Anton PANNEKOEK
Lucha de clase y nación

Índice

I - La nación y sus mutaciones

Concepción burguesa y concepción socialista

El socialismo es una nueva concepción científica del mundo humano que se distingue fundamentalmente de todas las concepciones burguesas. La manera burguesa de representarse las cosas considera las diferentes formaciones e instituciones del mundo humano ya sea como productos de la naturaleza, alabándolos o condenándolos según que se presenten en conformidad o en contradicción con la “naturaleza humana eterna”, ya sea como productos del azar o de la arbitrariedad humana que pueden ser transformados a placer por medidas de violencia artificiales. Por el contrario, la socialdemocracia las considera como productos surgidos naturalmente del desarrollo de la sociedad humana. Mientras que la naturaleza casi no cambia prácticamente –la génesis de las especies animales, unas respecto a las otras, ha tenido lugar en períodos de muy larga duración – la sociedad humana está sometida a un desarrollo rápido y constante. Pues su fundamento, el trabajo para asegurar la supervivencia, ha tenido que tomar incesantemente nuevas formas a medida que las herramientas se perfeccionaban; la vida económica se trastocaba y de ahí surgían nuevas maneras de ver y nuevas ideas, un derecho nuevo, nuevas instituciones políticas. Es ahí, por tanto, donde reside la oposición entre las concepciones burguesa y socialista: allí, un carácter inmutable por naturaleza y, al mismo tiempo, la arbitrariedad; aquí, un devenir y unas transformaciones incesantes según leyes establecidas del modo de la economía, sobre la base del trabajo.

Esto también vale para la nación. La concepción burguesa ve en la diversidad de las naciones diferencias naturales entre los hombres; las naciones son grupos constituidos por la comunidad de la raza, del origen, de la lengua. Pero al mismo tiempo cree poder, por medio de medidas políticas de coerción, aquí oprimir naciones, allí ampliar su dominio a expensas de otras naciones. La socialdemocracia considera las naciones como grupos humanos que han llegado a ser una unidad como consecuencia de su historia común. El desarrollo histórico ha producido las naciones en sus límites y en su peculiaridad; igualmente produce el cambio del sentido y de la esencia de la nación en general con el tiempo y las condiciones económicas. Sólo a partir de las condiciones económicas se puede comprender la historia y el desarrollo de la nación y del principio nacional.

Desde el punto de vista socialista, es Otto Bauer quien ha suministrado, en su obra La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, el análisis más profundo; su exposición constituye el punto de partida indispensable para continuar examinando y discutiendo las cuestiones nacionales. En esta obra,el punto de vista socialista es formulado de la manera siguiente: “Así,la nación no es, para nosotros, un objeto petrificado, sino un proceso en devenir, esencialmente determinado por las condiciones en las que los hombres luchan por sobrevivir y por la conservación de la especie” (p.120). Y un poco más adelante: “La concepción materialista de la historia puede considerar la nación como el producto nunca acabado de un proceso que continúa y que es movido en última instancia por las condiciones de la lucha del hombre con la naturaleza,las transformaciones de las fuerzas productivas humanas, las modificaciones de las relaciones del trabajo humano. Esta concepción hace de la nación lo que es histórico en nosotros” (p.122). El carácter nacional es “historia fijada”.

La nación como comunidad de destino

Bauer define muy acertadamente la nación como “el conjunto de los hombres ligados por una comunidad de destino en una comunidad de carácter”. Esta fórmula ha sido atacada frecuentemente pero sin razón, pues es perfectamente exacta. El malentendido reside siempre en que se confunde similitud y comunidad. Comunidad de destino no significa sumisión a un destino idéntico, sino experiencia común de un mismo destino a través de cambios constantes, en una reciprocidad continua. Los campesinos de China, de la India y de Egipto convergen por la similitud de su modo económico; tienen el mismo carácter de clase y, sin embargo, no hay rastro de comunidad. Por el contrario, los pequeños burgueses, los negociantes, los obreros, los propietarios de la tierra nobles, los campesinos de Inglaterra, aunque presenten tantas diferencias de carácter como resultado de su posición de clase diferente, no por ello dejan de constituir una comunidad; la historia vivida en común, la influencia recíproca que han ejercido unos sobre otros, aunque sea bajo la forma de luchas, todo por medio de la lengua común, hacen de ellos una comunidad de carácter, una nación. Al mismo tiempo, el contenido espiritual de esta comunidad, la cultura común, es transmitido por las generaciones pasadas a las generaciones siguientes gracias a la lengua escrita.

