Paul Mattick
La inevitabilidad del comunismo

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XI - Ortodoxia científica contra el revisionismo y la vulgarización del marxismo

Un marxista ortodoxo tiene que rechazar el "ortodoxismo" de las escuelas kautskiana y leninista. Hook se opone al dogmatismo de estas escuelas1, pero sin comprender que ese "dogmatismo" sólo puede combatirse desde el punto de vista ortodoxo. La pseudo-orthodoxia de la socialdemocracia y de los bolcheviques no tiene nada que ver con el marxismo ortodoxo. Una vez al "ortodoxismo" kautsiano se le opuso el eslogan: "Volver a Marx con Lenin". Hoy, uno está obligado a volverse contra Lenin con el eslogan ortodoxo: "Volver a Marx". Ni Kautsky ni Lenin vieron en el método dialéctico algo más de una herramienta útil. Disputaron entre sí sobre la manera de manejarla. Sus diferencias son, por consiguiente, de una naturaleza exclusivamente táctica (desatendiendo la confusión arbitraria de cuestiones tácticas con cuestiones de principios): no hay ninguna diferencia de principios entre ambos. Con el arma de la dialéctica, los dos quisieron hacer historia por el proletariado. El que ellos mismos podrían únicamente desempeñar el papel de un arma era, en consecuencia, un pensamiento que permanecía completamente extraño a ellos; se identificaron a sí mismos, como "gigantes de la dialéctica", con el propio movimiento social dialéctico, y estuvieron necesariamente obligados a impedir el movimiento revolucionario real en la misma magnitud en que fortalecieron sus propias posiciones. Cuanto más hicieron por sí mismos, menos lograron para la revolución, pues la magnitud de su influencia dependida para ellos del desvanecimiento de la iniciativa de las masas. Estas últimas serían puestas bajo control, para que pudiesen ser dirigidas. Si, para Kautsky, la Iglesia era inconfesadamente el modelo de organización, para Lenin ese modelo era, por su propia confesión, la fábrica. Por unidad de la teoría y la práctica ellos no entendieron nada más que la simple unificación de "jefes y masas"; organización desde arriba hacia abajo, órdenes y obediencia, estado mayor y ejército. El principio burgués de organización tenía que servir también para los objetivos proletarios.

Pero la unidad de la teoría y la práctica sólo se origina a través de la acción revolucionaria misma; puede lograrse, bajo las relaciones capitalistas, sólo por los cauces revolucionarios, eruptivos, no a través de una "política astuta" que garantizase una armonía entre dirigentes y dirigidos. Pero tal acción puede únicamente ser llevada más allá o impedida; no puede fabricarse o evitarse, dado que depende de los movimientos económicos, y éstos no están todavía sujetos a la voluntad y la inteligencia humanas. El viejo movimiento obrero no entendió por conciencia de clase nada más de su propia visión del proceso histórico. El partido era todo, el movimiento perceptible únicamente por vía del partido. De este modo, surgió desde la lucha de clases entre capital y trabajo --en cuanto esa lucha era subordinada al partido-- la lucha entre grupos diferentes por la supremacía sobre los trabajadores.

No hay mejor prueba de la corrección del método marxiano que la castración que el marxismo ha sufrido. Las cualidades de los epígonos sirven para ilustrar el desarrollo capitalista, e inversamente este desarrollo proporciona la explicación del epigonismo. En otras palabras, las varias escuelas del epigonismo, o revisionismo, pueden remontarse a las fases varias del desarrollo capitalista. El marxismo "original" ha sobrevivido a sus niños degenerados, y hoy el movimiento revolucionario está forzado, en el nombre de ese marxismo original, a una nueva orientación sobre la base de la adhesión ortodoxa al método marxista. El "malentendimiento" del método dialéctico en manos de los pseudomarxianos no se expresó en ninguna parte más claramente que en el abandono de la teoría marxista de la acumulación y el derrumbe. Los revisionistas alardearon del rechazo de esa teoría, y los marxistas "ortodoxos" contemporáneos no se aventuraron a defenderlo. El "malentendimiento" se expresó además en la separación de la filosofía marxiana de la economía. Había y hay "marxistas" que se "especializan" en la una o en la otra, quienes no alcanzan a entender que las leyes económicas son dialécticas. Cualquiera que, por ejemplo, abandona la teoría marxista del derrumbe no puede al mismo tiempo sostener el método dialéctico; y cualquiera que acepta el materialismo dialéctico "filosóficamente" no tiene opción salvo considerar el movimiento dialéctico de la sociedad actual como un movimiento de derrumbe.

