Herman Gorter Carta abierta al camarada Lenin
Índice
I – INTRODUCCIÓN
Querido camarada Lenin,
La lectura de su folleto sobre el izquierdismo en el movimiento comunista me
ha enseñado mucho, como todo lo que usted ha escrito. Le estoy agradecido como,
sin duda, muchos otros camaradas. Este folleto me ha liberado, y sin ninguna
duda me liberará aún de un montón de manchas y gérmenes de esta enfermedad infantil
que subsistían innegablemente en mí. Lo que usted dice de la confusión engendrada
en una muchedumbre de espíritus por la revolución es, de igual modo, totalmente
justo. ¡La revolución se ha producido de manera tan brusca, tan diferente también
de lo que esperábamos! Y su folleto me incitará más que nunca a no juzgar cuestiones
de táctica, comprendidas las de la revolución, más que en función de la realidad,
de las relaciones reales entre las clases tal como se manifiestan en los
planos político y económico.
Después de haberle leído, he pensado: todo esto es
justo. Pero cuando, con reflexión, me he preguntado largamente
si en adelante era necesario que dejase de apoyar a estos
“izquierdistas” y de escribir artículos para el KAPD y para el
partido opositor de Inglaterra, he debido concluir con un no.
Esto parece contradictorio. Pero la causa de ello es que usted parte de un
punto de vista equivocado. Usted se equivoca, a mi parecer, acerca de las condiciones
de la revolución europea occidental, es decir, sobre las relaciones de las clases
cuando usted las cree conformes a las condiciones rusas; he ahí por qué usted
no comprende las razones de la Izquierda, de la Oposición. Así, el folleto parece
ser justo si se adopta su punto de partida, pero si se lo rechaza
(como hay que hacerlo), el folleto es totalmente falso de una punta
a la otra. El conjunto de sus juicios, unos equivocados parcialmente,
otros indiscutiblemente falsos en su totalidad, le llevan a condenar el movimiento
de izquierda, sobre todo en Alemania y en Inglaterra. Por otro lado, y sin estar
de acuerdo en todos los puntos con este último – sus dirigentes lo saben bien
– estoy firmemente resuelto a apoyarlo. Por eso creo actuar de la mejor manera
respondiendo a su folleto con una defensa de la Izquierda. Esto me permitirá
no sólo hacer resaltar sus razones de ser, mostrar la justeza de sus posiciones
en el estadio actual, aquí y ahora, en Europa occidental, sino también, y quizá
sea tan importante, combatir las ideas falsas que prevalecen, especialmente
en Rusia, a propósito de la revolución europea occidental. Me es necesario
hacer lo uno y lo otro, pues la táctica europea-occidental
depende tanto como la rusa de la concepción que se tiene de la revolución en
Europa Occidental.
Me hubiera gustado hacerlo en el congreso de Moscú,
pero no estaba en condiciones de acudir allí.
En primer lugar debo refutar dos de sus aserciones, las cuales pueden falsear
el juicio de los camaradas y del lector. Usted ironiza sobre la controversia
que, en Alemania, gira en torno a la “dictadura de los jefes o de las masas”,
de “la base o de la cúspide”, etc., declarándola tonta. Estamos completamente
de acuerdo en que no deberían plantearse tales problemas. Pero no para ironizar
sobre ello. Pues, ¡desgraciadamente!, son cuestiones que continúan planteándose
en Europa occidental. En muchos países de Europa occidental todavía tenemos,
en efecto, jefes del tipo Segunda Internacional, aún estamos a la búsqueda de
dirigentes adecuados que no aspiren a dominar las masas y no las traicionen
y, mientras no los tengamos, defendemos que todo se haga de abajo arriba, y
por la dictadura de las masas mismas. Si tengo un guía en la montaña que me
conduce al abismo, prefiero no tener ninguno. Cuando hayamos encontrado los
jefes adecuados, abandonaremos esta búsqueda. Pues entonces masa y jefe no serán
realmente sino una sola cosa. Es esto, y ninguna otra cosa, lo que entendemos
por estas palabras, la izquierda alemana, la izquierda inglesa y nosotros.1
Lo mismo ocurre con su segunda afirmación, según la cual el jefe debe formar
con la masa un todo homogéneo. Queda por encontrar, por formar, tales jefes
que no formen más que uno, realmente, con la masa. Y las masas,
los partidos políticos, y los sindicatos no podrán conseguirlo más que a través
de los combates más rudos, combates a librar también en su mismo seno. Esto
se aplica también a la disciplina de hierro y a la centralización más rigurosa.
