Paul Mattick
La inevitabilidad del comunismo

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X - Materialismo y conciencia de clase

El "marxismo ortodoxo", escribe Georg Lukacs en su libro Historia y Conciencia de Clase (y pensamos que tiene razón), "no significa una aceptación acrítica de los resultados de las investigaciones de Marx, no significa una «creencia» en esta o aquella tesis, ni la exégesis de un «libro sagrado». La ortodoxia en las cuestiones del marxismo se relaciona, de modo preferente, exclusivamente con el método. Es la convicción científica de que este método puede expandirse, extenderse y profundizarse sólo en el sentido de su fundador. Y esta convicción descansa en la observación de que todos los esfuerzos por superar o «mejorar» ese método han llevado, y tan necesariamente, sólo a la trivialidad, a la vulgaridad y al eclecticismo...". Pero aunque los resultados obtenidos por medio del método marxista pueden ser estimados de modo totalmente diferente, la mayoría de los intérpretes confía casi exclusivamente, como ellos mismos afirman, en el materialismo dialéctico. El método es a menudo subordinado a las interpretaciones, así como una herramienta puede emplearse de maneras diferentes, por personas diferentes, y para finalidades diferentes. Y así surge una propensión actual, como ilustró Herman Simpson1, a designar el método dialéctico como "una herramienta para gigantes", que puede ser manejada mejor por una persona y peor por otra, y esta circunstancia se toma para indicar su grandeza revolucionaria. Pero esta actitud "respetuosa" descuida realmente el hecho de que el método dialéctico es sólo el movimiento real, concreto, captado dentro, y parcialmente determinado, por la conciencia. La continuidad del proceso se ha comprendido, y uno interviene en el proceso como un resultado de esa comprensión.

Con el avance del desarrollo humano general, el papel de la conciencia se incrementa. Llegado un punto elevado del desarrollo, sin embargo, así como las relaciones capitalistas de producción impiden el despliegue ulterior de las fuerzas productivas, del mismo modo impiden también la aplicación plena del factor consciente en el proceso social. Y, no obstante, la conciencia debe finalmente afirmarse y, bajo tales condiciones, sólo puede hacerlo volviéndose concreta, [creciendo en concrección]. Las personas hacen por necesidad lo que harían por su propia voluntad dentro de relaciones de libertad. De la misma manera que las fuerzas productivas (aunque restringidas por las relaciones productivas) se afirman eruptivamente, por los cauces revolucionarios, así también lo hace la conciencia. El materialismo dialéctico no pone evolución y revolución enfrentadas la una contra la otra, sin percibir al mismo tiempo su unidad. Cualquier evolución se convierte en revolución, y todas las revoluciones tienen fases evolutivas. Que esa conciencia puede manifestarse de varias maneras es, por consiguiente, algo natural para el marxismo. Lo que se designa como conciencia en los periodos de desarrollo tranquilo, pacífico, no tiene nada que ver con la conciencia de clase con que las masas están henchidas en los períodos revolucionarios, aunque la una condicione a la otra y aunque no podamos separar las dos sin percibir al mismo tiempo su unidad.

Justo como la relación de intercambio en el capitalismo, aunque sólo una relación entre personas y no una cosa palpable, cumple funciones totalmente concretas, se objetiviza, del mismo modo ahora, en la situación revolucionaria, la alternativa (una absolutamente realista para la gran masa de los seres humanos) Comunismo o Barbarie se convierte en una práctica activa, como si esta actividad saltase directamente de la conciencia. Si las relaciones pueden llegar a ser objetivizadas (verdinglicht) y asumir una forma palpable, así también, inversamente, las cosas pueden ser transformadas en relaciones. La situación efectiva se convierte en una relación revolucionaria, que como tal llena e impele a las masas, aunque la conexión total de los acontecimientos no sea comprendida por ellas intelectualmente. Es únicamente por esta razón por lo que ese otro dicho está justificado: "Im Anfang war die Tat!" (¡En el comienzo era la acción!). El levantamiento de masas, sin el que un derrocamiento revolucionario es imposible, no puede desarrollarse a partir de la "conciencia intelectual": las relaciones capitalistas de la vida excluyen esta posibilidad, pues la conciencia es finalmente, en definitiva, sólo la conciencia de la práctica existente. Las masas no pueden ser "educadas" para convertirse en revolucionarias conscientes; y todavía la necesidad material de su existencia las compele a actuar como si efectivamente hubieran recibido una educación revolucionaria: se vuelven "conscientes-en-acto". Sus necesidades vitales deben recurrir a la posibilidad revolucionaria de expresión, y una vez aquí, para usar una expresión de Engels, un día de revolución tiene más peso que veinte años de educación política.

