Herman Gorter
Carta abierta al camarada Lenin

Índice

II – LA CUESTIÓN SINDICAL

Después de haber sentado estas bases teóricas generales voy a intentar ahora demostrar que, en la práctica también, la Izquierda de Alemania y de Inglaterra tiene razón casi siempre. En especial, en las cuestiones sindical y parlamentaria.

Veamos primero la cuestión de los sindicatos.

“El poder de los jefes sobre las masas se encarna, en el plano espiritual, en el parlamentarismo; en el plano material, en el movimiento sindical. En el sistema capitalista, los sindicatos constituyen la forma de organización natural del proletariado; en tiempos ya lejanos, Marx subrayó su importancia como tales. Con el desarrollo del capitalismo y, más aún, en la época del imperialismo, los sindicatos se han transformado cada vez más en asociaciones gigantescas que presentan una tendencia a proliferar comparable a la del organismo estatal burgués en otros tiempos. En su seno se ha creado una clase de empleados permanentes, una burocracia que dispone allí de todos los medios de fuerza: el dinero, la prensa, la promoción del personal subalterno. En muchos aspectos goza de amplias prerrogativas tanto y de manera que sus miembros, colocados originariamente al servicio de la colectividad, se han convertido en sus dueños y se identifican ellos mismos con la organización. Los sindicatos se asemejan igualmente al Estado y a su burocracia en que, a pesar de un régimen democrático, los afiliados no tienen ningún medio de imponer su voluntad a los dirigentes; un ingenioso sistema de reglamentos y de estatutos ahoga la menor revuelta antes de que pueda amenazar las altas esferas.

Sólo gracias a una perseverancia permanente logra una organización, a veces y después de años, un éxito relativo, debido lo más frecuentemente a un cambio de personas. Por eso, estos últimos años, antes y después de la guerra, se han producido rebeliones repetidas veces en Inglaterra, en América, en Alemania, haciendo huelga los afiliados por su propia cuenta, contra la voluntad de los dirigentes y contra las decisiones de su misma organización. Esto se ha hecho de una manera totalmente natural y ha sido vista como tal; eso revela que el sindicato, lejos de ser una colectividad para sus adherentes es, en cierta medida, algo extraño para ellos. Que los trabajadores no sean dueños en su casa, en su asociación, sino que se encuentren opuestos a esta última como a una potencia exterior, superior a ellos, contra la cual se ven llevados a sublevarse, por más que ésta haya salido de sus esfuerzos, es también un punto común con el Estado. Cuando la revuelta se apacigua, la antigua dirección vuelve a tomar su lugar y logra conservarlo a pesar del odio y de la exasperación impotente de las masas, porque se apoya en su indiferencia, su falta de clarividencia, y la ausencia en su seno de una voluntad única y de perseverancia; además, los antiguos dirigentes se benefician de la necesidad interna intrínseca del sindicato, al ser la asociación para los obreros el único medio de lucha contra el Capital.

Cuando combate al Capital y sus tendencias al absolutismo y a la pauperización, para limitar sus efectos y así hacer posible la existencia de la clase obrera, el movimiento sindical cumple con su papel dentro del sistema: por ahí mismo se convierte en un elemento constitutivo del mismo. Pero a partir del momento en que se desencadena la revolución, el proletariado se transforma y, de elemento de la sociedad capitalista, se transforma en su destructor; desde ese momento debe enfrentarse igualmente al sindicato. [...]

Lo que Marx y Lenin han dicho y redicho del Estado, a saber: que su modo de funcionamiento, a pesar de la existencia de una democracia formal, no permite utilizarlo como un instrumento de la revolución proletaria, se aplica igualmente a los sindicatos. Su potencia contrarrevolucionaria no será aniquilada, ni siquiera comenzada, por un cambio de dirigentes, por la substitución de jefes reaccionarios por hombres de izquierda o revolucionarios.

