Anton PANNEKOEK
Acciones de masas y revolución
Índice
2. La conquista del poder político
La ilusión de que la conquista del poder es posible a través
del parlamento se apoya básicamente en la idea de que el parlamento elegido
por el pueblo es el órgano legislativo principal. Si el parlamentarismo
y la democracia dominaran, si el parlamento controlara la totalidad del
poder del estado y la mayoría popular controlara al parlamento, seria
la lucha electoral el camino directo para la conquista del poder político
-es decir la conquista paulatina de las mayorías populares mediante la
práctica parlamentaria, el esclarecimiento de las conciencias y la puja
electoral.
Pero tales condiciones faltan, no se encuentran en ningún lado y menos
en Alemania. Tienen que ser creadas por las luchas constitucionales y sobre
todo por medio de la conquista del derecho al voto democrático. En su
aspecto formal la conquista del poder político tiene dos momentos: primero,
la creación de las bases constitucionales, la conquista para las masas
de los derechos políticos fundamentales y, segundo, la utilización
correcta de esos derechos: ganar a las masas populares para el socialismo. Donde
la democracia ya está dada, el segundo momento es el más importante;
en cambio, donde las grandes masas ya han sido ganadas para el socialismo pero
faltan los derechos, como es el caso aquí en Alemania, el peso de gravedad
de la lucha por el poder se centra no en la lucha por medio de los derechos
existentes, sino en la lucha por la conquista de los derechos políticos.
Naturalmente, estas relaciones no están dadas aqui por casualidad;
la falta de bases constitucionales para un poder popular en un país con
un movimiento obrero altamente desarrollado es la forma necesaria para la dominación
del capital. Indica claramente que el poder efectivo se encuentra en manos de
la clase propietaria.
Mientras ese poder se encuentre inquebrantado, la burguesía no nos
va a ofrecer los medios formales para desalojarla pacíficamente. Ella
debe ser golpeada, su poder debe ser quebrado. La constitución
expresa la relación de poder entre las clases; pero tal poder debe ser
puesto a prueba en la lucha. Un cambio en el trazado de los límites de
los derechos constitucionales dentro de los cuales se mueven las clases es sólo
posible cuando los medios de poder de las clases en lucha se confrontan y se
miden. Lo que desde el punto de vista formal se presenta como una lucha por
los más importantes derechos políticos es, en realidad un choque
frontal de todo el poder de ambas clases, una lucha con sus más poderosas
armas, en la cual buscan debilitarse y finalmente aniquilarse mutuamente. La
lucha puede acarrear alternativamente victorias y derrotas, concesiones v períodos
de reacción. El final llegará solamente cuando uno de los adversarios
en lucha se encuentre totalmente vencido, cuando sus instrumentos de poder estén
destruídos y el poder político se encuentre en manos del vencedor.
Hasta el momento ninguna de las clases ha empleado en los combates sus armas
más poderosas. La clase dominante no ha podido nunca, para su disgusto,
emplear su arma más poderosa en la lucha parlamentaria, el poder militar,
y tiene que observar impotente, sin poderlo evitar, cómo el proletariado
acrecienta su poder constantemente. En ello reside el significado histórico
del método de lucha parlamentario durante la época en la cual,
el proletariado, aún débil, se encontraba en la fase de su primer
crecimiento. Pero tampoco el proletariado ha utilizado todavía sus más
poderosos instrumentos de lucha. Sólo entraron en acción su número
y su comprensión'política, pero ni su importancia en el proceso
productivo ni el poder enorme de su organización -que fue utilizado sólo
en la lucha sindical, no en la lucha política contra el estado- tuvieron
intervención en la lucha. Hasta el momento, las luchas ocurridas han
sido sólo escaramuzas de grupos de avanzada, la fuerza principal de ambas
partes quedó en reserva. En las próximas batallas por el poder
usarán ambas clases sus armas más afiladas, sus medios más
poderosos: sin que estas se midan en combate es imposible un desplazamiento
decisivo de las relaciones de poder. La clase dominante intentará,
con sangrienta violencia, destrozar al movimiento obrero. El proletariado recurrirá
a las acciones de masas, desde las formas más simples de las asambleas
hasta las manifestaciones callejeras v Llegará así a la forma
más poderosa: la huelga general.