Consentimos en ello, pero sólo después de haber encontrado los jefes adecuados,
no antes. Y sus sarcasmos no pueden tener sino una influencia nefasta
sobre la más ardua de las luchas que ya se libra, con todo vigor, en Alemania
y en Inglaterra, los países más cercanos a ver realizarse el comunismo. Usted
sirve de esta manera a los elementos oportunistas de la Tercera Internacional.
Pues uno de los medios que emplean ciertos elementos de la liga Espartaco y
del BSP inglés, y también muchos otros PC, para engañar a los trabajadores,
es precisamente presentarles la cuestión masa-jefes como una tontería, declararla
“tonta y pueril”. Con esta frase evitan, quieren evitar, que
se les critique a ellos, a los jefes. Con frases sobre la disciplina de hierro
y la centralización, aplastan a la Oposición. Usted le da a los elementos oportunistas
el trabajo hecho.
Usted no debería hacer esto, camarada. En Europa Occidental, nosotros estamos
todavía en la etapa preparatoria. Valdría mas pronunciarse por los que
se baten que por los que mandan como dueños.
Esto no lo digo aquí más que de paso, y volveré sobre
ello más tarde. Una razón más grave todavía es causa de mi
desacuerdo con su folleto. Esta razón es la siguiente:
A pesar de la admiración y la adhesión que poco más o menos todo lo que usted
ha escrito ha suscitado en nosotros, marxistas europeos, hay un punto sobre
el que, al leerlo, nos volvemos repentinamente circunspectos, un punto sobre
el que esperamos explicaciones más detalladas y que, a falta de ellas, no aceptamos
más que con reserva. Se trata de los pasajes en que usted habla de los obreros
y de los campesinos pobres. Esto le ocurre a usted muy, muy
frecuentemente. Y usted habla en cada ocasión de estas dos categorías como de
factores revolucionarios en todo el mundo. Sin embargo, por cuanto yo sé, usted
no hace resaltar en ninguna parte de manera clara y tajante la diferencia
muy grande que existe en este plano entre Rusia (y algunos países de
Europa del Este) y Europa Occidental (es decir, Alemania, Francia,
Inglaterra, Bélgica, Holanda, Suiza y los países escandinavos, quizá incluso
Italia). Y sin embargo, a mi parecer, es precisamente esta diferencia la que
origina las divergencias que oponen su concepción de la táctica a seguir en
las cuestiones sindical y parlamentaria, a la de las “izquierdas” europeo-occidentales
sobre la diferencia que existe a este respecto entre Europa occidental y Rusia.
Esta diferencia, seguro que usted la conoce tan bien como yo pero, al menos
en las obras suyas que he podido leer, usted no ha sacado en absoluto las consecuencias
de ella. He ahí por qué lo que usted dice de la táctica oeste-europea es falso2.
Esto ha sido y sigue siendo tanto más peligroso cuanto que su juicio sobre la
materia es repetido mecánicamente en todos los partidos comunistas, incluso
por marxistas. Si creyésemos los periódicos, revistas, folletos y reuniones
públicas comunistas, ¡Europa Occidental estaría a punto de conocer una revuelta
de campesinos pobres! Nadie alude a la gran diferencia con la situación rusa.
Por el hecho de que ustedes, en Rusia, tenían una enorme clase de campesinos
pobres y que ustedes han logrado la victoria con su ayuda, ustedes se figuran
que nosotros, en Europa Occidental, podemos también contar con ello. Por el
hecho de que ustedes, en Rusia, han vencido únicamente gracias
a esta ayuda, ustedes se figuran que aquí ocurrirá igual. Al menos eso es lo
que da a entender su silencio sobre esta cuestión, en cuanto concierne a Europa
occidental, y toda su táctica se deriva de ahí.