Es la forma de organización misma la que reduce las masas a la impotencia o algo así, y la que les impide hacer de ella el instrumento de su voluntad. La revolución no puede vencer más que si esta forma de organización es abatida o, más exactamente, cambiada completamente de arriba abajo, de manera que se convierta en otra cosa muy distinta. El sistema de los soviets, edificado dentro mismo de la clase, está en condiciones de extirpar y suplantar la burocracia estatal al igual que la sindical; los soviets están llamados a servir no sólo de nuevos órganos políticos del proletariado, en lugar del parlamento, sino también de bases para los nuevos sindicatos. Con ocasión de vivas y recientes controversias dentro del partido alemán, algunos han presentado como irrisoria la idea de que una forma de organización podía ser revolucionaria, reduciéndose toda la cuestión al grado de convicción revolucionaria de los militantes. Sin embargo, si la revolución consiste esencialmente en el hecho de que las masas tomen en sus manos sus propios asuntos – la dirección de la sociedad y de la producción – toda forma de organización que no les dé la posibilidad de gobernar y dirigir ellas mismas es contrarrevolucionaria y perjudicial y por eso hay que reemplazarla por otra, ésta revolucionaria por cuanto permite a los obreros mismos decidir activamente de todo” (Pannekoek)9.

Por definición, los sindicatos no son, en Europa occidental, armas eficaces para la revolución. Incluso si no se hubiesen convertido en instrumentos del capitalismo, incluso si no estuviesen en manos de traidores – abstracción hecha de que están destinados por naturaleza, cualesquiera que sean sus jefes, a transformar a sus adherentes en esclavos, en instrumentos pasivos – no dejarían de ser inutilizables.

Por naturaleza, los sindicatos no son buenas armas de lucha, de revolución contra el capitalismo organizado de modo superior en Europa occidental, y contra su Estado. Estos son demasiado poderosos en comparación con ellos. Pues, en buena medida, se trata de sindicatos de oficios y, por tanto, incapaces de hacer por sí solos la revolución. Y cuando se trata de sindicatos de industria, no se apoyan en las fábricas, en los talleres mismos, y se encuentran también en este caso en situación de debilidad. Finalmente, forman agrupaciones de ayuda mutua mucho más que de lucha, nacidos en la época de la pequeña burguesía. Insuficiente para la lucha antes de la revolución, este tipo de organización es perfectamente inadecuado para la revolución en Europa occidental. Pues las fábricas, los obreros de fábrica, no hacen la revolución en los oficios y las industrias, sino en los talleres. Además, estas asociaciones son instrumentos de acción lenta, demasiado complicados, buenos solamente para las fases de evolución. Incluso si la revolución no triunfase enseguida, y tuviésemos que volver durante algún tiempo a la lucha pacífica, habría que destruir los sindicatos y reemplazarlos por asociaciones industriales que tuviesen por base la organización de fábrica, de taller. Y es con estos sindicatos lastimosos, que de todas maneras habrá que destruir, ¡¡con los que se quiere hacer la revolución!! Los obreros necesitan armas para hacer la revolución. Y las únicas armas de las que disponen en Europa occidental son las organizaciones de fábrica. Fundidas en un todo y en uno solo.

Los obreros europeo-occidentales necesitan las mejores armas de todas. Porque están solos, porque no pueden contar más que consigo mismos. He ahí por qué necesitan estas organizaciones de fábrica. En Alemania y en Inglaterra, enseguida, porque es allí donde la revolución está más próxima. Y también en los demás países lo más pronto que se pueda, desde el momento en que se ofrezca la posibilidad de construirlas. Es vano decir, como usted hace, camarada Lenin: en Rusia, nosotros hemos actuado de tal o cual manera. Porque, en primer lugar, ustedes no tenían en Rusia medios de lucha tan mediocres como muchos de los sindicatos que hay entre nosotros. Ustedes tenían asociaciones industriales. En segundo lugar, los obreros tenían allí una mentalidad más revolucionaria. En tercer lugar, los capitalistas estaban allí mal organizados. E igualmente el Estado. En cuarto lugar, por el contrario, y toda la cuestión está ahí, ustedes podían contar con ayuda. Por tanto, ustedes no tenían necesidad de estar armados de modo superior. Solos como estamos nosotros, necesitamos armas, las mejores de todas. Sin las cuales no venceremos. Sin lo cual iremos de derrota en derrota.

Pero también otras razones, tanto psíquicas como materiales, militan en el mismo sentido. Recuerde usted, camarada, qué situación reinaba en Alemania antes y durante la guerra. Los sindicatos, único medio de acción pero demasiado débil, máquinas improductivas completamente en manos de los jefes que los hacían funcionar en provecho del capitalismo. Después vino la revolución. Los jefes y la masa de los afiliados a los sindicatos transforman estas organizaciones en arma contra la revolución. Ésta es asesinada con su concurso, con su apoyo, por sus jefes, e incluso por una parte de los afiliados de base. Los comunistas ven a sus propios hermanos fusilados con la bendición de los sindicatos. Las huelgas a favor de la revolución son rotas. ¿Cree usted, camarada, que los obreros revolucionarios pueden continuar militando en semejantes asociaciones? Por añadidura, ¡son demasiado débiles para servir a la revolución! Esto me parece imposible psicológicamente. ¿Qué habría hecho usted mismo si hubiese sido miembro de un partido, el de los mencheviques, por ejemplo, que se hubiese comportado de esa manera en tiempo de revolución? Usted se habría separado de él (si no lo hubiese hecho ya antes). Pero usted dirá: era un partido político; un sindicato es otra cosa. Creo que se equivoca. En tiempo de revolución, mientras dura la revolución, todo sindicato, incluso todo grupo obrero, juega un papel de partido político, pro o contra revolucionario.