Esto no significa de ninguna manera que dentro de la nación los caracteres sean semejantes. Por el contrario, en ella puede haber grandes diferencias de carácter, según la clase o el lugar de residencia. El campesino alemán y el gran capitalista alemán, el bávaro y el habitante de Oldenburg, tienen diferencias de carácter manifiestas; y sin embargo, no por eso dejan de formar parte de la nación alemana. Esto tampoco quiere decir que no haya otras comunidades de carácter más que las naciones. Por supuesto que aquí no se trata de sociedades especiales, limitadas en el tiempo,como las sociedades por acciones o los sindicatos. Pero toda organización humana que es una unión duradera, legada de generación en generación, constituye una comunidad de carácter nacida de una comunidad de destino.

Las comunidades religiosas ofrecen otro ejemplo. También son “historia fijada”. No son simplemente un grupo de personas de la misma confesión que se han reunido con un fin religioso. Pues, por así decir, se nace en su iglesia y raramente se pasa de una a otra. Pero, al principio, la comunidad religiosa comprendía a todos los que estaban ligados socialmente de una u otra manera por el origen, la aldea o la clase; la comunidad de intereses y de las condiciones de existencia creaba al mismo tiempo una comunidad de representaciones mentales básicas que revestían una forma religiosa. Creaba igualmente el vínculo de los deberes recíprocos, de la fidelidad y de la protección entre la organización y sus miembros. La comunidad de religión era la expresión de una pertenencia social, en las comunidades tribales primitivas y en la iglesia de la Edad Media. Las comunidades religiosas nacidas en la época de la Reforma, las Iglesias y las sectas protestantes, eran organizaciones de la lucha de clases contra la Iglesia dominante, y entre sí; por tanto, correspondían en cierta medida a los partidos políticos actuales. Por consiguiente, las diferentes confesiones religiosas expresaban algo vivo, intereses reales, profundamente sentidos; se podía uno convertir de una religión a otra de la misma manera que hoy se pasa uno de un partido a otro. Posteriormente, estas organizaciones se han petrificado en comunidades de fe en las que sólo la capa dirigente, el clero, mantiene en su seno relaciones que se sitúan por encima de toda la Iglesia. Ha desaparecido la comunidad de intereses; dentro de cada Iglesia han surgido, con el desarrollo social, numerosas clases y contradicciones de clases. La organización religiosa se ha convertido cada vez más en un envoltorio vacío, y la profesión de fe, en una fórmula abstracta desprovista de contenido social. Su lugar ha sido ocupado por otras organizaciones, en tanto que uniones vivas de intereses. De este modo,la comunidad religiosa constituye un grupo cuya comunidad de destino pertenece cada vez más al pasado, y se disuelve progresivamente. La religión es también un sedimento de lo que es histórico en nosotros.

La nación no es, pues, la única comunidad de carácter surgida de una comunidad de destino, sino sólo una de sus formas, y a veces es difícil distinguirla de las demás sin ambigüedad. Es ocioso intentar saber qué unidades de organización de los hombres se pueden calificar de nación, sobre todo en los tiempos antiguos. Las unidades tribales primitivas, grandes o pequeñas, eran comunidades de carácter y de destino en cuyo seno eran hereditarias las características, las costumbres, la cultura y el lenguaje. Igual sucede con las comunas aldeanas o las regiones del campesinado de la Edad Media. Otto Bauer descubre en la Edad Media, en la época de los Hohenstaufen, la “nación alemana” en la comunidad política y cultural de la nobleza alemana. Por otro lado, la Iglesia medieval tenía numerosos rasgos que hacían de ella una especie de nación; era la comunidad de los pueblos europeos, con una historia común y unas representaciones mentales comunes, que tenían incluso una lengua común, el latín de la Iglesia, que permitía que se ejerciese una influencia recíproca entre las gentes cultivadas, la intelectualidad dominante de toda Europa, y que las unía en una comunidad de cultura. Sólo en la última parte de la Edad Media surgen progresivamente las naciones en el sentido moderno del término, con una lengua nacional propia, una unidad y una cultura nacionales.

