Alfredo Bonanno
Una crítica de los métodos sindicalistas
Índice
El sindicalismo y la fase prerrevolucionaria
Todo lo que hemos dicho hasta ahora sobre el problema del sindicalismo
se vuelve particularmente importante en la fase prerrevolucionaria.
Cuando las condiciones para una transformación radical están
maduras, las masas se encuentran frente a problemas muy complejos y
las organizaciones obreras tradicionales son llamadas a responder al
momento histórico.
Aquí el discurso podría extenderse a las organizaciones
específicamente políticas, como los partidos, que presentan
problemas similares; pero preferimos ocuparnos de las organizaciones
sindicales solas, por motivos de simplicidad.
[ Las experiencias históricas ]
La revolución rusa se desarrolló sobre la base de los
soviets. La idea de estas estructuras de base no tiene nada que ver
con el sindicalismo.
"La idea del soviet es una expresión exacta de lo que entendemos
por revolución social; ésta corresponde a la parte constructiva
del socialismo. La idea de la dictadura del proletariado es de origen
burgués y no tiene en absoluto nada que ver con el socialismo."
(R. Rocker)
El proceso degenerativo que sufrieron los soviets también es
bien conocido como para requerir una mención aquí. Lo
que importa es que el papel de las masas fue decisivo, y que el de las
organizaciones sindicales no estuvo al mismo nivel. Podría argumentarse
que esto se debió a un desarrollo inadecuado del instrumento,
o a condiciones económicas no apropiadas; pero eso no resuelve
el problema. Fueron las masas las que estaban listas para la revolución
y las necesidades consecuentes. Lo que hicieron las organizaciones obreras
-en primer lugar los partidos- fue seguir la evolución de la
situación. (...)
Si la revolución fue estrangulada en Rusia, en la Hungría
(de los Consejos) nunca tuvo lugar. Fue diferente en Alemania, donde
los marineros, al enfrentarse a la perspectiva de otra masacre inútil,
se rebelaron con el movimiento de 1918. Tomaron tierra en Hamburgo,
ondeando la bandera roja. Millones de obreros se les unieron y, en pocos
días, toda Alemania era una red de consejos de obreros y campesinos.
Los partidos y los sindicatos intentaron atacar este movimiento espontáneo,
y eso explica por qué no progresó. Exhausto por la lucha
contra la contrarrevolución, el proletariado tenía que
rendirse, determinando así el fracaso de la revolución
misma. Un fenómeno similar ha ocurrido en Italia y España,
y donde quiera que la tensión entre los dirigentes y la masa
revolucionaria se ha desarrollado en nombre de la perspicacia reformista.
Lo que consideramos fundamental en la fase prerrevolucionaria
es la organización de la base de los trabajadores independientemente
de cualquier tipo de estructura política o sindical. La
primera transferiría intereses de clase precisos, a un nivel
tan amplio como para anularles completamente. La segunda les ataría
a una reivindicación progresiva de mejores condiciones, lo que
impediría la posibilidad de una visión radical de la revolución
-o al menos sería incapaz de ponerla en práctica-.
Hemos de entender que el movimiento obrero en su guisa tradicional
es un movimiento de los trabajadores y de sus dirigentes, cuyo único
interés es insertarse ellos mismos dentro de la lógica
del capital para salir airosos en la medida de lo posible. Es hora de
que dejemos de crear ilusiones a este respecto. La fase prerrevolucionaria
da lugar a situaciones específicas que implican maduración
subjetiva y objetiva, pero que no puede evitar lo que es el caso: el
movimiento sindicalista no es un movimiento revolucionario. Cuando
se usan los instrumentos de este movimiento (o se reclama que se usen)
en un sentido revolucionario, esto quiere decir una violación
por una minoría. Los resultados son normalmente peores que el
mal que querían exorcizar.
[ La colaboración sindical en el capitalismo gerencial ]
La atmósfera de los sindicatos está permeada por un
espíritu de colaboración de clases, una visión
corporativa de la economía que une a la burguesía y al
proletariado con la intención de asegurar el máximo bienestar
para los trabajadores.
