Al principio del aire

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ENSAYO


                                                              entre líneas 

  MONTESQUIEU NOVELISTA  

Por César Guerrero

 

La mayoría de las personas conocemos a Charles Augustin Sainte Beuve, Barón de Montesquieu, por su célebre obra política El espíritu de las leyes.

 Si éste no fuera el caso, al menos todos saben que las democracias modernas se componen de tres poderes, que en esencia, constituyen la realización histórica de las ideas planteadas por este francés nacido en el siglo XVII y muerto en el XVIII, a los sesenta y seis años de edad. 

No obstante, Montesquieu tenía otros encantos literarios, además de obras políticas tan influyentes y decisivas para la historia de la humanidad occidental. Se sospecha que fue el año de 1717 -es decir, a sus veintiocho años- que comenzó a redactar una novela epistolar, recurso poco utilizado entre los novelistas, sobre todo si son contemporáneos. El manuscrito estuvo listo para la primavera de 1721, cuando lo leyó a su amigo Desmolets, y ese mismo verano se imprimió en Ámsterdam, sin firma y con falso pie de imprenta.

Esta breve novela se convirtió pronto en un éxito de ventas, al grado de multiplicarse las ediciones piratas de la obra. Un año después, el primer ministro del reinado de Luis XV, el cardenal Dubois, la prohibió. 

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No es común que occidente mire a Oriente con seriedad. Menos común todavía que occidente se disfrace de oriental para observarse a sí mismo. Esto precisamente es lo que Montesquieu realiza en esta obrita de juventud, las Cartas persas (1) , libro empapado de ironía y de pasajes divertidos pero también trágicos. Sus personajes principales son musulmanes chiítas, entonces llamados persas, hoy iraníes. 

El protagonista es un acomodado cortesano, un hombre que reflexiona sobre la política además de ejercerla. Al denunciar ciertos vicios de la clase política se granjea enemigos en la corte y, con el fin de evitarse mayores conflictos, finge afición a las ciencias, cobrándoles más tarde un gusto verdadero. Sin embargo, su endeble posición le orilla a justificar un exilio con el pretexto de instruirse en occidente. Uzbek, ése es su nombre, emprende un viaje a París desde su residencia en Ispahán (hoy Esfahän, actualmente en Irán, ciudad al sur de Teherán). 

Al abandonar su patria también abandona su serrallo. Sus mujeres le escriben cartas de amor sumiso tan enfebrecidas pidiéndole que vuelva, que puede calificárselas de cualquier cosa menos de poco convincentes. Sus eunucos y esclavos también le envían misivas, pero para quejarse de lo difícil que resulta gobernar un serrallo de caprichosas mujeres, así como de la condición que les impide satisfacer su libido, teniendo que contentarse con el desdén por quienes ostentan la belleza y con hacer cumplir el orden para beneficio de su dueño, como último recurso de afirmación de la propia personalidad. 

*

El viaje se realiza en diez etapas: Ispahán (hoy Esfahän, Irán), Com (Qom, Irán), Tauriz (Tabriz, Irán), Eriván (Ereván, Armenia), Erzerón (Erzurum, Turquía), Tocat (ya no existe, pero podría ser Kayseri, actualmente la principal ciudad de la Capadocia, en Turquía, donde Tocat fue centro de caravanas), el puerto de Esmirna (Izmir, Turquía), frente al mar Egeo, Liorna (Livorno, Italia), puerto frente al mar Tirreno, Marsella y París. Si unimos estas ciudades por líneas rectas se suman 5,184 kilómetros, aproximación inexacta de la distancia que en realidad se recorre. El trayecto inicia aproximadamente el día 19 de la luna de Maharram (marzo) de 1711 y termina el día 4 de la luna de Chalval (diciembre) de 1712. La narración entera concluirá luego de ciento sesenta y una cartas el día 8 de la luna de Rebiab 1 (mayo) de 1720. (2) 

*

Las Cartas persas no son un libro de viajes paisajista, sino costumbrista. En sus cartas, Uzbek y su amigo Rica, ambos en París, así como Redi, en Venecia, comentan las costumbres occidentales, las analizan con una combinación de asombro, minuciosa curiosidad y también sorna. Muchas de ellas son grandes muestras de humor negro. Algunas más, breves, pero profundas discusiones sobre asuntos de gobierno. La política, la religión y la moral son sus tres grandes temas. Por su parte, los cortesanos de la Francia de entonces así como los supuestos sabios y científicos de la época son objeto de constante escarnio. 


De política, religión y economía

Los estudiosos de la política han visto en las Cartas persas un preludio de las futuras ideas del influyente pensador francés, más sistemáticamente expuestas en El espíritu de las leyes. Según se desprende de su lectura, un gobierno es bueno cuando sus métodos de ejercicio del poder se adecuan mejor a las costumbres de la población a la que gobierna, de modo que para Montesquieu la eficacia de las formas de gobierno y de sus leyes es, en realidad, relativa. 

