Anton PANNEKOEK
Lucha de clase y nación
Índice
II - La nación y el proletariado
El antagonismo de las clases
La realidad actual que determina de la manera más intensa el ser y el
espíritu de los hombres es el capitalismo. Pero no se ejerce
de la misma manera sobre los hombres que viven juntos; es una cosa muy distinta
para el capitalista que para el proletariado. Para los miembros de la clase
burguesa, el capitalismo es el mundo de la producción de riquezas y de
la competencia; más bienestar, aumento de la masa del capital del que
intentan sacar la máxima ganancia posible en una lucha competitiva individualista
con sus semejantes y que les abre la vía del lujo y del disfrute de una
cultura refinada, he ahí lo que les aporta el proceso de producción.
Para los obreros, es el mundo de un duro trabajo de esclavitud sin fin, la inseguridad
permanente de la vida, la eterna pobreza, sin esperanza de ganar otra cosa más
que un salario de miseria. Por consiguiente, el capitalismo debería ejercer
un efecto muy distinto sobre el espíritu de la burguesía y sobre
el de la clase explotada. La nación es una entidad económica,
una comunidad de trabajo, incluso entre obreros y capitalistas. Pues el capital
y el trabajo son necesarios los dos y deben conjugarse para que la producción
capitalista pueda existir. Es una comunidad de trabajo de naturaleza particular;
en esta comunidad, el capital y el trabajo aparecen como polos antagónicos;
constituyen una comunidad de trabajo de la misma manera que los animales predadores
y sus presas constituyen una comunidad de vida.
La nación es una comunidad de carácter surgida de una comunidad
de destino. Pero con el desarrollo del capitalismo, es la diferencia de
destino la que domina cada vez más entre la burguesía y el
proletariado de un mismo pueblo. Para explicar la comunidad de destino, Bauer
habla (p.113) de las “relaciones entre los obreros ingleses y los burgueses
ingleses por el hecho de habitar la misma ciudad, de leer los mismos carteles,
los mismos periódicos y participar en los mismos acontecimientos políticos
o deportivos y, ocasionalmente, hablar entre ellos, especialmente a través
de los diferentes intermediarios entre capitalistas y obreros”. Ahora
bien, el “destino” de los hombres no consiste en leer los mismos
carteles, sino en grandes e importantes experiencias que son totalmente
diferentes para cada una de las clases. Todo el mundo conoce la frase del ministro
inglés Disraeli a propósito de dos naciones que viven en nuestra
sociedad moderna una al lado de la otra en un mismo país sin comprenderse.
¿No quiere decir que ninguna comunidad de destino liga ya a las dos clases?4
Por supuesto,no hay que tomar al pie de la letra esta afirmación en
su sentido moderno. Pues la comunidad de destino del pasado ejerce todavía
su influencia sobre la comunidad actual de carácter. Mientras el proletario
no tenga una conciencia clara de la particularidad de su propia experiencia,
mientras su conciencia de clase no se haya despertado o lo haga apenas, sigue
siendo prisionero del pensamiento tradicional, su pensamiento se nutre de las
escorias de la burguesía, constituye todavía con ella una especie
de comunidad de cultura, ciertamente de la misma manera que los criados en la
cocina son los invitados de sus dueños. Las peculiaridades de la historia
inglesa hacen que esta comunidad espiritual sea allí todavía muy
fuerte, mientras que en Alemania es extremadamente débil. En todas las
jóvenes naciones en que el capitalismo hace su aparición, el espíritu
de la clase obrera está dominado por las tradiciones de la época
campesina y pequeño-burguesa anterior. Sólo poco a poco, con el
despertar de la conciencia y la lucha de clase bajo el efecto de los nuevos
antagonismos, desaparecerá la comunidad de carácter entre las
dos clases.
Sin duda, sigue habiendo relaciones entre ellas.Pero estas se limitan a las
órdenes del reglamento de fábrica y del trabajo a realizar, para
lo que la comunidad de lengua ni siquiera es necesaria, como demuestra la utilización
de obreros alófonos. Cuanta más conciencia toman los obreros de
su situación y de la explotación, cuanto más frecuentemente
luchan contra los patronos para mejorar sus condiciones de trabajo, tanto más
se transforman en enemistad y en lucha las relaciones entre las dos clases.
Hay tan poca comunidad entre ellas como la que puede crearse entre dos pueblos
a los que opone constantemente un conflicto fronterizo. Cuanto más se
dan cuenta los obreros del desarrollo social y cuanto más se les aparece
el socialismo como la meta necesaria de su lucha, más sienten la dominación
de la clase de los capitalistas como una dominación extranjera,
y con esta expresión se da uno cuenta hasta qué punto se difumina
la comunidad de carácter.
Bauer califica el carácter nacional como la “diversidad de
las orientaciones de la voluntad, el hecho de que un mismo impulso desencadene
movimientos diversos, que una misma situación suscite resoluciones diversas”
(p.111). ¿Puede uno imaginarse orientaciones más antagónicas
que las de la voluntad de la burguesía y del proletariado? Los nombres
de Bismarck, Lasalle, 1848, suscitan sentimientos no sólo diferentes
sino incluso opuestos en los obreros alemanes y en la burguesía alemana.
Los obreros alemanes del Imperio que pertenecen a la nación alemana juzgan
casi todo lo que pasa en Alemania de modo distinto y opuesto a la burguesía.
Todas las demás clases se entusiasman juntas por aquello que contribuye
a la grandeza y al poderío exterior de su Estado nacional, mientras que
el proletariado combate todas las medidas que conducen a ello. Las clases burguesas
hablan de la guerra contra otros Estados para acrecentar su propio poder, mientras
el proletariado piensa en la manera de impedir la guerra o encontrar en la derrota
de su propio gobierno la ocasión de su propia liberación.
De ello resulta que no se puede hablar de la nación como entidad sino
antes de que se despliegue en ella ampliamente la lucha de clases, pues entonces
la clase obrera sigue todavía los pasos de la burguesía. El
antagonismo de clase entre la burguesía y el proletariado tiene como
efecto que su comunidad nacional de destino y de carácter desaparece
cada vez más. Por tanto, las fuerzas constitutivas de la nación
deben ser examinadas separadamente en cada una de las dos clases.
