nacionalidades diferentes se ven confrontados al mismo patrón. Deben librar la lucha como unidad compacta, conocen sus vicisitudes y efectos en la más estrecha de las comunidades de destino. De su país han traído sus diferencias nacionales mezcladas con el individualismo primitivo de los campesinos o de los pequeños burgueses, quizá también un poco de conciencia nacional, mezclada con otras tradiciones burguesas. Pero toda esta diferencia es tradición del pasado frente a la necesidad de resistir ahora en una masa compacta, frente a la viviente comunidad de combate de hoy. Sólo una diferencia tiene aquí una significación práctica: la de la lengua; toda explicación, todo proyecto, toda información deben ser comunicados a cada uno en su propia lengua. En las grandes huelgas de América (la de las acerías de McKees Rocks o la de la industria textil en Lawrence, por ejemplo), los huelguistas – una mezcla inconexa de las nacionalidades más diversas: Franceses, italianos, polacos, turcos, sirios, etc.– se constituyeron en secciones separadas según la lengua, cuyos comités celebraban sesión siempre juntos y comunicaban simultáneamente las propuestas a cada sección en su propia lengua, preservando así la unidad del conjunto, prueba de que, a pesar de las dificultades inherentes a las diferencias lingüísticas, se puede realizar una estrecha comunidad de lucha proletaria. Querer proceder aquí a una separación organizativa entre lo que une la vida y la lucha, el interés real – y esa separación es la que pretende el separatismo – es tan contrario a la realidad que el éxito sólo puede ser temporal.

Esto no es cierto sólo para los obreros de la misma fábrica. Para poder librar su lucha con éxito, los obreros de todo el país deben unirse en un sindicato; y todos sus miembros consideran el avance de un grupo local como su propia lucha. Es más necesario aún cuando en el curso del desarrollo, la lucha sindical reviste formas más ásperas. Los patronos se unen en cárteles y asociaciones patronales; estas últimas no se diferencian porque se trate de patronos checos o alemanes, pues agrupan a todos los patronos de todo el Estado, e incluso a veces van más allá de las fronteras del Estado. Todos los obreros de un mismo oficio que están en el mismo Estado hacen huelgas y sufren los cierres de fábricas en común y por consiguiente constituyen una comunidad de destino vivido, y esto es lo más importante, superando todas las diferencias nacionales. Y en el último movimiento de reivindicaciones salariales de los marinos que se opusieron en el verano de 1911 a una asociación internacional de armadores, se ha podido ver ya una comunidad internacional de destino surgiendo como realidad tangible.

Lo mismo ocurre con la lucha política. En el Manifiesto comunista de Marx y Engels, se puede leer a este propósito: “En la forma,aun no siéndolo en el fondo,la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es necesario naturalmente que el proletariado de cada país acabe primero con su propia burguesía”7. Está claro en esta frase que la palabra “nacional” no es utilizada en el sentido austríaco, sino que surge de la situación de Europa occidental en que Estado y nación pasan por ser sinónimos. Esta frase significa simplemente que los obreros ingleses no pueden librar la lucha de clase contra la burguesía francesa, ni los obreros franceses contra la burguesía inglesa, sino que la burguesía inglesa y el poder de Estado inglés no pueden ser atacados y vencidos más que por el proletariado inglés. En Austria, el Estado y la nación son entidades diferentes. La nación surge naturalmente como una comunidad de intereses de las clases burguesas. Pero es el Estado el que es la verdadera organización sólida de la burguesía para proteger sus intereses. El Estado protege la propiedad, se ocupa de la administración,pone a punto la flota y el ejército, recauda los impuestos y contiene a las masas populares. Las “naciones”, o, mejor aún: las organizaciones activas que se presentan en su nombre, es decir, los partidos burgueses, no sirven más que para luchar por la conquista de la influencia adecuada sobre el Estado, una participación en el poder del Estado. Para la gran burguesía, cuyo espacio de intereses económicos abarca todo el Estado y va incluso más allá, que tiene necesidad de privilegios directos, de aduanas, de pedidos y de protección en el extranjero, es un Estado bastante vasto el que constituye la comunidad natural de intereses y no la nación. La independencia aparente que el poder de Estado ha sabido mantener durante mucho tiempo gracias al conflicto entre las naciones, no puede enmascarar el hecho de que ha sido también un instrumento al servicio del gran capital.