La lengua común es, en tanto que vínculo vivo entre los hombres, el atributo más importante de la nación; pero no por eso las naciones se pueden identificar con los grupos humanos de la misma lengua. Los ingleses y los americanos son, a pesar de tener una misma lengua, dos naciones cada una con una historia diferente, dos comunidades de destino diferentes que presentan una diversidad notable de carácter nacional. Es asimismo equívoco contar a los suizos alemanes como si formasen parte de una nación alemana común que englobase a todos los germanófonos. Cualquiera que sea la cantidad de elementos culturales que una lengua escrita idéntica haya permitido intercambiar, el destino ha separado a suizos y alemanes desde hace varios siglos. El hecho de que unos sean ciudadanos libres de una república democrática y los otros hayan vivido sucesivamente bajo la tiranía de pequeños potentados, bajo la dominación extranjera y bajo la presión del nuevo Estado policíaco alemán, debía conferirles, a pesar de que lean a los mismos escritores, un carácter muy diferente y no se puede hablar de una comunidad de destino y de carácter. El aspecto político es todavía más evidente entre los holandeses; el rápido desarrollo económico de las provincias marítimas, que se rodearon por el lado de la tierra firme de una muralla de provincias bajo su dependencia, para convertirse en un poderoso Estado comercial, en una entidad política, ha hecho del bajo alemán una lengua escrita moderna particular, pero sólo para una pequeña parte separada de la masa de los que hablan bajo alemán; todos los demás han quedado excluidos de ello por la separación política y han adoptado, en cuanto partes de Alemania sometidas a una historia común, la lengua escrita alto-alemana y la cultura alto-alemana. Si los alemanes de Austria continúan subrayando su calidad de germanos a pesar de la larga independencia de su propia historia y de que no hayan compartido los más importantes de los destinos más recientes de los alemanes del Imperio, ello se debe esencialmente a su posición de lucha frente a las demás naciones de Austria.

La nación campesina y la nación moderna

Con frecuencia se califica a los campesinos como guardianes inquebrantables de la nacionalidad. Pero, al mismo tiempo, Otto Bauer los califica como el telón de fondo de la nación que no participa en la cultura nacional. Esta contradicción revela de golpe que lo que es “nacional” en el campesinado es una cosa muy diferente de lo que constituye las naciones modernas. Por supuesto, la nacionalidad moderna ha salido de la nacionalidad campesina, pero difiere de ella de modo fundamental.

En la antigua economía natural de los campesinos, la unidad económica se reduce a su medida más pequeña; el interés no supera los límites de la aldea o del valle. Cada distrito constituye una comunidad que apenas mantiene relaciones con las otras,una comunidad que tiene su propia historia, sus costumbres propias, su propio dialecto, su carácter propio. Quizá cada una de ellas esté emparentada con las de los distritos vecinos, pero no hay entre ellas más influencia recíproca. El campesino se aferra muy fuertemente a esta especificidad de su comunidad. En la medida en que su economía no tiene nada que ver con el mundo exterior, en la medida en que sus siembras y sus cosechas no se ven afectadas sino excepcionalmente por las vicisitudes de los acontecimientos políticos, todas las influencias del exterior se deslizan sobre él sin dejar huella. Pues de ningún modo se siente concernido y continúa pasivo; no penetran en su yo íntimo. Sólo es susceptible de modificar su naturaleza lo que el hombre capta activamente, lo que le obliga a cambiarse a sí mismo y aquello en lo que él participa por su propio interés. Por esto el campesino conserva su particularismo contra todas las influencias del mundo exterior y permanece “sin historia” mientras su economía sigue siendo autosuficiente. Pero desde el momento en que es arrastrado por el engranaje del capitalismo y colocado en otras condiciones – se convierta en burgués o en obrero, que el campesino empiece a depender del mercado mundial y entre en contacto con el resto del mundo – desde el momento en que tiene nuevos intereses, el carácter indestructible del antiguo particularismo se pierde. Se integra en la nación moderna, se hace miembro de una comunidad de destino más vasta, de una nación en el sentido moderno.