Esas acciones de masas suponen un fuerte crecimiento en la fuerza del proletariado.
Son posibles a un alto nivel de desarrollo pues plantean exigencias a las cualidades
espirituales y morales, al saber y la disciplina de los trabajadores, que sólo
pueden ser el fruto de largas luchas políticas y sindicales. Si se han
de realizar acciones de masas con éxito, los trabajadores deben disponer
de tanta comprensión política y social que ellos mismos sean capaces
de poder reconocer y juzgar las condiciones previas, los efectos, los peligros
de tales luchas; la conveniencia de iniciación o de su interrupción.
Cuando la clase dominante utiliza sin contemplaciones sus medios de represión,
prohibe las publicaciones y las reuniones, detiene a los líderes combatientes,
impide la comunicación regular entre los trabajadores, los intimida con
estados de sitio, los desanima con noticias falsas, entonces, la continuación
de la lucha y la posibilidad del éxito dependen exclusivamente de la
claridad de visión del proletariado, de su confianza en sí mismo,
de su solidaridad y entusiasmo por la gran causa común. El poder del
estado burgués con su violencia autoritaria y la fuerza de las virtudes
revolucionarias de las masas rebeldes de trabajadores se miden entonces mutuamente
para comprobar cuál de los dos se revela el más fuerte.
Nosotros debemos estar preparados a que el estado no retroceda ante estas
medidas de fuerza. Sea en la ofensiva o en la defensiva, el proletariado quiere
siempre cuando recurre a esas armas ejercer presión sobre el estado,
influirlo, ejercer sobre él una presión moral, doblegarlo bajo
su voluntad. La posibilidad de que esto ocurra se basa en el hecho de que el
poder del estado depende en grado sumo del ininterrumpido funcionamiento de
la vida economica. Si el funcionamiento regular del proceso de producción
se altera a causa de huelgas masivas, imprevistamente se le plantean al estado
problemas extraordinarios a resolver. El estado debe restablecer "el orden",
pero, ¿cómo? Puede quizás impedir que la masa haga manifestaciones,
pero no la puede obligar a volver al trabajo; puede cuanto más intentar
desmoralizaría. Si las autoridades frente a las nuevas tareas pierden
la cabeza, presionadas por el miedo y la angustia de la clase poseedora que
les exige proceder enérgicamente o bien conceder si les falta esa voluntad
unitaria, es señal de que la fuerza interior del estado, su autoconfianza,
su autoridad, la fuente misma de su poder ha sido afectada. La situación
se empeora si se suman huelgas del transporte que interrumpen las comunicaciones
de las a utoridades locales con el poder central y por tanto desarticulan los
eslabones de toda la orfanización, despedazan los tentáculos del
pulpo que se contraen impotentes, como ocurrió durante las huelgas de
octubre en la revolución rusa.
A veces el gobiemo utilizará la violencia y su eficacia dependerá
entonces de la decisión del proletariado. Otras veces tratará
de apaciguar a las masas con concesiones y promesas, en tal caso, la lucha de
las masas habrá llevado a un triunfo total o parcial. Por supuesto, la
historia no termina allí. Una vez conquistado un derecho importante puede
iniciarse un período de tranquilidad durante el cual la reciente conquista
será utilizada hasta el límite máximo de sus posibilidades.
Pero, tarde o temprano, la lucha tiene que estallar nuevamente, el gobiemo no
puede conceder tranquilamente derechos que otorguen a las masas posiciones de
poder decisivas y si lo hace intentará luego recuperarlos, de otro modo
las masas no se detendrán hasta tener en sus manos la llave del poder
estatal. La lucha, por lo tanto, se desencadena siempre de nuevo y contrapuestas
las fuerzas de una y otra organización el poder estatal debe someterse
reiteradamente a la acción disociante de las acciones de masas. La lucha
se detiene recién cuando la organización del estado ha sido totalmente
destruida. La organización de la mayoría habrá demostrado
entonces su superioridad destruyendo la organización de la minoría
dominante.
