Anton PANNEKOEK LENIN FILÓSOFO
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DIETZGEN
Cuando, acompañando la lucha de clase de la burguesía por su emancipación,
el materialismo burgués hizo su aparición en Europa occidental, representaba
un retroceso teórico con relación al materialismo histórico, aunque haya sido
inevitable en la práctica1. Marx y Engels estaban tan avanzados con
relación a esta concepción, que vieron en ella una recaída en posiciones superadas
hacía tiempo, una especie de regreso al siglo de las luces: el siglo XVIII.
Habían apreciado muy claramente en su justo valor la debilidad de la lucha política
de la burguesía alemana (al tiempo que subestimaban la vitalidad del sistema
capitalista), y dieron poca importancia a esta teoría que la acompañaba. Ocasionalmente
le dedicaron algunas frases despectivas destinadas a evitar toda confusión entre
los dos tipos de materialismo. Durante toda su vida insistieron más especialmente
sobre la oposición entre su teoría y los grandes sistemas idealistas de la filosofía
alemana, en particular el de Hegel. Es esta oposición la que se encuentra en
la base de sus concepciones filosóficas. En el Anti-Dühring, Engels
insiste otra vez en este carácter fundamental de la doctrina que Marx y él mismo
habían elaborado unos treinta años antes. Por esta razón se dejaron de lado
los problemas del materialismo burgués; sólo se abordaron las teorías sociales
de Dühring. Pero el materialismo burgués era algo distinto a una repetición
pura y simple de las ideas del siglo XVIII; se apoyaba en el desarrollo prodigioso
de las ciencias de la naturaleza en el siglo XIX y extraía su fuerza de él.
Una crítica de sus fundamentos llevaba a plantearse problemas completamente
distintos a los referentes a la filosofía post-hegeliana. Hacía falta un estudio
crítico de las ideas fundamentales de los axiomas admitidos universalmente como
resultado de las ciencias y que habían sido adoptados parcialmente, aunque con
reservas, por Marx y Engels mismos.
Es ahí donde las obras de Dietzgen tienen importancia. [Dietzgen era un artesano
curtidor que vivió en Renania y después emigró a los Estados Unidos, donde participó
en el movimiento obrero. Era un autodidacta socialista que se hizo escritor
y filósofo] Se consideraba un discípulo de Marx en los dominios sociales y económicos
[y asimiló perfectamente la teoría del valor y del capital]. En filosofía era
un pensador original que desarrolló las consecuencias filosóficas de esta nueva
concepción del mundo. [Aun calificándolo de "filósofo del proletariado"], Marx
y Engels no aprobaban todo lo que escribía: le reprochaban sus repeticiones,
con frecuencia lo encontraban confuso, e incluso se puede uno preguntar si comprendieron
verdaderamente la naturaleza de su argumentación, que estaba muy alejada de
su propio modo de pensar. [Para presentar la verdad nueva de sus concepciones,
Marx las expresa bajo la forma de afirmaciones precisas y de argumentos nítidos
y lógicos. Por el contrario, Dietzgen considera que su papel principal es estimular
al lector para que éste reflexione por sí mismo sobre el problema del pensamiento.
Con este fin repite sus argumentos bajo formas diferentes, expone lo contrario
de lo que afirmaba antes, y asigna a cada verdad los límites de su validez,
temiendo por encima de todo que el lector acepte una afirmación cualquiera como
un dogma.]2 Si a veces le ocurre ser confuso, sobre todo en sus últimos
textos, se encuentra, especialmente en La esencia del trabajo cerebral del
hombre (1869), la primera de sus obras, así como en Incursiones de
un socialista en el dominio de la epistemología (1877) y otros pequeños
folletos, exposiciones claras y luminosas sobre la naturaleza del proceso del
pensamiento, las cuales confieren a estas obras un interés excepcional y hacen
de ellas una parte integrante, incluso esencial, del marxismo. La primera gran
cuestión de la teoría del conocimiento es el origen de las ideas. Marx y Engels
demostraron que son producidas por el medio exterior. La segunda cuestión, que
está ligada a ésta, trata de la transformación en ideas de las impresiones suministradas
por este medio. Es Dietzgen quien ha respondido a eso. Marx mostró que las realidades
sociales y económicas determinan el pensamiento. Dietzgen ha explicado la relación
entre el pensamiento y la realidad. O, para recoger una frase de Herman Gorter:
"Marx ha mostrado cómo la materia social forma el espíritu, Dietzgen nos muestra
lo que el espíritu mismo hace."