La imaginación se adapta naturalmente a las costumbres del país donde uno vive; ocho días de cárcel o una pequeña multa hacen tanta impresión en el ánimo de un europeo criado en un país de clemencia, como asusta la pérdida de un brazo a un asiático. [...] No noto por otra parte que en Turquía, en Persia y el Mogol se observe más bien la policía, la justicia y la equidad que en las repúblicas de Holanda y Venecia, y aun en Inglaterra, ni que se cometan menos delitos, o que asustados los hombres por el rigor de los castigos obedezcan más bien las leyes. 
                                                               CARTA LXXX

Montesquieu observa por boca de Uzbek un padecer que no sufrimos menos hoy en día: 

Los más de los legisladores han sido hombres de cortas luces que ha puesto el acaso a la cabeza de los demás y casi nunca han seguido más norte que sus antojos o sus preocupaciones; y como si hubiesen desconocido la alteza y la dignidad de la obra que hacían, se han divertido en imaginar pueriles instituciones... [...] Algunos han tenido la afectación de valerse de otro idioma (el latín) que el vulgar, cosa disparatada en un legislador; porque, ¿cómo se han de observar las leyes si no se conocen? 
                                                            CARTA CXXIX

Como tema en sí, la política ocupa pasajes breves. En contraste, la religión es uno de los temas más amplios. Quizá por su influencia en todos los ámbitos. Pero iniciando con los aspectos propios de la misma, a los personajes musulmanes no les pasan desapercibidas las contradicciones y la hipocresía de los cristianos respecto de los principios que dicen profesar. 

Menester es que te confiese que no he notado entre los cristianos aquella vehemente persuasión de su religión que vemos entre los musulmanes. En los primeros hay mucha distancia de la profesión a la creencia, de la creencia al convencimiento y del convencimiento a la práctica...
                                                                   CARTA LXXV

Señalan además una actitud muy común en la época, e incluso en nuestros días, que mejor sería aceptar y replantear:

El que de todo duda como filósofo nada se atreve a negar como teólogo.
                                                                CARTA LXVI

Así como los cristianos pueden ser criticados, Montesquieu observa que el excesivo énfasis de las religiones en los ritos es un problema común al que ninguna escapa, distrayendo al fiel de lo esencial a la naturaleza del hombre religioso: el amor a Dios, independientemente de la forma de manifestarlo.

Días pasados sucedió que me comí un conejo en un caravanseray y tres hombres que a mi lado estaban me llenaron de susto, sustentándome todos tres que había cometido una grave ofensa contra vos (o sea, Dios); uno, porque era un animal inmundo (un judío); otro, porque estaba ahogado, (un turco); y el tercero, porque no era pescado (un armenio) (3) . [...] Señor, todas estas razones me ponen en inexplicable confusión: ni siquiera menear la cabeza puedo sin que me metan miedo de ofenderos, puesto que quisiera agradaros y emplear en serviros la vida que me habéis dado. No sé si me equivoco, pero creo que el modo más seguro de conseguirlo es vivir como buen ciudadano en la sociedad donde habéis querido que naciera, y como buen padre de familias en la que me habéis dado. 
                                                                                     CARTA XLVI

Es tan importante la religión para distinguir a Occidente de Oriente, así como para el estudio de una sociedad y sus valores, que no pueden discriminarse sus efectos sobre múltiples aspectos de la vida social. Tras la lectura de las Cartas persas no es difícil percibir su utilidad para el análisis de la política. De acuerdo al sistema de valores de cada una de ellas, la organización política, social, económica y legal, así como las relaciones entre los sexos y sus efectos en la población, son distintos. Su enorme influencia se percibe de nuevo al comparar sociedades tan diferentes bajo la óptica de los valores en que se sustenta una religión distinta a la propia. Un primer ejemplo aparece cuando Montesquieu pone en boca de su personaje una exhortación a la tolerancia, precedida por un argumento de pragmatismo económico. 