4 Ver Earl of Beaconsfield (Benjamin Disraeli), Sybil, or two
nations, Londres, Longmans, Green and Co, 1913, pp.76-77.
La voluntad de constituir una nación
Bauer tiene toda la razón al considerar las diferencias de orientación
de la voluntad como el elemento esencial de las diferencias de carácter
nacional.Allí donde todas las voluntades están orientadas de la
misma manera,se forma una masa coherente; allí donde los acontecimientos
y las influencias del mundo exterior suscitan determinaciones diferentes y opuestas,
se acaba en la ruptura y en la separación. La diferencia de voluntad
ha separado las naciones unas de otras; pero, ¿de la voluntad de quién
se trata? De la voluntad de la burguesía ascendente. Como resulta de
las demostraciones precedentes sobre la génesis de las naciones modernas,
su voluntad de constituir la nación es la fuerza constitutiva más
importante.
¿Qué es lo que hace de la nación checa una comunidad específica
en relación con la alemana?Lo adquirido por la vida en común,
el contenido de la comunidad de destino que continúa influenciando prácticamente
el carácter nacional, es extremadamente débil. El contenido de
su cultura está tomado casi integralmente de las naciones modernas que
la han precedido, sobre todo la alemana; por eso Bauer dice (p.118): “No
es totalmente falso decir que los checos son alemanes que hablan checo”.
A esto vienen a añadirse algunas tradiciones campesinas completadas con
reminiscencias de Huss, Ziska y la batalla de la Montaña blanca5
exhumadas de la historia y que no tienen incidencia práctica en el presente.
¿Cómo se ha podido hacer una “cultura nacional” propia
sobre la base de una lengua particular? Porque la burguesía necesita
una separación, porque quiere trazar una frontera tajante, porque quiere
constituirse en nación en relación con los alemanes. Lo quiere
porque lo necesita, porque la competencia capitalista le obliga a monopolizar
en la medida de lo posible un territorio de mercados y de explotación.
El conflicto de intereses con los otros capitalistas crea la nación allí
donde existe un elemento necesario, la lengua específica. Bauer y Renner
muestran claramente en su exposición de la génesis de las naciones
modernas que la voluntad de las clases burguesas ascendentes creó las
naciones. No como voluntad consciente o arbitraria, sino como querer al mismo
tiempo que deber,consecuencia necesaria de factores económicos. Las
“naciones” de que se trata en la lucha política, que luchan
entre sí por la influencia sobre el Estado, por el poder en el Estado
(Bauer,§19) no son otra cosa que organizaciones de las clases burguesas,
de la pequeña burguesía, de la burguesía, de la intelectualidad
– clases cuya existencia se basa en la competencia – y ahí
los proletarios y los campesinos juegan el papel de segundo plano.
El proletariado no tiene nada que ver con esta necesidad de competencia de
las clases burguesas, con su voluntad de constituir una nación. La nación
no puede significar para él un privilegio de clientela, de puestos, de
posibilidades de trabajo. Los capitalistas se lo han hecho comprender de golpe
al importar obreros alófonos. Mencionar esta práctica capitalista
no tiene por objeto primordial desenmascarar la hipocresía nacional,
sino ante todo hacer comprender a los obreros que bajo la dominación
del capitalismo la nación jamás puede ser para ellos sinónimo
de monopolio de trabajo. Y sólo excepcionalmente se oye hablar, entre
los obreros retrógrados, como los viejos sindicalistas americanos, de
un deseo de restringir la inmigración. Temporalmente, lo nacional puede
también revestir un significado propio para el proletariado. Cuando el
capitalismo penetra en una región agraria, los patronos pertenecen entonces
a una nación capitalista más desarrollada, los obreros salidos
del campesinado a otra. El sentimiento nacional puede ser entonces para los
obreros un primer medio de tomar conciencia de su comunidad de intereses frente
a los capitalistas alófonos. El antagonismo nacional es en este caso
la forma primitiva del antagonismo de las clases, de la misma manera que en
Renania-Westfalia, en la época de la lucha por la cultura, el
antagonismo religioso entre los obreros católicos y los patronos liberales
era la forma primitiva del antagonismo entre las clases. Pero desde el momento
en que una nación está lo suficientemente desarrollada como para
tener una burguesía propia que se encargue de la explotación,
el nacionalismo proletario pierde sus raíces. En la lucha por mejores
condiciones de vida, por el desarrollo intelectual, por la cultura, por una
existencia más digna, las demás clases de su nación son
los enemigos jurados de los obreros mientras que sus camaradas de clase alófonos
son sus amigos y sus apoyos. La lucha de clase crea en el proletariado una comunidad
internacional de intereses. Por tanto, no se puede hablar en el proletariado
de una voluntad basada en los intereses económicos, en su situación
material, para constituirse en nación frente a otras.
5 Juan Huss (1369-1415), reformador checo, condenado por el
Concilio de Constanza y quemado. El día de su muerte fue celebrado durante mucho
tiempo en Bohemia como fiesta nacional y religiosa. Fue igualmente uno de los
promotores de la lengua checa.
Jan Ziska von Trocnov (1370-1424), jefe husita. El 14 de julio de 1420 rechazó
el ataque del Emperador Segismundo en el Monte Witka, cerca de Praga. Vencedor
una vez más del Emperador dos años más tarde, murió por la peste en el cerco
de Pribyslau.
La Montaña blanca (Bila Hora)está situada al oeste de Praga. La batalla tuvo
lugar el 8 de noviembre de 1620. El ejército protestante de Bohemia fue vencido
allí por las tropas imperiales. Según el análisis de Bauer, la derrota de la
Montaña blanca, que privó a la nación checa de sus capas cultas, la convirtió
en una "nación sin historia".
La comunidad de cultura
Bauer encuentra en la lucha de clases otra fuerza constitutiva de la nación.