Dietzgen parte de las experiencias de la vida cotidiana y, más especialmente,
de la práctica de las ciencias de la naturaleza.
"Sistematizar, ésa es la esencia, la expresión general de la actividad científica.
La ciencia no tiende a ninguna otra cosa más que a poner en orden y clasificar
en nuestro cerebro los objetos del mundo exterior."
El espíritu humano extrae de un grupo de fenómenos lo que les es común [por
ejemplo, el color común a una rosa, una cereza, una puesta de sol], hace abstracción
de las particularidades y fija en un concepto su carácter general [en el ejemplo
dado, el color rojo]. Expresa bajo forma de regla lo que se repite [por ejemplo,
el hecho de que las piedras caen]. El objeto original es concreto, el concepto
espiritual abstracto.
"Por nuestro espíritu entramos en posesión potencial del mundo bajo dos aspectos:
uno exterior, en tanto que mundo real, otro interior, bajo forma de pensamientos,
de ideas, de imágenes. (...) El cerebro no prende las cosas mismas, sino sólo
su concepto, su imagen general. (...) No hay suficiente lugar en el cerebro
para la diversidad sin fin de los objetos y la riqueza infinita de sus propiedades."
Y de hecho, en la vida práctica, necesitamos prever los acontecimientos y
para ello, no considerar todos los casos particulares, sino utilizar reglas
generales. La oposición entre espíritu y materia, pensamiento y realidad, material
y espiritual, es la oposición misma entre lo abstracto y lo concreto, de lo
general y lo particular.
Sin embargo, esta oposición no es absoluta. Todo el mundo es objeto de nuestro
pensamiento, tanto el mundo espiritual como el mundo visible y palpable. Las
cosas espirituales existen verdaderamente [bajo forma de pensamientos] y sirven,
a su vez, de objetos para la formación de los conceptos, los fenómenos espirituales
mismos se engloban en el concepto de espíritu. Los fenómenos espirituales y
materiales, es decir, la materia y el espíritu reunidos, constituyen el mundo
real en su integridad, entidad dotada de cohesión en la que la materia "determina"
el espíritu, y el espíritu, por medio de la actividad humana, "determina" la
materia. El mundo en su integridad es una unidad en el sentido de que cada parte
no existe más que en tanto que parte de la totalidad y es determinada enteramente
por la acción de ésta; las cualidades de esta parte, su naturaleza particular,
están formadas, pues, por sus relaciones con el resto del mundo. El espíritu,
es decir, el conjunto de las cosas espirituales, es una parte de la totalidad
del universo, y su naturaleza consiste en el conjunto de sus relaciones con
la totalidad del mundo. Es esta totalidad la que le oponemos en tanto que objeto
del pensamiento bajo el nombre de mundo material, exterior, real. Si ahora atribuimos
la primacía a este mundo material en relación con el espíritu, esto significa,
según Dietzgen, simplemente que el todo es primordial y la parte secundaria.
Ahí encontramos el verdadero monismo, ése en que el mundo espiritual y el mundo
material forman un conjunto unido.
Esta distinción entre mundo real de los fenómenos y mundo de los conceptos
formados por el pensamiento, está adaptada especialmente al estudio de las concepciones
científicas y a la explicación de su naturaleza. [La física puede explicar los
fenómenos luminosos considerándolos como el efecto de vibraciones rápidas que
se propagan en el espacio o, más bien, como decían los físicos, en el éter que
llena el espacio. Dietzgen cita a un físico para el que la verdadera naturaleza
de la luz es ésa, mientras que nuestras percepciones (luz o color) no son más
que apariencia.]3
Y Dietzgen observa: "La creencia supersticiosa en la especulación filosófica
ha alejado a este físico del método científico de la inducción cuando pretende
que las ondas que se propagan en el éter a la velocidad de 40.000 millas alemanas
(300.000 Km.) por segundo constituyen la verdadera naturaleza de la luz, y las
opone a los fenómenos reales que son la luz y el color. Lo absurdo salta a la
vista cuando uno se da cuenta de que aquí el mundo visible es llamado "creación
del espíritu" mientras que las vibraciones del éter, descubiertas por la inteligencia
de los más grandes cerebros, son consideradas como la realidad material. (Es
justo todo lo contrario): el mundo cromático de todos los fenómenos luminosos
es el mundo real, mientras que las ondas que se propagan en el éter son una
imagen construida por el espíritu a partir de estos fenómenos."