Pero usted dirá, y lo hace en su artículo, que hay que reprimir esos impulsos sentimentales, vistas las exigencias de la unidad y la propaganda comunista. Voy a demostrarle, que en Alemania, durante la revolución, era imposible. Con ejemplos concretos. Pues esta cuestión debemos abordarla bajo un ángulo concreto, sin equívocos. Admitamos que en Alemania haya cien mil metalúrgicos verdaderamente revolucionarios, otros tantos obreros de los astilleros y otros tantos mineros. Quieren ir a la huelga, batirse, morir por la revolución. Los demás, millones, no. ¿Qué deben hacer estos trescientos mil revolucionarios? Primero unirse, ponerse de acuerdo para la acción. En esto usted está de acuerdo. Sin organización, los obreros no pueden nada. Ahora bien, formar un nuevo agrupamiento contra el antiguo equivale ya a una escisión, si no formal, al menos real, incluso si los miembros del primero permanecen en las filas del antiguo. Pero la nueva formación necesita una prensa, locales, unos funcionarios permanentes. Todo esto cuesta muy caro. Y los obreros alemanes tienen los bolsillos más o menos vacíos. Para que el nuevo agrupamiento pueda subsistir, se verán forzados, les guste o no, a abandonar el antiguo. Por tanto, concretamente, sus propuestas son perfectamente irrealizables, querido camarada.

Pero aún hay otras razones materiales, incluso mejores. Los obreros alemanes que han abandonado los sindicatos, que quieren acabar con ellos, que han creado las organizaciones de fábrica y la Unión obrera, se han encontrado en plena revolución. Había que pasar inmediatamente a la acción. La revolución estaba allí. Los sindicatos se negaban a batirse. En un momento así, ¿de qué sirve decir: permaneced en los sindicatos, propagad nuestras ideas, pronto llegaréis a ser los más fuertes y tendréis la mayoría? Un buen plan, en verdad, aunque la minoría se vea indefectiblemente ahogada, y la Izquierda habría intentado aplicarlo si no le hubiese faltado tiempo. Imposible esperar. La revolución estaba ahí. ¡Y todavía está ahí!

Durante la revolución (no lo olvide, camarada, era en tiempos de revolución cuando los obreros alemanes se han escindido y han creado su Unión obrera), los obreros revolucionarios se separarán siempre de los social-patriotas. Imposible actuar de otra manera en un momento así. Y, por razones psíquicas y materiales, siempre habrá semejantes escisiones, a pesar de lo que usted pudiese decir, a pesar de que lo lamente usted mismo, el Ejecutivo de Moscú y el congreso de la Internacional. Porque los obreros apenas pueden soportar a la larga ver cómo los sindicatos les disparan, y porque hay que batirse.

He ahí la razón por la cual los izquierdistas han creado la Unión general obrera (AAU). Y si resisten se debe a su convicción de que en Alemania no ha terminado la revolución y que llegará más lejos, hasta la victoria. Camarada Lenin, cuando se forman dos tendencias en el seno del movimiento obrero, ¿existe un medio distinto a la lucha? Cuando son muy diferentes, rigurosamente opuestas, ¿un medio distinto a la escisión? ¿Conoce usted otro? ¿Puede concebirse algo más opuesto que la revolución y la contrarrevolución? Por esta razón, el KAPD y la AAU tienen razón plenamente.

