Paul Mattick
La hez de la humanidad

Índice

Introducción

Una persona poco familiarizada con cuestiones políticas que asista a reuniones de trabajadores, exceptuando las de desempleados, probablemente se verá sorprendida por el hecho de que la mayor parte de los presentes no forma parte de los estratos más pobres del proletariado. Los trabajadores mejor organizados son, por supuesto, los pertenecientes a la llamada aristocracia obrera, que asume una posición social entre la clase media y el proletariado genuino. Las organizaciones sindicales de estos estratos defienden los intereses vitales directos de sus miembros, proporcionándoles ventajas inmediatas, y ni son capaces de politizar a sus adherentes en un sentido socialista ni tampoco lo intentan. Por otra parte, el movimiento obrero radical solo puede proporcionar a sus adherentes satisfacción ideológica, no ventajas materiales. Y es precisamente por esta razón por lo que es incapaz de alcanzar a las capas realmente empobrecidas del proletariado. Esta parte, por su misma miseria, se ve obligada a preocuparse solamente de sus intereses más perentorios y directos si es que no quiere dejar la vida misma. Por esa razón los movimientos políticos radicales de la clase obrera oscilan entre dos polos de la población trabajadora, la aristocracia obrera y el lumpenproletariado. El peso de la organización lo llevan elementos que aunque no se hacen ilusiones sobre las nulas posibilidades genuinas de avance personal en la sociedad actual, mantienen un nivel de vida que les permite dedicar dinero, tiempo y energías a esfuerzos cuyos frutos, en forma de mejoras reales materiales para ellos mismos, quedan diferidos a un incierto futuro. Estos militantes se enfrentan a la sociedad actual desde el reconocimiento de que hay que cambiarla, a pesar de lo cual a ellos les resulta posible vivir en ella.

La actividad del movimiento obrero radical en tiempos no revolucionarios se dirige fundamentalmente a transformar la ideología predominante. La agitación y la propaganda exigen sacrificios materiales y no proporcionan ventajas materiales. Los miembros activos de las organizaciones obreras deben tener tiempo disponible. Son militantes que confían en que las masas se transformarán en un sentido revolucionario, pero mientras tanto hacen lo posible por acercar el día del cambio y se dedican a educar, discutir y filosofar. Los elementos de la clase obrera que simpatizan con esas ideas pero que por sus circunstancias vitales no están en posición de esperar, se ven continuamente rechazados por estas organizaciones. Las fluctuaciones de militancia en el movimiento radical no son sólo resultado de falsas políticas o de falta de tacto de la burocracia en su trato con los miembros todavía ideológicamente inestables. Son también resultado de la compulsión crecientemente imperiosa de un estrato cada vez mayor de trabajadores empobrecidos a "limitar sus miras". La actividad del movimiento del que esperan ayuda sólo les proporciona palabras y un algo en que perder el tiempo. No solo no les ayuda sino que les dificulta su lucha individual por la existencia, una lucha que se hace cada vez más difícil, que cada vez consume más horas y más esfuerzo psicológico cuanto más se extiende la penuria en la sociedad y cuanto más se hunde el individuo. Independientemente de la propaganda socialista que hayan absorbido, sus condiciones de existencia les empujan a acciones que son opuestas a sus convicciones y como resultado esas mismas convicciones antes o después se desvanecen, ya que son "inútiles en la práctica".

Esa es también una de las razones por las que el movimiento político de la clase obrera se quiebra en los periodos de recesión y funciona mejor en tiempos de reactivación económica. Y por ello, a partir de su "experiencia" una gran parte del movimiento obrero ha tomado una posición abiertamente hostil contra la idea de que el empobrecimiento de las masas es sinónimo de crecimiento de las ideas revolucionarias. A quienes mantienen esta teoría del empobrecimiento se les señala repetida y apasionadamente la existencia del lumpenproletariado, como prueba de que el empobrecimiento hace a las masas apáticas en vez de revolucionarias y las pone en oposición al proletariado más que en disposición de servirlo, ya que la clase dominante a menudo aprovecha al lumpen para sus propias necesidades. Y de esta forma el movimiento obrero se esfuerza con gran celo en mejorar la posición económica de los trabajadores, considerando que precisamente de esa manera se elevarará la conciencia de clase del proletariado. De hecho, en el periodo de avance de la sociedad capitalista la mejora del nivel de vida del proletariado fue paralela al crecimiento de los sindicatos y organizaciones políticas obreras y al fortalecimiento de la conciencia política de los trabajadores. Pero esta conciencia, como las organizaciones mismas, no era revolucionaria. Por lo tanto, la teoría de la elevación del nivel de vida del proletariado como medio de avance revolucionario resultó tan desmentida como la teoría de la pauperización. La dificultad fue resuelta mediante la explicación desgraciada y absurda de que la actitud reaccionaria de los trabajadores organizados era resultado de sus direcciones reaccionarias. La contradicción que implica el combatir el empobrecimiento y al mismo tiempo mantener que es necesario se consideraba lesiva para la existencia de la organización. Las masas no pueden ser atraídas hacia la organización sin recibir al mismo tiempo algunas promesas.

La convicción, basada en una visión superficial de los fenómenos, de que el empobrecimiento hace a las masas reaccionarias en vez de revolucionarias, y la repugnancia hacia el lumpenproletariado como manifestación viviente de esta "verdad" fue durante mucho tiempo una característica común del movimiento político de la clase obrera y todavía surge en el debate político cuando se trata de explicar la ayuda reclutada por la clase dominante en el campo del proletariado. El escaso grado de organización y la conciencia de clase relativamente subdesarrollada de los desempleados tiende aparentemente a refutar la teoría del empobrecimiento. Lo mismo ocurre con la función que cumple el lumpen en la sociedad. Por supuesto es esta "hez de la humanidad" la que, en alianza con la pequeña burguesía y a las órdenes del capital monopolista llena las filas del fascismo. Los elementos que el movimiento fascista atrae desde los círculos de la clase obrera esperan y obtienen ventajas que en cualquier caso son inmediatas, aunque puedan ser pequeñas. Esos elementos no se vinculan a ningún movimiento por motivos ideológicos, que sobrepasan en mucho sus posibilidades. Que las ventajas sean de carácter meramente temporal no preocupa a esos elementos que, por supuesto, viven permanentemente "al día". Reprocharles con la acusación de traición a su clase es simplemente atribuirles la posibilidad de una conciencia y un conjunto de convicciones, lo cual es un lujo que su propia forma de vida excluye. Ellos actúan por sus intereses más próximos y, a ese respecto, incluso la gran mayoría de los trabajadores acepta a la larga el movimiento fascista, pasiva o activamente, para no perjudicarse a sí mismos. Quién pasa primero y quién después al campo del enemigo de clase depende del grado de empobrecimiento de cada uno. Aparte de todo esto, la investigación de las ciencias sociales en casi todos los países muestra que la declinación de las tendencias revolucionarias se asocia con el empobrecimiento de las masas. Esas conclusiones se basan exclusivamente en los últimos pocos años y por ello lo único que indican es que inicialmente el empobrecimiento se asocia con la regresión de las tendencias revolucionarias.

Siguiente >>


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

[email protected]

Hosted by www.Geocities.ws

1