Alfredo Bonanno
Una crítica de los métodos sindicalistas
Índice
Las limitaciones del sindicalismo revolucionario (...)
Fue Sorel quien, quizás involuntariamente, teorizó el
sindicalismo revolucionario. La huelga general sería
usada como un mito que ocupase el lugar de los mitos del progreso,
la igualdad y la libertad: una perspectiva final que
iba a coincidir con la revolución. Por el contrario, la huelga
limitada sería vista como un "ejercicio revolucionario".
La élite revolucionaria iba a usar este ejercicio para dirigir
a las masas a la rebelión contra el Estado, partiendo de reivindicaciones
y procediendo, gradualmente, a la construcción de la nueva sociedad
a partir del modelo sindicalista.
Permítasenos empezar con la Carta de Amiens, punto
de referencia constante del sindicalismo revolucionario. (...)
En este papel se establecieron tanto los principios del apoliticismo
sindicalista como los principios de la lucha contra los patrones por
la abolición de los salarios. (...)
El elemento esencial en el sindicalismo anarquista era el concepto
de la acción directa, una consecuencia lógica de su ser
apolítico (en el sentido del partido) y de la espontaneidad de
la organización sindical. Los errores han de encontrarse en esta
última parte. La organización sindical no puede basarse
en la espontaneidad de masas más de lo que puede el partido político,
incluso si se define a sí misma como "revolucionaria".
De la misma manera, ella no puede permanecer al margen de las vicisitudes
de política de partido y, más pronto o más tarde,
acaba sintiendo su influencia. Por último, en la perspectiva
de la estructura sindical el problema de la acción directa se
transforma, de un medio de lucha en manos de la base, en un medio de
instrumentalizar a ésta última.
Ésta fue la significación del "mito" soreliano
de la huelga general, una trasposición efectiva de un
concepto político en el campo de la lucha obrera. Todo lo que
surge de este campo puede ser producido o por la base (la acción
directa, la espontaneidad, las organizaciones de los productores), o
por el sindicato (los delegados, los comités, las peticiones
oficiales, la negociación, las huelgas dispersas... hasta la
huelga general). La diferencia es esencial.
El error fundamental del sindicalismo revolucionario es claramente
visible en las palabras de Griffuelhes:
"La acción directa es una práctica que está
creciendo a diario. Consecuentemente, en una cierta fase de su desarrollo
ya no será posible llamarla acción directa, será
una explosión generalizada que llamaremos huelga general y que
concluirá en una revolución social."
Del mismo modo, Aristide Briand:
"¿...la revolución? ¿...una alternativa?
¿...una analogía? La tendencia es a una identidad de la
huelga general con la revolución. Este es el mito de la subversión
pacífica, instantánea, realizada a través de la
suspensión universal y simultánea del trabajo." (...)
Ya no hay alternativa, sino analogía; ruptura violenta (en el
caso de los anarquistas como Griffuelhes) o pasaje pacífico (los
reformistas como Briand), nada cambia. En esta perspectiva, el sindicalismo
se convierte en un fin en sí mismo. Muchos militantes anarquistas,
capaces como Pouget de hacer una distinción precisa entre anarquismo
y sindicalismo, ya no lo son después de algunos años,
cuando se convierten en meros sindicalistas, sin saberlo o sin quererlo.
En nuestra opinión, los anarquistas deben reconocer que no es
necesario llamar a la destrucción de las organizaciones sindicales;
pero esto no debe llevar a la conclusión -excesivamente fácil-
de que pueden trabajar dentro de éstas últimas para preparar
camaradas para la revolución. El salto cualitativo es radical,
y no deja espacio para las gradaciones cuantitativas. En este sentido,
Malatesta, que ha vivido la experiencia del fascismo y de la incapacidad
de los sindicatos para confrontarlo, está mejor orientado:
"El sindicato es reformista por naturaleza... El sindicato puede
surgir con un programa revolucionario o anarquista, y esto es lo que
ocurre normalmente. Pero la lealtad a este programa sólo dura
mientras tanto es débil e impotente, un mero grupo de propaganda.
Cuanto más atrae trabajadores y se fortalece, menos es capaz
de mantenerse fiel al programa inicial, que no se convierte en nada
más que en una fórmula vacía." (1925)
"Sería una gran y fatal ilusión creer, como lo hacen
muchos, que el movimiento obrero puede y debe, en sí mismo por
su propia naturaleza, conducir a la revolución. De ahí
la necesidad imperativa de organizaciones realmente anarquistas para
luchar, tanto dentro como fuera de los sindicatos, por la realización
total del anarquismo, buscando esterilizar todos los gérmenes
de degeneración y de reacción." (1927)
Como ya hemos dicho, consideramos un error hablar de una degeneración
en el sindicalismo. Frecuentemente las críticas de los viejos
militantes contienen este aspecto; recuerdan los tiempos mejores, cuando
las relaciones de producción daban cabida a discusiones revolucionarias
dentro de la estructura sindical, y los comparan con el presente, donde
la naturaleza del poder económico se ha racionalizado, rebajando
esto hasta la decadencia del sindicalismo.