Está claro que estas divergencias provienen de los significados diferentes
que se da a los términos de verdad y de realidad. El único medio que permite
saber si nuestros pensamientos son justos es, indiscutiblemente, la experimentación,
la práctica, la experiencia. Ahora bien, la más directa de estas experiencias
es la experiencia misma; el mundo de los fenómenos es lo más seguro que hay;
es la realidad dada con el menor equívoco. Por supuesto, conocemos fenómenos
que no son más que apariencias. Esto significa que los testimonios de nuestros
diferentes sentidos no concuerdan y deben ser combinados otra vez para proporcionar
una imagen armoniosa del mundo. Si considerásemos como real la imagen que vemos
formarse detrás de un espejo pero que no podemos tocar, encontraríamos constantemente
fracasos en nuestra actividad práctica, a causa de un conocimiento científico
tan equívoco. La idea de que el mundo de los fenómenos en su conjunto no es
más que una apariencia no puede tener sentido más que para el que cree en otra
fuente de conocimiento - por ejemplo, la voz de Dios que se dirige a él en su
fuero interno - que hay que hacer concordar con las otras experiencias.
Si aplicamos el criterio de la práctica experimental al trabajo del físico,
sacamos la conclusión de que su razonamiento es también justo. A partir de las
vibraciones del éter, los físicos han sido capaces no sólo de explicar fenómenos
conocidos, sino también predecir un cierto número de otros, desconocidos hasta
entonces. La teoría es buena y correcta. Es verdadera porque expresa en una
fórmula breve lo que es común a todas estas experiencias, permitiendo así predecir
sus resultados en su infinita diversidad. Por tanto, las ondas que se propagan
en el éter deben ser consideradas como una imagen verdadera de la realidad.
El éter mismo escapa a toda observación: la observación sólo nos muestra fenómenos
luminosos.
Entonces, ¿cómo es que los físicos han podido hablar del éter y de estas ondas
como de una realidad? En primer lugar, en tanto que modelo obtenido por analogía.
Sabemos por experiencia que las ondas se propagan en el agua y en el aire. Si
admitimos que existe una sustancia extremadamente fina, el éter, que llena el
espacio y en la cual se propagan las ondas, podremos transponer allí cierto
número de fenómenos ondulatorios bien conocidos en el aire y en el agua y constatar
a continuación que las hipótesis hechas se confirman. Esta analogía ha tenido
por efecto ampliar nuestro mundo real. Por nuestros "ojos espirituales" vemos
nuevas sustancias, nuevas partículas que se desplazan, invisibles, porque son
demasiado pequeñas para ser vistas con los mejores microscopios, [pero concebibles
según el modelo que nos suministran las sustancias y las partículas macroscópicas
más voluminosas que podemos ver directamente.]4
[Pero al querer considerar el éter como una realidad nueva invisible,] los
físicos han chocado con grandes dificultades. La analogía no era perfecta. Había
que atribuir a este éter que llena todo el espacio propiedades muy diferentes
de las del agua o el aire. Aunque se lo considerase como una sustancia, difería
de tal manera de todas las sustancias conocidas que un físico inglés lo comparó
un día a la pez. Cuando se descubrió después que las ondas luminosas son vibraciones
electromagnéticas, hubo que atribuir al éter la propiedad de transmitir todos
los fenómenos eléctricos y magnéticos. Para que el éter pudiese cumplir con
este papel, hubo que imaginarse una estructura complicada, un sistema de mecanismos
que combinase movimientos, tensiones y rotaciones, que podía servir de modelo
grosero, ciertamente, pero que nadie podía admitir como la verdadera naturaleza
de ese fluido, el más impalpable de todos, que se suponía llena el espacio entre
los átomos. Las cosas se agravaron cuando, a comienzos del siglo XX, la existencia
misma del éter fue puesta en tela de juicio por la teoría de la relatividad.
Los físicos se habituaron a un espacio vacío al que, no obstante, atribuyeron
ciertas propiedades traducidas a fórmulas y ecuaciones matemáticas. Con estas
fórmulas se ha podido calcular la evolución de los fenómenos; los símbolos matemáticos
eran todo lo que quedaba del éter. Los modelos y las imágenes no son más que
accesorios, y la verdad de una teoría no es nada más que la exactitud de las
fórmulas matemáticas.