Por esta razón el centro de gravedad de la lucha política de la clase obrera se desplaza cada vez más hacia el Estado. Mientras la lucha por el poder político quede aún en segundo plano y la agitación,la propaganda y la lucha de las ideas –que, naturalmente, deben expresarse en cada una de las lenguas – ocupen todavía el primer plano de la escena, los ejércitos de proletarios siguen separados nacionalmente para la lucha política. En este primer estadio del movimiento socialista, lo importante es liberar a los proletarios de la influencia ideológica de la pequeña burguesía, arrancarlos de los partidos burgueses e inculcarles la conciencia de clase. Los partidos burgueses, separados por naciones, se convierten entonces en los enemigos a combatir. El Estado aparece como un poder legislativo del que se exigen leyes de protección para el proletariado; conquistar una influencia sobre el Estado a favor de los intereses proletarios se presenta a los proletarios escasamente conscientes, aún modestos, como el primer objetivo de la acción política. Y la meta final, la lucha por el socialismo, se presenta como una lucha por el poder en el Estado, contra los partidos burgueses.

Pero cuando el partido socialista consigue el rango de factor importante en el Parlamento, esto cambia. En el Parlamento, donde se zanjan todas las cuestiones políticas esenciales, el proletariado se ve confrontado a los representantes de las clases burguesas de todo el Estado. La lucha política esencial, en la que se integra y a la que se somete cada vez más el trabajo de educación, se desarrolla en el terreno del Estado. Es común a todos los obreros del Estado, cualquiera que sea la nación a la que pertenezcan. Amplía la comunidad de lucha al conjunto del proletariado del Estado, proletariado para el que la lucha común contra el mismo enemigo, contra el conjunto de los partidos burgueses de todas las naciones y su gobierno, se convierte en un destino común. No es la nación, sino el Estado, el que determina para el proletariado las fronteras de la comunidad de destino que es la lucha política parlamentaria. Mientras la propaganda socialista siga siendo la actividad más importante para los rutenos de Austria y para los rutenos de Rusia8, seguirán estrechamente ligados entre sí. Pero desde el momento en que el desarrollo llega al punto en que la lucha política real es librada contra el poder del Estado – mayoría burguesa y gobierno – tienen que separarse, luchar en lugares diferentes y con métodos a veces completamente diferentes. Los primeros intervienen en Viena en el Reichsrat junto con obreros tiroleses y checos, los otros luchan ya sea en la clandestinidad, ya sea en las calles de Kiev contra el gobierno del zar y sus cosacos. Su comunidad de destino está rota.

Todo esto se presenta tanto más claramente cuanto que el empuje del proletariado se hace más poderoso y su lucha ocupa cada vez más el campo de la historia. El poder de Estado y todos los poderosos medios de que dispone, es el feudo de las clases poseedoras; el proletariado no puede liberarse, no puede eliminar el capitalismo más que derrotando primero esta organización poderosa. La conquista de la hegemonía política no es solamente una lucha por el poder de Estado, sino una lucha contra el poder de Estado. La revolución social que desembocará en el socialismo consiste esencialmente en vencer el poder de Estado por la potencia de la organización proletaria. Por eso debe ser realizada por el proletariado de todo el Estado. Esta lucha de liberación común contra el mismo enemigo es la experiencia más importante, por así decir, toda la historia de la vida del proletariado desde su primer despertar hasta la victoria. Ella hace de la clase obrera, no de la misma nación, sino del mismo Estado, una comunidad de destino. Sólo en Europa occidental, donde Estado y nación coinciden más o menos, la lucha librada en el terreno estatal-nacional por la hegemonía política da origen en el proletariado a comunidades de destino que coinciden con las naciones.