Esta concepción no concuerda con los hechos. Existe una formidable diferencia
entre Rusia y Europa occidental. De Este a Oeste, la importancia de los campesinos
pobres no hace más que disminuir, en general. En ciertas regiones de Asia, China,
India, esta clase sería absolutamente determinante si estallase una revolución;
en Rusia, constituye el factor indispensable, un factor decisivo de la revolución;
en Polonia y en los diversos Estados de Europa central y de los Balcanes, conserva
su importancia a este respecto; pero después, cuanto más se va hacia el oeste,
tanto más hostil se revela a la revolución.
En Rusia, el proletariado industrial reunía siete u ocho
millones de hombres, pero se contaban veinticinco millones de
campesinos pobres. (Ruego me disculpe eventuales errores de
cifras, pues cito de memoria, por la urgencia de esta carta). Al
no haber dado Kerenski la tierra a los campesinos pobres, usted
sabía que éstos no tardarían gran cosa en unirse a ustedes. Ése
no es, ése no será el caso en los países de Europa occidental que
he citado, donde no existe semejante situación.
Aun siendo a veces dramática, la condición de los
campesinos no lo es tanto entre nosotros como entre ustedes.
Los campesinos pobres de Europa occidental disponen de una
parcela de tierra, ya sea en arriendo o en propiedad. Excelentes
medios de comunicación les dan frecuentemente la posibilidad
de dar salida a una parte de sus productos. La mayor parte del
tiempo les queda de qué comer en los momentos difíciles. Y su
situación ha mejorado desde hace unas decenas de años. Ahora,
durante la guerra y después, pueden exigir precios elevados.
Son indispensables, pues no se importan productos alimenticios
sino con parsimonia. Por tanto, pueden continuar vendiendo al
mejor precio. El capital los apoyará mientras él mismo siga en
pie. La condición de los campesinos pobres entre ustedes era
mucho más horrible. Por esta razón tenían ellos también un
programa político revolucionario y se habían organizado en
partido político: el partido socialista-revolucionario. Aquí no es
el caso en ninguna parte. Además, en Rusia había una masa
enorme de bienes susceptibles de ser repartidos: grandes
propiedades de tierra, dominios de la corona y del Estado,
tierras de la Iglesia. Pero los comunistas europeo-occidentales,
¿qué podrían ofrecer a los campesinos pobres para atraerlos a la
revolución, para ganárselos?
En Alemania había, antes de la guerra, de cuatro a cinco
millones de campesinos pobres (hasta 2 ha). Los grandes
dominios propiamente dichos (más de 100 ha) ocupaban todo lo
más de ocho a nueve millones de hectáreas. Si los comunistas
los repartiesen todos, los campesinos pobres no dejarían de
seguir siendo pobres, al haber de siete a ocho millones de
obreros agrícolas que también exigirían algo. Pero ni siquiera
podrán repartirlos todos, pues quieren conservarlos para hacer
de ellos explotaciones a lo grande3.
Así, los comunistas de Alemania no tienen ningún
medio para atraer hacia sí a los campesinos pobres, salvo en
algunas regiones relativamente poco extensas. En efecto, no se expropiará las explotaciones pequeñas y medianas, eso es
seguro. Ocurre más o menos lo mismo con los cuatro o cinco
millones de campesinos pobres con que cuenta Francia; igual
también en Suiza, Bélgica, Holanda y en dos de los países
escandinavos4. Lo que predomina en todas partes es la
explotación pequeña y mediana. Incluso en Italia, no es seguro
del todo que tuviesen los medios para hacerlo. Y no hablemos
de Inglaterra, donde apenas habrá de cien a doscientos mil
campesinos pobres.
Por tanto, las cifras muestran que en Europa occidental hay relativamente pocos
campesinos pobres. Y consiguientemente, las tropas auxiliares que podrían formar,
en el mejor de los casos serían escasas.