No en el contenido económico de la lucha de clases, sino en sus efectos
culturales. Califica la política de la clase obrera moderna de política
evolucionista-nacional (páginas 160 y 161) que llegará a
reunir a todo el pueblo en una nación. Esto debe ser más que una
manera primitiva y popular de expresar nuestros objetivos en el lenguaje del
nacionalismo, con la intención de ponerlos al alcance de los trabajadores
que están enredados en la ideología nacional y no han tomado conciencia
todavía de la gran importancia revolucionaria del socialismo. Pues Bauer
añade: “Como el proletariado lucha necesariamente por la propiedad
de los bienes culturales que su propio trabajo crea y permite que existan, el
efecto de esta política es necesariamente llamar a todo el pueblo a participar
en la comunidad nacional de cultura y por ahí hacer una nación
de la totalidad del pueblo”.
A primera vista,esto parece completamente justo. Mientras los trabajadores,
aplastados por la explotación capitalista, se deterioran en la miseria
física y vegetan sin esperanza ni actividad intelectual, no participan
en la cultura de las clases burguesas, cultura que se fundamenta en el trabajo
de aquellos. Sólo forman parte de la nación como el ganado en
el establo, no constituyen más que una propiedad, no son más que
el segundo plano de la nación. Es la lucha de clases la que les despierta
a la vida; es a través de la lucha como consiguen tiempo libre, mejores
salarios y, así, la posibilidad de un desarrollo intelectual. Por el
socialismo, su energía es despertada, su espíritu es estimulado;
se ponen a leer, en primer lugar folletos socialistas y periódicos políticos,
pero pronto la aspiración y la necesidad de perfeccionar su formación
intelectual los lleva a abordar obras literarias, históricas y científicas:
las comisiones de educación del partido se afanan incluso muy especialmente
en poner a su alcance la literatura clásica. De este modo entran en la
comunidad de cultura de las clases burguesas de su nación. Y cuando el
trabajador -contrariamente a su situación actual en que sólo puede
apropiarse, en escasos ratos de ocio y con dificultad, de pequeños fragmentos
de aquélla -pueda entregarse libremente y sin coerción a su desarrollo
intelectual bajo el socialismo que lo liberará de la esclavitud sin fin
del trabajo, solamente entonces podrá impregnarse de toda la cultura
nacional y convertirse, en el pleno sentido de la palabra, en un miembro de
la nación.
Pero en esta reflexión se descuida un punto importante. Entre los trabajadores
y la burguesía no puede existir una comunidad de cultura más que
superficialmente, en apariencia y de modo esporádico. Ciertamente, los
trabajadores pueden leer, en parte, los mismos libros que la burguesía,
los mismos clásicos y las mismas obras de historia natural, pero de ahí
no resulta ninguna comunidad de cultura. Al ser totalmente divergentes los fundamentos
de su pensamiento y de su visión del mundo, los trabajadores leen en
estas obras otra cosa muy distinta que la burguesía. Como se ha demostrado
más arriba, la cultura nacional no está suspendida en el aire;
es la expresión de la historia material de la vida de las clases cuyo
auge creó la nación. Lo que encontramos expresado en Schiller
y en Goethe no son abstracciones de la imaginación estética, sino
los sentimientos y los ideales de la burguesía en su juventud, su aspiración
a la libertad y a los derechos del hombre, su manera propia de aprehender el
mundo y sus problemas. El obrero consciente de hoy tiene otros sentimientos,
otros ideales y otra visión del mundo. Cuando, en su lectura, se trata
del individualismo de Guillermo Tell o de los derechos de los hombres, eternos
e imprescriptibles, etéreos, la mentalidad que allí se expresa
no es la suya, que debe su madurez a una comprensión más profunda
de la sociedad y que sabe que los derechos del hombre no pueden ser conquistados
más que por la lucha de una organización de masas. No es insensible
a la belleza de la literatura antigua; es precisamente su juicio histórico
el que le permite comprender los ideales de las generaciones precedentes a partir
de su sistema económico. Es capaz de sentir la fuerza de aquellos y,
así, apreciar la belleza en las obras en las que han encontrado su más
perfecta expresión. Pues lo bello es lo que abarca y representa lo más
perfectamente posible la universalidad, la esencia y la sustancia más
profunda de una realidad.
A esto viene a añadirse que, en muchos puntos, los sentimientos de la
época revolucionaria burguesa suscitan en él un poderoso eco;
pero lo que encuentra en él un eco, no lo encuentra justamente en la
burguesía moderna. Esto es más válido aún en lo
concerniente a la literatura radical y proletaria. De lo que entusiasma al proletario
en las obras de Heine y de Freiligrath6, la burguesía no quiere
saber nada. La lectura, por las dos clases, de la literatura de que disponen
en común, es totalmente diferente; sus ideales sociales y políticos
son diametralmente opuestos, sus visiones del mundo no tienen nada en común.
Esto es cierto en una medida aún mayor en lo concerniente a la historia.
Lo que, en la historia, la burguesía considera como los recuerdos más
sublimes de la nación, no suscita en el proletariado consciente más
que odio, aversión o indiferencia. Nada indica aquí que posean
una cultura común. Sólo las ciencias físicas y naturales
son admiradas y honoradas por ambas clases. Su contenido es idéntico
para las dos. Pero qué diferente de la actitud de las clases burguesas
es la del trabajador que ha reconocido en ellas el fundamento de su dominio
absoluto sobre la naturaleza y sobre su destino en la sociedad socialista futura.
Para el trabajador, esta visión de la naturaleza, esta concepción
de la historia, este sentimiento de la literatura, no son elementos de una cultura
nacional de la que participa, son elementos de su cultura socialista.
El contenido intelectual más esencial, los pensamientos determinantes,
la verdadera cultura de los socialdemócratas alemanes no hunden sus raíces
en Schiller ni en Goethe, sino en Marx y en Engels. Y esta cultura, surgida
de una comprensión socialista lúcida de la historia y del futuro
de la sociedad, del ideal socialista de una humanidad libre y sin clases, así
como de la ética comunitaria proletaria, y que por ahí mismo se
opone en todos sus rasgos característicos a la cultura burguesa, es internacional.