La situación empeoró más cuando se descubrieron fenómenos explicables solamente
si se supone que la luz está formada por una corriente de partículas discretas
(bien separadas), los quanta, que se desplazan a gran velocidad a través del
espacio. Sin embargo, la antigua teoría ondulatoria seguía siendo válida y,
según las necesidades, había que recurrir, ya a las ondas, ya a los quanta.
Las dos teorías estaban en contradicción manifiesta, pero ambas eran exactas,
es decir, verdaderas dentro de los límites de su campo de aplicación. Fue sólo
a partir de este estadio cuando los físicos comenzaron, al fin, a sospechar
que las entidades físicas que consideraban en otros tiempos como la realidad
oculta tras los fenómenos, de hecho no eran más que imágenes, lo que llamamos
conceptos abstractos, modelos construidos para conseguir más fácilmente una
visión de conjunto de los fenómenos. Cuando, medio siglo antes de estos descubrimientos,
Dietzgen publicaba las observaciones críticas que deducía simplemente del materialismo
histórico, no había un físico que dudase de la realidad del éter y de su papel
en la propagación de las vibraciones luminosas. Pero la voz del artesano socialista
no penetró en los anfiteatros de las universidades. Hoy, son precisamente los
físicos quienes afirman no manejar más que modelos e imágenes, quienes discuten
incesantemente las bases filosóficas de su ciencia y señalan que el fin de la
ciencia en general es descubrir relaciones y fórmulas que permitan prever, a
partir de experiencias conocidas, fenómenos desconocidos.
En la palabra fenómeno, que etimológicamente significa "lo que aparece", hay
ya una oposición a la realidad de las cosas. Si se habla de aparecer, se sobreentiende
que hay algo distinto a lo que aparece. En absoluto, responde Dietzgen, los
fenómenos aparecen - o tienen lugar - eso es todo. Este juego de palabras no
debe hacer pensar en la persona del observador - yo u otro - al que se aparece
algo. Todo lo que sucede, lo observe el hombre o no, es un fenómeno y el conjunto
de estos acontecimientos constituye la totalidad del universo, el mundo real
de los fenómenos.
"La percepción sensorial nos muestra una transformación continua de la materia.
(...) El mundo sensible, el universo, en todo momento y lugar, es algo nuevo
que no existía antes. Nace y desaparece, desaparece y renace ante nuestros ojos.
Nada permanece idéntico, sólo el cambio es eterno, durable, y aún no del todo
pues el cambio mismo varía. (...) El materialismo (burgués) afirma, es cierto,
la perennidad, la eternidad, la indestructibilidad de la materia. (...) Pero,
¿dónde encontramos esa sustancia eterna, imperecedera y sin forma? En el mundo
real, el de los fenómenos, no encontramos más que formas de materia perecedera.
(...) En la realidad, la materia eterna e imperecedera no existe en la práctica
más que como totalidad de las apariencias pasajeras."
En pocas palabras, la materia es una abstracción.
Mientras que los filósofos hablaban de la esencia de las cosas, los físicos
hablaban de materia, de una sustancia inmutable detrás de los fenómenos cambiantes.
La realidad, afirmaban, es la materia, el universo es el conjunto de toda la
materia. Esta materia está formada por átomos, componentes últimos e invariables
del universo, los cuales, a través de sus diversas combinaciones, dan la impresión
de un cambio incesante. Construidos sobre el modelo de los objetos sólidos que
encontramos, es decir, a partir de una extensión del mundo visible, [(de las
piedras, granos, polvo se extrapola a partículas extremadamente pequeñas)] los
átomos se convertían en los constituyentes de todo el mundo, tanto de un líquido
como el agua, como de un gas como el aire. La justeza de esta teoría atómica
ha resistido la prueba de un siglo de experiencia. Ha proporcionado un número
incalculable de explicaciones exactas y de previsiones correctas. Los átomos
mismos, entiéndase bien, no son fenómenos observados directamente; son deducciones
del pensamiento. Como tales, participan de la naturaleza de todos los productos
de nuestro pensamiento. Su delimitación en el espacio, la distinción entre ellos,
sus cualidades exactas se derivan de su carácter abstracto. En tanto que abstracción,
dan cuenta de lo que es general y común a los diversos fenómenos, y nos proporcionan
lo necesario para poder hacer previsiones.