Pero también en este caso se desarrolla cada vez más el carácter internacional del proletariado. Los obreros de los diferentes países intercambian teoría y práctica, métodos de lucha y concepciones y los consideran como un asunto común. Ciertamente éste era también el caso de la burguesía ascendente; en sus concepciones económicas y filosóficas, los ingleses, los franceses, los alemanes se han influenciado mutua y profundamente por el intercambio de ideas. Pero de ello no resultó ninguna comunidad pues su antagonismo económico les condujo a organizarse en naciones hostiles unas hacia las otras; precisamente la conquista, por parte de la burguesía francesa, de la libertad burguesa que tenía desde hacía mucho tiempo la burguesía inglesa fue lo que provocó las enconadas guerras napoleónicas. Semejante conflicto de intereses está totalmente ausente en el proletariado y por esta razón la influencia espiritual recíproca que ejerce la clase obrera de los diferentes países puede actuar sin coerción en la constitución de una comunidad internacional de cultura. Pero la comunidad no se limita a esto. Las luchas, las victorias y las derrotas en un país tienen profundas consecuencias en la lucha de clase de los demás países. Las luchas que libran nuestros camaradas de clase en el extranjero contra su burguesía no es nuestro propio asunto sólo en el terreno de las ideas, sino también en el plano material; forman parte de nuestro propio combate y las sentimos como tales. Eso lo saben muy bien los obreros austríacos, para los cuales la revolución rusa fue un episodio decisivo de su propia lucha por el sufragio universal9. El proletariado de todos los países se percibe como un ejército único, como una gran unión a la que sólo razones prácticas obligan a escindirse en numerosos batallones que deben combatir al enemigo separadamente, puesto que la burguesía está organizada en Estados y, por consiguiente, son numerosas las fortalezas a tomar. Es también bajo esta forma como la prensa nos relata las luchas en el extranjero: las huelgas de los portuarios ingleses, las elecciones en Bélgica, las manifestaciones callejeras en Budapest son todas asunto de nuestra gran organización de clase. De este modo, la lucha de clase internacional se convierte en la experiencia común de los obreros de todos los países.

7 Obras completas de Karl Marx. El Manifiesto comunista, traducción Molitor, Paris, Costes, 1934, p.77.

8 Es decir, los ucranianos.

9 En efecto, la revolución rusa dio impulso a la lucha por el sufragio universal en Austria. Tras un gran movimiento de masas en que la socialdemocracia jugó el papel dirigente al final de 1905, el Emperador aprobó en enero de 1907 el proyecto de reforma electoral que instauraba el sufragio universal en el territorio de Austria (que excluía la otra parte de la monarquía bicéfala, Hungría o Transleitania).

La nación en el Estado del futuro

En esta concepción del proletariado se reflejan ya las condiciones del orden social futuro, en el que los hombres ya no conocerán antagonismos estatales. Al superar las organizaciones estatales rígidas de la burguesía por la potencia organizativa de las masas proletarias, el Estado desaparece como potencia de coerción y terreno de dominación que se delimita netamente con relación al exterior. Las organizaciones políticas revisten una nueva función: “el gobierno de las personas deja paso a la administración de las cosas”, diría Engels en el Anti-Dühring10. Para regular conscientemente la producción se necesita organización, órganos ejecutivos y una actividad administrativa; pero para ello no es necesaria ni posible la centralización más estricta tal como la practica el Estado actual. Esta cederá el lugar a una amplia descentralización y a la auto-administración. Según las dimensiones de una rama de producción, las organizaciones abarcarán áreas más o menos grandes; mientras que, por ejemplo, el pan se producirá a escala local, la producción del hierro y la circulación ferroviaria necesitan entidades económicas de la magnitud de un Estado. Habrá unidades de producción de las más diversas dimensiones, desde el taller y la comuna hasta el Estado e, incluso, para ciertas ramas, hasta toda la humanidad. Los grupos humanos aparecidos naturalmente, las naciones, ¿no ocuparán entonces el lugar de los Estados desaparecidos en tanto que unidades organizativas? Sin duda será ese el caso, por la simple razón práctica, pero sólo por esta razón, de que son comunidades de la misma lengua y todas las relaciones entre los hombres pasan por la lengua.

