Herman Gorter Carta abierta al camarada Lenin
Índice
III – EL PARLAMENTARISMO
Queda aún la cuestión del parlamentarismo, y defender a la Izquierda contra
sus ataques16. La actitud de ésta en esta materia está dictada por las mismas
consideraciones teóricas que la guiaban ya en la cuestión sindical. Aislamiento
del proletariado, potencia gigantesca del enemigo, necesidad para la masa de
elevarse a un grado muy superior a fin de ser capaz de contar casi exclusivamente
consigo misma, etc. Inútil, pues, volver sobre ello.
No obstante, es bueno examinar aquí algunos puntos que la cuestión sindical
no planteaba.
Primero, éste: los obreros y, más generalmente, las masas trabajadoras de Europa
occidental, están sometidos, en cuanto a las ideas, a la cultura burguesa, a
las ideas burguesas y, a su través, al sistema burgués de representación, el
parlamento, la democracia burguesa. Mucho más que los de Europa del Este. Entre
nosotros, la ideología burguesa se ha adueñado de la vida social y, por tanto,
política en su conjunto; ha penetrado mucho más profundamente en el espíritu
de los obreros. Es en eso en lo que se les ha criado y educado desde hace siglos.
Los obreros están completamente anegados en estas ideas.
El camarada Pannekoek ha descrito excelentemente esta situación en la revista
“Kommunismus”, de Viena:
“La experiencia alemana plantea precisamente el gran problema de la revolución
en Europa occidental. En estos países, el modo de producción burgués, y la alta
cultura que le está ligada desde hace siglos, han impregnado profundamente la
manera de sentir y de pensar de las masas populares. Esa es la razón por la
cual los caracteres espirituales de estas masas no se encuentran en los países
del Este, que nunca han conocido esta dominación burguesa. Y es en esto en lo
que reside en primer lugar la diferencia del curso tomado por la revolución
en el Este y en el Oeste. En Inglaterra, en Francia, en Holanda, en Escandinavia,
en Italia, en Alemania, florecía una burguesía poderosa desde la Edad Media
sobre la base de una producción pequeño-burguesa y capitalista primitiva. Tras
el derrocamiento del sistema feudal, se desarrolló en los campos una clase igualmente
fuerte e independiente de campesinos, asimismo dueños de sus bienes. Esta base
ha permitido a la vida espiritual burguesa florecer en una vigorosa cultura
nacional, sobre todo en los países marítimos, como Francia e Inglaterra, las
primeras en conocer un desarrollo capitalista. En el siglo XIX, el capitalismo,
colocando el conjunto de la economía bajo su férula, haciendo entrar en el círculo
de la economía mundial hasta las fincas más remotas, ha perfeccionado más esta
cultura nacional y con la ayuda de sus medios de propaganda, la prensa, la escuela
y la iglesia, la ha hecho penetrar en el espíritu de las masas, las masas que
ha proletarizado y atraído a las ciudades, así como las que ha dejado en los
campos. Así fue no sólo en los países de origen del capitalismo, sino también,
aunque bajo formas algo diferentes, en América y en Australia, donde los europeos
habían fundado nuevos Estados, y en los países de Europa central – Alemania,
Austria, Italia – donde el nuevo desarrollo capitalista vino a injertarse en
una economía de pequeños campesinos estancada hasta entonces y en una cultura
pequeño-burguesa. Cuando penetró en Europa del Este, el capitalismo encontró
una situación y tradiciones muy diferentes. En Rusia, Polonia, Hungría y también
en Alemania oriental, al no haber ninguna burguesía poderosa que regentase durante
un largo período la vida espiritual, ésta estaba determinada por las relaciones
de producción agrarias, todavía primitivas, gran propiedad de la tierra,
feudalismo patriarcal, comunidad aldeana.”17
El camarada Pannekoek ha sabido, mucho mejor que cualquiera de su entorno,
elucidar de esta manera lo que en el plano ideológico distingue
a Europa del Este de Europa Occidental y ha encontrado, en este plano, la clave
de la táctica a seguir por los revolucionarios europeos occidentales. Basta
ligar estas consideraciones a las causas materiales de la potencia de nuestro
enemigo, es decir, el capital financiero, y la táctica en su conjunto se clarifica.
Pero es posible profundizar más en el problema ideológico. La libertad burguesa,
la soberanía del parlamento, en Europa occidental fue arrancada por medio de
una ardua lucha por nuestros predecesores, las generaciones precedentes; por
el pueblo, sin duda, pero, en aquella época, sólo en provecho de los
burgueses, de los poseedores. Convertido en tradición, el recuerdo
de estas luchas emancipadoras continúa haciendo batir más rápido el corazón
de este pueblo. En lo recóndito del alma popular se encuentra, pues, una revolución.
La idea de que estar representado en el parlamento fue una victoria, constituye,
sin que uno se dé cuenta, un formidable calmante. Tal es el caso en los países
de burguesía más antigua: Inglaterra, Holanda, Francia. De igual modo, aunque
en menor medida, en Alemania, en Bélgica y en los países escandinavos. Es difícil
imaginar en Europa del Este hasta qué punto esta idea sigue siendo poderosa
en Occidente.
Lo que es más, los obreros mismos han tenido que batirse, frecuentemente durante
mucho tiempo, para obtener el derecho al sufragio, sea directo o indirecto.
Eso también fue una victoria, y fecunda, en su época. La idea, el sentimiento
de que es un progreso, una victoria el estar representado en el parlamento burgués
y enviar a él diputados encargados de defender vuestros intereses, es compartida
de modo general. Esta ideología también ejerce una influencia formidable.
Finalmente, el reformismo ha tenido por efecto hacer caer a la clase obrera
de Europa occidental bajo la férula de los parlamentarios, que lo han llevado
a la guerra, a la alianza con el capitalismo. Esta influencia del reformismo
es también colosal.
De ahí se sigue el sometimiento de los obreros al parlamento, al que dejan
actuar en su lugar. Ellos mismos han dejado de actuar.18
Sobreviene la revolución. Ahora los obreros deben hacerlo todo ellos mismos.
Combatir solos, como clase, al formidable enemigo; proseguir la lucha más terrible
que el mundo haya conocido. Ninguna táctica de jefe podrá sacarlos de apuros.
Las clases, todas las clases, se levantan brutalmente contra ellos: ni una de
ellas está a su lado. Por el contrario, confiar en los jefes o en otras clases
representadas en el parlamento, los colocará en gran peligro de recaer en su
debilidad de ayer: dejar que los jefes actúen en su lugar, confiar en el parlamento,
volver a la vieja quimera según la cual otros se encargarán de hacer la revolución
por ellos, alimentar ilusiones, encerrarse en las ideas burguesas.
El camarada Pannekoek, una vez más, ha descrito de modo inmejorable este comportamiento
de las masas frente a los jefes:
“El parlamentarismo constituye la forma típica de la lucha por medio de los
jefes, en el que las masas mismas sólo tienen un papel subalterno. En la práctica
consiste en dejar la dirección efectiva de la lucha en manos de personalidades
aparte, los diputados; éstos deben, pues, mantener las masas en la ilusión de
que otros pueden llevar el combate en lugar de ellas. Ayer, se creía que los
diputados eran capaces de conseguir, por la vía parlamentaria, reformas importantes
en beneficio de los trabajadores, llegando incluso hasta alimentar la ilusión
de que podrían realizar la revolución socialista gracias a algunos decretos.
Hoy, al aparecer el sistema claramente estremecido, se hace valer que la utilización
de la tribuna parlamentaria presenta un interés extraordinario para la propaganda
comunista. En ambos casos la primacía recae en los jefes y ni que decir tiene
que el cuidado de determinar la política a seguir se deja a los especialistas,
bajo el disfraz democrático de las discusiones y mociones de congreso, si hace
falta. Pero la historia de la socialdemocracia es la de una serie ininterrumpida
de vanos intentos tendentes a permitir a los militantes fijar ellos mismos la
política del partido. Mientras el proletariado luche por la vía parlamentaria,
mientras las masas no hayan creado los órganos de su propia acción y, por tanto,
la revolución no esté al orden del día, todo esto es inevitable. Por el contrario,
desde el momento en que las masas se revelan capaces de intervenir, de actuar
y, por consiguiente, de decidir ellas mismas, los daños causados por el parlamento
toman un carácter de gravedad sin precedente.
