EL JUDÍO EN EL MISTERIO DE LA HISTORIA*
P. Julio Meinvieille
Capítulo II

 Conspiran contra el Estado

   Los judíos, si quieren la desaparición del cristianismo, también deben trabajar para el extermino de los Estados cristianos, y así los vemos en todo período ocupados en la tarea de conspirar contra el Estado que los alberga. Jamás se los ha visto asimilarse con el país que los acoge; al contrario, forman en él un foco permanente de espionaje, dispuestos a entregarlo, al primer enemigo que se presente.
   La acusación del ministro Amán al rey Asuero contra los judíos cautivos en Babilonia tiene ml todo tiempo y lugar una sorprendente actualidad:
   Hay un pueblo -dice- esparcido por toda la tierra, que se gobierna por leyes propias y que, oponiéndose a la costumbre de todas las gentes, menosprecia las órdenes de los reyes y altera con su discusión la concordia de todas las gentes.
   Nación contraria a todo el linaje de los hombres, que sigue leyes perversas y perturba la paz y concordia de las provincias. (Est. 13, 4).
   En España, los judíos, de acuerdo con sus hermanos de África, traman el año 694 una conjuración para abrir la península a los árabes; el 711 se alían con los árabes, que invaden y conquistan a España. El 852 entregan Barcelona.
   En Francia, por el año 507, acusan a San Cesáreo, obispo de Arlés, de querer entregar a los francos la ciudad ocupada por los visigodos, mientras un judío, en nombre de sus correligionarios, se ofrece a los sitiadores para introducirlos en la plaza. Hasta el siglo XII duró en Tolosa la práctica de la colafisación: el viernes santo el representante de la comunidad judía debía recibir en presencia del conde una bofetada en castigo de la traición hecha por los judíos en favor de los musulmanes. Igual práctica existía en Béziers.
   El año 845 la ciudad de Burdeos fue entregada a los normandos por los judíos, y a fin del siglo XIII se habrían entendido con los mongol es en contra de los cristianos de Hungría.

Se apoderan de los bienes de los cristianos

   La tercera acusación grave contra los judíos es la de que en todo tiempo y lugar se apropian los bienes de los no-judios, en especial de los cristianos. La usura es el gran instrumento para ejercer esta apropiación. El préstamo a interés es un ro bo, como enseñaron siempre las Sagradas Escrituras y la Iglesia. Por esto los judíos tenían severamente prohibido pres tarse a interés entre ellos. (Deut. 23, 20). Dios les había per mitido prestar a los extranjeros, porque, dice Santo Tomás, era muy grande en ellos la avaricia, y entonces había que consentirles que prestar a los extranjeros para que no re cibiesen usura de los judíos, sus hermanos, que adoraban a Dios. (II. II. 78 a 1).
   En realidad, la avaricia es el pecado capital de los judíos, así como en los gentiles el pecado por excelencia es la lujuria. El Profeta Isaías ha anatematizado con palabras de fuego la inclinación judaica a la avaricia, y un judío moderno, Ber nard Lazare, en su conocido libro L'Antisémitisme, reconoce que el amor al oro se ha exagerado al punto de llegar a ser para esta raza el único motor de sus acciones.
   Afirmaba más arriba que así como la avaricia es el pe cado de los judíos, la lujuria es el pecado de los no-judíos. Un judío, por miserable que sea su situación económica, siem pre va acumulando abonos que forman un capital; en cam bio el gentil, por holgada que sea su condición, siempre se halla en bancarrota porque gasta en vicios más de lo que gana. Es lógico que los no-judíos acudan a los judíos en bus ca de dinero, y así se cumplan las proféticas palabras de Dios en el Deuteronomio (27, 12) hechas al pueblo judío: Prestarás a muchas gentes, pero tú de nadie recibirás prestado.
  
