De MI ROSTRO AJENO*
Nuevo libro de María Eugenia
Rodríguez Gaitán:
TRES
El mar
está tan lejos...
sin embargo quebró sus olas
en la estancia.
Ese azul
aprisionó mis ojos
y saló mi boca.
DESDE EL BROCAL
El pozo
ha estado ahí desde siempre
con su sangre profunda
su queja y su misterio.
Por las noches comulga
tras el viejo rito de la luna llena.
Desde el brocal
el cubo libador le roba su secreto
con un remolino de íntimo mercurio.
Brotan de su sima
luciérnagas que husmean en danza vacilante
y preñan la ventana profunda
de la tierra.
® María Eugenia
Rodríguez Gaitán
[email protected]
* Ma. Eugenia
Rodríguez Gaitán. Mi rostro ajeno,
Ed. Chañaral Alto, México, 2000, 46 p.
ALGUIEN
Por Santiago Cuenca Poblet
A
diferencia de Ulises,
ella decidió llamarse Alguien.
Así, en las tardes, cuando volvía
de un almuerzo de lluvia,
me decían: Alguien
ha venido a buscarte.
Conocí a Alguien un otoño,
cuando las ramas olvidan la cautela,
cuando parece que la escarcha
aún no ha decidido delatarnos.
Los fantasmas helaban los cristales,
pero Alguien venía, ataviada de noche,
como un calor que combatiera a mi lado.
Alguien sabía decir
por qué es oscuro el tiempo,
dónde está el quicio del agua;
alguna vez,
llegué a escuchar su risa en la vereda,
bajo los sauces exhaustos.
Bien mirado, su nombre
tenía un sabor a olivas egeas
y una sílaba casi sajona, dura
como una daga mellada.
Quisiera decir que Alguien
realizó grandes proezas:
limpiar los gusanos de mi frente,
desnudarse bajo los rescoldos,
inmolar mi muerte a golpes de palabra.
Pero no.
Lo único que hacía era estar ahí
y mirarme desde muy lejos.
Y yo creía decir: tal vez
Alguien aguarda.
® Santiago Cuenca
Poblet
Enero 7
de 2000
SIGLO
Por César Guerrero
Una
trampa son los cajones decimales del tiempo.
Con los pies afianzados en el año setenta y
ocho,
camino entre los muertos como si estuvieran
vivos.
Mis manos toman los libros que nacieron
conmigo, o poco antes,
y leo a los poetas que admiro.
Sus rostros permanecen como el retrato
de los abuelos recientemente fallecidos.
No hace mucho Elvis y Marilyn desataron
los cuerpos y deseos de mis padres y tíos;
el jet y los conciertos masivos,
Hoffman graduándose,
no mucho sino apenas...
¿cuarenta años?
¡Cuarenta años!
Y mi siglo es de pronto otro siglo.
Pero es que no pueden ser tan viejos
el swing que mi abuelo oye en tocadiscos,
la guerra o la radio, el Muro,
mi padre en Brandenburgo,
banderas rojas sobre plazas rojas,
Sinatra y Capone, o Tlatelolco y Lecumberri;
Pink Floyd o el Hotel California;
los parises de Sartre y Cortázar,
la navaja de Dalí y el ojo de Buñuel,
Joyce, Eliot o Lorca, Einstein y Bohr,
Travolta o Bogart, Laika y la Bomba.
¡Sex Pistols!
No pueden serlo.
No pueden serlo.
Están conmigo a cada rato,
les visito a menudo, repaso sus lugares, sus
miedos;
miro sus rostros, sus objetos que aun sirven,
les escucho discutir el progreso y la utopía,
protestar por Israel y Vietnam,
construir un sentido del mundo...
Todo este acervo de celuloide los muestra
tan vívidos como si mis ojos los hubieran
sentido.
Si de él me alimento,
este, mi siglo, está vivo.
Este aún es mi siglo.
En Universo
del Búho, Año 1, No. 4, marzo 2000,
México, D.F.
[email protected]
® César Guerrero