Pero Bauer confiere a las naciones de la sociedad futura una significación complementaria totalmente distinta: “El hecho de que el socialismo haga autónoma a la nación y su sino sea producto de su voluntad consciente, determina una diferenciación creciente entre las naciones en la sociedad socialista y conlleva una afirmación más pronunciada de su peculiaridad y una separación más tajante de sus caracteres” (p.105). Cierto que unas reciben de otras el contenido de la cultura y las ideas de diversas maneras, pero no las recogen sino en ligazón con la cultura nacional. “Por esta razón, la autonomía en el socialismo significa necesariamente, a pesar de la igualación de los contenidos materiales de cultura, una diferenciación cada vez mayor de la cultura espiritual de las naciones.” (p. 108)... Así “la nación, que descansa en una comunidad de educación, lleva en sí la tendencia a la unidad; somete a todos sus hijos a una educación común, todos los con-nacionales trabajan juntos en los talleres nacionales, cooperan todos juntos en la formación de la voluntad colectiva de la nación, suministran juntos los bienes culturales nacionales. Así el socialismo lleva igualmente en sí la garantía de la unidad de la nación.” (p. 109). Hay ya en el capitalismo la tendencia a reforzar las separaciones nacionales de las masas y a dar a la nación una coherencia interior más fuerte. “Pero será privilegio del socialismo llevar (esta tendencia) a la victoria. Por la diversidad de la educación y de las costumbres según las naciones, la sociedad socialista distinguirá a todos los pueblos los unos de los otros tan tajantemente como lo son hoy únicamente las gentes cultivadas de las diferentes naciones. Cae de su peso que dentro de la nación socialista habrá también comunidades de carácter más restringidas; pero entre ellas no se podrá encontrar comunidades culturales independientes, pues las comunidades locales mismas estarán colocadas bajo la influencia de la cultura de toda la nación, en una relación cultural y un intercambio de ideas con la nación en su conjunto.” (p.135)

La concepción que se expresa en estas frases no es otra cosa sino la transposición ideológica de la actualidad austríaca a un futuro socialista. Confiere a las naciones bajo el socialismo el papel que hoy recae en los Estados, a saber, aislarse cada vez más con relación al exterior y nivelar en el interior todas las diferencias; entre los muchos niveles de unidades económicas y administrativas, da a las naciones un rango privilegiado, semejante al que hoy recae en el Estado tal como lo conciben nuestros adversarios, que ponen el grito en el cielo a propósito de la “omnipotencia del Estado” bajo el socialismo, e incluso se habla aquí de “talleres nacionales”. Por lo demás, mientras que en los escritos socialistas se habla siempre de talleres y de medios de producción de la “comunidad” por oposición a la propiedad privada, sin precisar las dimensiones de la comunidad, aquí se considera a la nación como la única comunidad de los hombres, autónoma respecto del exterior, indiferenciada en el interior.

Semejante concepción sólo es posible a condición de abandonar totalmente el terreno material del que han surgido las relaciones mutuas y las ideas de los hombres e insistir solamente en las fuerzas espirituales como factores determinantes. Pues las diferencias nacionales pierden entonces totalmente las raíces económicas que hoy les dan un vigor tan extraordinario. El modo de producción socialista no desarrolla oposiciones de intereses entre las naciones, como ocurre con el modo de producción burgués. La unidad económica no es ni el Estado ni la nación, sino el mundo. Este modo de producción es mucho más que una red de unidades productivas nacionales ligadas entre sí por una política inteligente de comunicaciones y por convenciones internacionales, tal como lo describe Bauer en la página 519; es una organización de la producción mundial en una unidad y asunto común de toda la humanidad. En esta comunidad mundial, de la que es un comienzo desde ahora el internacionalismo del proletariado, no puede tratarse de una autonomía de la nación alemana, por poner un ejemplo, más que de una autonomía de Baviera, de la ciudad de Praga o de la fundición de Poldi. Todas arreglan parcialmente sus propios asuntos y todas dependen del todo en cuanto partes de este todo. Toda la noción de autonomía proviene de la era capitalista en la que las condiciones de la dominación conllevan su contrario, a saber, la libertad respecto a una dominación determinada.