Cae de su peso que los físicos no consideraban los átomos como abstracciones
sino que veían en ellos pequeñas partículas reales, invisibles, delimitadas
netamente, semejantes para todos los elementos químicos, dotados de propiedades
y de masas determinadas rigurosamente. Pero la ciencia moderna ha destruido
estas ilusiones. En primer lugar los átomos han sido disociados en partículas
más pequeñas como los electrones, los protones y los neutrones, los cuales forman
edificios complicados [y algunas de las cuales son inaccesibles a la experiencia
y resultan simplemente de una deducción lógica]. Estos elementos, los más pequeños
del universo, ya no pueden ser considerados como partículas discernibles netamente
y con una posición definida en el espacio: la física moderna les asigna el carácter
de un movimiento ondulatorio que se extiende a todo el espacio. Si se pregunta
a un físico qué se mueve en estas ondas, responde exhibiendo una ecuación matemática.
Las ondas no son ondas de materia; lo que se mueve ni siquiera puede ser calificado
de sustancia. De hecho, lo que mejor se adapta es el concepto de probabilidad:
los electrones son ondas de probabilidad. [En otros tiempos una partícula tenía
un peso bien determinado a partir del cual se podía definir una cantidad bien
específica: la masa; ahora la masa cambia con el estado del movimiento. Ya no
se la puede separar de la energía: la una se transforma en la otra y recíprocamente.]
Estos dos conceptos eran netamente distintos y el mundo descrito por la física
era un sistema claro, sin contradicciones, hasta tal punto que se lo identificaba
orgullosamente con el mundo real. Hoy, la física tropieza con contradicciones
insolubles en tanto se esfuerza en conservar rígidamente bajo forma de entidades
bien delimitadas esos conceptos fundamentales que tienen el nombre de materia,
masa, energía. La contradicción desaparece cuando se los considera como lo que
son verdaderamente: abstracciones que sirven para representar el mundo de los
fenómenos que se amplía constantemente.
Lo mismo ocurre con las fuerzas y las leyes de la naturaleza. Pero las conclusiones
de Dietzgen a este respecto apenas están fundadas y son más bien confusas. Probablemente
esto proviene de que en su época, los físicos alemanes utilizaban una sola palabra,
Kraft, para designar indistintamente fuerza y energía5. Vamos a poner un ejemplo
simple, el de la gravedad, para explicar claramente de qué se trata. La gravedad,
la atracción terrestre, es la causa de la caída de los cuerpos, según los físicos.
Pero, en este caso, la causa no es algo que precedería al efecto y sería completamente
distinto de él; causa y efecto son simultáneos y traducen la misma cosa en términos
diferentes. Los nombres comunes gravedad y atracción no son más que palabras
que no contienen nada más que los fenómenos mismos. Con estas palabras expresamos
el carácter general común a todos los cuerpos que caen. Y mucho más importante
que el nombre de gravitación es la ley correspondiente que afirma que en todo
movimiento libre en la superficie de la tierra, hay una aceleración constante
dirigida hacia abajo. Si se expresa la ley bajo forma de una relación matemática,
permite calcular el movimiento de todos los cuerpos, ya sean abandonados en
caída libre, ya sean lanzados con una velocidad inicial. Así la ley contiene
todos los movimientos posibles. En esta fase, no es necesario guardar en la
memoria todos los casos particulares para predecir por adelantado lo que va
a ocurrir en cada caso nuevo, basta conocer la ley, la fórmula matemática. La
ley es el concepto abstracto que nuestro razonamiento ha sacado de los fenómenos
de la caída de los cuerpos. Tiene una expresión precisa y postula una validez
absoluta, mientras que los fenómenos, en su diversidad, se alejan de la ley
y entonces atribuimos estos alejamientos a otras causas secundarias.
Newton ha extendido la ley de la gravedad al movimiento de los planetas. El
movimiento de la tierra alrededor del sol y el de la luna alrededor de la tierra
fueron "explicados" por la acción de la misma fuerza que en la tierra hace caer
las piedras hacia abajo. De esta forma, lo desconocido fue reducido a lo conocido.
La ley de la gravitación universal de Newton se expresa en una fórmula matemática
que permite a los astrónomos calcular el movimiento de los planetas; y la concordancia
de estos cálculos teóricos con las observaciones astronómicas es la prueba de
la exactitud de la ley. Por esta razón, los físicos hicieron de la gravitación
la causa de todos estos movimientos; la consideraban como una cosa real que
flota en el espacio, una especie de pequeño genio misterioso, de ser espiritual,
al que se dio el nombre de "fuerza" (la fuerza de atracción), y que regulaba
el curso de los planetas. La ley se convertía en un imperativo supremo, omnipresente
de alguna manera en la naturaleza, al que todos los cuerpos debían obedecer.