El capitalismo ha atravesado crisis de producción en el pasado,
ha madurado en la moderna escuela democrática, se ha vuelto ágil
y su propio amo y está animado por un fuerte espíritu
de transformación e innovación. Es incapaz de concebir
el desatino nacionalista y cosas así, estando en curso de elevarse
a los requerimientos internacionales mediante el abandono de la vieja
clase empresarial. El capitalismo al viejo estilo ha dejado
lugar a una nueva versión gerencial. Es perfectamente
consciente de que su mejor amigo y aliado es el sindicato. Sustituyendo
el mito del hombre de negocios por el del tecnócrata, la gran
familiaridad que existe entre el dirigente sindical y el gerente de
fábrica, sus objetivos comunes, la dirección paralela
de sus esfuerzos y la similaridad de su educación, se vuelven
evidentes.
El viejo representante sindical con sus manos callosas, capaz de sacudir
violentamente al jefe, ha sido reemplazado por el intelectual que ha
pasado por la universidad con las manos limpias y un cuello blanco.
Puede encontrarse con el otro intelectual, que ha pasado por la misma
universidad y tomado el puesto del gerente de fábrica, en términos
de igualdad. Si el capitalismo está en proceso de escapar de
las manos de los viejos leones, el sindicalismo se ha liberado de los
viejos dirigentes sindicales por algún tiempo. Ha hecho frente
a los requisitos del futuro de modo inteligente y antes de lo esperado.
Creemos firmemente que, incluso en la época en que el viejo
representante sindical asustaba al jefe con su osadía, las semillas
de la situación presente ya existían, igual que las semillas
de la evolución gerencial existían en el viejo capitalismo
empresarial. La degeneración del cuerpo social nunca es un acontecimiento
"nuevo", como siempre ha enseñado el anarquismo, sino
que es siempre una evolución, una modificación de la situación
que ya existía. Y es el modo en que se usan los medios lo que
condiciona los fines logrados. Aquí, otra vez, el uso de medios
tales como reclamar mejores condiciones, o los intentos de una minoría
para construir una estructura monolítica igual que a la que se
oponen, han contribuido a la incapacidad actual para ver claramente
los objetivos del proletariado.
[ La acción directa y el sindicalismo ]
Por supuesto, el lector podría objetar fácilmente que
ésta no es la perspectiva del anarcosindicalismo. Pero una cosa
es hablar de la muerte y otra morirse. Una cosa es construir bellas
fantasías sociales, otra ponerse en contacto con la realidad.
Una cosa es querer salvar los principios anarquistas, incluso dentro
de la organización sindical, y otra intentar hacerlos entrar
en las reivindicaciones parciales a las que el sindicalismo -a sabiendas
o sin saberlo- está atado por fuerza. Y no hay lugar aquí
para la insistencia en la acción directa. Cuando una organización
de lucha realmente se construye sobre la acción directa, o no
es una organización sindical (en tanto que carece de la estructura
basada en el territorio, la representación, la asistencia y la
ideología típicas de la organización sindical,
que reduciría la cuestión a la semántica), o es
simplemente una parodia de la acción directa, es decir, acciones
que aparentemente usan métodos típicos de la acción
directa pero que no contienen el elemento básico de la autonomía
de la base.
Permítasenos tomar un ejemplo radical, el del sabotaje. El obrero
ataca la estructura de explotación con las herramientas de su
trabajo (su misma fuerza de resistencia, eso es) destruyendo así
tanto la ideología del trabajo (fruto del régimen de sirvientes)
como el rendimiento de la producción para la clase que está
oprimiéndole. Imaginemos que este método de lucha se aplica
al ferrocarril, por ejemplo. Podemos prever dos posibilidades:
1ª) el sindicato, usando secretamente medios que no posee por
el momento, pero que podría desarrollar para este fin, da la
orden de sabotear todas las locomotoras en posesión del ferrocarril.
Por su parte, los trabajadores, obedeciendo las directivas sindicales,
poner todas o algunas de las locomotoras en cuestión fuera de
uso. De este modo, la fuerte presión del sindicato es colocada
sobre la contraparte (en este caso, el Estado, pero el mismo argumento
no cambiaría si se aplicase al sector privado) que acepta las
reivindicaciones realizadas.
