Al principio del aire

página literaria


POESÍA


apuntes del subsuelo

MEFISTÓFELES

César Guerrero



Una vez que los espíritus fáusticos
me invocaron fuera de la cuadratura del círculo,
que sus miradas inquisidoras
transgredieron conmigo el miedo al movimiento,
y tomaron en sus manos las riendas del destino

hube de disolver las riberas que se ofrecieron al hombre y por el hombre creadas,
hube de derrumbar sus techos y desgarrar sus vestimentas
a fin de que sus ojos pudieran hurgar en sus entrañas,
en el sentido de sus palabras y gestos.

Quebramos en pedazos, inmisericordes, sin pausa,
cada una de las imágenes que bebían sus ojos,
las formas que ingerían sus pieles mortales,
hasta moler sus restos en granos más finos que el polvo
y los extendimos sobre la mesa de disección del horizonte,
y el viento y el agua y la luz las disolvieron en su cuerpo de lente diáfano,
a través del cual pudimos escudriñar por vez primera el rostro oculto de su fuente.

Desafiamos a la muerte con la soberbia de nuestros actos.

Dudamos desde entonces de todo lo que habían creído nuestros sentidos,
de los caminos señalados por nuestros atavismos,
a fin de construir sentidos y destinos nuevos, distintos,
con la culta voluntad de nuestras manos;
obras tan perfectas como provenientes del pensamiento de Dios,
traducido al fin con signos mundanos.
Y cuando lo creímos hecho
Dios bajó de su trono para dejar de existir
porque supimos entonces que Dios era Yo.

Pero he aquí que mis lebreles del método agostaron su hambre y su sed
en los campos hasta dejarlos vacíos, quedando atrapados en la trampa de su orgullo,
que fue también el nuestro.
Así que vinieron a mí, desatando sus lenguas e hincando sus dientes,
amenazándome y amenazando a Fausto con sus ojos de gorgona y basilisco.

Enfebrecidos, obnubilados por lo que nuestros ojos habían visto,
padecimos la locura sin saberlo, hasta que todos habíamos ya perdido algo:
un pie, la lengua, un fragmento de cerebro,
incluso nuestro cuerpo, mutuamente devorados.
El hambre insaciable no se detuvo ante su mirada de hermanos,
porque la palabra hermano no admitía sentimiento personal alguno.
Mi espíritu se había vuelto contra mí,
a punto de condenarse a vagar entre los muros imposibles de la nada.

Es así que quisimos sembrar el caos

para reinventarnos únicos, firmes,

omnipotentes e inalterables creadores

y he aquí que el caos

estaba también en nuestra sangre,

en nuestra saliva y nuestras obras,

en nuestros huesos.


Es así que tanto como atacamos nuestras falsas certidumbres
en busca de la llave única, hoy no podemos sino resignarnos
a la infinidad de puertas que llevan a otras puertas
y más puertas y otras llaves que no han sido encontradas,
mientras que algunas de ellas son digeridas lenta,
inevitablemente por la herrumbre.

Es así que nuestra agonía violenta no cesó hasta que bajamos la cabeza
y aceptamos que el orden y el caos
eran inherentes a nuestra anatomía -virtuosa víctima de sí misma-;
que sólo les es dado gruñirse mutuamente, rondarse buscando la espalda del otro,
para recordarse que ambos son vulnerables
y que la permanencia de uno dura solo un instante.
Es así que renacemos.

Es así que mi nombre es nuevamente sólo un nombre:

Mefistófeles.

 

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