Más aún, prometerles el fin del arriendo y de la renta hipotecaria no bastará
para seducirlos. Pues, detrás del comunismo, ven asomar la guerra civil, la
desaparición de los mercados y el desastre general.
A menos que venga una crisis mucho más espantosa que la que hace estragos
hoy en Alemania, una crisis que sobrepase en horror todo lo que se ha conocido
hasta hoy, los campesinos pobres de Europa occidental apoyarán el capitalismo
mientras les quede un soplo de vida.
Los obreros de Europa occidental están completamente solos. No pueden contar,
efectivamente, más que con una fracción extremadamente pequeña de la pequeña
burguesía pobre. Y que no tiene gran peso desde el punto de vista de la economía.
Por tanto, deberán hacer la revolución totalmente solos. He ahí una gran diferencia
con Rusia.
Usted sabía, camarada Lenin, que el campesinado no tardaría con seguridad
en unirse a ustedes. Usted sabía que Kerenski no podía ni quería darle la tierra.
Usted sabía que aquel abandonaría pronto a éste. “¡La tierra a los campesinos!”,
tal era la fórmula mágica gracias a la cual ustedes podían unirlos al proletariado
al cabo de unos meses. Nosotros, por el contrario, tenemos la certidumbre de
que por el momento los campesinos de toda Europa occidental apoyarán el capitalismo.
Usted quizá hará valer que si no hay en Alemania masas campesinas dispuestas
a echarnos una buena mano, millones de proletarios que todavía hoy se inclinan
por la burguesía vendrán con seguridad a nosotros. Que, por tanto, el lugar
de los campesinos pobres rusos será ocupado aquí por proletarios. Que, así,
habrá refuerzos.
También esta idea es falsa en su principio. La diferencia con Rusia sigue
siendo enorme. Los campesinos rusos no se unieron al proletariado sino después
de la victoria. Pero sólo cuando los obreros alemanes que persisten hoy todavía
en apoyar al capitalismo se unan al comunismo, es cuando comenzará de verdad
la lucha contra el capitalismo.
Los camaradas rusos han vencido gracias al peso de los campesinos pobres,
gracias a este peso y sólo gracias a él. Y la victoria se ha ido afirmando a
medida que cambiaban de campo. Es porque los obreros alemanes se alinean tras
el capitalismo por lo que la victoria no llega; tampoco será fácil, y la lucha
no comenzará más que a partir del momento en que pasen a nuestro lado.
La revolución rusa ha sido terrible para el proletariado durante los largos
años que ha tardado en madurar. Sigue siéndolo hoy, después de haber conseguido
la victoria. Pero en los momentos en que tuvo lugar, ha sido fácil justamente
gracias a los campesinos.
Entre nosotros es totalmente distinto, exactamente lo contrario. El antes
y el después son igualmente fáciles, pero cuando tenga lugar será terrible.
Pues el capitalismo, que en su país era débil, que apenas se despegaba del feudalismo,
de la Edad Media, incluso, de la barbarie, entre nosotros es fuerte, potentemente
organizado y profundamente arraigado. En cuanto a los pequeño-burgueses pobres
y los pequeños campesinos, que siempre están del lado del más fuerte, permanecerán
en el campo del capitalismo hasta el último día, excepto una pequeña fracción
de entre ellos, sin importancia desde el punto de vista económico.
En Rusia, la revolución ha vencido con la ayuda de los campesinos pobres.
Es necesario meterse esto en la cabeza aquí, en Europa occidental, y en todo
el mundo. Pero los obreros de Europa occidental están solos, no se puede estar
más solos, y esto hay que metérselo en la cabeza en Rusia.
El proletariado de Europa Occidental está solo. Esa es la verdad. Es sobre
ella, sobre esta verdad, sobre la que debemos basar nuestra táctica. Toda táctica
que tenga otra base es falsa, y conduce al proletariado a las peores derrotas.