Esta base material de la colectividad, la producción mundial organizada, transforma la humanidad futura en una sola y única comunidad de destino. Para las grandes realizaciones que les esperan, la conquista científica y técnica de toda la tierra y su acondicionamiento en una morada magnífica para una raza de señores [ein Geschlecht von Herrenmenschen] feliz y orgullosa de su victoria y que se ha hecho dominadora de la naturaleza y de sus fuerzas, para estas grandes realizaciones – que apenas podemos imaginar hoy – las fronteras de los Estados y de los pueblos son demasiado estrechas y restringidas. La comunidad de destino unirá a toda la humanidad en una comunidad intelectual y cultural. La diversidad lingüística no será obstáculo, pues toda comunidad humana que mantenga con otra una comunicación verdadera creará un lenguaje común. Sin pretender abordar aquí la cuestión de una lengua universal, indicaremos solamente que ya hoy es fácil apropiarse varias lenguas extranjeras una vez superado el estadio de los estudios primarios. Por eso es inútil abordar la cuestión de saber hasta qué punto son de naturaleza permanente las actuales delimitaciones y diferencias lingüísticas. Lo que Bauer dice a propósito de la nación en la última de las frases citadas, vale entonces para la humanidad entera: aunque dentro de la humanidad socialista subsistan comunidades de carácter restringidas, no podrá haber comunidades de cultura independientes pues toda comunidad local (y nacional), sin excepción, se encontrará, bajo la influencia de la cultura del conjunto de la humanidad, en comunicación cultural, en un intercambio de ideas, con la humanidad entera.

10 Ver F. Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, Moscú, Ediciones Progreso, t. III, p. 98.

Las transformaciones de la nación

Nuestra investigación ha demostrado que bajo la dominación del capitalismo avanzado, al que acompaña la lucha de clases, el proletariado no puede encontrar ninguna fuerza constitutiva de la nación. No forma comunidad de destino con las clases burguesas, ni una comunidad de intereses materiales, ni una comunidad que pudiese ser la de la cultura intelectual. Los rudimentos de semejante comunidad, que se esbozan justo al comenzar el capitalismo, desaparecen necesariamente con el desarrollo de la lucha de clases. Mientras que en las clases burguesas poderosas fuerzas económicas generan el aislamiento nacional, un antagonismo nacional y toda la ideología nacional, en el proletariado están ausentes. En su lugar, la lucha de clase, que da a su vida lo esencial de su contenido, crea una comunidad internacional de destino y de carácter en la que no tienen significación práctica las naciones en tanto que grupos de la misma lengua. Y como el proletariado es la humanidad en devenir, esta comunidad constituye la aurora de la comunidad económica y cultural de la humanidad entera bajo el socialismo.

Por tanto, hay que responder afirmativamente a la pregunta que habíamos planteado al principio: Lo nacional no tiene para el proletariado más significado que el de una tradición. Sus raíces materiales se hunden en el pasado y no pueden alimentarse en las vivencias del proletariado. Por tanto, la nación juega para el proletariado un papel parecido al de la religión. Notemos la diferencia, a pesar de este parentesco. Las raíces materiales de los antagonismos religiosos se pierden en el pasado lejano y ya casi no son conocidas por el hombre de nuestro tiempo. Por esta razón, estos antagonismos están totalmente desligados de todos los intereses materiales y aparecen como querellas puramente abstractas acerca de cuestiones sobrenaturales. Por el contrario, las raíces materiales de los antagonismos nacionales se encuentran justo detrás de nosotros, en el mundo burgués moderno con el que estamos en contacto constante, por eso conservan toda la frescura y vigor de la juventud y conmueven tanto más cuanto que somos capaces de sentir directamente los intereses que expresan; pero, al tener raíces menos profundas, les falta la resistencia tan difícilmente quebrantable de una ideología petrificada por los siglos.