En el fondo, camarada, ¿no han sido siempre estas escisiones, estas clarificaciones, una buena cosa para el proletariado? ¿No se ha acabado siempre por percatarse de ello? Yo tengo alguna experiencia a este respecto. En el seno del partido social-patriota, nosotros no teníamos ninguna influencia, y muy poca después de haber sido expulsados de él, al menos al principio; pero después esta influencia no ha dejado de crecer. ¿Y cómo han salido parados los bolcheviques de la escisión? No mal del todo, creo. Pequeños al comienzo, grandes después. Ahora, todo. Depende totalmente del desarrollo económico y político el que un grupo llegue a ser grande, por muy pequeño que sea. Si prosigue la revolución en Alemania, hay buenas esperanzas de ver que la Unión obrera adquiera esa importancia y una influencia preponderante. No tendría que dejarse intimidar por las cifras: setenta mil contra siete millones. Grupos más pequeños todavía se han convertido en los más fuertes. ¡Los bolcheviques, entre otros!

¿Por qué son las organizaciones de fábrica, de taller, y la Unión obrera que se basa en ellas y agrupa a sus miembros – junto con los partidos comunistas, ciertamente – armas tan notorias, las mejores, las únicas buenas armas para la revolución en Europa occidental?

Porque los obreros actúan en ellas por sí mismos infinitamente más que en los antiguos sindicatos, porque en ellas mantienen el control sobre los jefes y, por ahí mismo, sobre la dirección, porque controlan la organización de fábrica y, a través de ella, la Unión en su conjunto.

Cada fábrica, cada taller, constituye un todo. Los obreros eligen allí a sus delegados, los “hombres de confianza”. Las organizaciones de fábrica se distribuyen en distritos económicos, para los cuales se eligen nuevamente delegados. Y los distritos eligen a su vez la dirección general de la Unión para el conjunto del Reich.

Así, cualquiera que sea la industria a la que pertenecen, todas las organizaciones de fábrica forman conjuntamente una sola y única Unión obrera. Se ve: se trata de una organización centrada en la revolución y en ella sola. Si tuviese lugar un intervalo de luchas relativamente pacíficas, la Unión sería capaz además de adaptarse a ello. Bastaría, dentro de ella, reagrupar las organizaciones de fábrica por industrias.

A lo que hay que añadir esto: todo obrero dispone del poder en el seno de la AAU. Pues elige a sus delegados allí donde trabaja y a través de ellos ejerce una influencia tanto sobre los consejos de distrito como sobre el consejo nacional. Hay centralismo, pero no muy acentuado. El individuo y su organización de base, la organización de fábrica, tienen un gran poder. Pueden revocar a sus delegados en todo momento, reemplazarlos y obligarlos a reemplazar en el acto las instancias más elevadas. Hay individualismo, pero no demasiado. Pues los cuerpos centrales, los consejos de distrito y el consejo nacional, disponen de un gran poder. Tanto los individuos como la dirección central tienen exactamente tanto poder como necesitan y es posible en estos tiempos en que vivimos y en que se desencadena la revolución en Europa occidental.

Marx escribe que, bajo el sistema capitalista, el ciudadano es frente al Estado una abstracción, una cifra. Lo mismo sucede en los antiguos sindicatos. La burocracia, todo el ente de la organización, habita en las esferas superiores, muy lejos del obrero. Está fuera del alcance. Frente a ella, él no es más que una cifra, una abstracción. Ni por un momento aquélla ve en él a un hombre en su ambiente de trabajo. A un ser vivo, que desea, que lucha. Reemplazad la burocracia sindical por otro grupo de personas y constataréis algún tiempo después que este grupo ha adquirido el mismo carácter que el antiguo, que se ha hecho inaccesible a las masas, que no tiene ya contacto con ellas. Sus miembros se han convertido, en el 99% de los casos, en tiranos que caminan al lado de la burguesía. Es la naturaleza misma de la organización la que los ha convertido en lo que son.

¡Cuán diferente es en las organizaciones de fábrica! Allí son los obreros mismos quienes deciden la táctica, la orientación, la lucha y quienes intervienen sobre la marcha cuando los “jefes” no tienen en cuenta sus decisiones. Están permanentemente en el centro de la lucha pues la fábrica, el taller, se confunde con la organización.

En cuanto ello es posible bajo el sistema capitalista, los obreros se convierten así en artífices y dueños de su propio destino, y como esto es así para cada uno, la masa libra y dirige ella misma sus luchas. Mucho más, infinitamente más, en todo caso, que en las antiguas organizaciones económicas, tanto las reformistas como las anarco-sindicalistas.10

Por el hecho mismo de que las organizaciones de fábrica y la Unión obrera hacen de los individuos y, por tanto, de la masa los agentes directos de la lucha, los que la dirigen realmente y, consecuentemente, los que obtienen resultados, ellas son verdaderamente las mejores armas de todas, las armas que necesitamos en Europa occidental para abatir sin ayuda al capitalismo más poderoso del globo.