Confieso que están llenas las historias de guerras de religión; pero mirándolo bien, no ha sido la muchedumbre de religiones la que estas guerras ha ocasionado, sino el espíritu de intolerancia que animaba la que se creía dominante.
                                                                                CARTA LXXXV

...no sé si no fuera útil que hubiese en un estado muchas religiones. Los sectarios de las religiones toleradas se nota que por lo común son más útiles a su patria que los que profesan la dominante, porque lejos de los cargos, y no pudiendo hacerse lugar como no sea por su opulencia y riquezas, se esfuerzan a granjearlas con el sudor de su frente y abrazan las más duras profesiones de la sociedad. 
                                                                                 CARTA LXXXV

Otra manifestación más de la influencia religiosa, sólo que en política internacional. Uno de los personajes admite que los musulmanes no conquistarían Venecia por la dificultad que encontrarían en dicha ciudad para realizar sus abluciones, mismas que requieren de agua dulce. Y en economía y política internas, Usbek observa algo importantísimo, que bien podría aplicarse en parte a los católicos: 

...los países mahometanos cada día están más yermos por consecuencia de una opinión que, puesto que en sí sea santísima, no deja de acarrear perniciosísimos efectos cuando se arraiga en los ánimos; y es ésta, que nos contemplamos como unos peregrinos que deben siempre tener puestas sus miras en otra patria, y así nos parecen locura las útiles y duraderas tareas [...] y satisfechos con lo presente, sin curarnos de lo venidero, no nos cuidamos ni de reparar los públicos edificios, ni de desmontar las tierras eriales, ni de cultivar las que están en estado de remunerar nuestras labores; y vivimos en una completa apatía, lo fiamos todo a la voluntad de la providencia. 
                                                                                  CARTA CXIX

Ahora bien, un factor de poder político y social indiscutible es la población y sus características. Redi, tras estudiar a los historiadores de la antigüedad, observa que la población del siglo XVIII es mucho menor en todas las regiones del mundo a la que aparentemente existió en los tiempos antiguos. La observación encuentra respuesta en Uzbek, quien propone la siguiente explicación para el caso asiático: 

...obligadas nuestras mujeres a una castidad forzosa, necesitan hombres que las guarden, que no pueden ser otros que eunucos; no permitiendo la religión, los celos y la razón misma que se dejen acercarse a ellas otros. Estos guardas han de ser numerosos, ora para mantener la tranquilidad en medio de la continua guerra que tienen estas mujeres unas con otras, ora para estorbar los acontecimientos externos. De suerte que uno que tiene diez mujeres o concubinas necesita a lo menos otros tantos eunucos para guardarlas. ¡Qué pérdida para la sociedad la de tantos hombres muertos desde que nacen! ¡y qué despoblación a resultar de ella! Las doncellas esclavas que viven en los serrallos, destinadas con los eunucos a servir tan crecido número de mujeres, envejecen casi siempre en una triste virginidad [...] Así ocupa un hombre solo en sus gustos tantas personas de uno y otro sexo, privándolas de la vida útil al estado y haciéndolas incapaces de propagar la especie. 
                                                                                      CARTA CXIV

En el mismo sentido, los católicos tienen desventaja frente a los protestantes, pues un segmento de la población encaminaba su vida al celibato, mientras que los sacerdotes protestantes estaban exentos de esta prescripción. Adicionalmente, la prohibición del divorcio es vista como una limitante a la propagación de la especie, pues impide que matrimonios que fracasan se disuelvan, permitiendo a sus integrantes reubicarse en la sociedad. El asunto termina con la conclusión de que si la población es mayor, aumentará el número de contribuciones al estado y estarán mejor cultivados los campos. Si no hubiera más que los habitantes necesarios para la agricultura, tanto el comercio como la primera desfallecerían, y con ellos la fortaleza de una nación.

Ya que hemos abordado la economía, Montesquieu hace una afirmación que debemos comprender y ejercer para resolver la pobreza en este mundo. 

En un país donde hallan los hijos mantenimiento abundante, sin que disminuya el de sus padres, la especie se multiplica. La propia igualdad de los ciudadanos, que por lo general produce igualdad de caudales, infunde la abundancia y la vida en todas las partes del cuerpo político y las esparce por todo él.
                                                                CARTA CXXII


Vanidades e ingenios

De entre los sabios, científicos y eruditos, Montesquieu se burla de todos sin exceptuar ninguno. Lo hace en múltiples circunstancias y mediante diversas anécdotas. Una ocasión Uzbek visita la biblioteca de un convento. El recorrido dura varios días y el fraile que funge como bibliotecario presenta al visitante iraní las diversas ramas del conocimiento de la época, exponiendo las debilidades de cada una (cartas CXXXIII a CXXXVII). Muchas de las cartas constituyen extraordinarias muestras de humorismo que bien valen la pena de ser leídas todas ellas, pero que pueden resumirse en el siguiente extracto:

Es la manía de los franceses presumir de ingenios, y la manía de los que de ingenios presumen componer libros. No hay sin embargo cosa peor imaginada; cuerda naturaleza había dispuesto que fueran transitorias las locuras de los hombres, y los libros las inmortalizan. 
                                                                             CARTA LXVI

Pero también hay lugar para los consejos sabios:

El defecto capital de los periodistas es que solamente de los libros nuevos hablan, como si fuera nunca nueva la verdad. Me parece que hasta haber leído uno todos los libros antiguos no tiene motivo para preferir los nuevos. 
                                                                                  CARTA CVIII