La crisis mundial del capitalismo tenía primero que hacerse una realidad antes de que el problema del derrumbe pudiese llevarse de nuevo al centro de la discusión y por tanto, también, antes de que la lucha por la dialéctica marxiana pudiese reavivarse. No es tanta teoría sino la realidad misma lo que ahora sirve para el desarrollo ulterior del marxismo. Pero este desarrollo ulterior es hoy, en realidad, sólo la reconstrucción del marxismo original, que está siendo depurado de la corrupción de los epígonos. Se vuelto claro que las "abstracciones" marxianas eran más reales que los esfuerzos "realistas" que los epígonos hicieron para suplementarlas, con el deseo de darles "carne y sangre", intentando "completar" el "torso", etc. Entretanto, Kautsky ha rechazado completamente la dialéctica marxiana, y Lenin recomendó, poco antes su muerte, que el estudio de Hegel y del problema dialéctico en general se empezase nuevamente. Cincuenta años de "teoría marxista" ofrecieron como su resultado la confusión más irremediable. No ha llevado más allá el marxismo, sino que lo ha arrojado hacia atrás incluso antes de su punto de partida. Cualquier ortodoxismo real es cien veces superior al sucesor "marxiano". El marxismo como teoría revolucionaria permanece en contradicción con el movimiento obrero que se estaba desarrollando en el periodo de ascenso del capitalismo, y, en consecuencia, fue modificado por ese movimiento de acuerdo con sus propias necesidades, modificación que luego fue confundida con la esencia.

Uno no está justificado a considerarse como defensor de una posición avanzada sólo porque no está conforme con el epigonismo, o porque tiene opiniones diferentes en esta o aquella cuestión. Uno debe rechazar completamente ambos, la socialdemocracia y el bolchevismo, así como todos sus vástagos, para situarse sobre una base marxista. Pero mientras Hook quiere renovar el marxismo por medio de la superación de varios "dogmas", no ha combatido, en la lucha contra el dogmatismo, las crastraciones del marxismo, sino que en su ardor ha abandonado el marxismo mismo. Lo que él ataca como "dogmatismo" no ha sido atacado por primera vez; el grito de "dogmatismo" siempre ha sido usado como un argumento político contra las corrientes radicales en el movimiento obrero. Los mismos argumentos que Hook ahora dirige contra el "dogmatismo" del movimiento comunista "oficial" fue una vez lanzado por Lenin contra el movimiento consejista-comunista de izquierda, que era reacio a sacrificar la revolución mundial al capitalismo de Estado ruso. Y todavía con más anterioridad, la socialdemocracia dirigía estos mismos argumentos contra Lenin y el movimiento comunista en general. La lucha contra el dogmatismo, como ha sido dirigida hasta ahora, estaba limitada a una lucha contra las tendencias radicales en el movimiento obrero, tendencias que amenazaban con llegar a ser peligrosas para las organizaciones ya establecidas y sus propietarios. El debate de preguerra dentro de la socialdemocracia, dirigido contra la oposición revolucionaria, el argumento de la socialdemocracia contra los bolcheviques, las exhortaciones de Lenin contra los comunistas consejistas, y ahora la lucha de Hook contra el "dogmatismo" son totalmente indistinguibles. Todos fueron acusados de dogmatismo: la socialdemocracia, mientras tuvo un carácter revolucionario; los bolcheviques, mientras fueron revolucionarios; y el movimiento consejista, porque se dirigió contra la autosuficiencia de los partidos. Todas las posiciones ideológicas (incluyendo la de Hook) dirigidas contra el movimiento radical fueron asumidas bajo el pretexto de combatir el dogmatismo. El socialdemócrata Curt Geyer ha proporcionado la mejor expresión de sus características comunes, y sus argumentos se asemejan perfectamente a los de Hook. Geyer escribe2:

"El comunista radical cayó en el error de confundir la probabilidad con la necesidad, de ver en las tendencias económicas e históricas establecidas por sí mismas, leyes en el sentido de las leyes naturales de las primeras ciencias de la naturaleza, leyes que son dadas a priori y gobiernan el mundo como una providencia ciega... Su filosofía de la historia revela un rasgo sumamente mecanicista. El papel del proletariado como un factor activo en el desarrollo histórico, en general el papel del hombre en la historia, no vale de mucho en el fondo... Este mecanismo descansaba, en parte, en la derivación de todo el desarrollo histórico a partir de la economía, que era concebida como automotora, y en parte, en una concepción teleológica de la función de las masas en la historia. El radicalismo atribuye a la masa la capacidad de conseguir una percepción propia de una determinada situación histórica y de su función en el desarrollo general, no intelectualmente, es cierto, sino instintivamente, y de aquí la capacidad de asumir la acción instintivamente en la dirección del progreso social. Esta capacidad se remonta a una conciencia de clase mística que guía la actitud de la masa y de este modo el curso de la historia --una conciencia de clase que surge automáticamente, como a través de una necesidad de la naturaleza, a través de la posición de clase de las masas, como el efecto de la causa. Esta conciencia de clase no es vista por el radicalismo como la visión intelectual del individuo dentro de su situación social y la concepción de esa situación desde el punto de vista de una determinada filosofía social, sino como un algo místico que puede existir fuera del contenido de la conciencia del miembro de la clase y no entra en la conciencia excepto (y aquí tenemos la fase teológica de esta concepción) bajo determinadas condiciones, es decir, cuando el avance social lo requiere. Y así, para el radicalismo, la acción de las masas siempre se encuentra en la dirección del progreso social..."