Este objetivo, sin embargo, podrá ser alcanzado sólo si las
luchas de las masas influyen profundamente y transforman al proletariado mismo.
En la misma forma que las luchas políticas y sindicales libradas hasta
el momento, aquellas acrecientan la fuerza del proletariado en una forma mucho
más amplia, poderosa y profunda. Cuando aparecen acciones de masas que
estremecen profundamente la vida social en su conjunto, todos los espíritus
son sacudidos; el paso veloz de los acontecimientos es seguido con atención
y expectativa aún por aquellos que se contentan sólo con poner
una boleta electoral cada cinco años. Y los que participan, obligados
a concentrar todos sus sentidos con la máxima intensidad en la situación
política que determina su conducta, agudizan en tales épocas de
crisis política su visión política en pocos días
más de lo que pudieron avanzar en años. La práctica de
estas luchas a través de las experiencias de triunfo y derrota genera
los instrumentos necesarios para satisfacer sus propias exigencias. Con el desarrollo
de las luchas crece la madurez del proletariado que sale de ellas capacitado
para los próximos y más difíciles combates.
Esto es válido no sólo para la comprensión política
sino también para la organización. Sin embargo hay quienes afirman
lo contrario. Existe en muchos el temor de que en estas peligrosas luchas, el
más importante instrumento del proletariado, su organización,
pueda ser destruido. Sobre todo en este razonamiento se basa el rechazo a la
huelga general por parte de aquellos cuva actividad se centra en la conducción
de las grandes organizaciones proletarias. Temen que en un choque entre la organización
proletaria y la organización del estado, la primera, por ser la más
débil, habrá de salir necesariamente perdedora. El estado tiene
el poder de disolver las organizaciones de los trabajadores que tuvieran la
insolencia de iniciar la lucha contra el mismo. Puede destituir su actividad,
intervenir sus fondos, encarcelar a sus dirigentes y no se detendrá,
seguramente, por consideraciones jurídicas o morales. Pero tales actos
de violencia no lo ayudarán demasiado. El estado puede destrozar con
ellos la forma externa de las organizaciones obreras, pero no puede afectar
la esencia misma de éstas. La organización del proletariado, que
nosotros calificamos como su más importante instrumento de poder, no
debe ser confundida con la forma de las organizaciones y asociaciones actuales,
que son la expresión de aquella dentro de los marcos aún firmes,
del orden burgués. La esencia de esa organización es algo
espiritual, la transformación del carácter de los proletarios.
Puede ser que la clase dominante, aplicando sin escrúpulos la violencia
de sus leyes y su policía, consiga destruir aparentemente a la organización:
no por eso los trabajadores volverán de pronto a transformarse en los
individuos atomizados de antes, que sólo eran movidos por un estado de
ánimo transitorio o por sus intereses particulares. Permanecerán
en ellos, más vivos que nunca, el mismo espíritu, la misma disciplina,
la misma coherencia, la misma solidaridad, la misma costumbre de una acción
organizada, y ese espíritu ha de ser capaz de crearse nuevas formas de
actividad. Puede que un acto de violencia semejante golpee duramente pero la
fuerza esencial del proletariado sería afectada tan poco como
las leyes antisocialistas afectaron al socialismo, aunque impidieran las formas
regulares de asociación y agitación.
A la inversa, la organización se fortalece al grado máximo a
través de las luchas de masas. Cientos de miles de trabajadores que se
mantienen hoy día alejados de nosotros por indiferencia, por temor o
por falta de fe en nuestra causa, serán sacudidos y se incorporarán
a las luchas. Mientras que en el lento transcurrir de la historia de las luchas
cotidianas las diferencias ideológicas juegan un papel importante y dividen
a los trabajadores, en épocas revolucionarias, cuando la lucha se agudiza
al máximo y exige rápidas decisiones, se abre camino irresistiblemente
el sentimiento de clase; si no ocurre de inmediato, tanto más seguro
surgirá posteriormente. Y al mismo tiempo crecerá la solidez interna
de la organización y la disciplina puesta a prueba por las exigencias
de tan duras luchas adquirirá la firmeza del acero pues ella debe fortificarse.