Por eso nuestra investigación nos lleva a una concepción completamente distinta a la de Bauer. Éste supone, al contrario del nacionalismo burgués, una transformación continua de la nación hacia nuevas formas y nuevos caracteres. Así, la nación alemana ha revestido, a través de la historia, apariencias continuamente renovadas del proto-germano hasta el futuro miembro de la sociedad socialista. Pero, bajo estas formas cambiantes, permanece la nación misma, e incluso si ciertas naciones deben desaparecer y surgir otras, la nación sigue siendo siempre la estructura fundamental de la humanidad. Por el contrario, según nuestras conclusiones la nación no es más que una estructura temporal y transitoria en la historia de la evolución de la humanidad, una de las numerosas formas de organización que se suceden o se manifiestan simultáneamente: tribus, pueblos, imperios, Iglesias, comunidades aldeanas, Estados. Entre ellas, la nación, en su especificidad, es un producto de la sociedad burguesa y desaparecerá con ella. Querer encontrar la nación en todas las comunidades pasadas y futuras es tan artificial como interpretar, a la manera de los economistas burgueses, el conjunto de las formas económicas pasadas y futuras como formas variadas del capitalismo y concebir la evolución mundial como evolución del capitalismo, que iría desde el “capital” del salvaje, su arco, hasta el “capital” de la sociedad socialista.

Aquí aparece el fallo de la idea básica en la obra de Bauer, tal como la citamos más arriba. Cuando éste dice que la nación no es una cosa rígida sino un proceso en devenir, ello implica que la nación en cuanto tal es permanente y eterna. Para Bauer, la nación es “el producto jamás acabado de un proceso eternamente en curso.” Para nosotros, la nación es un episodio en el proceso de la evolución humana que progresa hacia el infinito. La nación constituye para Bauer el elemento fundamental permanente de la humanidad. Su teoría es una reflexión sobre el conjunto de la historia de la humanidad bajo el ángulo nacional. Las formas económicas se transforman, las clases nacen y mueren, pero eso sólo son mutaciones de la nación, dentro de la nación. La nación sigue siendo el elemento primario al que las clases y sus transformaciones confieren simplemente un contenido cambiante. Por esta razón Bauer expresa las ideas y los objetivos del socialismo en la lengua del nacionalismo y habla de nación allí donde otros han empleado los términos de pueblo y humanidad: la “nación”, por la propiedad privada de los medios de trabajo, ha perdido el control de su destino; la “nación” no lo ha decidido conscientemente, son los capitalistas los que determinan el destino de la “nación”; la “nación” del futuro se convertirá en el artífice de su propio destino; ya hemos citado más arriba los talleres nacionales. Así Bauer es llevado a calificar de políticas evolucionista-nacional y conservadora-nacional las dos direcciones opuestas de la política, la del socialismo, dirigida hacia delante, y la del capitalismo, que intenta mantener el orden económico actual. Siguiendo el ejemplo citado más arriba, se podría calificar igualmente el socialismo de política evolucionista-capitalista.

La manera como Bauer trata la cuestión de las nacionalidades es una teoría específicamente austríaca, constituye una doctrina de la evolución de la humanidad que sólo podría nacer en Austria, donde las cuestiones nacionales dominan toda la vida pública. Se constata, y no es ciertamente con la intención de estigmatizarlo, que un investigador que maneja con tal éxito el método de la concepción marxista de la historia, se convierte a su vez, al sucumbir a la influencia de su entorno, en una prueba de esta teoría.

Sólo esta influencia lo ha puesto en condiciones de hacer progresar hasta tal punto nuestra comprensión científica. Y es que nosotros no somos máquinas de pensar lógicamente sino seres humanos que vivimos dentro de un mundo que nos obliga a dominar, apoyándonos en la experiencia y la reflexión, los problemas que nos plantea la práctica de la lucha.

Pero nos parece que en la diferencia de las conclusiones interviene también una diferencia de los conceptos filosóficos fundamentales. ¿En qué ha desembocado siempre nuestra crítica de las concepciones de Bauer? En una evaluación diferente de las fuerzas materiales e intelectuales. Mientras que Bauer se apoya en la potencia indestructible de las cosas del espíritu, de la ideología en tanto que fuerza independiente, nosotros ponemos siempre el acento en su dependencia de las condiciones económicas. Se siente uno tentado de poner esta desviación del materialismo marxista próxima al hecho de que Bauer se ha presentado en varias ocasiones como defensor de la filosofía de Kant y cuenta entre los kantianos. Así su obra confirma doblemente que el marxismo es un método científico precioso e indispensable.

Sólo él le ha permitido enunciar los numerosos resultados notables que enriquecen nuestra comprensión; allí donde se manifiestan ciertas carencias es precisamente donde su método se aleja de las concepciones materialistas del marxismo.

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