El problema de la táctica puede enunciarse así: ¿Cómo extirpar de las masas
proletarias el modo de pensar burgués que las paraliza? Todo lo que refuerza
las concepciones rutinarias es perjudicial. El aspecto más tenaz, más sólidamente
anclado, de esta mentalidad consiste justamente en esa aceptación de una dependencia
respecto de los jefes, que empuja las masas a dejar a los dirigentes el poder
de decidir, la dirección de los asuntos de la clase. El parlamentarismo tiene
por efecto inevitable paralizar la actividad propia de las masas, necesaria
para la revolución. Los llamamientos encendidos a la acción revolucionaria no
cambian nada de nada: la acción revolucionaria nace de la dura, de la ruda necesidad,
no de bellos discursos; se abre paso cuando ya no queda otra salida.
La revolución exige aún algo más que la ofensiva de masas que abate el régimen
vigente y que, lejos de hacerse por encargo de los jefes, surge del irreprimible
impulso de las masas. Exige que el proletariado resuelva, él mismo, todos los
grandes problemas de la reconstrucción social, tome las decisiones difíciles,
participe todo en el movimiento creador; para esto se necesita que la vanguardia
y, a continuación, las masas cada vez más amplias tomen las cosas en sus manos,
se consideren responsables, se pongan a buscar, a hacer propaganda, a combatir,
experimentar, reflexionar, a sopesar y después atreverse y llegar hasta el final.
Pero todo esto es duro y penoso; por esto, mientras la clase obrera tenga la
impresión de que hay un camino más fácil, porque otros actúan en su lugar, lanzan
consignas desde lo alto de una tribuna, toman decisiones, dan la señal de la
acción, hacen leyes, titubeará y permanecerá pasiva, prisionera de los viejos
hábitos de pensamiento y de las viejas debilidades.”19
Hay que repetirlo mil veces y, si es necesario, miles y millones de veces,
y quienquiera que no lo ha comprendido y no lo ha visto a la luz de la historia
después de noviembre de 1918, es un ciego (aunque fuese usted, camarada): los
obreros de Europa occidental deben en primer lugar actuar por sí mismos, no
por intermedio de los jefes, no sólo en el plano sindical sino también en el
político porque están solos y ninguna táctica de jefe, por muy astuta que sea,
los sacará de apuros. La fuerza motriz, el enorme impulso, no puede venir más
que de ellos mismos. Es en Europa occidental, en un grado más elevado que en
Rusia, es aquí donde por primera vez la emancipación de la clase obrera
deberá ser obra de los obreros mismos. He ahí por qué los camaradas
de la Izquierda tienen razón cuando dicen a los camaradas obreros alemanes:
¡No participéis en las elecciones! ¡Boicotead el parlamento! En política, no
contéis más que con vosotros mismos. No conseguiréis la victoria más que a condición
de persuadiros de ello y de actuar en consecuencia. No seréis capaces de vencer
más que después de haber actuado así durante dos, cinco, diez años. Y deberéis
tomar esta costumbre hombre por hombre, grupo por grupo, de ciudad en ciudad,
de provincia en provincia y finalmente en todo el país. En tanto que partido,
que unión, que comités de fábrica, que masa, que clase. Hasta el día en que,
por la práctica renovada continuamente, a través de una serie de combates y
de derrotas, lo logréis la mayoría y, formados en esta ruda escuela, os levantaréis
al final del todo como una masa compacta.
Pero estos camaradas, los izquierdistas, el KAPD, habrían cometido una grave
falta si se hubiesen limitado a hacer propaganda verbal en este sentido. En
ese plano más todavía que en materia sindical, porque en este caso se trata
de la cuestión política, la primacía recae en la lucha y en el ejemplo, en la
marcha hacia delante.
Y por esta razón los camaradas del KAPD estaban en su derecho, el derecho
más absoluto porque es exigido por la historia, cuando decidieron romper, escindirse
de la liga Espartaco o, más bien, su círculo dirigente, cuando éste quiso impedirles
su propaganda. Pues era extremadamente necesario un ejemplo, tanto para el pueblo
alemán esclavo como para todo obrero europeo occidental. Era necesario que en
el seno de este pueblo de esclavos políticos, y en el seno del mundo sumiso
de Europa occidental, se levantase un grupo que sirviese de ejemplo, un grupo
de militantes libres, sin jefes, es decir, sin jefes de la antigua clase. Sin
diputados en el parlamento.
Y esto, dicho sea una vez más, no porque es tan bonito, o tan bueno, o tan
heroico, o todo lo que se quiera, sino porque el pueblo trabajador de Alemania
y de Europa occidental está solo en esta terrible lucha, porque no puede contar
con la ayuda de ninguna otra clase, porque la habilidad de los jefes no le sirve
para nada, sino que la única cosa que vale es la voluntad y la resolución de
las masas, de todos, sin excepción, hombres y mujeres.
Lo contrario de esta táctica, la participación en el parlamento, sólo puede
ser perjudicial para la prosecución de este gran fin, y todo por una simple
ventaja (la propaganda desde lo alto de la tribuna parlamentaria). La Izquierda
rechaza el parlamentarismo en nombre de un fin superior.
Usted sostiene que el camarada Liebknecht, si aún viviese, sabría utilizar
admirablemente el parlamento. Nosotros lo negamos. En efecto, se vería amordazado
políticamente, al hacer un bloque contra nosotros todos los partidos de la gran
y pequeña burguesía. No se ganaría así las masas mejor que si se mantuviese
fuera del Reichstag. Por el contrario, una gran parte de las masas se remitiría
a él, a sus discursos; a partir de ese momento, su presencia allí resultaría
dañina.20
Los “Izquierdistas” deberán actuar, por supuesto, en este sentido durante
años y años, y las gentes que, por la razón que sea, no piensan más que en términos
de éxitos inmediatos, de grandes batallones, de efectivos récord y de triunfos
electorales, de grandes partidos y de Internacional poderosa (¡pero de fachada!),
deberán esperar algo. Pero los que comprendan que la revolución no triunfará
en Alemania y en Europa occidental más que si un gran número, la masa de los
obreros, no cuentan sino consigo mismos, esos adoptarán esta táctica.
Es la única buena para Alemania y Europa occidental, buena para Inglaterra
en especial.
Camarada, ¿conoce usted Inglaterra y su individualismo burgués, sus libertades
burguesas, su democracia parlamentaria, tales como seis o siete siglos las han
modelado? ¿Conoce usted verdaderamente este estado de cosas, infinitamente diferente
de lo que hay en su país? ¿Sabe usted hasta qué punto estas ideas están arraigadas
en todos, proletarios incluidos, en Inglaterra y en las colonias inglesas? ¿Conoce
usted este cuerpo de ideas elevado a la altura de lo absoluto? ¿Que es objeto
de la aceptación general? ¿Tanto en la vida pública como en la vida privada?
Me parece que no se tiene idea de ello en Rusia ni en Europa oriental. Si usted
estuviese al corriente, no dejaría usted de aplaudir a los obreros ingleses
que han roto categóricamente con ese producto político fuera de serie del capitalismo,
sin equivalente en todo el mundo.
Para llegar a ello de modo perfectamente consciente, hay que estar animado
de un espíritu tan revolucionario como el de los hombres que fueron los primeros
en osar romper con el zarismo. La revolución inglesa se perfila ya tras esta
ruptura con la democracia burguesa en su conjunto.
Ruptura consumada con la máxima energía, como debe ser en un país tan orgulloso
de su historia, de tradiciones y de una potencia formidables. El proletariado
inglés está dotado de una fuerza prodigiosa (es potencialmente el más poderoso
del mundo); aunque la revolución no esté todavía a punto de estallar en su país,
cuando se levanta contra la burguesía más poderosa del mundo lo hace con todas
sus fuerzas y, de un solo golpe, uno sólo, rechaza toda la democracia inglesa.