Pero, camarada, estos argumentos parecen bastante pobres en definitiva comparados a uno último, fundamental, que se liga estrechamente a los principios que yo evocaba al comienzo de esta carta. Razón decisiva a los ojos del KAPD y del partido opositor de Inglaterra: estos partidos quieren elevar al máximo el nivel espiritual de las masas y de los individuos.

Para ello no ven más que un solo medio: formar grupos que, en la lucha, muestren a las masas lo que deben ser. Una vez más, camarada, yo os pregunto si usted conoce otro. Yo, no.

En el movimiento obrero y, especialmente, como creo, en la revolución, no vale más que la prueba por el ejemplo, el ejemplo mismo, la acción.

Los camaradas de la “Izquierda” creen posible, con ese pequeño grupo luchando tanto contra el capital como contra los sindicatos, presionar sobre estos últimos, incluso – pues esto también puede ser – empujarlos poco a poco por vías mejores.

No se conseguirá esto más que por el ejemplo. Estas nuevas formaciones, las organizaciones de fábrica, son, pues, indispensables para la elevación del nivel de los obreros alemanes.

Al igual que los partidos comunistas se levantan contra los partidos social-patriotas, la nueva formación, la Unión obrera, debe hacer frente a los sindicatos.11

Únicamente el ejemplo puede servir para transformar las masas con mentalidad de esclavo, reformistas, social-patriotas.

Ahora paso a Inglaterra, a la Izquierda inglesa.

Inglaterra es, tras Alemania, el país más cercano a la revolución. No porque la situación ya sea revolucionaria allí, sino porque su proletariado es muy numeroso y las condiciones capitalistas, económicas, son allí las más propicias. Una fuerte sacudida, y comenzará una lucha que no acabará más que con la victoria. Y la sacudida se producirá. Esto lo sienten los obreros más avanzados de Inglaterra, lo saben casi por instinto (como lo sentimos todos). Y por esto, como en Alemania, han puesto en pie un movimiento nuevo – dividido en varias tendencias y que todavía anda a tientas, como en Alemania precisamente – el Rank-and-File-Movement, movimiento de las masas mismas, sin jefes o exactamente como si no los tuvieran. 12

Este movimiento es muy similar a la Unión obrera alemana, con sus organizaciones de fábrica.

¿Ha observado usted, camarada, que este movimiento ha surgido únicamente en los dos países más avanzados? ¿Y del interior de la clase obrera? ¿En múltiples lugares? Hecho que demuestra por sí solo que se trata totalmente de un crecimiento orgánico, y no en circuito cerrado13.

En Inglaterra este movimiento, esta lucha contra los sindicatos, es todavía más necesaria, si es posible, que en Alemania. No sólo las Trade Unions han sido puestas por sus jefes al servicio del capitalismo, sino que además son más ineptas todavía para la revolución que los sindicatos alemanes. Se formaron en la época de la guerrilla obrera, frecuentemente a comienzos del siglo XIX, incluso en el XVIII. ¡En algunas industrias se cuentan hasta veinticinco sindicatos y las principales federaciones se entregan a una lucha sin piedad por conseguir los militantes de base! No teniendo estos el menor poder. ¡Y usted quisiera, camarada Lenin, respetar esas organizaciones!

¿Y no habría que combatirlas también, empujarlas a la escisión, aniquilarlas? Quien está contra la Unión obrera debe estar también contra los Shop Committees, los Shop Stewards y las Industrial Unions. Estar por estos últimos es estar por la Unión obrera. Pues aquí y allá, los comunistas persiguen el mismo objetivo.

La Izquierda comunista inglesa se propone servirse de esta nueva corriente dentro de las Trade Unions para aniquilarlas, tal como se presentan actualmente, para transformarlas, para reemplazarlas por instrumentos nuevos adaptados a la lucha de clase revolucionaria. Los argumentos invocados por el movimiento alemán son igualmente válidos para el movimiento inglés.

La carta del Comité ejecutivo de la III Internacional al KAPD me ha puesto al corriente de que el Ejecutivo está, en América, por los IWW, a condición de que éstos admitan la acción política y la pertenencia al partido comunista. ¡Pero sin pedirles que se adhieran a los sindicatos oficiales! Lo que no impide al Ejecutivo estar contra la Unión obrera en Alemania, exigir de ella que entre en los sindicatos, a pesar de que sea comunista y trabaje codo con codo con el partido.