"La C.G.T. se ha hundido bajo el reformismo, se ha convertido
en un diente del engranaje del gobierno y ha reducido a cenizas su respaldo
a la revolución. Cada vez que los obreros miran a los hombres
que encarnan el régimen capitalista, ven a sus propios dirigentes
junto a ellos. Lo que es esencial para nosotros de la Carta de Amiens
es nuestro concepto del sindicalismo: el gran artesano de la revolución
capaz de hacerlo todo y, si es posible, de organizarlo todo al día
siguiente de la revolución." (Monatte)
La crítica se desarrolla, pero la ilusión persiste.
Es lo mismo que el argumento que los "reformistas" de la Federación
Anarquista Francesa están proponiendo hoy:
"Para nosotros los anarquistas no es una cuestión de compromiso
o de maniobras políticas, ni aun de posiciones a ganar. Los sindicalistas
de la federación anarquista deben decir, simplemente, incluso
si son los únicos en decirlo (puede que sea preferible que sean
ellos los únicos), que el sindicalismo se está moviendo
en una dirección peligrosa y que, basándose en los principios,
la historia y la evolución económica de los tiempos, de
las dos grandes tendencias que existen hoy en el movimiento obrero ellos
están a favor de la revolucionaria que, como declara la Carta
de Amiens, aspira a «la supresión del sistema salarial»."
(M. Joyeux)
En nuestra opinión, la única manera de formar militantes
revolucionarios reales es construir métodos de lucha que puedan
desarrollarse activamente partiendo desde la base de los trabajadores.
Esto también quiere decir enseñar las dificultades, aproximaciones,
y principalmente las limitaciones objetivas, que la actividad "anarquista"
encuentra dentro de las organizaciones sindicalistas. No es verdad que
el sindicalismo sea la gran universidad popular que lleva a obreros
a entender sus problemas o, si ese ya no es el caso, que deban hacerse
todos los esfuerzos para que así sea. Esta es una vieja ilusión
que puede haber contenido un grano de verdad en el pasado, pero que
es completamente inservible en lo que concierne a los problemas actuales.
A un nivel operativo, las ideologías sindicales reformista y
revolucionaria son más o menos la misma. Ambas luchan por la
preservación de la estructura sindical antes que cualquier otra
cosa. En caso contrario, el problema no existiría. Los reformistas
luchan por conquistas limitadas (salarios y regulaciones) porque esto
habría de conducir a una socialización progresiva de los
medios de producción, hasta su completa socialización
en una coexistencia pacífica. Los revolucionarios luchan por
ganancias limitadas (salarios y regulaciones), porque esto se convierte
en una escuela para la revolución y porque la huelga es una preparación
(un entrenamiento) para la suspensión general del trabajo que
se identifica con la revolución. En realidad, ambos están
luchando por reivindicaciones limitadas y lo hacen en una organización
muy precisa, más o menos piramidal, que tiene sus propias normas,
siendo la esencial de ellas su propia supervivencia como organización.
"La clase obrera debe mirar más allá del capitalismo,
mientras que el sindicalismo está totalmente confinado dentro
de los límites del sistema capitalista." (Pannekoek)
Veremos más tarde en qué consiste este "mirar
más allá". Es importante señalar aquí
que el teórico de los consejos obreros veía claramente
la naturaleza intrínsecamente reformista de la organización
sindical, y no tenía ilusiones sobre el potencial revolucionario
o cualquier otro de tales reclamos.
"En lugar de dirigentes o cuadros omnisapientes, nosotros proponemos
el concepto de "animadores políticos" capaces de proponer
iniciativas para estimular el desarrollo del individuo y para ayudar
a coordinar estas iniciativas, poniendo de este modo en movimiento fuerzas
insospechadas hasta ahora". (Ouvrier face aux appareils -El obrero
frente a los aparatos-).
Pero esto no surge de la organización sindical. Esta figura
política es muy diferente de la de un agitador sindical, ahora
un delegado privilegiado o un burócrata asalariado. El cambio
en la figura humana o social va acompañado por cambios en los
resultados de la acción que cumplen dentro del movimiento obrero.
Obviamente, este activista debe trabajar en la dirección de las
necesidades de los trabajadores. No puede colocarse en una actividad
autodeterminante, creando problemas que no existen o magnificando los
existentes para el solo fin de perpetuarse a sí mismo. Es más,
es la dinámica de la acción directa la que mueve la realidad
de los trabajadores en una dirección diferente a la "consagrada"
por el sindicato.
"Soy anarquista antes que cualquier otra cosa, luego sindicalista;
pero pienso que muchos son sindicalistas primero, luego anarquistas.
Hay una gran diferencia... El culto del sindicalismo es tan dañino
como el del Estado: existe y amenaza con crecer día a día.
Realmente parece que los hombres no pueden vivir sin la divinidad; no
pasa mucho tiempo desde que han destruido una hasta que otra aparece."
(F. Domela Nienwenhuis)
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