Es lo que ha hecho su vanguardia, la Izquierda, exactamente como la vanguardia
alemana, el KAPD. ¿Y por qué lo ha hecho? Porque sabe que no puede contar más
que consigo misma, pero con ninguna otra clase de todo el país, y que en Inglaterra
corresponde en primer lugar al proletariado mismo, no a los jefes, batirse y
vencer.21
El proletariado inglés manifiesta en esta vanguardia la manera como quiere
combatir: solo y contra todas las clases de Inglaterra y de sus colonias.
Esto no podía dejar de llegar, camarada, y al fin ha llegado. Ese orgullo
y esa audacia, productos del más grande de los capitalismos. Ahora, finalmente,
ha llegado, y llegado de golpe.
¡Fue una jornada histórica, camarada, ese día de junio en que se fundó en
Londres el primer partido comunista y en que este último rechazó una constitución
y una estructura de Estado siete veces secular! Me hubiera gustado que Marx
y Engels estuviesen allí. ¡Qué alegría, qué inmensa alegría habrían sentido,
estoy seguro de ello, si hubiesen podido ver a esos obreros ingleses rechazar
– aunque todavía fuese sólo en el plano teórico – el Estado inglés que ha servido
de modelo y de ejemplo a todos los Estados burgueses del globo, que desde hace
siglos es a la vez corazón y bastión del capitalismo mundial, que reina sobre
una tercera parte del género humano, si hubiesen podido verlos rechazar este
Estado y su parlamento!
Esta táctica está tanto más justificada cuanto que el capitalismo inglés apoya
al de todos los demás países y no dudará, eso es seguro, en hacer venir de todas
las partes del mundo tropas encargadas de reprimir al proletariado, tanto dentro
como fuera del país. Por eso la lucha del proletariado inglés apunta de hecho
al capitalismo mundial. Razón de más para que el comunismo inglés dé el ejemplo
más perfecto y claro, lleve un combate modelo para el proletariado mundial y
lo fortifique con su ejemplo. De este modo, sería necesario que siempre y en
todas partes haya un grupo que vaya hasta las últimas consecuencias. Tales grupos
son la sal de la tierra.
Después de haber justificado de esta manera el anti-parlamentarismo, me queda
por examinar sus argumentos a favor del parlamentarismo. Usted lo cree justificado
(desde la página 36 a la 68) en Inglaterra y en Alemania. Pero su argumentación
concierne únicamente a Rusia (y, en el mejor de los casos, a algunos países
del este europeo), pero de ningún modo a Europa occidental. Y es ahí, como lo
he subrayado ya, donde usted se equivoca. De este modo, de dirigente marxista
usted se convierte en un dirigente oportunista. De este modo, usted, líder de
la izquierda marxista de Rusia y, probablemente, de algunos otros países de
Europa oriental, usted cae en el oportunismo cuando se trata de Europa occidental.
Y su táctica, si alguna vez se la adoptase, conduciría a Occidente a su perdición.
Es lo que voy a probar refutando en detalle su argumentación.22
Camarada, mientras leía su argumentación, de la página 36 a la 6823, un recuerdo
me venía constantemente a la cabeza. Me acordaba de un congreso del partido
social-patriota holandés, escuchando un discurso de Troelstra. Describía a los
obreros las grandes ventajas del reformismo. Hablaba de los obreros que todavía
no eran socialdemócratas y que nos hacía falta atraer al partido por medio de
compromisos. Se explayaba sobre las alianzas que había que concluir (todas provisionales,
por supuesto) con los partidos de esos obreros, sobre las “escisiones” entre
partidos burgueses que debíamos aprovechar. ¡Y usted emplea poco más o menos,
no, exactamente, el mismo lenguaje, camarada Lenin, cuando se trata de nosotros,
europeos de Occidente!
Y recuerdo cómo nosotros, los camaradas marxistas, estábamos sentados al fondo
de la sala, no muchos, cuatro o cinco. Henriette Roland-Holst, Pannekoek, algunos
más. Al igual que usted, Troelstra era zalamero, persuasivo. Y también recuerdo
cómo, en medio del tronar de los aplausos, en medio de los brillantes alegatos
a favor del reformismo y de las injurias destinadas a los marxistas, los obreros
sentados en la sala se volvían para mirar de arriba abajo a esos “idiotas”,
esos “burros” y demás “locos infantiles”, como nos bautizaba Troelstra y como
lo hace usted mismo, más o menos. Probablemente es así como han ocurrido las
cosas en el congreso de la Internacional en Moscú, durante su discurso contra
los “izquierdistas” marxistas. Y como usted, camarada, exactamente como usted,
Troelstra se mostró tan persuasivo, tan lógico, dentro de su método, que por
momentos llegué a decirme: ¡sí, tiene toda la razón!
Muchas veces he tenido que llevar la contraria en nombre de la oposición (en
el transcurso de los años que precedieron a 1909, fecha de nuestra expulsión).
Pero, ¿sabe usted qué medio infalible empleaba yo cada vez que, al escuchar
a uno u otro, empezaba a dudar de mí? Me repetía una fórmula del programa de
nuestro partido: Actúa siempre de tal manera, de palabra y de hecho,
que despiertes y refuerces la conciencia de clase de los trabajadores.
Y me preguntaba: ¿lo que dice este hombre va a fortalecer la conciencia de clase
de los trabajadores? Y, cada vez, me daba cuenta de que no y, por tanto, que
era él el que estaba equivocado.
Me ha sucedido lo mismo con la lectura de su folleto. Prestaba oído a sus
argumentos oportunistas a favor de la cooperación con los partidos no comunistas,
los partidos burgueses, a favor del compromiso. Yo estaba seducido. ¡Parecía
todo tan luminoso, tan claro, tan perfecto! ¡Y tan lógico en su método! Pero
enseguida, como otras veces, me he hecho una pregunta que me ha venido a la
cabeza estos últimos tiempos, para luchar contra los comunistas oportunistas.
Esta pregunta es: Lo que dice el camarada ahora, está hecho, ¿si o no, para
estimular la voluntad de acción de las masas, su voluntad de revolución, de
revolución en Europa occidental? Y tanto con la mente como
con el corazón, he respondido inmediatamente: ¡no! Al mismo tiempo he sabido,
camarada Lenin, en la medida que se puede estar seguro de algo, que usted estaba
equivocado.
Recomiendo a los camaradas de la Izquierda este método. Camaradas, no dejéis
de haceros esta pregunta cuando, en el curso de las luchas arduas que tendréis
que librar en todos los países contra los comunistas oportunistas (aquí en Holanda
la batalla causa estragos desde hace ya tres años), os veáis llevados a preguntaros
si tenéis razón y por qué.
Usted, camarada, no recurre contra nosotros más que a tres argumentos que
se repiten incesantemente en su folleto, sea separada, sea simultáneamente.
He aquí estos argumentos:
1. Utilidad de la propaganda en el parlamento para ganarse a los obreros y
a diversos elementos de la pequeña burguesía.
2. Utilidad de la acción en el parlamento para explotar las “escisiones” entre
partidos y hacer compromisos con algunos de ellos.
3. Ejemplo de Rusia, donde esta propaganda y estos compromisos han dado resultados
muy excelentes.
Usted no tiene más argumentos. Voy a responder ahora a los tres que usted presenta.
El primero, antes que nada: la propaganda en el parlamento. No tiene gran valor.
Pues los obreros no comunistas, es decir, socialdemócratas, cristianos y otros,
que piensan en términos burgueses, leen una prensa en la que de ordinario no
se suelta palabra de nuestras intervenciones en el parlamento. Y, cuando lo
hacen, es desfigurándolas completamente. No llegamos a ellos a través de estos
discursos. Sólo a través de nuestras reuniones públicas, nuestros folletos,
nuestros periódicos.
Nosotros – yo me expreso frecuentemente en nombre del KAPD –, por el contrario,
intentamos ante todo llegar a ellos a través de la acción (en tiempos de revolución,
aquellos de que se trata aquí). En todas las ciudades y grandes villas, nos
ven en acción. Nuestras huelgas, nuestros combates callejeros, nuestros consejos
obreros. Oyen nuestras consignas. Nos ven ir delante. He ahí la mejor propaganda,
la que da más resultados. Pero no se hace en el parlamento.
Por tanto, se llegará igualmente a los obreros no comunistas, los elementos
pequeño-burgueses y pequeños campesinos, sin recurrir a la acción parlamentaria.