Y usted, camarada Lenin, usted está por el Rank-and-File Movement en Inglaterra (a pesar de que este último haya provocado más de una vez una escisión y que muchos de sus miembros comunistas aspiren a destruir los sindicatos), ¡pero contra la Unión obrera en Alemania!

Al no haber estallado todavía la revolución en Inglaterra, la Izquierda comunista inglesa no puede ir tan lejos como en Alemania, ello cae de su peso. Todavía no tiene la posibilidad de organizar el Rank-and-File Movement en el conjunto del país, en un todo unificado. Pero se prepara para ello. Y desde el momento en que estemos ante la revolución, se verá a los obreros abandonar en masa las viejas Trade Unions para pasar a las organizaciones de fábrica y de industria.

Por el hecho mismo de que en todas partes se asienta en este movimiento, en todas partes se esfuerza en propagar las ideas comunistas en él, eleva con su ejemplo a un nivel superior a los obreros que militan en él14. Tal es, como en Alemania, su fin específico.

La Unión general obrera y el Rank-and-File Movement, que se apoyan uno y otro en las fábricas, los talleres, únicamente en las fábricas, son los precursores de los consejos obreros, de los soviets. Y como la revolución de Europa occidental será muy difícil y, por eso mismo, progresará lentamente, habrá un período de transición más largo (que en Rusia) en el curso del cual los sindicatos ya no serán nada en absoluto y los soviets no existirán todavía. Este período será ocupado por la lucha contra los sindicatos, por su transformación y sustitución por organizaciones mejores. ¡No se preocupe, nuestra hora acabará por llegar!

Dicho sea una vez más, ocurrirá así no porque los izquierdistas lo queramos sino porque la revolución exige formas nuevas de organización. Sin lo cual será aplastada.

¡Buena suerte, pues, para el Rank-and-File Movement y para la Unión general obrera (AAU)! ¡Pioneros de los soviets en Europa occidental! ¡Buena suerte a las primeras organizaciones en proseguir, con los partidos comunistas, la revolución contra el capitalismo de Europa occidental! A nosotros, que hacemos frente y sin aliados a un capitalismo poderoso en grado sumo, superiormente organizado (organizado desde todos los puntos de vista) y armado, y que para esto necesitamos las mejores y más eficaces armas de todas ¡usted quisiera constreñirnos, camarada Lenin, a utilizar las malas! A nosotros, que intentamos organizar la revolución en dirección de las fábricas y en las fábricas, ¡usted quiere imponernos los lamentables sindicatos! La revolución de Europa occidental no puede ni debe ser organizada más que en dirección de las fábricas y en las fábricas. Es allí, en efecto, donde el capitalismo ha alcanzado un grado tan alto de organización económica y política, y donde los obreros no disponen de ninguna otra arma eficaz (excepto el partido comunista). En Rusia ustedes tenían armas de guerra y los campesinos pobres estaban junto a ustedes. Lo que las armas y los campesinos pobres han sido entre ustedes, la táctica y la organización deben serlo hasta nueva orden entre nosotros. ¡Y he ahí que usted predica los sindicatos! A nosotros que debemos, por razones psíquicas y materiales, en plena revolución, luchar contra los sindicatos, ¡usted intenta disuadirnos de ello! A nosotros, que no podemos luchar más que por la escisión, ¡usted intenta disuadirnos de ello! A nosotros, que queremos formar grupos que den ejemplo, ¡usted nos prohíbe hacerlo! A nosotros, que queremos elevar el nivel del proletariado de Europa occidental, ¡usted nos contrarresta la acción!.

¡Usted no quiere oír hablar de escisión, de formaciones nuevas ni, por tanto, de nivel superior!

¿Por qué?

Porque usted quiere ver los grandes partidos y los grandes sindicatos adherirse a la III Internacional.

He ahí lo que nos parece que es oportunismo, y oportunismo de la peor especie15.

Camarada Lenin, usted actúa ahora en el seno de la Internacional de manera muy distinta a no hace mucho, en el partido bolchevique. Éste se ha mantenido muy “puro” (y quizá continúe). Pero ahora habría que admitir en la Internacional, y sobre la marcha, ¡a gentes que son comunistas no digo a medias, sino un cuarto sólo y aún mucho menos!

