Paul Mattick
Espontaneidad y organización

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[ 3. El reformismo como agente del desarrollo capitalista totalitario ]

Desde hace mucho tiempo, los sindicatos y los partidos políticos obreros han dejado de actuar de acuerdo con sus originales intenciones radicales. Los "problemas cotidianos" transformaron esos movimientos y llevaron a una situación en que no hay "verdaderas" organizaciones obreras, a pesar de las numerosas organizaciones todavía en circulación. Incluso el ala socialista del movimiento, concibe las reformas no como una transición al socialismo, sino como un medio para un capitalismo mejor, más agradable, a pesar del hecho de que su literatura continúe empleando a menudo términos socialistas. La lucha por mejores condiciones de vida dentro de la economía de mercado, a causa de que era una lucha por el precio de la fuerza de trabajo, transformó el movimiento obrero en un movimiento capitalista de trabajadores. Cuanto mayor era la presión proletaria, mayor se hacía la necesidad capitalista de incrementar la productividad del trabajo mediante procedimientos tecnológicos y organizativos, y mediante la extensión nacional e internacional de las actividades comerciales. Como la competición en general, la lucha proletaria también sirvió como instrumento para incrementar el ritmo de la acumulación de capital, para impulsar a la sociedad de un nivel de producción a otro. No sólo los dirigentes obreros, sino las bases también, perdieron sus tempranas aspiraciones revolucionarias según la productividad creciente del trabajo aceleraba la expansión del capital y permitía beneficios más altos y mejores salarios. Aunque los salarios disminuyeron en relación a la producción, aumentaron en términos absolutos y elevaron los niveles de vida de las grandes masas de trabajadores industriales en los países capitalistas principales. Mediante el comercio exterior y la explotación colonial, aumentaron los beneficios y se aceleró aún más la formación de capital. Esto ayudó a estabilizar las condiciones de la denominada aristocracia obrera ascendente. Periódicamente, el proceso era interrumpido por las crisis y las depresiones, que actuaban, aunque ciegamente, como factores de coordinación en el proceso de reorganización capitalista. A la larga, sin embargo, el apoyo redoblado a la expansión del capital tanto por parte de la clase obrera como por la competición capitalista, condujo a una completa fusión de intereses entre las organizaciones obreras y los gestores del capital.

Había, por supuesto, organizaciones que luchaban contra la integración del movimiento obrero en la estructura capitalista. Interpretaban las reformas como un paso hacia la revolución e intentaban comprometerse en actividades capitalistas y, al mismo tiempo, mantener una meta revolucionaria. Veían la fusión de capital y trabajo como un asunto temporal, a ser sufrido o utilizado mientras durase. Su indiferencia en materia de colaboración les prevenía de conseguir importancia organizativa; y esto, a su vez, les llevaba a enfatizar la espontaneidad. Los socialistas de izquierda y los sindicalistas revolucionarios pertenecen a esta categoría.

Algunos países tienen niveles de vida más elevados que otros. Los altos salarios de algunos grupos de trabajadores implican bajos salarios para otros. Las tendencias a la igualación que operan en el capitalismo competitivo a respecto de la productividad, las tasas de ganancia y los niveles salariales, tienden a eliminar los intereses especiales y los privilegios particulares. Y así como los capitalistas intentan escapar a este proceso de nivelación a través de la monopolización, del mismo modo los grupos obreros organizados intentan asegurar sus posiciones especiales, en detrimento de las necesidades de clase del proletariado como un todo. Estos intereses especiales están constreñidos a convertirse en intereses "nacionales". Defendiendo sus organizaciones políticas y económicas, para retener los privilegios socioeconómicos asegurados mediante ellas, los trabajadores defienden no sólo una fase particular del desarrollo capitalista que garantiza su posición especial, sino también las políticas imperialistas de sus naciones.

Para mantener el status quo, las relaciones sociales básicas son organizadas y reorganizadas más "eficientemente". La reorganización actual de la estructura social de clases tiene un carácter totalitario. La ideología, también, se vuelve totalitaria, tanto como condición previa como como resultado de esta reorganización. Las organizaciones no totalitarias se vuelven totalitarias en un intento por preservarse a sí mismas. En las naciones totalitarias, las llamadas organizaciones obreras actúan exclusivamente en nombre de las clases dominantes. También lo hacen así en los países "democráticos", aunque de una manera menos evidente y con una ideología parcialmente distinta. En apariencia, no hay ninguna manera de reemplazar estas organizaciones por otras nuevas de un carácter revolucionario -una situación desesperada para aquéllos que quieren organizar la nueva sociedad dentro de la cáscara de la vieja, y para aquéllos que todavía se inclinan a las "mejoras" dentro del status quo, dado que todas las reformas requerirían ahora medios totalitarios-. La democracia burguesa dentro de las condiciones del laissez faire -es decir, la situación social en la que podrían formarse y desarrollarse organizaciones obreras de tipo tradicional- ya no existe o está camino de desaparecer. Toda la discusión alrededor de la cuestión de la organización y la espontaneidad, que agitaba al viejo movimiento obrero, ha perdido su significado ahora. Ambos tipos de organizaciones, las dependientes de la espontaneidad y las que intentan dominarla, están desapareciendo. La propaganda por nuevas organizaciones no vale más de lo que la esperanza de que surgirán espontáneamente. Como los creyentes en la espontaneidad, los defensores de la organización también son ahora "utópicos", en vista de la realidad totalitaria emergente.

Para algunos, no obstante, la existencia de la Rusia bolchevique parece contradecir tanto la afirmación de que el viejo movimiento obrero ha desaparecido, como el contencioso acerca de que la discusión sobre organización y espontaneidad se ha vuelto un sin sentido, debido a las condiciones sociales alteradas. Después de todo, aquellos que enfatizaban la organización tenían su camino en Rusia y continúan ejerciendo su poder en nombre del socialismo. Pueden considerar su éxito como una verificación de su teoría, y así pueden hacerlo también aquellas organizaciones reformistas que se han convertido en partidos de gobierno como, por ejemplo, el Partido Laborista Británico. Pueden considerar su posición presente no como una transformación hacia el capitalismo totalitario, sino como un paso hacia la socialización de la sociedad.

El gobierno laborista y sus organizaciones de apoyo demuestran, sin embargo, meramente que el viejo movimiento obrero ha sido llevado a su final por su éxito organizativo. Es bastante evidente que la única preocupación de los laboristas es mantener el status quo. Están, claro, comprometidos todavía en la reorganización de la estructura política y gubernamental, pero la defensa del capitalismo se ha convertido en la defensa de su propia existencia. Y defender el capitalismo, significa continuar y acelerar la concentración y centralización del poder económico y político, camuflada como "nacionalización" de las industrias clave. Implica cambios sociales, que tanto incrementan como afianzan los poderes de manipulación y control del capital y el gobierno, y que integran al movimiento obrero en una red en desarrollo de organizaciones totalitarias, que no sirve más que a las clases dominantes.

Si organizaciones como las que dominan el movimiento obrero británico ganan influencia política y no la usan para fines revolucionarios, no es porque su "ideología democrática" les prohíba alcanzar el poder real -en tanto distinto del gubernamental- por otros medios que el consenso mayoritario. Sus propias organizaciones, "democráticas" sólo en la terminología, están determinadas por una burocracia, y se asemejan íntimamente a la estructura democrática capitalista, que presupone la dominación absoluta de los propietarios y gestores del capital. Tampoco temen la fuerza que les queda a sus adversarios capitalistas; su conservadurismo proviene directamente de sus propios intereses organizativos, que están vinculados a la fase pretotalitaria del desarrollo capitalista.

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