Es necesario que refute aquí especialmente un pasaje del folleto sobre la “Enfermedad
infantil” que muestra con la máxima claridad hasta dónde os lleva ya el oportunismo,
camarada.
Usted declara en las páginas 66-67 que si los obreros alemanes van en masa
hacia los Independientes y no hacia los comunistas, la causa de ello es la hostilidad
de los comunistas hacia el parlamento. Así pues, las masas obreras de Berlín
habrían sido casi ganadas para la revolución por la muerte de nuestros camaradas
Liebknecht y Rosa Luxemburgo, y por la acción consciente, las huelgas y los
combates callejeros de los comunistas. ¡Sólo faltaba un discurso del camarada
Levi en el Parlamento! Sólo con que él hubiese pronunciado este discurso, ¡los
obreros habrían venido hacia nosotros, no hacia los equívocos Independientes!
No, camarada, no es cierto. Los obreros se han dirigido en primer lugar hacia
el equívoco porque aún temían la revolución, la revolución unívoca. Porque no
se pasa sin vacilaciones de la esclavitud a la libertad.
¡Atención, camarada! ¡Ved adónde os lleva ya el oportunismo!
Su primer argumento no vale nada.
Añadid a esto que la participación en el parlamento (durante la revolución
en Alemania, en Inglaterra y en toda Europa occidental) refuerza entre los obreros
la idea de que los jefes serán suficientes para la tarea, al
tiempo que se debilita la otra idea según la cual los obreros deben encargarse
ellos mismos de todo, y se da uno cuenta de que este argumento no sólo no vale
nada, sino que también es dañino en lo que puede.
Argumento nº 2: utilidad de la acción en el parlamento (en tiempos de revolución)
para explotar las disensiones entre partidos políticos y hacer compromisos con
tales o cuáles de entre ellos.
Para refutarlo (al tratarse de Inglaterra y de Alemania especialmente, pero
también de Europa occidental en general), tendré que extenderme más ampliamente
que sobre el primero. Me resulta penoso tener que hacerlo contra usted, camarada
Lenin. Pero toda esta cuestión del oportunismo revolucionario (por oposición
al oportunismo reformista) constituye para nosotros, en Europa occidental, una
cuestión vital. Una cuestión de vida o muerte, en el sentido literal del término.
En sí mismo, refutar este argumento no presenta la menor dificultad. Lo hemos
hecho cientos de veces contra los Troelstra, Henderson, Bernstein, Legien, Renaudel,
Vandervelde y otros, en una palabra, contra todos los social-patriotas. Kautsky
en persona, cuando aún era Kautsky, lo ha refutado. Era el gran argumento de
los reformistas. Y nosotros no esperábamos en absoluto tener que combatirlo
contra usted. Sin embargo, es necesario. ¡Adelante!
Utilizar las “escisiones” parlamentarias no sirve de gran cosa porque desde
hace años, incluso decenas de años, estas “escisiones” no significan gran cosa.
Entre partidos de la gran burguesía, entre éstos y los partidos de la pequeña
burguesía. En Europa occidental, en Alemania, en Inglaterra. Esto no data de
la revolución. Sino de mucho antes, de la época del desarrollo lento. Hace ya
mucho tiempo que todos los partidos, y entre ellos, las formaciones pequeño-burguesas
y de pequeños campesinos, están unidos contra los obreros,
y sus divergencias sobre cuestiones concernientes a los trabajadores (y,
por ahí, más o menos, todas las demás) han llegado a ser mínimas, cuando
no han desaparecido totalmente.
Verdad teórica y verdad práctica. En Europa occidental, en Alemania y en Inglaterra.
Verdad teórica: porque el capital se ha concentrado en manos de los bancos,
trusts y monopolios. Formidablemente.
Porque en Europa occidental, más especialmente en Inglaterra y en Alemania,
estos bancos, trusts y cárteles han acaparado casi todo el capital de la industria,
del comercio y de los medios de transporte, así como también una gran parte
de la agricultura. Por eso toda la industria, incluida la pequeña, todo el comercio,
incluido el pequeño, todas las empresas de transporte, incluidas las pequeñas,
todas las empresas agrícolas, incluidas las pequeñas, están completamente bajo
la férula del gran capital. Ya no forman más que uno con el gran capital.
El camarada Lenin sostiene que los pequeños patronos del comercio, de los transportes,
de la industria y de la agricultura oscilan entre el capital y los obreros.
Es falso. Ése fue el caso en Rusia. También lo fue entre nosotros en otros tiempos.
Pero en Europa occidental, en Alemania, en Inglaterra, ahora están tan estrecha,
tan completamente sometidos al gran capital, que han dejado de oscilar. Tenderos,
pequeños industriales y pequeños intermediarios, todos dependen absolutamente
de la buena voluntad de los trusts, monopolios y bancos, quienes les suministran
mercancías y créditos. El pequeño campesino mismo está sometido a través de
su cooperativa y del crédito hipotecario.
¿Cuál es, pues, camarada, el estado social de los miembros de estas categorías
modestas, las más próximas al proletariado? Se componen de tenderos, artesanos,
pequeños funcionarios y empleados y campesinos pobres.
Veamos qué hay de su condición en Europa occidental. Entrad conmigo, camarada,
no digo ya en un gran almacén, claramente bajo el dominio del gran capital,
sino en una pequeña tienda de un miserable barrio obrero de Europa occidental.
Mirad a vuestro alrededor. ¿Qué salta a la vista? Casi todas las mercancías,
vestidos, productos alimenticios, utensilios, maderas y carbones, etc., son
productos de la gran industria, muy frecuentemente de los trusts. Y no sólo
en las ciudades, también en el campo. Desde ahora, una gran parte de los tenderos
son humildes empleados del gran capital. Dicho con otras palabras, del capital
financiero, puesto que es él el que controla las grandes fábricas, los trusts.
Entrad en un taller de artesano, en la ciudad o en el campo, ¡poco importa!
Las materias primas, metales, cueros, maderas y otros, vienen del gran capital,
muy frecuentemente de los monopolios, de los bancos, en otros términos. Y aun
cuando los suministradores de estas mercancías son todavía pequeños capitalistas,
dependen, no obstante, del gran capital.
¿Qué hay de los pequeños funcionarios y empleados? En Europa occidental, la
gran mayoría de ellos se encuentran al servicio, ya sea del gran capital, ya
sea del Estado y de los ayuntamientos que viven en la dependencia absoluta del
gran capital y, por tanto, de los bancos en última instancia. El porcentaje
de los empleados y funcionarios de condición más cercana a la condición proletaria
y colocados bajo el dominio directo o indirecto del gran capital, es muy elevado
en Europa occidental, enorme en Inglaterra y en Alemania, y también en los Estados
Unidos y en las colonias inglesas.
Los intereses de estas categorías sociales están, pues, ligados a los del gran
capital, es decir, también de los bancos.
Ya he hablado de los campesinos pobres y hemos visto que, por el momento, no
había que contar que se adhiriesen al comunismo. A las causas que entonces enumeré
se añade que dependen del gran capital para su utillaje, mercancías e hipotecas.
¿Qué se sigue de ello, camarada?
De ello se sigue que la sociedad y el Estado modernos europeo-occidentales
(y americanos) forman un gran conjunto y uno solo, organizado
hasta en el menor de sus engranajes, dominado en todos los aspectos, puesto
en movimiento y regulado por el capital financiero. Que esta sociedad está estructurada
de modo capitalista, pero estructurada, no obstante. Que el capital financiero
es la sangre de este cuerpo social, lo irriga enteramente y alimenta sus diversos
sectores. Que este cuerpo forma un todo y debe al capital su
formidable potencia, razón por la cual todos sus componentes permanecerán solidarios
de él hasta su fin real, práctico. Todos menos uno: el proletariado que crea
la sangre, la plusvalía.
Al vivir todas las demás clases sociales en dependencia del capital financiero,
y vista la formidable potencia de que éste dispone, aquellas son hostiles a
la revolución y, por eso mismo, el proletariado se encuentra solo.