El drama del movimiento obrero es que tan pronto como ha obtenido algún poder, intenta acrecentarlo por medios sin principios. La socialdemocracia, en sus comienzos, también era “pura” en casi todos los países. La mayoría de los social-patriotas actuales eran auténticos marxistas. La propaganda marxista permitió ganarse las masas. Pero se la dejó de lado desde el momento en que se hubo logrado “poder”. Ayer eran los socialdemócratas; hoy es usted mismo, es la Tercera Internacional. No ya a escala nacional, evidentemente, sino a escala internacional. La revolución rusa ha triunfado gracias a la “pureza”, gracias al apego a los principios. Ahora tiene, ahora el proletariado internacional tiene, gracias a ella, poder. Este poder habría que desarrollarlo en Europa. ¡¡Y he aquí que se abandona la antigua táctica!!

Lejos de continuar poniendo en obra en todos los demás países una táctica tan experimentada, y reforzar así desde el interior la Tercera Internacional, se da hoy media vuelta y, al igual que la socialdemocracia no hace mucho, se pasa al oportunismo. Se hace entrar a todo el mundo: los sindicatos, los Independientes (alemanes), los centristas franceses, una fracción del partido laborista inglés.

Para guardar las apariencias marxistas, se ponen condiciones que hay que firmar (!!), se pone en la puerta a los Kautsky, Hilferding, Thomas y otros. Pero la gran masa, la ciénaga, es admitida, todos los medios son buenos para empujarla a que se adhiera. Y para dar total satisfacción a los centristas, ¡no se acepta más que a los “izquierdistas” convertidos al centrismo! Los mejores de todos los revolucionarios, como los militantes del KAPD, se ven así rechazados.

Y cuando se ha producido la fusión, sobre la base de una línea intermedia, con la gran masa, se pisa los talones, todos juntos, con una disciplina de hierro, a jefes de un valor confirmado de un modo tan singular. ¿Para ir dónde? Derechos al abismo.

¿Para qué los nobles principios, para qué las buenas tesis de la Tercera Internacional si es necesario ser oportunistas en la práctica? La Segunda Internacional también tenía los más bellos principios, pero ha tropezado con esta misma práctica.

Los de la Izquierda no queremos esto. Nos proponemos primero formar en Europa occidental, exactamente igual que los bolcheviques hicieron en Rusia, partidos, núcleos muy compactos, muy lúcidos y muy rigurosos (incluso si deben ser pequeños al principio). Sólo después intentaremos hacerlos grandes. Siempre muy compactos, muy rigurosos, muy “puros”. Sólo de esta manera podremos vencer en Europa occidental. He ahí por qué, camarada, rechazamos absolutamente su táctica.

Usted sostiene, camarada, que nosotros, miembros de la Comisión de Ámsterdam, hemos olvidado o no hemos aprendido las lecciones de las revoluciones precedentes. ¡Muy bien! Camarada, yo me acuerdo perfectamente de un rasgo característico de las revoluciones pasadas. Es el siguiente: los partidos extremos, los “izquierdistas”, siempre han jugado en ellas un papel de primer plano. Tal fue el caso en la revolución de Holanda contra España, de la revolución inglesa, de la Revolución francesa, de la Comuna de París y de las dos revoluciones rusas.

Ahora bien, la revolución europea occidental cuenta con dos tendencias, correspondientes cada una a un grado de desarrollo diferente del movimiento obrero: la tendencia izquierdista y la tendencia oportunista. Éstas no llegarán a una buena táctica, a la unidad, más que combatiéndose mutuamente. Pero la tendencia izquierdista, incluso si quizá va demasiado lejos en algunos puntos de detalle, sigue siendo la mejor, y con mucho. ¡Y usted, camarada Lenin, usted apoya la tendencia oportunista!

Y eso no es todo. El Ejecutivo de Moscú, los jefes rusos de una revolución que ha debido la victoria a un ejército de millones de campesinos pobres, quiere imponer la táctica a seguir al proletariado europeo-occidental, que no puede y no debe contar más que consigo mismo. Y con este fin hace una guerra sin cuartel, exactamente como usted, ¡a lo que hay de mejor en Europa occidental!

¡Qué estupidez! ¡Qué dialéctica tan singular!

Que estalle la revolución en Europa occidental y, con esta táctica, usted irá de sorpresa en sorpresa. Pero será el proletariado quien pague la factura.