Pero en la realidad, nada de eso existe. Por "causa" hay que entender un breve
compendio, un resumen, mientras que por "efecto" se designa la multitud de
fenómenos particulares. La ley es un concepto que agrupa un gran número de fenómenos
complejos de los que aquélla ha sido extraída por el espíritu humano. La fórmula
que liga la aceleración de cada partícula en su distancia a las otras partículas
del espacio y a su masa, enuncia bajo una forma muy resumida la misma cosa que
una larga descripción complicada de todos los movimientos de los cuerpos. La
gravitación, la fuerza de atracción, en tanto que ser particular que dirige
los cuerpos en movimiento, no existe en la naturaleza, sólo existe en nuestro
cerebro. En tanto que imperativo misterioso, omnipresente en todo el espacio,
no tiene más existencia real que la ley de la refracción de Snellius, que se
considera que da a la luz la orden de seguir un camino dado. El trayecto de
los rayos luminosos es una consecuencia matemática directa de las diferencias
de velocidad de la luz en medios físicos diferentes. Para determinar este trayecto,
se puede igualmente suponer que la luz, en lugar de obedecer a las leyes de
Snellius, se comporta como un ser inteligente y elige el trayecto más corto
para alcanzar su meta (Principio de Fermat). Partiendo de un principio análogo
es como los físicos prefieren, en nuestros días, conforme a la teoría de la
relatividad, deducir los movimientos en el universo y representarlos no como
resultante de una fuerza de gravitación, sino como tomando el trayecto mínimo
en un espacio-tiempo curvo de cuatro dimensiones, es decir, siguiendo las "geodésicas"
de este espacio. Los físicos, una vez más, han terminado por considerar este
espacio curvo como la "realidad" oculta detrás de los fenómenos y que ocupa
el lugar de ese "universo de fuerzas" introducido por Newton. Pero, una vez
más, hay que subrayar que, al igual que en el caso de la gravitación universal
de Newton, sólo se trata de una abstracción, de un conjunto de fórmulas, mejores
que las de Newton y, por consiguiente, más justas: a pesar de los cálculos matemáticos
más complicados, la teoría de la relatividad general es finalmente más simple
y permite englobar y explicar más fenómenos que la teoría newtoniana.
Lo que se llama "causalidad" en la naturaleza, reino de la ley natural - a
veces se llega incluso a hablar de "ley de causalidad", es decir, de una ley
que afirma que hay leyes en la naturaleza - se reduce finalmente al simple hecho
de que las regularidades que encontramos en los fenómenos son formuladas bajo
el aspecto de reglas válidas absolutamente. El hecho de que las limitaciones,
desviaciones y excepciones sean consideradas explícitamente como tales y que
se intente tenerlas en cuenta corrigiendo la ley, muestra bien que la formulación
de ésta implica que se le atribuye a priori una validez absoluta. Estamos seguros
de que la ley será válida para todos los casos que vengan. Si no, faltaría a
su objetivo y perdería su carácter de ley. Y si no hay acuerdo entre las observaciones
y las predicciones, o es imperfecto, recurrimos a "causas" adicionales, es decir,
intentamos combinar este caso singular con otros casos parecidos para deducir
de ellos una ley nueva.
Cuando se habla del "reino de la ley en la naturaleza", con frecuencia se
entiende "reino de la necesidad". Pero hablar de necesidad en la naturaleza
es aplicar a ésta una expresión humana: es una utilización errónea, pues va
ligada a la creencia en una obligación exterior. Más impropia todavía es la
palabra determinismo, usada frecuentemente en los escritos burgueses, la cual
da a entender que el futuro está fijado de antemano desde algún lugar, por alguien.