Con frecuencia se habla de este campesinado como si las generaciones precedentes hubiesen pertenecido ya a esta misma nación a la que pertenecen sus descendientes bajo el capitalismo. El término “naciones sin historia” da a entender la concepción según la cual los checos, los eslovenos, los polacos, los rutenos, los rusos, eran desde siempre otras tantas naciones diferentes y específicas pero que, de alguna manera, han estado durmiendo largo tiempo en tanto que naciones. De hecho, no se puede hablar de los eslovenos, por ejemplo, más que como cierto número de grupos o de distritos con dialectos emparentados, sin que estos grupos hayan constituido una unidad o una comunidad verdadera. Lo que el nombre comporta de exacto es que, por regla general, el dialecto decide a qué nación se incorporarán los descendientes. Pero la evolución real decide, en último análisis, si los eslovenos y los serbios, los rusos y los rutenos, deben convertirse en una comunidad nacional con una lengua escrita y una cultura comunes, o en dos naciones separadas. No es la lengua lo decisivo, sino el proceso de desarrollo político-económico. Con tan poca razón se puede decir que el campesino de la Baja Sajonia es el fiel guardián de la nacionalidad alemana, como de la holandesa, según a qué lado de la frontera habite;sólo preserva su particularidad aldeana o provincial propia; falta la misma razón para decir que el campesino de las Ardenas preserva tenazmente una nacionalidad belga, valona o francesa cuando se aferra al dialecto y a las costumbres de su valle, o si decimos que un campesino de Carintia de la época precapitalista pertenece a la nación eslovena. La nación eslovena no aparece sino con las clases burguesas modernas que se constituyen en nación específica y el campesino no accede a ella más que cuando es ligado a esta comunidad por intereses reales.

Las naciones modernas son integralmente producto de la sociedad burguesa; han aparecido con la producción de mercancías, es decir, con el capitalismo, y sus agentes son las clases burguesas. La producción burguesa y la circulación de mercancías necesitan vastas unidades económicas, grandes territorios a cuyos habitantes unen en una comunidad con administración estatal unificada. El capitalismo desarrollado refuerza incesantemente la potencia estatal central; acrecienta la cohesión del Estado y lo deslinda netamente en relación con los otros Estados. El Estado es la organización de combate de la burguesía.

En la medida en que la economía de la burguesía reposa sobre la competencia, en la lucha contra sus semejantes, las asociaciones en las que se organiza deben luchar necesariamente entre sí; cuanto más poderoso sea el Estado, más grandes son las ventajas a las que aspira su burguesía. La lengua no ha sido preponderante más que para delimitar estos Estados; las regiones con dialectos emparentados se han visto constreñidas a la fusión política en la medida en que no intervenían otras fuerzas, porque la unidad política, la nueva comunidad de destino, necesitaba una lengua unificada como medio de intercambio. La lengua escrita y de comunicación se crea a partir de uno de estos dialectos; es, por tanto, en cierto sentido una formación artificial. Pues Otto Bauer tiene razón cuando dice: “Yo no creo una lengua común más que con las gentes con quienes estoy en contacto estrecho” (p.113). De este modo han aparecido los Estados nacionales que son a la vez Estado y nación2. No se han convertido en entidades políticas simplemente porque ya constituían una comunidad nacional; el nuevo interés económico, la necesidad económica es el fundamento de una sólida unión de los hombres en conjuntos tan vastos; pero si son estos Estados los que han aparecido y no otros; si, por ejemplo, Alemania del sur y Francia del norte no han constituido juntos una unidad política sino que éste fue el caso para Alemania del sur y del norte, ello se debe principalmente al parentesco primitivo de los dialectos.