Que esta tesis sea exacta, la práctica lo confirma además. En efecto, no sólo
los pequeños campesinos de Europa occidental no tienen programa, no sólo no
han reivindicado la tierra, sino que ahora que el comunismo se acerca tampoco
se mueven. Pero, por supuesto, no hay que dar a esta tesis un sentido demasiado
absoluto. Como ya he señalado, existen en Europa occidental regiones donde predominan
los grandes dominios y donde, por tanto, se pueden ganar los campesinos pobres
al comunismo. Es posible hacer otro tanto en razón de factores locales y otros.
Pero se trata de casos relativamente raros. Tampoco quiero decir que ningún
campesino pobre se unirá a nosotros. Sería absurdo. Por eso necesitamos continuar
haciendo propaganda entre ellos. Pero también necesitamos determinar nuestra
táctica para emprender y proseguir la revolución. Lo que yo decía concernía
al tipo general, la tendencia general. Y es sobre ésta sobre la que se puede
y se debe basar la táctica. 5
Pues las masas, los proletarios rusos tenían la seguridad y constataban ya
durante la guerra, frecuentemente con sus propios ojos, que los campesinos acabarían
pronto alineándose con ellos. Los proletarios alemanes, por no hablar primero
más que de ellos, no ignoran que tienen contra ellos al capitalismo nacional
y al conjunto de las otras clases.
Ciertamente, en Alemania había ya antes de la guerra de diecinueve a veinte
millones de obreros entre setenta millones de habitantes, pero los proletarios
alemanes se encuentran solos frente a las otras clases. Se enfrentan a un capitalismo
incomparablemente más poderoso que el capitalismo ruso. Y están desarmados,
mientras que los rusos estaban armados.
Por tanto, la revolución exige de cada proletario alemán, de cada uno en particular,
todavía mucho más ánimo y espíritu de sacrificio que de los rusos. Esto se deriva
de las relaciones económicas y de las relaciones de clases en Alemania, ¡no
de una teoría cualquiera ni de la imaginación de románticos de la revolución
o de intelectuales!
Si la clase obrera, o al menos su aplastante mayoría, no se compromete individuo
por individuo, con una energía casi sobrehumana, a favor de la revolución, contra
todas las otras clases, la derrota está asegurada. Usted me concederá, en efecto,
que para poner a punto nuestra táctica necesitamos contar con nuestras propias
fuerzas y no con una ayuda extranjera, rusa, por ejemplo.
El proletariado solo, sin ayuda, casi sin armas, frente a un capitalismo homogéneo,
esto quiere decir en Alemania: cada proletario, la gran mayoría de ellos, un
militante consciente; cada proletario, un héroe. Y lo mismo ocurre en toda Europa
occidental. La mayoría del proletariado a transformar en militantes conscientes
y organizados, en comunistas auténticos, debe ser mucho más grande, relativa
y absolutamente, entre nosotros que en Rusia.
Para repetirme: esto, como consecuencia no de invenciones, de sueños de intelectual
o de poeta, sino sobre la base de las realidades más patentes.
Y cuanto más aumenta la importancia de la clase, más disminuye proporcionalmente
la de los jefes. Esto no quiere decir que no haya que tener los mejores jefes
posibles. Los mejores de todos no son aún bastante buenos y nosotros estamos
justamente buscándolos. Esto solamente quiere decir que la importancia de los
jefes, comparada a la de las masas, se reduce.
Si se quiere conseguir la victoria, como ustedes, con siete u ocho millones
de proletarios en un país de ciento sesenta millones de habitantes, entonces
sí, ¡la importancia de los jefes es enorme! Pues conseguir la victoria con tan
poco sobre tanta gente es, ante todo, cuestión de táctica. Para triunfar como
ustedes, camarada, en un país tan grande con una tropa tan pequeña, pero con
una ayuda externa a la clase, lo que importa en primer lugar es la táctica del
jefe. Cuando ustedes han comenzado el combate, camarada Lenin, con
esa pequeña tropa de proletarios, fue su táctica la que, en el momento propicio,
permitió librar la batalla y atraerse los campesinos pobres.