Esta cultura, a pesar de que difiera de un pueblo a otro en matices –
como la manera de ver de los proletarios varía según sus condiciones
de existencia y la forma de la economía – a pesar de que esté
fuertemente influenciada por los antecedentes históricos propios de la
nación, sobre todo allí donde la lucha de clases está poco
desarrollada, es en todas partes la misma. Su forma, la lengua en la que se
expresa, es diferente, pero todas las demás diferencias, incluso nacionales,
se ven cada vez más reducidas por el desarrollo de la lucha de clases
y el crecimiento del socialismo. Por el contrario, la separación entre
la cultura de la burguesía y la del proletariado se acrece sin cesar.
Por tanto, es inexacto decir que el proletariado lucha por la propiedad de
los bienes culturales nacionales que produce con su trabajo. No lucha para apropiarse
de los bienes culturales de la burguesía, lucha por el control de la
producción y para establecer, sobre esta base, su propia cultura socialista.
Lo que llamamos efectos culturales de la lucha de clases, la adquisición
por parte del trabajador de una conciencia de sí mismo, del saber y del
deseo de instruirse, de exigencias intelectuales elevadas, no tiene nada que
ver con una cultura nacional burguesa, sino que representa el crecimiento de
la cultura socialista. Esta cultura es un producto de la lucha, que es una lucha
contra el conjunto del mundo burgués. Y del mismo modo que vemos desarrollarse
en el proletariado la humanidad nueva, orgullosa y segura de su victoria, liberada
de la infame esclavitud del pasado, formada por combatientes valientes, capaces
de penetrar sin prejuicios y comprender completamente la marcha del mundo, unidos
por la más estrecha de las solidaridades en una estrecha unidad, así
despunta desde ahora en este proletariado el espíritu de la humanidad
nueva, la cultura socialista, débil al principio, confusa y mezclada
con tradiciones burguesas, pero después cada vez más clara, cada
vez más pura, más bella, más rica.
Evidentemente, esto no quiere decir que la cultura burguesa no va a continuar
también reinando todavía durante mucho tiempo y poderosamente
en el espíritu de los trabajadores. Demasiadas influencias provenientes
de este mundo actúan sobre el proletariado, voluntaria e involuntariamente;
no sólo la escuela, la Iglesia y la prensa burguesa, sino todas las bellas
letras y las obras científicas penetradas por el pensamiento burgués.
Pero cada vez con más frecuencia y de manera incesantemente ampliada,
la vida misma y la experiencia propia triunfa en el espíritu de los trabajadores
de la visión burguesa del mundo. Y así debe ser. Pues en la medida
en que esta última se apodera de los trabajadores, los hace menos capaces
de luchar; bajo su influencia, los trabajadores se llenan de respeto hacia las
fuerzas dominantes, se les inculca el pensamiento ideológico de estas,
su conciencia de clase lúcida es oscurecida, se los levanta a unos contra
otros de una a otra nación, se hacen dispersar y son, por tanto, debilitados
en la lucha y desposeídos de su confianza en sí mismos. Ahora
bien, nuestro objetivo exige un género humano orgulloso, consciente de
sí mismo, audaz tanto en sus pensamientos como en su acción. Y
por esta razón las exigencias mismas de la lucha liberan a los trabajadores
de estas influencias paralizantes de la cultura burguesa.
Es, pues, inexacto decir que los trabajadores acceden a través de
su lucha a una “comunidad nacional de cultura”. Es la política
del proletariado, la política internacional de la lucha de clases, la
que engendra en él una nueva cultura, internacional y socialista.
6 Ferdinand Freiligrath (1810-1876), poeta, uno de los dirigentes
del partido demócrata en la revolución de 1848, colaboró
con Marx y Engels en la Neue Rheinische Zeitung. Sus poesías forman parte
del patrimonio cultural de la socialdemocracia.
La comunidad de la lucha de clase
Bauer opone la nación en tanto que comunidad de destino a la
clase, en la que la similitud del destino ha desarrollado rasgos de
carácter similares. Pero la clase obrera no es solamente un grupo de
hombres que han conocido el mismo destino y, por consiguiente, tienen el mismo
carácter. La lucha de clase suelda al proletariado en una comunidad
de destino. El destino vivido en común es la lucha llevada en común
contra el mismo enemigo.
En la lucha sindical, obreros de nacionalidades diferentes se ven confrontados
al mismo patrón. Deben librar la lucha como unidad compacta, conocen
sus vicisitudes y efectos en la más estrecha de las comunidades de destino.
De su país han traído sus diferencias nacionales mezcladas con
el individualismo primitivo de los campesinos o de los pequeños burgueses,
quizá también un poco de conciencia nacional, mezclada con otras
tradiciones burguesas. Pero toda esta diferencia es tradición del pasado
frente a la necesidad de resistir ahora en una masa compacta, frente a la viviente
comunidad de combate de hoy. Sólo una diferencia tiene aquí
una significación práctica: la de la lengua; toda explicación,
todo proyecto, toda información deben ser comunicados a cada uno en su
propia lengua. En las grandes huelgas de América (la de las acerías
de McKees Rocks o la de la industria textil en Lawrence, por ejemplo), los huelguistas
– una mezcla inconexa de las nacionalidades más diversas: Franceses,
italianos, polacos, turcos, sirios, etc.– se constituyeron en secciones
separadas según la lengua, cuyos comités celebraban sesión
siempre juntos y comunicaban simultáneamente las propuestas a cada sección
en su propia lengua, preservando así la unidad del conjunto, prueba de
que, a pesar de las dificultades inherentes a las diferencias lingüísticas,
se puede realizar una estrecha comunidad de lucha proletaria. Querer proceder
aquí a una separación organizativa entre lo que une la vida y
la lucha, el interés real – y esa separación es la que pretende
el separatismo – es tan contrario a la realidad que el éxito sólo
puede ser temporal.
Esto no es cierto sólo para los obreros de la misma fábrica.