La extensión del Estado nacional y su desarrollo capitalista hacen que coexistan en él una extrema diversidad de clases y de poblaciones; por eso, a veces parece dudoso calificar al Estado nacional como comunidad de destino y de carácter, por cuanto clases y poblaciones no actúan directamente unas sobre otras. Pero la comunidad de destino de los campesinos y de los grandes capitalistas alemanes, de los bávaros y de las gentes de Oldenburg, consiste en que todos son miembros del Imperio alemán, en que libran sus luchas políticas y económicas dentro de este marco, en que soportan la misma política, deben tomar posición frente a las mismas leyes y actúan, por consiguiente, los unos sobre los otros; por eso constituyen una comunidad real a pesar de todas las diversidades dentro de esta comunidad.

No sucede lo mismo con los Estados que han aparecido como unidades dinásticas bajo el absolutismo, sin colaboración directa de las clases burguesas y, por consiguiente,han englobado por medio de la conquista poblaciones con los más variados dialectos. Cuando en ellos progresa la penetración del capitalismo, surgen varias naciones dentro del mismo Estado, que se convierte en un Estado de nacionalidades, como Austria. La causa de la aparición de nuevas naciones al lado de las antiguas reside nuevamente en el hecho de que la competencia es el fundamento de la existencia de las clases burguesas. Cuando a partir de un grupo de población puramente campesina aparecen las clases modernas, cuando en las ciudades se instalan masas importantes como obreros de industria, pronto seguidos por los pequeños comerciantes, los intelectuales y los patronos, estos últimos deben esforzarse entonces por sí mismos en asegurarse la clientela de estas masas que hablan la misma lengua, poniendo el acento en su nacionalidad. La nación, como comunidad solidaria, constituye, para los que forman parte de ella, una clientela, un mercado, un dominio de explotación en el que disponen de una ventaja respecto a los competidores de otras naciones. Como comunidad de clases modernas, deben elaborar una lengua escrita común que es necesaria como medio de comunicación y se convierte en lengua de cultura y de literatura. El contacto permanente de las clases de una sociedad burguesa con el poder estatal, que hasta entonces no conocía más que el alemán como lengua oficial de comunicación, las obliga a combatir por el reconocimiento de su lengua, de su escuela y de su administración, en lo que la clase más interesada en el plano material es la intelectualidad nacional. Como el Estado debe representar los intereses de la burguesía y apoyarlos materialmente, cada burguesía nacional debe asegurarse una influencia sobre el Estado tan grande como sea posible. Para conquistar esta influencia debe luchar contra las burguesías de las otras naciones; cuanto mejor logre reunir alrededor de ella a toda la nación en esta lucha, más poder ejercerá. Mientras el papel dirigente de la burguesía esté fundamentado por la esencia misma de la economía y se le reconozca como que cae de su peso, podrá contar con las otras clases que se sienten ligadas a ella en este punto por la identidad de intereses.

En esto también la nación es totalmente un producto del desarrollo capitalista, e incluso un producto necesario. Allí donde el capitalismo penetra,aquella debe aparecer necesariamente como comunidad de destino de las clases burguesas. La lucha de las nacionalidades en semejante Estado no es la consecuencia de una opresión cualquiera, o del atraso de la legislación, es la expresión natural de la competencia como condición fundamental de la economía burguesa; la lucha (de las burguesías) las unas contra las otras es la condición indispensable de la abrupta separación de las diferentes naciones entre sí.

2 Por esta razón se utiliza en Europa occidental Estado y nación como sinónimos. La deuda de Estado se llama deuda nacional y los intereses de la comunidad estatal son calificados siempre como intereses nacionales.(Nota de Pannekoek).