En el transcurso de estas luchas, la fuerza del proletariado, aún insuficiente,
crecerá lo necesario para ejercer su dominio en la sociedad. Sin embargo,
¿la clase dominante no estará en condiciones, utilizando sus medios
de combate más poderosos, la violencia más sangrienta, de someter
a los trabajadores en semejantes luchas de masas a una segura derrota? Las manifestaciones
por el derecho del voto en la primavera de 1910, han demostrado que la clase
no retrocede ante la utilización de tal violencia. Por el contrario se
ha visto que la espada del policía es impotente contra una masa popular
decidida. La violencia puede caer duramente sobre alguna persona en particular,
pero el objetivo de esa violencia, atemorizar a la masa para hacerla desistir
de su proyecto -realizar la manifestación- no es alcanzado frente a la
decisión, el entusiasmo, la disciplina de esa masa de cientos de miles
de personas. Muy distinto es ciertamente, cuando se lanza a los militares contra
la masa del pueblo: bajo los disparos de destacamentos fuertemente armados,
una masa popular no puede realizar su demostración. Sin embargo, ésto
en nada ayuda a la clase dominante. El ejército está constituido
por los hijos del pueblo y, en medida creciente, por jóvenes proletarios
que ya traen de sus propios hogares algo de conciencia de clase. Esto no significa
que hayan de fracasar de inmediato corno arma en manos de la burguesía
-la férrea disciplina ha de desplazar automáticamente toda otra
consideración. Sin embarlo, lo que ya para los antíguos ejércitos
mercenarios era valido, -que no se dejaban utilizar a la larga contra el pueblo-,
es mucho más efectivo para los modernos ejércitos de reclutas.
La más férrea disciplina no resiste durante mucho tiempo una utilización
semejante. Nada deteriora con más seguridad la disciplina como la pretensión,
llevada un par de veces a la práctica, de disparar contra el pueblo,
contra sus propios hermanos de clase cuando éstos sólo desean
reunirse y desfilar pacíficamente. Justamente para mantener incólume
la disciplina del ejército en el caso de una revolución, el gobierno
de la oligarquía terrateniente de Alemania ha evitado en lo posible utilizar
a los militares en caso de huelgas. Esto es inteligente pero tampoco es una
solución. Los reaccionarios que siempre están azuzando para una
"solución militar" del problema obrero, no imaginan que de
tal manera no hacen otra cosa que acelerar su propia destrucción. Si
el gobiemo se ve obligado a utilizar a los militares contra acciones de masas
del proletariado, esa arma pierde progresivamente su fuerza de cohesión.
Es como una espada reluciente que impone respeto y puede producir heridas pero
tan pronto como es utilizada, comienza a hacerse inútil. Y si la clase
dominante pierde ese arma, pierde su último y más poderoso instrumento
de fuerza y queda indefensa.
La revolución social es el proceso de disolución paulatina de
todos los medios de poder de la clase dominante, especialmente del estado; el
proceso de continuo crecimiento del poder del proletariado hasta su máxima
plenitud. Al comienzo de tal período, el proletariado debe haber alcanzado
un alto grado de comprensión y conciencia de clase, poder espiritual
y sólida organización para estar capacitado en los difíciles
combates que le esperan, pero, con todo esto es aún insuficiente. El
prestigio del estado y de la clase dominante están quebrados ante las
masas que los reconocen como sus enemigos, pero el poder material se mantiene
incólume. Al fin del proceso revolucionario, nada queda de ese poder.
El pueblo trabajador en su totalidad está allí presente como masa
altamente organizada decidiendo su suerte con clara conciencia y capacitado
para gobernar puede pasar a continuación a tomar en sus manos la organizacion
de la producción.
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