Y como el capital es la potencia más flexible del mundo, como sabe de ordinario
adaptarse y también centuplicar aún su poder gracias al crédito, es él el que
mantiene y restablece la cohesión del capitalismo, de la sociedad y del Estado
capitalistas, todavía hoy, después de una guerra horrible, después de miles
y miles de destrucciones y en una situación que se nos presenta ya como una
situación de quiebra.
Por eso une a él con más autoridad que nunca a todas las clases, excepto al
proletariado, y las transforma en un conjunto compacto orientado contra la clase
obrera. Esta potencia, esta flexibilidad para adaptarse, y también esta
cohesión de todas las clases son tan grandes que subsistirán mucho tiempo aún
después de que haya estallado la revolución.
Ciertamente, el capital se ha debilitado considerablemente. Llega la crisis,
y con ella, la revolución. Pero no por ello el capitalismo deja de permanecer
extremadamente poderoso. Dos son sus causas: el sometimiento espiritual de las
masas, y el capital financiero.
Por tanto, es necesario que pongamos a punto nuestra táctica teniendo en cuenta
estos dos factores. Aún hay un tercero: el gran número de proletarios. A causa
de este factor, el capital financiero organizado ha logrado agrupar en torno
a él, contra la revolución, a todas las clases de la sociedad. En efecto, estas
últimas no ignoran que si se pudiese llevar a los obreros (cerca de veinte millones
en Alemania) a hacer jornadas de diez, doce, catorce horas de trabajo, se conseguiría
al mismo tiempo una posibilidad de escapar de la crisis. Para ellas, es una
razón añadida para hacer causa común.
Ésa es la situación económica de Europa occidental.
En Rusia, el capital financiero estaba muy lejos de tener un vigor comparable.
Y asimismo, consecuentemente, la cohesión entre la burguesía y las clases de
condición más baja. De ahí también las escisiones reales entre las clases. Al
mismo tiempo, el proletariado ruso no se veía reducido a sus solas fuerzas.
Estas causas económicas ejercen un efecto determinante sobre la política. Esa
es la razón por la que las clases inferiores de Europa occidental, como esclavas
sumisas que son, votan por sus dueños, por los partidos de la gran burguesía,
y se adhieren a ella. Esta gente humilde no tiene, por así decir, partidos propios
en Alemania ni en Inglaterra, ni en general en Europa occidental.
Las cosas ya habían avanzado en este sentido antes de la revolución y antes
de la guerra. Pero la guerra ha acentuado esta tendencia en proporciones enormes.
Como consecuencia del desencadenamiento del chovinismo. Como consecuencia, sobre
todo, de la gigantesca organización en trusts de todas las fuerzas económicas.
Entretanto, la revolución ha tenido como consecuencia reforzar de manera inaudita
la tendencia de los partidos de la gran burguesía a fusionarse, así como a absorber
a todos los elementos pequeño-burgueses y pequeños campesinos.
La lección de la revolución rusa no se ha perdido: ahora se sabe en todas
partes a qué atenerse.
En Europa occidental, sobre todo en Alemania y en Inglaterra, el monopolio,
los bancos y trusts, el imperialismo tanto como la guerra y la revolución, han
llevado a grandes y pequeños burgueses, grandes y pequeños campesinos, a hacer
un bloque contra los obreros24. Y como la cuestión obrera lo domina todo, hacen
causa común sobre las otras cuestiones.
Camarada, debo repetir aquí una observación que ya hice más arriba (capítulo
primero), a propósito de la cuestión campesina. Sé muy bien que son las mediocridades
de nuestro partido, y no usted, quienes, incapaces de asentar la táctica sobre
puntos de vista generales, la hacen reposar sobre puntos de vista parciales
y dirigen la atención sobre los de las fracciones de esas categorías sociales
que escapan todavía al dominio del gran capital.
Yo no niego de ningún modo que existan tales elementos, pero me digo que en
Europa occidental la tendencia general es a su integración en el gran capital.
¡Y sobre esta verdad general debe fundarse nuestra táctica!
Tampoco niego que aún puedan producirse escisiones. Digo simplemente que la
tendencia general es, y seguirá siendo durante mucho tiempo todavía, durante
la revolución, ésta: coalición de estas clases. Y digo que los obreros europeos
occidentales tienen interés en dirigir su atención sobre el aspecto coalición
antes que sobre el aspecto escisión. Pues entre nosotros, es a ellos a quienes
corresponde en primer lugar hacer la revolución, no a sus jefes y a sus elegidos
al parlamento.
De igual modo, y a pesar de lo que me hagan decir las mediocridades, yo no
pretendo que haya identidad entre los intereses reales de estas clases y los
del gran capital. Sé bien que están oprimidas. Lo que yo digo es esto:
Estas clases hacen más que nunca causa común con el gran capital, porque también
ellas se ven confrontadas al peligro de revolución proletaria.
El reino del capital, en efecto, les garantiza cierta seguridad, les ofrece
la posibilidad, o al menos la esperanza, de tener éxito, de ver mejorar su situación.
Hoy, se sienten amenazadas por el caos y por la revolución, la cual significa
en los primeros tiempos un caos mucho mayor todavía. Por tanto, se alinean junto
al capital para intentar por todos los medios acabar con el caos, poner a flote
la producción, empujar a los obreros a que trabajen más y a que soporten sin
rechistar las privaciones. A los ojos de estas clases, la revolución proletaria
es el fin de todo orden social, el hundimiento de los niveles de vida, por modestos
que sean. De ahí se sigue que todas ellas están del lado del capital y permanecerán
en él todavía mucho tiempo, incluso durante la revolución.
Pues aquí se trata, y lo subrayo una vez más, de la táctica a seguir al comienzo
y en el curso de la revolución. De ninguna manera ignoro que, al final de la
revolución, cuando la victoria esté próxima y el capitalismo estremecido hasta
sus cimientos, las clases de las que hablo vendrán a nosotros. Únicamente, que
nosotros tenemos que fijar nuestra táctica no para el final, sino para el comienzo
y el curso de la revolución.
Desde hace muchos años, la burguesía, todos los partidos burgueses de Europa
occidental, comprendidas las formaciones con efectivos pequeño-burgueses y pequeños
campesinos, no hacen ya nada a favor de los trabajadores. Todos han tomado posición
contra el movimiento obrero, por el imperialismo, por la guerra.
Hace ya años que no hay en Inglaterra, en Alemania, en Europa occidental,
un solo partido que apoye a los trabajadores. Todos les son hostiles. Desde
todos los puntos de vista.25
De legislación laboral ya no se trataba si no era para restringir su aplicación.
Se dictaban leyes antihuelga. Aumentaban los impuestos incesantemente.
El imperialismo, el colonialismo, la militarización a ultranza tenían la aprobación
unánime de los partidos burgueses, incluidos los pequeño-burgueses. Desaparecían
las diferencias entre liberales y clericales, conservadores y progresistas,
grandes y pequeños burgueses.
Todo lo que lo social-patriotas contaban sobre las divergencias entre partidos,
sus “escisiones”, es un camelo. ¡Es un refrito lo que usted nos sirve, camarada
Lenin! En los países de Europa occidental. Se ha visto bien en julio y agosto
de 1914.
¿No estaban unidos todos en esa época? Y la revolución ha tenido por efecto
práctico soldarlos aún más. Contra la revolución y, por ahí
mismo, a fin de cuentas, contra todos los trabajadores, al
ser capaz la revolución de mejorar la suerte de todos. Contra la revolución,
los partidos – todos cuantos son – son unánimes, sin sombra de una “escisión”.
Y como, a consecuencia de la guerra, de la crisis y de la revolución, todas
las cuestiones concretas, tanto sociales como políticas, están ligadas a la
cuestión de la revolución, estas clases hacen causa común, en definitiva, sobre
todas las cuestiones, en primer lugar sobre las que conciernen
al proletariado de Europa occidental.
En pocas palabras, se puede constatar también en la práctica: el trust, el
monopolio, la gran banca, el imperialismo, la guerra, la revolución han hecho
de todas las clases – gran y pequeña burguesía y campesinado – una masa compacta
levantada contra los obreros.26
Por tanto, la prueba está hecha tanto en teoría como en la práctica. La revolución
de Europa occidental, más especialmente en Inglaterra y en Alemania, no puede
contar con “escisiones” entre estas clases, por poco graves que sean.