Espíritu humano y tradición

Lo nacional en el hombre es parte de su naturaleza, pero sobre todo de su naturaleza espiritual. Los rasgos físicos heredados permiten eventualmente distinguir los pueblos, pero no los separan y, menos aún, los hacen entrar en conflicto. Los pueblos se distinguen como comunidades de cultura. La nación es, ante todo, una comunidad de cultura, transmitida por la lengua común; en la cultura de una nación, que se puede calificar de naturaleza espiritual, está inscrita toda la historia de su vida. El carácter nacional no está compuesto por rasgos físicos, sino por el conjunto de sus costumbres, de sus concepciones y de sus formas de pensamiento a través del tiempo. Si se quiere captar la esencia de la nación, es necesario ante todo ver claramente cómo se constituye el aspecto espiritual en el hombre a partir de la influencia de las condiciones de vida.

Todo lo que pone al hombre en movimiento debe pasar por su cabeza. La fuerza directamente motriz de toda su acción reside en su espíritu. Puede consistir en hábitos, pulsiones e instintos inconscientes que son la expresión de repeticiones, siempre semejantes, de las mismas necesidades vitales en las mismas condiciones exteriores de vida. También puede llegar a la conciencia de los hombres como pensamiento, idea, motivación, principio. ¿De dónde vienen? La concepción burguesa ve ahí la influencia de un mundo superior, sobrenatural, que nos impregna, la expresión de un principio moral eterno en nosotros, o bien considera que son producto espontáneo del espíritu mismo. Por el contrario la teoría marxista, el materialismo histórico, explica que todo lo que es espiritual en el hombre es producto del mundo material que lo rodea. Todo este mundo real penetra por todas partes en el espíritu a través de los órganos de los sentidos y deja su huella: nuestras necesidades vitales, nuestra experiencia, todo lo que vemos y oímos, lo que los otros nos comunican como su pensamiento, de igual manera que lo que observamos nosotros mismos3. Por consiguiente se excluye toda influencia de un mundo irreal, simplemente supuesto, sobrenatural. Todo lo que hay en el espíritu ha venido del mundo exterior que designamos con el nombre de mundo material, no significando material como constituido por materia física que se puede medir, sino todo lo que existe realmente, incluso el pensamiento. Pero el espíritu no juega aquí el papel que a veces le otorga una concepción mecanicista estrecha, el de espejo pasivo que refleja el mundo exterior, el de recipiente inanimado que absorbe y conserva todo lo que se echa en él. El espíritu es activo, actúa, modifica todo lo que penetra en él desde el exterior para hacer de ello algo nuevo. Y es Dietzgen quien ha mostrado más claramente la manera como lo modifica. El mundo exterior transcurre ante el espíritu como un río sin fin, siempre cambiante; el espíritu capta sus influencias, las junta, las añade a lo que poseía anteriormente y las combina entre sí. A partir del río de fenómenos infinitamente variados, forma conceptos sólidos y constantes en los que la realidad movediza queda paralizada y fijada de alguna manera y acaban con su aspecto fugitivo. El concepto de “pez ”comporta una multitud de observaciones sobre los animales que nadan, el de “bien” innumerables tomas de posición sobre diferentes acciones, el de “capitalismo” toda una vida de experiencias, frecuentemente muy dolorosas. Todo pensamiento, toda convicción, toda idea, toda conclusión, como, por ejemplo, los árboles no tienen hojas en invierno, el trabajo es duro y desagradable, quien me da empleo es mi benefactor, el capitalista es mi enemigo, la organización hace la fuerza, es bueno luchar por la nación de uno, son el resumen de una parte del mundo vivo, de una experiencia multiforme en una fórmula breve, abrupta y, se podría decir, rígida, inanimada. Cuanto mayor y más completa es la experiencia que sirve para documentarlo, cuanto más fundamentado y sólido es el pensamiento, la convicción, más verdadero es. Pero toda experiencia es limitada, el mundo cambia constantemente, nuevas experiencias se añaden incesantemente a las antiguas, se integran en las viejas ideas o entran en contradicción con ellas. Por eso el hombre debe reestructurar sus ideas, abandonar algunas como equivocadas – como la del capitalista benefactor –, conferir a ciertos conceptos un sentido nuevo – como el concepto de pez, del que se substraen las ballenas –, crear nuevos conceptos para nuevos fenómenos – como el de imperialismo –, encontrar otras relaciones de causa entre ellos – el carácter intolerable del trabajo proviene del capitalismo –, evaluarlos de modo diferente – la lucha nacional perjudica a los obreros –, en una palabra, debe aprender de nuevo sin cesar. Toda la actividad y todo el desarrollo espirituales de los hombres consisten en que reestructuran sin cesar los conceptos, las ideas, los juicios y los principios para mantenerlos lo más conformes posible con la experiencia cada vez más rica de la realidad. Esto es lo que sucede de modo consciente en el desarrollo de la ciencia.