Para poder librar su lucha con éxito, los obreros de todo el país
deben unirse en un sindicato; y todos sus miembros consideran el avance de un
grupo local como su propia lucha. Es más necesario aún cuando
en el curso del desarrollo, la lucha sindical reviste formas más ásperas.
Los patronos se unen en cárteles y asociaciones patronales; estas últimas
no se diferencian porque se trate de patronos checos o alemanes, pues agrupan
a todos los patronos de todo el Estado, e incluso a veces van más allá
de las fronteras del Estado. Todos los obreros de un mismo oficio que están
en el mismo Estado hacen huelgas y sufren los cierres de fábricas en
común y por consiguiente constituyen una comunidad de destino vivido,
y esto es lo más importante, superando todas las diferencias nacionales.
Y en el último movimiento de reivindicaciones salariales de los marinos
que se opusieron en el verano de 1911 a una asociación internacional
de armadores, se ha podido ver ya una comunidad internacional de destino surgiendo
como realidad tangible.
Lo mismo ocurre con la lucha política. En el Manifiesto comunista
de Marx y Engels, se puede leer a este propósito: “En la forma,aun
no siéndolo en el fondo,la lucha del proletariado contra la burguesía
es primeramente una lucha nacional. Es necesario naturalmente que el proletariado
de cada país acabe primero con su propia burguesía”7.
Está claro en esta frase que la palabra “nacional” no es
utilizada en el sentido austríaco, sino que surge de la situación
de Europa occidental en que Estado y nación pasan por ser sinónimos.
Esta frase significa simplemente que los obreros ingleses no pueden librar la
lucha de clase contra la burguesía francesa, ni los obreros franceses
contra la burguesía inglesa, sino que la burguesía inglesa y el
poder de Estado inglés no pueden ser atacados y vencidos más que
por el proletariado inglés. En Austria, el Estado y la nación
son entidades diferentes. La nación surge naturalmente como una comunidad
de intereses de las clases burguesas. Pero es el Estado el que es la verdadera
organización sólida de la burguesía para proteger sus intereses.
El Estado protege la propiedad, se ocupa de la administración,pone a
punto la flota y el ejército, recauda los impuestos y contiene a las
masas populares. Las “naciones”, o, mejor aún: las organizaciones
activas que se presentan en su nombre, es decir, los partidos burgueses, no
sirven más que para luchar por la conquista de la influencia adecuada
sobre el Estado, una participación en el poder del Estado. Para la gran
burguesía, cuyo espacio de intereses económicos abarca todo el
Estado y va incluso más allá, que tiene necesidad de privilegios
directos, de aduanas, de pedidos y de protección en el extranjero, es
un Estado bastante vasto el que constituye la comunidad natural de intereses
y no la nación. La independencia aparente que el poder de Estado ha sabido
mantener durante mucho tiempo gracias al conflicto entre las naciones, no puede
enmascarar el hecho de que ha sido también un instrumento al servicio
del gran capital.
Por esta razón el centro de gravedad de la lucha política de
la clase obrera se desplaza cada vez más hacia el Estado. Mientras la
lucha por el poder político quede aún en segundo plano y la agitación,la
propaganda y la lucha de las ideas –que, naturalmente, deben expresarse
en cada una de las lenguas – ocupen todavía el primer plano de
la escena, los ejércitos de proletarios siguen separados nacionalmente
para la lucha política. En este primer estadio del movimiento socialista,
lo importante es liberar a los proletarios de la influencia ideológica
de la pequeña burguesía, arrancarlos de los partidos burgueses
e inculcarles la conciencia de clase. Los partidos burgueses, separados por
naciones, se convierten entonces en los enemigos a combatir. El Estado aparece
como un poder legislativo del que se exigen leyes de protección para
el proletariado; conquistar una influencia sobre el Estado a favor de los intereses
proletarios se presenta a los proletarios escasamente conscientes, aún
modestos, como el primer objetivo de la acción política. Y la
meta final, la lucha por el socialismo, se presenta como una lucha por
el poder en el Estado, contra los partidos burgueses.
Pero cuando el partido socialista consigue el rango de factor importante en
el Parlamento, esto cambia. En el Parlamento, donde se zanjan todas las cuestiones
políticas esenciales, el proletariado se ve confrontado a los representantes
de las clases burguesas de todo el Estado. La lucha política esencial,
en la que se integra y a la que se somete cada vez más el trabajo de
educación, se desarrolla en el terreno del Estado. Es común a
todos los obreros del Estado, cualquiera que sea la nación a la que pertenezcan.
Amplía la comunidad de lucha al conjunto del proletariado del Estado,
proletariado para el que la lucha común contra el mismo enemigo, contra
el conjunto de los partidos burgueses de todas las naciones y su gobierno, se
convierte en un destino común. No es la nación, sino el Estado,
el que determina para el proletariado las fronteras de la comunidad de destino
que es la lucha política parlamentaria. Mientras la propaganda socialista
siga siendo la actividad más importante para los rutenos de Austria y
para los rutenos de Rusia8, seguirán estrechamente ligados
entre sí. Pero desde el momento en que el desarrollo llega al punto en
que la lucha política real es librada contra el poder del Estado –
mayoría burguesa y gobierno – tienen que separarse, luchar en lugares
diferentes y con métodos a veces completamente diferentes. Los primeros
intervienen en Viena en el Reichsrat junto con obreros tiroleses y checos, los
otros luchan ya sea en la clandestinidad, ya sea en las calles de Kiev contra
el gobierno del zar y sus cosacos. Su comunidad de destino está rota.
Todo esto se presenta tanto más claramente cuanto que el empuje del
proletariado se hace más poderoso y su lucha ocupa cada vez más
el campo de la historia. El poder de Estado y todos los poderosos medios de
que dispone, es el feudo de las clases poseedoras; el proletariado no puede
liberarse, no puede eliminar el capitalismo más que derrotando primero
esta organización poderosa. La conquista de la hegemonía política
no es solamente una lucha por el poder de Estado, sino una lucha contra el poder
de Estado. La revolución social que desembocará en el socialismo
consiste esencialmente en vencer el poder de Estado por la potencia de la organización
proletaria. Por eso debe ser realizada por el proletariado de todo el Estado.