Esto no es ningún secreto para cualquiera que haya participado directamente en una insurrección revolucionaria. En los campos de batalla, los obreros que son ideológicamente más atrasados a menudo se vuelven los revolucionarios que luchan más enconadamente, no porque hayan cambiado ideológicamente la noche pasada, sino porque no había para ellos ninguna otra salida que tomar, pues de otra parte habrían sido cercenados, simplemente por el hecho de que eran obreros. Tienen que defenderse a sí mismos, no porque deseen luchar sino porque "quieren vivir". En el caso de los obreros combatientes del ejército rojo del distrito del Ruhr, por ejemplo, era imposible registrar cuales de ellos eran católicos estrictos y cuales comunistas conscientes. El levantamiento abolió estas distinciones. Y esto no sólo es una verdad del distrito de Ruhr. Una historia de la revolución sin la masa anónima como su "héroe" no es una historia de la revolución.

Pero si la propia lucha de clases real toma para sí la función de la conciencia, esto no significa que la conciencia no sea capaz de expresarse también como conciencia (pensamiento). Totalmente lo contrario. Se vuelve concreta para ser capaz de funcionar como conciencia, así como, por otro lado, las relaciones reales de la vida bajo el capitalismo se afirman, ciertamente, por la vía del mercado, y, no obstante, también en su actualidad. La modalidad indirecta, condicionada a través de la producción de valor, explica las malfunciones del mecanismo económico y la necesidad de la revolución. Sólo por esta razón las personas, como dice Marx, no hacen su historia fuera del tejido total [de las relaciones sociales]; las relaciones, en este caso las capitalistas, les compelen a acciones que se consagran a la superación de esta compulsión.

Debe hacerse referencia a este respecto al hecho adicional de que el movimiento de masas es algo diferente de lo que el individuo es capaz de comprender como tal, dado que su entendimiento está parcialmente determinado por sus condiciones individuales. Igualmente, el movimiento de un grupo no es lo mismo que el de la masa. Cada grupo, aunque sólo a causa de su tamaño, tiene leyes diferentes de automovimiento y reacciona diferentemente a la influencia externa. La voluntad y la conciencia del individuo, como las del grupo, son incapaces de reconocer adecuadamente y juzgar el movimiento de masas. El individuo o el grupo no pueden identificarse más con el movimiento revolucionario que el océano compararse con un vaso de agua. El "dirigente" y el "partido", precisamente porque son tales, pueden captar y buscar determinar el movimiento revolucionario solamente con referencia a ellos mismos; pero, no obstante, este movimiento sigue sus propias leyes. Ganar influencia en el movimiento sólo es posible para el individuo o el grupo cuando se subordinan a esas leyes. Sólo cuando siguen, no cuando compiten por seguidores, pueden considerarse como llevando más allá el movimiento. Esto no quiere decir (para usar una expresión de Lenin para designar una tendencia que él combatió) que el partido esté para formar la "parte de atrás" de la revolución, sino que buscará operar desde el punto de vista de la revolución, no desde el del partido, puntos de vista que son necesariamente diferentes. Esto, claro, no puede, por tanto, lograr realizarse completamente; pero la amplitud en que es capaz de acercarse al punto de vista de la revolución puede servir como una medida de su valor revolucionario. Si el partido no se toma a sí mismo como punto de partida, esto implica ya un reconocimiento del hecho de que, el método dialéctico, como deducido de la realidad, es sólo la imagen teórica de la realidad, y que sólo puede ser aplicado porque la persona que lo aplica está sujeta a ella. Pero el obrero más atrasado está sujeto al movimiento dialéctico exactamente de la misma manera que el "gigante" del Sr. Simpson; el anterior tiene que hacer lo que el otro no sólo tiene que hacer, sino que también quiere hacer. Dado que el movimiento dialéctico de la revolución es un movimiento social, es únicamente el imperativo de la multitud, no la voluntad de los individuos, lo que puede considerarse como la conciencia real. De hecho, las relaciones actuales excluyen totalmente la posibilidad de una voluntad social. La expresión social de la voluntad sólo llega a través del imperativo social. Por eso una concepción errónea del método dialéctico es una concepción errónea del propio movimiento real, aunque el movimiento no sea cambiado en nada a consecuencia de eso. Esto aclara también, no obstante, que el "gigante" de Simpson puede, en ciertas circunstancias, servir para llevar más allá el movimiento, pero no es decisivo en él.

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1 La Nueva República, Feb. 28, 1934.


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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