De este modo resalta más netamente el sentido de la definición de Bauer según la cual la nación es lo que es histórico en nosotros, y el carácter nacional es historia fijada. La realidad material común produce en los espíritus de los miembros de una comunidad un modo de pensamiento común. La naturaleza específica de la entidad económica que constituyen juntos determina sus pensamientos, sus costumbres, sus concepciones; produce en ellos un sistema coherente de ideas, una ideología que les es común y que forma parte de sus condiciones materiales de vida. La vida en común ha impregnado su espíritu: luchas comunes por la libertad contra los enemigos exteriores, luchas de clases comunes en el interior. Se narra en los libros de historia y se transmite a la juventud como recuerdo nacional. Lo que la burguesía ascendente deseó, esperó y quiso ha sido magnificado y expresado claramente por los poetas y los pensadores y estos pensamientos de la nación, sedimento espiritual de su experiencia material, han sido preservados en forma de literatura para las generaciones futuras. La constante influencia espiritual recíproca consolida y refuerza todo esto; al extraer del pensamiento de cada uno de los con-nacionales lo que es común, lo que es esencial, característico para el conjunto, es decir, lo que es nacional, constituye el patrimonio cultural de la nación. Lo que vive en el espíritu de una nación, su cultura nacional, es la síntesis abstracta de su experiencia común, de su existencia material como entidad económica.

Por tanto, todo lo que es espiritual en el hombre es producto de la realidad, pero no sólo de la realidad actual; todo el pasado subsiste ahí más o menos fuerte. El espíritu es lento con relación a la materia; absorbe sin cesar las influencias del exterior mientras que su vieja existencia se hunde lentamente en el Leteo del olvido. Por tanto, la adaptación del contenido del espíritu a la realidad renovada constantemente sólo es progresiva. Pasado y presente determinan, ambos, su contenido, pero de manera diferente. La realidad viva que ejerce constantemente una misma influencia sobre el espíritu, se incrusta en él y se imprime en él cada vez más fuerte. Pero lo que ya no se alimenta de la realidad actual, ya no vive sino del pasado y puede ser mantenido largo tiempo todavía sobre todo por las relaciones que los hombres mantienen entre sí, por un adoctrinamiento y una propaganda artificiales, pero en la medida en que estos residuos se ven privados del terreno material que les dio vida, desaparecen necesariamente poco a poco. De este modo han adquirido un carácter tradicional. Una tradición es también una parte de la realidad que vive en el espíritu de los hombres, actúa sobre otros y por eso dispone con frecuencia de un poder considerable y potente. Pero es una realidad de naturaleza espiritual cuyas raíces materiales se hunden en el pasado. De este modo la religión se ha convertido, para el proletario moderno, en una ideología de naturaleza puramente tradicional; quizá influencia todavía poderosamente su acción, pero esta potencia no tiene raíces sino en el pasado, en la importancia que tenía en otros tiempos para su vida la comunidad de religión; ya no se alimenta en la realidad actual, en su explotación por el capital, en su lucha contra el capital. Por esto no dejará de extinguirse en él. Por el contrario, la realidad actual cultiva cada vez más la conciencia de clase que, por consiguiente, ocupa un lugar cada vez más amplio en su espíritu, que determina cada vez más su acción.