Debo añadir aquí algo personal. En las páginas 47 y 48, usted critica al Buró
de Ámsterdam y se vale de una de sus tesis. Entre paréntesis, todo lo que usted
dice de ella es erróneo. Pero usted declara también que antes de condenar el
parlamentarismo, la Comisión de Ámsterdam tenía el deber de hacer un análisis
de las relaciones de clase y de los partidos políticos, para poder justificar
esta condena. ¡Mil perdones, camarada! La Comisión podía prescindir perfectamente
de ello. Pues lo que sirve de base a su tesis, a saber, que todos los partidos
burgueses dentro del parlamento – y algunos fuera – son desde hace mucho tiempo
y siguen siendo enemigos de los trabajadores, y que no aparece ninguna escisión
entre ellos, es cosa probada desde hace mucho tiempo también, y generalmente
admitida por los marxistas. Al menos en Europa occidental. Inútil, pues, extenderse
sobre ello.
Por el contrario, este deber le incumbía a usted que es partidario de los
compromisos y de las alianzas parlamentarias y que intenta arrastrarnos así
hacia el oportunismo, es a usted a quien incumbía probar que hay “escisiones”
notables entre los partidos burgueses.
Usted quiere llevarnos a nosotros, europeo-occidentales, a hacer compromisos.
Lo que Troelstra, Henderson, Scheidemann, Turati, etc., no han podido lograr
en tiempos de desarrollo pacífico, ¡usted querría realizarlo en tiempos de revolución!
Le queda por probar que es posible.
Y no con ejemplos rusos – ¡ciertamente es demasiado fácil! – sino con ejemplos
europeo-occidentales. Este deber lo ha cumplido usted de la manera más lamentable
de todas. Nada sorprendente puesto que usted apenas alude más que a su experiencia
propia, en Rusia, en un país muy atrasado, no a un país moderno de Europa occidental.
Excepto los ejemplos rusos sobre los que volveré más adelante, no encuentro
en todo su folleto, que sin embargo gira sobre esta cuestión de táctica, más
que dos ejemplos de Europa occidental: el golpe de Kapp, en Alemania; el gabinete
Lloyd George-Churchill en Inglaterra, estando Asquith a la cabeza de la oposición.
¡Muy pocos ejemplos y de los más pobres, en verdad, tratándose de probar que
hay “escisiones” reales entre los partidos burgueses y también, en la ocurrencia,
socialdemócratas!
Si se quisiese demostrar que no hay escisiones importantes entre los partidos
burgueses (y también socialdemócratas, en este caso) en tiempos de revolución,
en Europa occidental, el golpe de Kapp sería la mejor prueba. Los golpistas
no castigaron, ni asesinaron, ni arrojaron a prisión a los demócratas, a los
miembros del partido del Centro y a los socialdemócratas. Y cuando éstos recuperaron
el poder, se abstuvieron igualmente de hacerlo. Pero, por uno y otro lado, se
persiguió a los comunistas.
Al ser los comunistas todavía demasiado débiles en ese momento, ni los unos
ni los otros tuvieron necesidad de instaurar juntos una dictadura.
La próxima vez, si los comunistas son más fuertes, lo harán juntos.
Era su deber, camarada, y sigue siéndolo, mostrar de qué manera habrían podido
los comunistas sacar partido entonces de una escisión (!) acaecida en el Parlamento.
En provecho de los trabajadores, bien entendido. Era su deber, y sigue siéndolo,
indicar lo que habrían tenido que decir los diputados comunistas para hacer
ver esa escisión a los obreros y para sacar partido de ella. De tal manera que
los partidos burgueses no se viesen reforzados, evidentemente. Y usted es incapaz
de hacerlo porque estos partidos son unánimes en tiempos de revolución. Ahora
bien, es de estos tiempos de los que se trata. Era su deber, y sigue siéndolo,
demostrar que, si apareciesen semejantes disensiones en circunstancias particulares,
valdría más dirigir la atención de los obreros sobre ellas que sobre la tendencia
general a la coalición.
Era su deber y sigue siéndolo, camarada, antes de venir a dirigirnos a Europa
occidental, hacernos ver dónde hay disensiones, si en Inglaterra, si en Alemania,
si en Europa occidental.
De esto también es usted incapaz, y con razón. Usted habla de divergencias
entre Churchill, Lloyd George y Asquith, de las que deberían sacar partido los
trabajadores. Increíble: sería vano discutir de ello con usted. Todo el mundo
sabe que desde el día en que el proletariado industrial de Inglaterra adquirió
cierta fuerza, partidos y dirigentes burgueses no han cesado de forjar completamente
divergencias de este género para engañar a los obreros, atraerlos a un campo
y después al otro y así sucesivamente, a fin de mantenerlos así, hasta el infinito,
en un estado de debilidad y de dependencia. Sucede incluso con frecuencia que
un gobierno cuente en su seno con dos adversarios “irreconciliables”: Lloyd
George y Churchill. ¡Y he aquí que el camarada Lenin cae en una trampa casi
centenaria! ¡Intenta convencer a los obreros ingleses para que basen su política
sobre falsas apariencias! ¡En tiempos de revolución! El día en que los Churchill,
Lloyd George y Asquith se unan contra la revolución, usted, camarada, habrá
llevado al proletariado inglés a confundir la gimnasia con la magnesia, usted
lo habrá debilitado. Usted tenía el deber, camarada, de esclarecer los hechos
de manera rigurosa, concreta, con ayuda de ejemplos claros y precisos. Pero
desde una punta hasta la otra de su último capítulo, usted vierte generalidades
tan nobles como hueras (página 96, por ejemplo). Le correspondía a usted tener
en cuenta conflictos y divergencias no rusas, secundarias o artificiales, sino
europeo-occidentales, primordiales y reales. Y eso es lo que su folleto no hace
en ninguna parte. Mientras usted no dé esos ejemplos, nosotros no le creeremos.
Si lo hace usted alguna vez, entonces le responderemos. En la espera, decimos:
se trata sólo de ilusiones, buenas únicamente para engañar a los obreros y hacerles
adoptar una táctica falsa. La verdad, camarada, es que usted asimila erróneamente
la revolución europeo-occidental a la revolución rusa. ¿Por qué erróneamente?
Porque usted olvida que en los Estados modernos, es decir, de Europa occidental
(y de América del Norte), hay una potencia muy superior a las distintas especies
de capitalistas – propietarios de tierras, industriales y comerciantes. Esta
potencia no es otra que el capital financiero. Se confunde con el imperialismo.
Unifica a todos los capitalistas, al mismo tiempo que a los pequeños burgueses
y campesinos.
Pero aún hay un punto por examinar. Hay escisiones, dice usted, entre los
partidos burgueses y los partidos obreros; debemos aprovecharnos de ellas. Sin
duda, sin duda.
Hay que reconocer, no obstante, que estas divergencias de puntos de vista
entre socialdemócratas y burgueses no han dejado de ir a menos durante la guerra
y durante la revolución, y de ordinario han desaparecido. Pero ha habido y bien
podría volver a haber. Hablemos de ellas, pues. Tanto más cuanto que usted saca
pretexto, contra Sylvia Pankhurst, de un gobierno “puramente” obrero en Inglaterra,
con los Thomas, Henderson y otros Clynes y, contra el KAPD, del posible gobierno
“puramente” socialista de los Ebert, Scheidemann, Noske, Hilferding, Crispien,
Cohn.27
Que dejásemos subsistir un gobierno de este género no es imposible. Puede ser
necesario, constituir un paso adelante para el movimiento. Si ése fuese el caso,
si no podemos ir más lejos, entonces lo dejaremos subsistir; lo criticaremos
sin el menor miramiento y, desde el momento en se pueda, lo reemplazaremos por
un gobierno comunista. Pero no se trata de echarle una mano en el parlamento
y en las elecciones para que llegue al poder.
No lo haremos porque los obreros de Europa occidental están completamente solos
en la revolución. Por esta razón, todo aquí, usted oye bien,
todo, depende de su voluntad de acción y de su lucidez propia.