Pero, ¿en Alemania? Allí, la táctica más hábil, la claridad más grande, incluso
el genio del jefe, no es lo esencial, no lo principal. Allí no hay nada que
hacer: las clases se enfrentan, una contra todas. Allí, la clase proletaria
debe decidir por sí misma. Por su potencia, por su número. Pero al ser el enemigo
también formidable, infinitamente mejor organizado y armado, su potencia
es ante todo cuestión de calidad.
Frente a las clases poseedoras rusas, ustedes estaban en la situación de David
frente a Goliat. David era pequeño, pero su arma mataba con seguridad. El proletariado
alemán, inglés, europeo-occidental, hace frente al capitalismo como un gigante
ante otro gigante. En este combate, todo es asunto de fuerza. De fuerza material,
sin duda, pero también de fuerza espiritual.
¿Ha observado usted, camarada Lenin, que no hay “grandes” jefes en Alemania?
Todos son hombres completamente corrientes. Lo que demuestra enseguida que esta
revolución será en primer lugar obra de las masas, no de los jefes.
A mi parecer, será algo grandioso, más inmenso que ninguna otra cosa hasta
el presente. Y una indicación de lo que será el comunismo. En toda Europa occidental
ocurrirá como en Alemania. El proletariado está solo en todas partes.
La revolución de las masas, de los obreros, de las masas obreras y de ellas
solas, ¡por primera vez desde que el mundo es mundo! Y esto, no porque está
bien o porque es bonito o porque lo ha imaginado alguien, sino porque está determinado
por las relaciones económicas y por las relaciones de clases 6.
De esta diferencia entre Rusia y Europa occidental se deriva, además, esto:
1º Cuando usted, camarada, o el ejecutivo de Moscú, o también los comunistas
oportunistas de Europa occidental, de la Liga Espartaco o del PC inglés, que
le pisan los talones, dicen: “es absurdo plantear la cuestión de las masas o
de los jefes”, ustedes se equivocan no sólo en relación a nosotros, que aún
buscamos jefes, sino también porque esta cuestión tiene, entre nosotros, una
importancia muy distinta que entre ustedes.
2º Cuando usted nos dice: “Jefe y masas deben formar un todo compacto”, esto
no sólo es falso porque nosotros justamente también estamos buscando una tal
unidad, sino también porque la cuestión se plantea entre nosotros de manera
muy distinta que entre ustedes.
3º Cuando usted nos dice: “En el partido comunista debe haber una disciplina
de hierro y una centralización militar absoluta”, esto no es simplemente falso
porque nosotros también estamos por la disciplina de hierro y una fuerte centralización,
sino también porque la cuestión se plantea entre nosotros de manera distinta
que entre ustedes.
De donde el punto 4, cuando usted nos dice: “En Rusia hemos actuado de tal
o cual manera (por ejemplo, después de la ofensiva de Kornilov, o algún otro
episodio), en tal o cual período íbamos al parlamento, o nosotros nos quedábamos
en los sindicatos”, y por eso el proletariado alemán debería hacer otro tanto,
eso no viene a cuento, dado que queda por saber si aún está justificado o es
necesario. Pues las relaciones de clases en Europa occidental son, en la lucha,
en la revolución, muy distintas que en Rusia.
De donde, en fin, el punto 5, cuando usted, o el Ejecutivo de Moscú, o aún
los comunistas oportunistas de Europa occidental pretenden imponernos una táctica
que era perfectamente justa en Rusia – por ejemplo, la que presupone, conscientemente
o no, que los campesinos pobres u otras capas trabajadoras cooperarán pronto,
en otras palabras, que el proletariado no está solo – esa táctica que usted
prescribe para nosotros o que se sigue allí, conducirá al proletariado europeo-occidental
a su perdición o a derrotas espantosas.
De ahí, finalmente, el punto 6, cuando usted, o el Ejecutivo de Moscú, o también
los elementos oportunistas de Europa occidental, como el Comité central de la
liga Espartaco en Alemania y el BSP en Inglaterra, quieren imponernos aquí,
en Europa occidental, una táctica oportunista (el oportunismo se apoya siempre
en elementos exteriores que nunca dejan de faltar al compromiso con el proletariado),
usted se equivoca.