2ª) los trabajadores, organizados en la base, discuten, incluso
en grupos aislados, la posibilidad de la lucha contra la explotación
capitalista y la colaboración sindical. Deciden sabotear (aún
en el caso de los ferrocarriles) algunas de las locomotoras, incluso
en una sola área. Los otros trabajadores (de ahí la hipótesis
de que la acción se extienda a otros sectores) comprenden la
validez de tales acciones y, avalándose con una acción
clandestina, o con cualquier otro instrumento que puedan decidir de
acuerdo con el lugar y las necesidades del momento, extienden su iniciativa.
Pueden hacerse proposiciones a la contraparte, pero no necesariamente.
El primer caso no es acción directa. El uso del sabotaje
se hace efectivo por la organización sindical, sobre la base
de la decisión de los dirigentes en vista de un reclamo. En la
práctica, el uso de tal instrumento podría hacerse probable
en caso de una evolución revolucionaria de los sindicatos, pero
siempre sería una evolución en el sentido autoritario.
En el mejor de los casos posibles, el resultado sería un intento
blanquista en la revolución, con todas las consecuencias que
se sucederían. Aun si fuesen sindicalistas libertarios los que
pusiesen tal acción en práctica, anarcosindicalistas capaces
de silenciar cualquier tendencia al autoritarismo determinada por la
estructura de la organización, la tensión revolucionaria
sería algo que estaría siendo impuesto a la masa. Cualquier
decisión de actuar, dadas las condiciones objetivas, no encontraría
suelo fértil para desarrollarse.
Con motivo de este argumento, tomemos el caso de un fenómeno
verdaderamente único, tal como encontrar dirigentes sindicales
de tal franqueza mental desapasionada, y probada fe anarquista, como
para no sentir ninguna atadura particular a sus propias tareas y posición.
La separación entre estos "ángeles" y las masas
trabajadoras, a veces incapaces de entender incluso el mensaje de un
ángel, se volvería evidente.
Éste sería un caso de acción directa. Si el ángel
anarcosindicalista realmente lo es, querrá abandonar inmediatamente
su propia posición y unirse a los otros en la tarea concreta,
específica, que comienza en un lugar y podría extenderse
a otros. Por supuesto, el trabajador podría no encontrar nunca
por su cuenta la solución al problema de la organización
directa de la lucha, y en el caso específico puede que no pueda
encontrar la solución "moral" (no la técnica,
porque esa la conoce mucho mejor que todos los sindicalistas y revolucionarios
puestos juntos) para sabotear una locomotora, y es en este sentido que
el trabajo del revolucionario sigue ahí y es justificable. Pero
el trabajador nunca necesitará ciertamente a alguien para organizarle
en sindicatos, partidos, sectas o cualquier otra forma de este tipo
para llevar a cabo su liberación.
[ * * * ]
Los acontecimientos han mostrado siempre cómo los trabajadores
necesitan estos análisis en cuanto quieren clarificación
acerca de los objetivos a alcanzar y acerca de los medios para defenderse
contra los patrones y sus "consejeros". Y no sabiendo a donde
volverse, a menudo buscan consejo y guía en un dirigente o en
un partido -cuando no la vuelta al poder de la vieja estructura explotadora
misma-. El esclavo que ha vivido toda su vida con cadenas, podría
bien creer que ha hecho eso a causa de ellas, en lugar de a pesar de
ellas, y atacar a quienquiera que intente romperlas. Pero esto es parte
del trabajo indispensable que necesita hacerse ahora. No es un obstáculo
insuperable que conduzca a la inevitabilidad de la dirección
y del mando.
En la fase prerrevolucionaria debe reconocerse, por parte de los trabajadores,
que el sindicato es un colaborador con los patronos, un intermediario
que garantiza ganar ciertos derechos limitados, pero que también
lucha para perpetuar las condiciones que permiten que esta lucha tenga
lugar. En caso de lo contrario, se trataría de un intermediario
que lucha por su propia eliminación.
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