La acusación de Geyer de confundir la probabilidad con la necesidad es una frase vacía. La probabilidad presupone la posibilidad de decisión; según Geyer, y también según Hook, uno puede decidir a voluntad de tal o cual manera. Cuando y por qué, no depende, según ellos, directamente del hombre, pero sí lo hace. Esta concepción presupone para el movimiento social la existencia de una voluntad social, una cosa que, sin embargo, no está presente en la sociedad capitalista. Consecuentemente, esta concepción relaciona el movimiento social con la incertidumbre del individuo, lo que es naturalmente un sinsentido. Pero es precisamente este sinsentido lo que explica la introducción de la acusación de misticismo dirigida contra el radicalismo (o "dogmatismo"), dado que es evidentemente imposible para personas que sostienen tal visión concebir de cualquier otra manera que la "conciencia intelectual", o, a lo más, aún conceder la validez de otras cosas que no sean "instintos". La crítica de Geyer del radicalismo, tal y como ejemplificaba anteriormente, deja el radicalismo bastante indemne; se limita a revelar la debilidad de la "crítica", que fracasó en comprender que en el capitalismo no es la "voluntad" sino el mercado sin voluntad lo que determina los destinos de la humanidad. No es el hombre quien determina en el capitalismo --y sólo en estos términos es posible hablar de probabilidad--, sino que la voluntad de la humanidad, así como la vida de la sociedad, están completamente sujetas al mercado, sus acciones son necesariamente las compelidas por la relación del mercado. Si no se conforman a esta compulsión del mercado, dejan de existir, en cuyo caso, naturalmente, en lo que hasta aquí les concierne, desaparece todo problema. La desorganización de esta relación de mercado, que actualmente está siendo efectuada por las crecientes fuerzas de producción y sin la adición suplementaria de la voluntad por parte de la humanidad, no está condicionada sino que es necesariamente, porque no tiene que hacer nada con la voluntad. Si la revolución fuese dependiente del partido, del dirigente, o de la conciencia intelectual, entonces no sería necesaria sino condicionada. Y es sólo esta voluntad del partido y del jefe lo que Geyer tiene en mente cuando habla del papel activo del hombre en la historia. El papel del proletariado como un factor activo en el desarrollo histórico resalta en un relieve muy pronunciado precisamente con la aceptación del concepto de necesidad.

El progreso social es idéntico a la abolición del trabajo asalariado. En consecuencia, el proletariado, tan pronto como actúe por sí mismo, no puede actuar falsamente y debe actuar por necesidad de acuerdo con el progreso social. Caracterizar esto como teleología presupone un entendimiento completamente equivocado de las leyes del movimiento económico. La lucha del proletariado por su existencia --no la lucha ideológica de los revolucionarios entre el proletariado, sino la lucha del proletariado tal y como es-- debe conducir a la abolición del trabajo asalariado y asegurar así la liberación de las fuerzas productivas restringidas por el capitalismo. La misma circunstancia de que los obreros se manifiestan en nombre de sus intereses específicamente materiales les hace revolucionarios y capaces de actuar de acuerdo con el progreso social general. Esta concepción no tiene en absoluto necesidad de cualquier conciencia de clase mística, siendo indiferente su fuente. Los argumentos de Geyer, que Hook debe ciertamente compartir, muestran que en la lucha contra el dogmatismo siempre es únicamente el movimiento radical el que se toma como blanco. Este movimiento es necesariamente autosuficiente, y no puede ceder a las demandas de los varios individuos o grupos, sino que asume literalmente la idea de que la liberación de los trabajadores sólo puede ser el resultado de sus propias acciones.

Podría anotarse más allá que el "dogmatismo" que Hook atribuye al movimiento del partido comunista "oficial" se mantiene todavía allí, a lo más, como una manera tradicional de disertación. En realidad, el único principio del movimiento del partido comunista --para usar una frase de Rosa Luxemburgo con referencia al oportunismo en general-- es "la falta de principios". Si el Partido comunista fuera tan "dogmático" como a Hook le gusta creer, quizás podría todavía considerarse como un movimiento revolucionario; pues el "dogmatismo" del que está acusado, pero que no está presente, no sería otra cosa que los primeros comienzos del marxismo revolucionario. Pero el viejo movimiento obrero --de Noske a Trotsky-- no tiene conexión con el marxismo, y por eso tampoco puede ser acusado de dogmatismo. Nunca fueron las organizaciones más antidogmáticas, más carentes de principios, más antiortodoxas, más venales, más oportunistas, que las dos grandes corrientes del "movimiento obrero" y sus varias filiales, que ahora están consumadas. Reprocharles dogmatismo es confundir la frase con la realidad. Si uno aprecia estas organizaciones, no por lo que dicen sino por lo que hacen, no se encontrará ningún rastro de dogmatismo.

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1 Compara, en adición al libro de Hook, también su artículo en el número de abril (1934) de El Mensual Moderno: "Comunismo sin dogmas".

2 Der Radikalism us in der deutschen Irbeiterbewegung (Jena 1923).


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