Esta lucha de liberación común contra el mismo enemigo
es la experiencia más importante, por así decir, toda la historia
de la vida del proletariado desde su primer despertar hasta la victoria.
Ella hace de la clase obrera, no de la misma nación, sino del mismo
Estado, una comunidad de destino. Sólo en Europa occidental, donde
Estado y nación coinciden más o menos, la lucha librada en el
terreno estatal-nacional por la hegemonía política da origen en
el proletariado a comunidades de destino que coinciden con las naciones.
Pero también en este caso se desarrolla cada vez más el carácter
internacional del proletariado. Los obreros de los diferentes países
intercambian teoría y práctica, métodos de lucha y concepciones
y los consideran como un asunto común. Ciertamente éste era también
el caso de la burguesía ascendente; en sus concepciones económicas
y filosóficas, los ingleses, los franceses, los alemanes se han influenciado
mutua y profundamente por el intercambio de ideas. Pero de ello no resultó
ninguna comunidad pues su antagonismo económico les condujo a organizarse
en naciones hostiles unas hacia las otras; precisamente la conquista, por parte
de la burguesía francesa, de la libertad burguesa que tenía desde
hacía mucho tiempo la burguesía inglesa fue lo que provocó
las enconadas guerras napoleónicas. Semejante conflicto de intereses
está totalmente ausente en el proletariado y por esta razón la
influencia espiritual recíproca que ejerce la clase obrera de los diferentes
países puede actuar sin coerción en la constitución de
una comunidad internacional de cultura. Pero la comunidad no se limita a esto.
Las luchas, las victorias y las derrotas en un país tienen profundas
consecuencias en la lucha de clase de los demás países. Las luchas
que libran nuestros camaradas de clase en el extranjero contra su burguesía
no es nuestro propio asunto sólo en el terreno de las ideas, sino también
en el plano material; forman parte de nuestro propio combate y las sentimos
como tales. Eso lo saben muy bien los obreros austríacos, para los cuales
la revolución rusa fue un episodio decisivo de su propia lucha por el
sufragio universal9. El proletariado de todos los países se
percibe como un ejército único, como una gran unión a la
que sólo razones prácticas obligan a escindirse en numerosos batallones
que deben combatir al enemigo separadamente, puesto que la burguesía
está organizada en Estados y, por consiguiente, son numerosas las fortalezas
a tomar. Es también bajo esta forma como la prensa nos relata las luchas
en el extranjero: las huelgas de los portuarios ingleses, las elecciones en
Bélgica, las manifestaciones callejeras en Budapest son todas asunto
de nuestra gran organización de clase. De este modo, la lucha de clase
internacional se convierte en la experiencia común de los obreros
de todos los países.
7 Obras completas de Karl Marx. El Manifiesto comunista, traducción
Molitor, Paris, Costes, 1934, p.77.
8 Es decir, los ucranianos.
9 En efecto, la revolución rusa dio impulso a la lucha
por el sufragio universal en Austria. Tras un gran movimiento de masas en que
la socialdemocracia jugó el papel dirigente al final de 1905, el Emperador
aprobó en enero de 1907 el proyecto de reforma electoral que instauraba
el sufragio universal en el territorio de Austria (que excluía la otra
parte de la monarquía bicéfala, Hungría o Transleitania).
La nación en el Estado del futuro
En esta concepción del proletariado se reflejan ya las condiciones del
orden social futuro, en el que los hombres ya no conocerán antagonismos
estatales. Al superar las organizaciones estatales rígidas de la burguesía
por la potencia organizativa de las masas proletarias, el Estado desaparece
como potencia de coerción y terreno de dominación que se delimita
netamente con relación al exterior. Las organizaciones políticas
revisten una nueva función: “el gobierno de las personas deja paso
a la administración de las cosas”, diría Engels en el Anti-Dühring10.
Para regular conscientemente la producción se necesita organización,
órganos ejecutivos y una actividad administrativa; pero para ello no
es necesaria ni posible la centralización más estricta tal como
la practica el Estado actual. Esta cederá el lugar a una amplia descentralización
y a la auto-administración. Según las dimensiones de una rama
de producción, las organizaciones abarcarán áreas más
o menos grandes; mientras que, por ejemplo, el pan se producirá a escala
local, la producción del hierro y la circulación ferroviaria necesitan
entidades económicas de la magnitud de un Estado. Habrá unidades
de producción de las más diversas dimensiones, desde el taller
y la comuna hasta el Estado e, incluso, para ciertas ramas, hasta toda la humanidad.
Los grupos humanos aparecidos naturalmente, las naciones, ¿no ocuparán
entonces el lugar de los Estados desaparecidos en tanto que unidades organizativas?
Sin duda será ese el caso, por la simple razón práctica,
pero sólo por esta razón, de que son comunidades de la misma
lengua y todas las relaciones entre los hombres pasan por la lengua.
Pero Bauer confiere a las naciones de la sociedad futura una significación
complementaria totalmente distinta: “El hecho de que el socialismo haga
autónoma a la nación y su sino sea producto de su voluntad consciente,
determina una diferenciación creciente entre las naciones en la sociedad
socialista y conlleva una afirmación más pronunciada de su peculiaridad
y una separación más tajante de sus caracteres” (p.105).
Cierto que unas reciben de otras el contenido de la cultura y las ideas de diversas
maneras, pero no las recogen sino en ligazón con la cultura nacional.
“Por esta razón, la autonomía en el socialismo significa
necesariamente, a pesar de la igualación de los contenidos materiales
de cultura, una diferenciación cada vez mayor de la cultura espiritual
de las naciones.” (p. 108)... Así “la nación, que
descansa en una comunidad de educación, lleva en sí la tendencia
a la unidad; somete a todos sus hijos a una educación común, todos
los con-nacionales trabajan juntos en los talleres nacionales, cooperan todos
juntos en la formación de la voluntad colectiva de la nación,
suministran juntos los bienes culturales nacionales. Así el socialismo
lleva igualmente en sí la garantía de la unidad de la nación.”