3 La relación entre el espíritu y la materia ha sido expuesta muy claramente en los escritos de Joseph Dietzgen quien, por su análisis de los fundamentos filosóficos del marxismo, mereció bien el nombre con el que Marx le designó en una ocasión: filósofo del proletariado. (Nota de Pannekoek). Ver Joseph Dietzgen, L 'essence du travail intellectuel. Écrits philosophiques annotés par Lenin, presentación y traducción de J.-P,Osier, Paris, Maspero, 1973; así como Joseph Dietzgen, Essence du travail intellectuel humain, traducción de M.Jacob, con un prefacio de A.Pannekoek, Paris, Champ Libre,1973. De hecho, Marx escribía el 28 de octubre de 1868 a Meyer y Vogt a propósito de Dietzgen: "Es uno de los obreros más geniales que conozco", Marx-Engels, Werke , 32, p.575. En cuanto a Engels, atribuye a Dietzgen el descubrimiento paralelo de la dialéctica materialista.

Nuestra tarea

He ahí planteada la tarea que se asigna nuestro estudio. La historia ha dado origen a las naciones con sus límites y su especificidad. Pero estas no son todavía algo acabado, un hecho definitivo con el que hay que contar. Pues la historia sigue su curso. Cada día continúa construyendo y modificando lo que los días anteriores edificaron. No basta, pues, con constatar que la nación es lo que es histórico en nosotros, historia fijada. Si no es más que historia petrificada, es de naturaleza puramente tradicional, como la religión. Pero para nuestra práctica, para nuestra táctica, la cuestión de saber si no es más que eso reviste una importancia extrema. Por supuesto, hay que contar con ella en cualquier caso, como con toda gran potencia espiritual en el hombre; pero que la ideología nacional no se presente más que como una potencia del pasado, o hunda sus raíces en el mundo actual, son dos cosas completamente diferentes. Para nosotros, la cuestión más importante y determinante es la siguiente: ¿cómo actúa la realidad presente sobre la nación y sobre lo nacional? ¿En qué sentido se modifican hoy? La realidad de que se trata aquí es el capitalismo altamente desarrollado y la lucha de clase proletaria.

He aquí, pues, nuestra posición hacia el estudio de Bauer: en otros tiempos, la nación no desempeñaba ningún papel en la teoría y la práctica de la socialdemocracia. Por lo demás, no había razón para ello; en la mayoría de los países no es útil prestar atención a lo nacional para la lucha de clase. Obligado por la práctica austríaca, Bauer ha llenado esta laguna. Ha demostrado que la nación no es producto de la imaginación de algunos literatos ni producto artificial de la propaganda nacional; con la herramienta del marxismo ha demostrado que aquella hundía sus raíces materiales en la historia y ha explicado por el ascenso del capitalismo la necesidad y la potencia de las ideas nacionales. Y la nación se nos presenta como una poderosa realidad con la que debemos contar en nuestra lucha; ella nos da la llave para comprender la historia moderna de Austria, y por esto hay que responder a la siguiente pregunta: ¿cuál es la influencia de la nación, de lo nacional, en la lucha de clase, de qué manera hay que tenerla en cuenta en la lucha de clase? Esa es la base y el hilo conductor de los trabajos de Bauer y de los otros marxistas austríacos. Pero de este modo, la tarea no está realizada más que a la mitad. Pues la nación no es simplemente un fenómeno acabado cuyo efecto sobre la lucha de clase hay que verificar: ella está sometida a su vez a la influencia de las fuerzas actuales, entre las cuales tiende cada vez más a tomar el primer plano la lucha revolucionaria de emancipación del proletariado. ¿Cuál es, pues, el efecto que ejerce a su vez la lucha de clase, el ascenso del proletariado, sobre la nación? Bauer no ha examinado esta cuestión,o lo ha hecho de modo insuficiente; estudiarla conduce en muchos casos a juicios y conclusiones que divergen de las suyas.

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