Rica recibe una carta de un erudito, solicitándole algún manuscrito persiano. Habiendo heredado una fortuna de su tío, este hombre presume de sus actividades, y en su exposición, da pie para la sátira y la burla: 

Actualmente no sé que haya en toda mi casa un mueble fabricado después de la decadencia del imperio romano. Poseo una coleccioncita de manuscritos muy preciosos y muy caros, y puesto que voy perdiendo la vista por leerlos todavía más quiero servirme de ellos que de los ejemplares impresos, que no son tan correctos y todo el mundo los puede leer. [...] Notará vm. entre otras una disertación donde hago ver que la corona que llevaban los antiguos capitanes cuando triunfaban era de roble y no de laurel; y le pasmará otra que corrobora con las más doctas conjeturas, sacadas de los escritos griegos más fidedignos, que Cambises fue herido en la pierna izquierda y no en la derecha. 
                                                                                 CARTA CXLII

Tanto eruditos como científicos son censurados por imprácticos. Por el gusto de transitar una antigua vía romana, el erudito que hemos mencionado pasa siempre por ella aunque sea muy incómoda y rodee más de una legua. Del mismo modo, en una carta enviada a Uzbek, un científico expone lo siguiente:

Yo soy un hombre que toda la noche la ocupo en observar con anteojos de treinta pies esos vastos cuerpos que giran encima de nuestras cabezas; y cuando me quiero desahogar, cojo mis microscopios y contemplo un arador o una hormiga. No soy rico y no tengo más que una pieza, donde no me atrevo a encender lumbre a causa de mi termómetro, que se elevaría con calor artificial. El invierno estuve a pique de morirme de frío... [...] Soy poquísimo comunicativo, y no conozco ni uno siquiera de todos mis vecinos; pero hay un sujeto en Estocolmo, otro en Lipsia y otro en Londres, que no he visto en toda mi vida, y que sin duda nunca veré, con los cuales tengo una correspondencia tan tirada...
                                                                                         CARTA CXLV

A todo esto, Montesquieu concluye que los sabios "es fuerza que se resignen a una reputación equívoca, a privarse de los placeres y a perder la salud". 

Entre los cortesanos hay muchos y variados ejemplos de futilidad, pero de todos ellos quizá los más inútiles hayan sido los llamados "noveleros". Solían reunirse en las Tullerías, para presumir de analistas políticos que todo lo predecían y de que toda intriga podía ser descubierta por ellos.

Estos son los miembros más inútiles del estado, y cincuenta años de sus habladurías han producido el mismo efecto que hubiera resultado de cincuenta de silencio.
                                                                                        CARTA CXXX

*

Esta novela de trama sencillísima, pretexto no para narrar una historia sino para observar inquisitivamente a la sociedad de su época, concluye con el colapso del serrallo de Uzbek. Nadie se salva de la corrosión y del ácido. Ni siquiera el ojo crítico, al perder lo que más estima por dedicarse tantos años en tierras lejanas a observar las diferencias propias y los defectos y extrañas costumbres de los otros distintos a uno mismo. 

Es notable la capacidad de Montesquieu para hacer de un libro analítico un divertimento inteligente y entretenido mediante el humor, capaz incluso de ser un éxito de ventas. Más notable aún es la aguda observación de este hombre, que daría su fruto más serio en El espíritu de las leyes, pero que bien puede degustarse en las Cartas persas.

Las Cartas persas son mucho más que una curiosidad literaria. Son un libro breve capaz de ser profundo; nos permite acercarnos un poco al desconocido oriente pero, sobre todo, a nosotros mismos a la luz de oriente. Si bien hace uso de la sátira para nuestro agrado estético y moral, no abusa de ella; más bien confirma el poder de conocerse a sí mismo a través de los demás, salir de la propia frontera conceptual heredada, ser capaz de observar, preguntar y asombrarse, trascendiendo los apacibles límites de lo conocido. Gracias a ello, estoy seguro, Montesquieu ejercitó su originalidad y, a través de sus ideas, nos permitió crecer como ciudadanos. 


1  Barón de  Montesquieu.  Cartas persas.  Edición,  introducción y  notas de Carlos  Pujol.   Traducción  de  José  Marchena.   Planeta,   Barcelona,   1989,   276  pp.
2   Montesquieu asignó a cada mes del calendario gregoriano un nombre del calendario persa del siguiente modo: Zilcadé, enero; Zilhagé, febrero; Maharram, marzo; Safar, abril; Rebiab 1, mayo; Rebiab 2, junio; Gemadi 1, julio; Gemadi 2, agosto; Rhegeb, septiembre; Chabán, octubre; Rahmazán, noviembre; Chalval, diciembre.
3   Los datos entre paréntesis son notas del propio Montesquieu.

® César Guerrero


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