Ahora bien, la táctica de usted, tanto dentro como fuera del parlamento, es
el compromiso con los Scheidemann y Henderson, con los Crispien y tal o cual
de los partidarios de usted, Independiente inglés o comunista oportunista de
la liga Espartaco o del BSP. Una táctica que no es buena más que para sembrar
la confusión en el espíritu de los obreros, exhortados a que elijan gentes a
las que saben de antemano que no se les puede conceder la confianza. Por el
contrario, nuestra táctica clarifica los espíritus denunciando al enemigo por
lo que es. Por esta razón la adoptamos y rechazamos la suya, en Europa occidental,
en las circunstancias actuales, incluso si la clandestinidad tuviese que quitarnos
toda posibilidad de estar representado en el parlamento y no poder, por eso,
utilizar allí la menor “escisión” (¡¡en el parlamento!!).
Seguiros en este terreno es, una vez más, sembrar la confusión y mantener
ilusiones.
Pero, entonces, ¿y los militantes de los partidos social-demócratas? ¿de los
Independientes? ¿del Labour Party? ¿No habría que intentar atraerlos?
¡Pues bien! a los obreros y a los elementos pequeño-burgueses de estos partidos
nosotros, la “Izquierda”, queremos ganárnoslos con nuestra propaganda, nuestros
mítines, nuestra prensa; y, aún mejor, por nuestro ejemplo, nuestras consignas
y nuestra acción en las fábricas. Los que no logremos ganar por estos medios,
no valen la pena, de todos modos, y bien pueden irse al cuerno. Estos partidos
socialdemócratas, y otros partidos socialistas, independientes o laboristas
de Inglaterra y de Alemania agrupan a obreros y pequeño-burgueses. Si el tiempo
ayuda, podremos ganarnos a los primeros, los obreros. Pero sólo a un pequeño
número de los segundos que, contrariamente a los pequeños campesinos, no tienen
sino una importancia económica restringida; aquellos se unirán a nosotros por
nuestra propaganda, etc. Pero la mayoría – y es en ella en la que se apoyan
Noske y consortes – es parte integrante del capitalismo y hasta el final,
cuanto más progrese la revolución, más se agrupará en torno a él.
¿No acordar ningún apoyo electoral a estos partidos es cortarse de sus militantes?
¿Combatirlos como a enemigos? En absoluto, y nosotros intentamos en la medida
de lo posible unirnos a ellos. En toda ocasión, les llamamos a la acción común:
a la huelga, al boicot, a la rebelión, al combate callejero, y sobre todo a
formar consejos obreros, comités de fábrica. Nos esforzamos en ello en todas
partes. Pero no como antes, en el terreno parlamentario. Sino en los talleres,
en las reuniones y en la calle. Es ahí donde hoy podemos unirnos a ellos. Ahí,
donde unimos a nosotros a los obreros. Ésa es la práctica nueva, que sucede
a la práctica socialdemócrata. La práctica comunista.
Usted intenta, camarada, enviar a los socialdemócratas, a los Independientes
y otros a que tomen asiento en el parlamento y en el gobierno, para desenmascararlos
como bribones que son. Usted quiere utilizar el parlamento para mostrar que
no sirve para nada.
Cada cual con su método: usted usa ardides con los obreros. Usted los incita
a que se dejen coger en la trampa. Nuestro método consiste en ayudarlos a evitar
la trampa. Porque en su país, eso es posible. Usted sigue la táctica de los
pueblos campesinos, nosotros, la de los pueblos industriales. No vea en eso
ironía ni sarcasmo. Que esa vía haya sido la buena en su país, estoy convencido
de ello. Solamente, habría que ver – tanto en estas pequeñas cuestiones como
en las grandes, las de los sindicatos y el parlamentarismo – no imponernos una
táctica buena para Rusia, pero desastrosa para nosotros.
Aún tengo que hacerle una observación. Usted escribe, y usted lo ha defendido
muy frecuentemente, que no comenzará la revolución en Europa occidental antes
de que hayan sido suficientemente sacudidas, neutralizadas o ganadas las clases
inferiores, las más próximas al proletariado. Si esta tesis fuese correcta,
y como he mostrado que no puede ser así al comienzo de la revolución, ésta sería
imposible. Me lo han hecho observar más de una vez en su propio campo, especialmente
el camarada Zinoviev. Pero, por fortuna, usted tiene, sobre una cuestión de
tal gravedad, tan decisiva para la revolución, un punto de vista falso. Lo que
prueba simplemente, una vez más, que usted lo juzga todo desde la óptica propia
de Europa oriental. Volveré sobre ello en el último capítulo.
Creo haber demostrado así que su segundo argumento a favor del parlamentarismo
es muestra, en su mayor parte, y con mucho, del embaucamiento oportunista y
que, aun desde estaóptica, el parlamentarismo requiere ser reemplazado por esa
otra forma de lucha que presente ventajas más grandes, pero sin presentar ninguno
de sus inconvenientes.
Estoy de acuerdo: su táctica puede, en este plano, tener algunas ventajas.
Un gobierno obrero puede tener algo bueno, poner las cosas más claras. Su táctica
puede ser ventajosa igualmente en período de clandestinidad. Esto lo reconocemos.
Pero igual que ayer decíamos a los revisionistas y a los reformistas: Nosotros
ponemos por encima de todo el desarrollo de la conciencia obrera, hoy le decimos
a usted, Lenin, y a sus camaradas “derechistas”: Nosotros ponemos por encima
de todo el desarrollo de la voluntad de acción de las masas.
De la misma manera que ayer todo tendía a aquello, de la misma manera hoy, en
Europa occidental, todo debe servir a esto. Y sin duda veremos quién tiene razón,
¡los “izquierdistas”... o Lenin! Yo no dudo un instante del resultado. Venceremos
contra usted, como contra los Troelstra, Henderson, Renaudel y Legien.
Ahora me ocupo de su tercer argumento: los ejemplos rusos. Su folleto está
lleno de ellos de una punta a la otra, y he leído con mucha atención cuanto
se refería a ellos. Estos ejemplos los admiro hoy como ya los admiraba ayer.
Desde 1903 yo he estado siempre con ustedes. Incluso cuando desconocía sus móviles
- al estar cortados los contactos entonces - como en el momento de la paz de
Brest-Litovsk, yo les defendía a ustedes con sus propios argumentos. Su táctica
fue con seguridad muy excelente, y gracias a ella se conquistó la victoria en
Rusia. Pero, ¿qué vale en Europa occidental? No mucho, a mi parecer, incluso
más bien nada en absoluto. Estamos de acuerdo sobre los soviets, la dictadura
del proletariado, instrumentos de revolución y de construcción. Su política
exterior, igualmente, ha sido ejemplar a nuestros ojos, al menos hasta el presente.
Pero todo es distinto al tratarse de su táctica para los países europeo-occidentales.
Y es asaz natural.
¿Por qué milagro podría ser la táctica a seguir en Europa occidental la misma
que en Europa oriental? En Rusia, país donde la agricultura predominaba, y con
mucho, el capitalismo industrial moderno sólo conocía un desarrollo todavía
restringido. De poca importancia con relación al resto de la economía nacional,
era, además, de origen extranjero en gran parte. En Europa occidental, sobre
todo en Alemania y en Inglaterra, es exactamente al revés. En su país: todas
las formas superadas de capital, basándose en capital usurario. Entre nosotros:
preponderancia casi exclusiva del capital financiero desarrollado altamente.
Entre ustedes: enormes vestigios de las épocas feudales y prefeudales, incluso
tribales y bárbaras. Entre nosotros, más especialmente en Inglaterra y Alemania:
dominio total del capitalismo más avanzado de todos sobre la agricultura, el
comercio, los transportes, la industria. Entre ustedes: restos considerables
de la servidumbre; campesinos pobres; clases medias rurales en vía de degeneración.
Entre nosotros: establecimiento de conexiones de los campesinos pobres mismos
con la producción, los medios de transporte y de cambio modernos; clases medias
urbanas y rurales ligadas íntimamente al gran capital. Hay todavía entre ustedes
clases con las que el proletariado ascendente puede aliarse. La existencia de
estas clases, por sí misma, constituye un factor favorable. Y lo mismo, evidentemente,
en lo concerniente a los partidos políticos. Entre nosotros, nada de todo eso.