Usted mismo, camarada, y el Ejecutivo de Moscú, no ignoran que los sindicatos son fuerzas contrarrevolucionarias. Las tesis de ustedes lo muestran claramente. Esto no os impide querer mantener los sindicatos. Usted tampoco ignora que la Unión obrera, es decir, las organizaciones de fábrica, y el Rank-and- File Movement, son organizaciones revolucionarias. Según sus propias declaraciones, de usted, nosotros debemos tener por objetivo las organizaciones de fábrica. Sin embargo, usted intenta estrangularlas. Las organizaciones gracias a las cuales los obreros y, por tanto, la masa, pueden adquirir la fuerza y el poder, usted quiere estrangularlas; y aquellas en las que la masa sirve de instrumento a las jefes, usted quiere conservarlas. Usted apunta así a subordinarse los sindicatos, a subordinarlos a la Tercera Internacional.

¿Por qué? ¿Por qué sigue usted esta mala táctica? Porque usted quiere las masas alrededor de usted, cualquiera que sea su calidad, con tal de que sean las masas. Y usted cree que basta tener a su lado las masas que le obedezcan gracias a una disciplina y una centralización rígidas (de un modo comunista, semi-comunista o en absoluto), para que ustedes, los jefes, tengan la partida ganada.

En una palabra: porque usted hace una política de jefe.

Sin jefes ni centralización no se llega a nada (lo mismo que sin partido). Sin embargo, cuando se habla de política de jefe, se entiende la política que consiste en reunir a las masas sin preguntarles cuáles son sus convicciones, sus sentimientos, y que supone que la victoria es de los jefes desde el momento en que han conseguido ganarse las masas.

Pero en Europa occidental esta política, tal como el Ejecutivo y usted mismo la ponen en obra hoy en la cuestión sindical, está destinada al fracaso. Pues el capitalismo es todavía demasiado poderoso allí, y el proletariado demasiado reducido a sus solas fuerzas. Fracasará como la de la Segunda Internacional.

Aquí es a los obreros mismos a los que corresponde convertirse en una fuerza y después, gracias a ellos, a los jefes. Aquí hay que coger el mal, la política de jefe, por la raíz.

La táctica que han adoptado ustedes, el Ejecutivo y usted, en materia sindical, demuestra con extrema nitidez que si ustedes no cambian como mínimo esta táctica, ustedes no podrán dirigir la revolución europea occidental.

Usted dice que la “Izquierda”, al seguir su propia táctica, no hace más que charlatanear. ¡Pues bien!, camarada, la “Izquierda” apenas ha tenido, hasta el presente, ocasión de pasar a la acción en otros países. Pero volved solamente la mirada hacia Alemania, volvedla hacia la táctica y los actos del KAPD frente al golpe de Kapp, así como en lo concerniente a la revolución rusa, y usted estará ciertamente obligado a retirar lo que usted ha dicho.

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9 Ver A. Pannekoek: “Revolución mundial y táctica comunista”, en Pannekoek et les Conseils ouvriers, p. 178-180 (n.d.t.f.).

10 Cae de su peso que esta combinación nueva de individualismo y de centralismo no se presenta al mundo totalmente acabada, sino que se está haciendo, un proceso que no se desarrollará y concluirá más que en la lucha.

11 Por más que usted diga en tono sarcástico que la Unión misma no puede eludir los compromisos, esta observación cae de plano. Pues es fundada sólo en cuanto la Union se bate por mejoras en el marco del capitalismo. No lo es desde el momento en que se bate por la revolución.

12 Shop Committees, Shop Stewards y, más particularmente en el país de Gales, Industrial unions.

13 Pretender que en Alemania este movimiento ha sido creado “desde arriba” es muestra de una pura y simple calumnia.

14 Como tantos otros, camarada, usted nos viene con ese argumento de que si los comunistas abandonasen los sindicatos, perderían el contacto con las masas. Pero el mejor de los contactos, ¿no es el contacto cotidiano en la fábrica? ¿Y no se han convertido ahora todas las fábricas ni más ni menos que en lugares de discusión? A partir de ahí, ¿cómo podrían los “izquierdistas” perder el contacto?.

15 El ejemplo siguiente dará una idea de la confusión que engendra semejante oportunismo: Hay países en los que se encuentran, además de los sindicatos reformistas, organizaciones sindicalistas revolucionarias que, sin ser las buenas, luchan mejor que las primeras. Las tesis de Moscú les imponen fusionarse con las grandes organizaciones reformistas. De este modo, los comunistas se ven forzados frecuentemente a comportarse como rompehuelgas; ese ha sido el caso en Holanda, por ejemplo. Pero hay algo más fuerte todavía: la AAU se ve condenada por crimen de escisión. Pero, ¿qué hace la III Internacional? ¡Ella pone en marcha una nueva Internacional sindical!


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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