(p. 109). Hay ya en el capitalismo la tendencia a reforzar las separaciones
nacionales de las masas y a dar a la nación una coherencia interior más
fuerte. “Pero será privilegio del socialismo llevar (esta tendencia)
a la victoria. Por la diversidad de la educación y de las costumbres
según las naciones, la sociedad socialista distinguirá a todos
los pueblos los unos de los otros tan tajantemente como lo son hoy únicamente
las gentes cultivadas de las diferentes naciones. Cae de su peso que dentro
de la nación socialista habrá también comunidades de carácter
más restringidas; pero entre ellas no se podrá encontrar comunidades
culturales independientes, pues las comunidades locales mismas estarán
colocadas bajo la influencia de la cultura de toda la nación, en una
relación cultural y un intercambio de ideas con la nación en su
conjunto.” (p.135)
La concepción que se expresa en estas frases no es otra cosa sino la
transposición ideológica de la actualidad austríaca a un
futuro socialista. Confiere a las naciones bajo el socialismo el papel que hoy
recae en los Estados, a saber, aislarse cada vez más con relación
al exterior y nivelar en el interior todas las diferencias; entre los muchos
niveles de unidades económicas y administrativas, da a las naciones un
rango privilegiado, semejante al que hoy recae en el Estado tal como lo conciben
nuestros adversarios, que ponen el grito en el cielo a propósito de la
“omnipotencia del Estado” bajo el socialismo, e incluso se habla
aquí de “talleres nacionales”. Por lo demás, mientras
que en los escritos socialistas se habla siempre de talleres y de medios de
producción de la “comunidad” por oposición a la propiedad
privada, sin precisar las dimensiones de la comunidad, aquí se considera
a la nación como la única comunidad de los hombres, autónoma
respecto del exterior, indiferenciada en el interior.
Semejante concepción sólo es posible a condición de abandonar
totalmente el terreno material del que han surgido las relaciones mutuas y las
ideas de los hombres e insistir solamente en las fuerzas espirituales como factores
determinantes. Pues las diferencias nacionales pierden entonces totalmente las
raíces económicas que hoy les dan un vigor tan extraordinario.
El modo de producción socialista no desarrolla oposiciones de intereses
entre las naciones, como ocurre con el modo de producción burgués.
La unidad económica no es ni el Estado ni la nación, sino el mundo.
Este modo de producción es mucho más que una red de unidades productivas
nacionales ligadas entre sí por una política inteligente de comunicaciones
y por convenciones internacionales, tal como lo describe Bauer en la página
519; es una organización de la producción mundial en una unidad
y asunto común de toda la humanidad. En esta comunidad mundial, de la
que es un comienzo desde ahora el internacionalismo del proletariado, no puede
tratarse de una autonomía de la nación alemana, por poner un ejemplo,
más que de una autonomía de Baviera, de la ciudad de Praga o de
la fundición de Poldi. Todas arreglan parcialmente sus propios asuntos
y todas dependen del todo en cuanto partes de este todo. Toda la noción
de autonomía proviene de la era capitalista en la que las condiciones
de la dominación conllevan su contrario, a saber, la libertad respecto
a una dominación determinada.
Esta base material de la colectividad, la producción mundial organizada,
transforma la humanidad futura en una sola y única comunidad de destino.
Para las grandes realizaciones que les esperan, la conquista científica
y técnica de toda la tierra y su acondicionamiento en una morada magnífica
para una raza de señores [ein Geschlecht von Herrenmenschen]
feliz y orgullosa de su victoria y que se ha hecho dominadora de la naturaleza
y de sus fuerzas, para estas grandes realizaciones – que apenas podemos
imaginar hoy – las fronteras de los Estados y de los pueblos son demasiado
estrechas y restringidas. La comunidad de destino unirá a toda la
humanidad en una comunidad intelectual y cultural. La diversidad lingüística
no será obstáculo, pues toda comunidad humana que mantenga con
otra una comunicación verdadera creará un lenguaje común.
Sin pretender abordar aquí la cuestión de una lengua universal,
indicaremos solamente que ya hoy es fácil apropiarse varias lenguas extranjeras
una vez superado el estadio de los estudios primarios. Por eso es inútil
abordar la cuestión de saber hasta qué punto son de naturaleza
permanente las actuales delimitaciones y diferencias lingüísticas.
Lo que Bauer dice a propósito de la nación en la última
de las frases citadas, vale entonces para la humanidad entera: aunque dentro
de la humanidad socialista subsistan comunidades de carácter restringidas,
no podrá haber comunidades de cultura independientes pues toda comunidad
local (y nacional), sin excepción, se encontrará, bajo la influencia
de la cultura del conjunto de la humanidad, en comunicación cultural,
en un intercambio de ideas, con la humanidad entera.
10 Ver F. Engels, Del socialismo utópico al socialismo
científico, Moscú, Ediciones Progreso, t. III, p. 98.
Las transformaciones de la nación
Nuestra investigación ha demostrado que bajo la dominación del
capitalismo avanzado, al que acompaña la lucha de clases, el proletariado
no puede encontrar ninguna fuerza constitutiva de la nación. No forma
comunidad de destino con las clases burguesas, ni una comunidad de intereses
materiales, ni una comunidad que pudiese ser la de la cultura intelectual. Los
rudimentos de semejante comunidad, que se esbozan justo al comenzar el capitalismo,
desaparecen necesariamente con el desarrollo de la lucha de clases. Mientras
que en las clases burguesas poderosas fuerzas económicas generan el aislamiento
nacional, un antagonismo nacional y toda la ideología nacional, en el
proletariado están ausentes. En su lugar, la lucha de clase, que da a
su vida lo esencial de su contenido, crea una comunidad internacional de destino
y de carácter en la que no tienen significación práctica
las naciones en tanto que grupos de la misma lengua. Y como el proletariado
es la humanidad en devenir, esta comunidad constituye la aurora de la comunidad
económica y cultural de la humanidad entera bajo el socialismo.