He ahí por qué entre ustedes era bueno hacer compromisos, pactar en todas
las direcciones, como usted explica de modo tan apasionante, buena la utilización
incluso de los antagonismos entre liberales y propietarios de la tierra. Entre
nosotros es imposible. De ahí la necesidad de una táctica para el Este, y de
otra para el Oeste. Nuestra táctica está adaptada a nuestra situación. Es tan
buena aquí como la suya allá.
Su folleto se vale de ejemplos rusos en las páginas 16, 19, 35-36 y 64-65
especialmente. Pero, tratándose de los sindicatos en Rusia (p. 45), y cualquiera
que sea su valor en este marco, no valen nada para Europa del Oeste donde el
proletariado necesita armas más poderosas, y con mucho. Tratándose del parlamentarismo,
sus ejemplos remiten o bien a una época no revolucionaria (p. 21, 35-36, 64-65)
y no se aplican a la situación de que tratamos aquí, o bien, dado que ustedes
podían contar con los partidos de los campesinos pobres y de los pequeño-burgueses,
remiten a una situación tan diferente de la nuestra que no la conciernen en
nada28 (p. 16, 49, 50-51, 66-67). Me parece que si su folleto es tan falso de
cabo a rabo – e igualmente falsa la táctica fijada, de acuerdo con usted, por
el Ejecutivo de Moscú – es porque usted no conoce bastante bien las condiciones
europeo-occidentales o, más bien, porque usted no saca las consecuencias correctas
de lo que usted sabe de ellas, y porque usted es demasiado propenso a juzgar
todo desde la óptica rusa.
Pero esto significa – y es necesario repetirlo aquí con la máxima nitidez,
pues el futuro del proletariado europeo-occidental, del proletariado y de la
revolución en todo el mundo, depende de ello – que si usted persiste
en esta táctica, ni usted ni el Ejecutivo serán capaces de dirigir la revolución
de Europa occidental y, consiguientemente, la revolución mundial.
A su pregunta: ¿Ustedes, que quieren transformar el mundo, son capaces tan
sólo de formar un grupo en el parlamento?
Nosotros respondemos: este libro, el suyo, demuestra perfectamente que intentar
aplicarlo tendría como consecuencia inmediata conducir el movimiento obrero
a un callejón sin salida, a su perdición.
Hace resplandecer ante los ojos de los obreros de Europa occidental algo imposible:
el compromiso con los burgueses en tiempos de revolución.
Sostener, como usted hace, que los burgueses de Europa occidental están divididos
en momentos semejantes, es malabarismo verbal. Su libro hace creer que un compromiso
con los social-patriotas y los elementos vacilantes (?) del parlamento puede
tener algo bueno, mientras que de él sólo puede resultar el desastre.
Su libro lleva al proletariado de Europa occidental a la ciénaga de la que
apenas comienza a salir, después de inmensos esfuerzos que durante tanto tiempo
quedaron sin gran efecto.
Nos lleva a la ciénaga a la que nos habían llevado los Scheidemann, Renaudel,
Kautsky, Macdonald, Longuet, Vandervelde, Branting y demás Troelstra. (Para
el mayor regocijo de éstos, y también de los burgueses, si comprenden algo).
Este libro es para el proletariado comunista revolucionario lo que el
libro de Bernstein fue para el proletariado pre-revolucionario. Es el primero
de sus libros que no es bueno. Para Europa occidental, es el peor posible.
A nosotros, camaradas de la “izquierda”, nos queda formar un bloque compacto,
volver a emprenderlo todo desde la base y criticar con la máxima severidad a
todos aquellos que, en el seno de la Tercera Internacional, se apartan del camino
correcto29.
Para concluir esta discusión, yo diría: sus tres argumentos a favor del parlamentarismo
o bien no valen gran cosa, o bien son completamente falsos. En ese plano, como
en el de la cuestión sindical, su táctica es nefasta para el proletariado.
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16 Al principio pensé que se trataba de una cuestión secundaria. La actitud
de la liga Espartaco con ocasión del golpe de Kapp, y su folleto oportunista
– oportunista en esta cuestión también – me han convencido de que se trataba
de una cuestión de la mayor importancia.
17 Ver A. Pannekoek: op. cit. p. 171-172.
18 Esta gran influencia, toda esta ideología propia del Oeste de Europa, de
los Estados Unidos y de las colonias inglesas, sigue siendo incomprendida en
Europa del Este, en Turquía y en los Balcanes (por no hablar de Asia y del resto).
19 Ver Pannekoek: op. cit. p. 177-178.
20 El ejemplo del camarada Liebknecht demuestra precisamente la justeza de nuestra
táctica. Antes de la revolución, cuando el imperialismo estaba en el apogeo
de su poderío y se reprimía toda agitación en virtud de la ley marcial, sus
protestas en el Parlamento le valieron una influencia considerable; ese no fue
ya en absoluto el caso durante la revolución. Desde el momento en que los obreros
tomaron ellos mismos su suerte en sus manos, es necesario, pues, que dejemos
de lado el parlamentarismo.
21 Sin duda, no se encuentra en Inglaterra campesinos pobres susceptibles de
apoyar el capitalismo. Pero, por el contrario, se encuentra una pequeña burguesía
tanto más desarrollada y ligada al sistema.
22 El peligro del oportunismo es más vivo todavía en Inglaterra que en otras
partes. Así parece que nuestra camarada Sylvia Pankhurst, que fue una militante
tan buena del comunismo de izquierda, por temperamento, instinto, experiencia,
pero quizá no tanto por un estudio profundo, por tanto, por capricho del azar,
ha cambiado de opinión. Abandona el antiparlamentarismo y, por tanto, un aspecto
fundamental de su combate contra el oportunismo. Eso es emprender el camino
que antes que ella tomaron miles de jefes obreros ingleses, el de la sumisión
al oportunismo con todas sus consecuencias y, al final del camino, a la burguesía.
Nada de sorprendente en ello. Pero que sea usted, camarada Lenin, quien la ha
empujado a ello, quien la ha persuadido, a ella, la única dirigente intrépida
y consecuente de Inglaterra, he ahí un rudo golpe para la revolución rusa, para
la revolución mundial.
23 Ver el capítulo “¿Jamás un compromiso?” del folleto de Lenin (p. 58-71 de
la edición francesa, 1968), citada en el prefacio [nota 35, p. 125 de esta edición
en español] y a la cual remiten en lo sucesivo las indicaciones de página que
figuran en el texto. (n.d.t.f.)
24 La proletarización, es cierto, ha progresado a pasos de gigante a causa
de la guerra. Pero todo, o casi, lo que no es proletario se agarra tanto más
al capitalismo, lo defiende con las armas si es necesario, y combate al comunismo.
25 Me falta espacio aquí para demostrar esto de modo detallado. Lo he hecho
en un folleto titulado Las bases del comunismo (en hol., Ámsterdam, 1920. (n.d.t.f.).
26 Los holandeses sabemos esto perfectamente. Estas “escisiones” las hemos
visto desaparecer bajo nuestros ojos, en nuestro país, un pequeño país, sin
duda, pero una gran potencia imperialista por sus colonias. Ya no hay entre
nosotros partidos democráticos cristianos u otros. Aun siendo sólo holandeses
podemos juzgar esto mejor que un ruso que, ¡desgraciadamente!, parece aplicar
a Europa occidental criterios válidos para Rusia.
27 Por lo demás, queda por saber si entre nosotros habrá esos gobiernos “puramente”
obreros. Sobre este punto, el ejemplo ruso (Kerenski) quizás os lleve a engaño
una vez más. Pero voy a demostrar en lo que sigue por qué, en el caso de las
jornadas de marzo en Alemania (marzo de 1920:golpe de Kapp., n.d.t.f.),no había
que sostener ese gobierno “puramente” socialista.
28 Discutir todos estos ejemplos rusos sería demasiado monótono. Invito al
lector a que los relea. Así podrá constatar que lo que se dice aquí arriba está
conforme con la verdad.
29 Por mi parte, estoy convencido de que en los países en que la revolución
no es inminente y donde los obreros no tienen todavía la fuerza para hacerla,
el parlamentarismo sigue siendo un recurso posible. En esos casos son necesarios
el control y la crítica más rigurosa. Creo que otros camaradas son de un parecer
distinto.
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