Así la palabra necesidad se enriquece con un sentido adicional según el cual
no hay ningún libre albedrío ni ningún azar en el desarrollo de los procesos
naturales. Pero, por supuesto, esas son palabras que no pueden aplicarse sino
al comportamiento de los hombres. Sin embargo, hay que señalar que la vieja
teología admitía la existencia de un tal libre albedrío en la naturaleza. Nosotros
diremos, más gustosa y exactamente, que en cada instante la naturaleza en su
totalidad depende de lo que era un instante antes; o, mejor aún, que la naturaleza
es una unidad que, a pesar de todos los cambios, sigue siendo idéntica a sí
misma. Todas las partes de la naturaleza están ligadas las unas a las otras
y nosotros expresamos estas relaciones en forma de leyes. Las leyes de la naturaleza
son formulaciones humanas imperfectas de la necesidad en la naturaleza, limitadas
a dominios particulares. La necesidad absoluta no tiene sentido más que para
el universo en su conjunto. En cada dominio que la investigación científica
estudia, extraído de este conjunto, sólo se aplica de modo imperfecto. La ley
de la gravitación no es válida como tal en la naturaleza, y sólo permite representar
imperfectamente los movimientos de los planetas; pero nosotros estamos convencidos
de que estos movimientos se desarrollan bajo el dominio de la necesidad natural,
siempre de la misma manera, sin que pueda ser de otro modo.
Con frecuencia se atribuye la importancia del marxismo al hecho de que por
primera vez aparece una ciencia de la sociedad análoga a las ciencias de la
naturaleza. Es decir que, al igual que en la naturaleza, en la historia humana
hay leyes estrictas, de suerte que el desarrollo de la sociedad no se realiza
ni arbitraria ni accidentalmente, sino según una necesidad superior. Se puede
expresar esta convicción diciendo que, en el mundo del hombre, reina un determinismo
estricto y que "el indeterminismo", es decir, la libertad de la voluntad y de
las actividades humanas, no tiene lugar. Vamos a explicar ahora lo que significa
esta afirmación. La totalidad del universo, es decir, el conjunto de la naturaleza
y la sociedad, es una unidad determinada en cada instante por su estado anterior.
Afirmar que esta totalidad sigue siendo una unidad, que el mundo sigue siendo
idéntico a sí mismo, equivale a decir que la evolución de cada una de sus partes,
de la humanidad o de una parte de la humanidad, por ejemplo, depende enteramente
del mundo que la rodea, del conjunto naturaleza y sociedad. Basándonos en nuestras
observaciones, intentamos también aquí descubrir regularidades, reglas, leyes,
y definir conceptos nuevos; pero atribuir a estas leyes una existencia independiente
es una tendencia mucho menos pronunciada en este dominio que en el del estudio
de la naturaleza. Si es relativamente fácil para el físico creer en una ley
de la gravitación como en un ser real que planea en el universo en torno al
sol y los planetas, es mucho más difícil creer que el ["progreso", la "libertad"]
o una ley de la evolución social planeen entre los hombres o por encima de ellos,
conduciendo al hombre como una fatalidad ineluctable. Estas leyes del desarrollo
sólo son abstracciones formuladas en forma absoluta por el espíritu a partir
de relaciones parciales. Con la necesidad sucede en este dominio como con todas
las necesidades en la naturaleza. Si se puede hablar de necesidad, no se puede
tratar más que de la obligación del hombre de comer para vivir. Este dicho popular
expresa claramente la relación fundamental entre el hombre y el mundo en su
conjunto.
Las relaciones sociales son infinitamente más complejas que las existentes
en la naturaleza, y es mucho más difícil despejar las "leyes" de la sociedad
y expresarlas en fórmulas exactas. Aquí más todavía, las leyes sólo expresan
nuestras previsiones sobre el futuro, pero los acontecimientos reales jamás
están de perfecto acuerdo con ellas. Ya es un gran paso que se hayan podido
esbozar las grandes líneas del desarrollo social. La importancia del marxismo
no reside tanto en las reglas que enuncia o las previsiones que formula, como
en lo que se llama su método, en esa afirmación fundamental de que existe una
relación entre cada acontecimiento social y el conjunto del universo, en el
principio según el cual en todo fenómeno social hay que buscar los factores
materiales reales a los que está ligado.
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1 El texto alemán difiere sensiblemente en todo este capítulo del texto inglés,
y en general es más completo. Lo seguimos aquí, pues, a excepción de algunos
pasajes que serán indicados explícitamente entre corchetes. (n.d.t.f.)
2 Aquí hemos seguido el texto inglés, más claro que el texto alemán. (n.d.t.f.)
3 Aquí hemos seguido el texto inglés. (n.d.t.f.)
4 Aquí hemos seguido el texto inglés. (n.d.t.f.)
5 Ver supra, p. 277.
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