Por tanto, hay que responder afirmativamente a la pregunta que habíamos
planteado al principio: Lo nacional no tiene para el proletariado más
significado que el de una tradición. Sus raíces materiales se
hunden en el pasado y no pueden alimentarse en las vivencias del proletariado.
Por tanto, la nación juega para el proletariado un papel parecido al
de la religión. Notemos la diferencia, a pesar de este parentesco. Las
raíces materiales de los antagonismos religiosos se pierden en el pasado
lejano y ya casi no son conocidas por el hombre de nuestro tiempo. Por esta
razón, estos antagonismos están totalmente desligados de todos
los intereses materiales y aparecen como querellas puramente abstractas acerca
de cuestiones sobrenaturales. Por el contrario, las raíces materiales
de los antagonismos nacionales se encuentran justo detrás de nosotros,
en el mundo burgués moderno con el que estamos en contacto constante,
por eso conservan toda la frescura y vigor de la juventud y conmueven tanto
más cuanto que somos capaces de sentir directamente los intereses que
expresan; pero, al tener raíces menos profundas, les falta la resistencia
tan difícilmente quebrantable de una ideología petrificada por
los siglos.
Por eso nuestra investigación nos lleva a una concepción completamente
distinta a la de Bauer. Éste supone, al contrario del nacionalismo burgués,
una transformación continua de la nación hacia nuevas formas y
nuevos caracteres. Así, la nación alemana ha revestido, a través
de la historia, apariencias continuamente renovadas del proto-germano hasta
el futuro miembro de la sociedad socialista. Pero, bajo estas formas cambiantes,
permanece la nación misma, e incluso si ciertas naciones deben desaparecer
y surgir otras, la nación sigue siendo siempre la estructura fundamental
de la humanidad. Por el contrario, según nuestras conclusiones la nación
no es más que una estructura temporal y transitoria en la historia de
la evolución de la humanidad, una de las numerosas formas de organización
que se suceden o se manifiestan simultáneamente: tribus, pueblos, imperios,
Iglesias, comunidades aldeanas, Estados. Entre ellas, la nación, en su
especificidad, es un producto de la sociedad burguesa y desaparecerá
con ella. Querer encontrar la nación en todas las comunidades pasadas
y futuras es tan artificial como interpretar, a la manera de los economistas
burgueses, el conjunto de las formas económicas pasadas y futuras como
formas variadas del capitalismo y concebir la evolución mundial como
evolución del capitalismo, que iría desde el “capital”
del salvaje, su arco, hasta el “capital” de la sociedad socialista.
Aquí aparece el fallo de la idea básica en la obra de Bauer,
tal como la citamos más arriba. Cuando éste dice que la nación
no es una cosa rígida sino un proceso en devenir, ello implica que la
nación en cuanto tal es permanente y eterna. Para Bauer, la nación
es “el producto jamás acabado de un proceso eternamente en curso.”
Para nosotros, la nación es un episodio en el proceso de la evolución
humana que progresa hacia el infinito. La nación constituye para
Bauer el elemento fundamental permanente de la humanidad. Su teoría es
una reflexión sobre el conjunto de la historia de la humanidad bajo
el ángulo nacional. Las formas económicas se transforman,
las clases nacen y mueren, pero eso sólo son mutaciones de la nación,
dentro de la nación. La nación sigue siendo el elemento primario
al que las clases y sus transformaciones confieren simplemente un contenido
cambiante. Por esta razón Bauer expresa las ideas y los objetivos del
socialismo en la lengua del nacionalismo y habla de nación allí
donde otros han empleado los términos de pueblo y humanidad: la “nación”,
por la propiedad privada de los medios de trabajo, ha perdido el control de
su destino; la “nación” no lo ha decidido conscientemente,
son los capitalistas los que determinan el destino de la “nación”;
la “nación” del futuro se convertirá en el artífice
de su propio destino; ya hemos citado más arriba los talleres nacionales.
Así Bauer es llevado a calificar de políticas evolucionista-nacional
y conservadora-nacional las dos direcciones opuestas de la política,
la del socialismo, dirigida hacia delante, y la del capitalismo, que intenta
mantener el orden económico actual. Siguiendo el ejemplo citado más
arriba, se podría calificar igualmente el socialismo de política
evolucionista-capitalista.
La manera como Bauer trata la cuestión de las nacionalidades es una
teoría específicamente austríaca, constituye una doctrina
de la evolución de la humanidad que sólo podría nacer en
Austria, donde las cuestiones nacionales dominan toda la vida pública.
Se constata, y no es ciertamente con la intención de estigmatizarlo,
que un investigador que maneja con tal éxito el método de la concepción
marxista de la historia, se convierte a su vez, al sucumbir a la influencia
de su entorno, en una prueba de esta teoría.
Sólo esta influencia lo ha puesto en condiciones de hacer progresar
hasta tal punto nuestra comprensión científica. Y es que nosotros
no somos máquinas de pensar lógicamente sino seres humanos que
vivimos dentro de un mundo que nos obliga a dominar, apoyándonos en la
experiencia y la reflexión, los problemas que nos plantea la práctica
de la lucha.
Pero nos parece que en la diferencia de las conclusiones interviene también
una diferencia de los conceptos filosóficos fundamentales. ¿En
qué ha desembocado siempre nuestra crítica de las concepciones
de Bauer? En una evaluación diferente de las fuerzas materiales e intelectuales.
Mientras que Bauer se apoya en la potencia indestructible de las cosas del espíritu,
de la ideología en tanto que fuerza independiente, nosotros ponemos siempre
el acento en su dependencia de las condiciones económicas. Se siente
uno tentado de poner esta desviación del materialismo marxista próxima
al hecho de que Bauer se ha presentado en varias ocasiones como defensor de
la filosofía de Kant y cuenta entre los kantianos. Así su obra
confirma doblemente que el marxismo es un método científico precioso
e indispensable.
Sólo él le ha permitido enunciar los numerosos resultados notables
que enriquecen nuestra comprensión; allí donde se manifiestan
ciertas carencias es precisamente donde su método se aleja de las concepciones
materialistas del marxismo.
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