El aislamiento, el hecho de no poder contar con ninguna ayuda, la importancia
más grande de las masas, y por consiguiente, la importancia proporcionalmente
menor de los jefes, esas son las bases generales sobre las que debe basarse
la táctica europea occidental.
Esas bases, ni Radek durante su estancia en Alemania, ni el Ejecutivo de la
Internacional, ni usted mismo, como atestiguan sus declaraciones, las han discernido.
Y es sobre estas mismas bases sobre las que se apoya la táctica del KAPD,
del partido comunista de Sylvia Pankhurst7 y de la gran mayoría de la Comisión
de Ámsterdam, tal como sus miembros han sido nombrados por Moscú.
Partiendo de ahí se esfuerzan en llevar a las masas a un estadio más elevado,
las masas como un todo y también como una suma de individuos a educar para hacer
de ellos militantes revolucionarios, haciéndoles ver claramente (no sólo por
la teoría, sino sobre todo por la práctica) que todo depende de ellos, que no
tiene que esperar ninguna ayuda de otras clases, no mucho de los jefes, sino
todo de ellos.
Abstracción hecha de algunas aserciones privadas8, de detalles y también
de aberraciones inevitables al principio del movimiento – como las de Wolffheim
y Laufenberg – estos partidos y camaradas tienen concepciones perfectamente
justas y usted los combate con argumentos perfectamente falsos.
Cualquiera que atraviese Europa de este a oeste, franquea en un momento dado
una frontera económica que va desde el Báltico al Mediterráneo, en líneas generales,
de Dantzig a Venecia. Al oeste de esta línea hay dominación casi absoluta del
capital industrial, comercial y bancario, unificado dentro del capital financiero.
Este capital ha logrado incluso someter, hasta absorber, el capital agrario.
Presentando un grado de organización elevado, rodea con sus lazos los gobiernos
mejor implantados del globo.
Al este de esta línea no hay este prodigioso desarrollo del capital concentrado
de la industria, del comercio, de los transportes, de la banca, ni, como consecuencia,
el Estado moderno fuertemente estructurado.
Sólo por este hecho, sería un milagro que el proletariado revolucionario pudiese
tener al oeste de esta frontera la misma táctica que en el este.
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1 Nota del editor (francés) (el KAPD, recordémoslo): El KAPD es, sin
duda, más exigente, pronunciándose siempre por el “de abajo arriba”.
2 Usted escribe, por ejemplo, en El Estado y la revolución (ver
Oeuvres, t. 25, p. 456): “La inmensa mayoría de los campesinos, en
todo país capitalista en que hay campesinado (y estos países son mayoría), están oprimidos por el gobierno y aspiran a derrocarlo;
aspiran a un gobierno “a buen precio”. El proletariado solo no puede
llevar a cabo esta tarea.”... Pero el quid es que el campesinado no
aspira al comunismo.
3 Las tesis agrarias de Moscú (adoptadas por el II Congreso de la I.C.
– n.d.t.) lo reconocen explícitamente.
4 No dispongo de datos estadísticos concernientes a Suecia y España.
5 Espero que no intente usted, camarada, apuntarse un triunfo dando un sentido
absoluto a las tesis de su adversario, como hacen las personas de pocos alcances.
Las observaciones de más arriba sólo están destinadas a ellos.
6 Dejo completamente de lado el hecho de que, en razón misma de esta relación
numérica distinta (¡20 millones [de obreros industriales] entre 70 millones
[de habitantes] en Alemania!), la importancia de la masas y de los jefes y las
relaciones entre masas, partido y jefes, tanto en el curso de la revolución
como después, serán muy otras que en Rusia. Profundizar en esta cuestión, de
una importancia extrema por sí misma, me llevaría muy lejos de momento.
7 Al menos hasta el presente.
8 Me ha parecido sorprendente que, en su polémica, usted haga uso casi siempre
de declaraciones privadas de la parte adversa, no de sus tomas de posición públicas.
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