En todos los tiempos los judíos han sido y son, para cas tigo de los cristianos pródigos, los grandes usureros.
   Para circunsribimos a una época de la historia, veamos lo que dice J ansen, el gran historiador de Alemania y la Re forma, cuando estudia la economía alemana en la época ante rior a la Reforma: Los judíos no sólo acaparaban el comercio del cambio: la verdadera fuente de su fortuna era la usura o el préstamo a interés o sobre prendas, que les reportaban grandes ventajas. llegaron a ser poco a poco los verdaderos banqueros de la época y los prestamistas de todas las clases socials. Prestando al Emperador como al simple artesano y al agricultor, explotaron a grandes y pequeños sin el menor escrúpulo. Puede hacerse una idea aproximativa de las pro porciones que alcanzó su tráfico examinando la tasa de los intereses autorizados por la ley en los siglos XIV y XV. En el año 1338 el Emperador Luis de Baviera concede a los bur gueses de Francfort, a fin de que protejan a los judíos de la ciudad y velen por su seguridad con mejor corazón, un pri vilegio especial, gracias al cual podrán obtener empréstitos de los judíos al 32 1/2 % al año, mientras que con los extran jeros están autorizados a prestar hasta el 43 por ciento. El Consejo de Maguncia contrajo un empréstito de 1.000 flori nes y les permitió reclamar el 52 por ciento. En Ratisbona, Augsburgo, Viena y otras partes, el interés legal subía frecuentemente hasta el 86 por ciento.
   Pero los intereses más vejatorios eran los que exigían los judíos por préstamos mínimos contraídos a corto plazo, préstamos a los que estaba obligado a recurrir el pequeño comer ciante y el campesino. Los judíos saquean y despellejan al pobre hombre, dice el coplero Erasmo de Erbach (1487). La
cosa llega a ser verdaderamente intolerable; ¡que Dios tenga piedad de nosotros! Los judíos usureros se instalan ahora en lugar fijo en las ciudades más pequeñas; cuando adelantan 5 florines, toman prendas que representan 6 veces el valor del dinero prestado; después reclaman los intereses de los in tereses y éstos aún de los intereses nuevos, de suerte que el pobre hombre se ve despojado de todo lo que poseía.
   Es fácil comprender,
dice Tritemo en esa época, que en los pequeños como en los grandes, en los hombres instruidos como en los ignorantes, en los príncipes como en los campesinos, se ha arraigado una profunda aversión contra los judíos usureros, y yo apruebo todas las medidas legales que proporcionen al pueblo los medios de defenderse de su explotación usuraria, ¿Qué? ¿Acaso una raza exrtranjera debe reinar sobre nosotros? ¿Es más poderosa y animosa que la nuestra? ¿Su virtud más digna de admiración? No. Su fuer za no descansa más que en el miserable dinero que quita de todos lados y que se procura por todos los medios, dinero cuya búsqueda y posesión parece constituir la suprema feli cidad de este pueblo. (Ver Jansen, L'Allemagne et La Réforme, I).
   Recordemos otro hecho que demuestra la proverbial usu ra de los judíos, y que de paso demuestra la sempiterna prodigalidad y derroche de los cristianos. Cuando Felipe Augusto, en el siglo XII, los expulsó de Francia, poseían la tercera parte de las tierras, y habían acaparado de tal suerte el nu merario del reino, que cuando ellos se fueron apenas se encontró dinero.

Exterminan a los cristianos

   Vengamos ya a la cuarta acusación de que los judíos, cuando pueden, arrebatan la vida de los cristianos. San Justino lo dice ya en su tiempo, y hemos visto cómo el Talmud los autoriza a practicar esta acción agradable a Dios y la historia lo comprueba en todo período de la humanidad cristiana. Prescindamos de si los judíos martirizan a cristianos inocentes con el objeto de arrebatarles la sangre, que emplearían en ciertos ritos, que ha dado lugar a la debatida cuestión del crimen ritual. Pero sea con el propósito de crimen ritual o sea simplemente por el odio satánico que tienen a Cristo, lo cierto es que no hay época en la historia incluso la moderna, en que no hayan quitado la vida a cristianos, sobre todo a niños inocentes. Hay más de cien casos perfectamente registrados, algunos tan famosos como San Guillermo de Inglaterra, niño de 12 años, afrentosamente martirizado por los judíos en 1144. 
   San Ricardo de París, asesinado el día de Pascua de 1179, el Santo Dominguito de Val, crucificado en Zaragoza el año 1250.    El beato Enrique de Munich, que fue desangrado y herido con más de 60 golpes, el año 1345. El beato Simón, martirizado en Trento el año 1475.
   Más recientemente el Padre Tomás de Calangiano, martirizado en Damasco, con su criado, el año 1840; Caso farnoso éste, en que ]os asesinos confesaron su crimen y fueron condenados a muerte por Chérif-Pachá, gobernador general de Siria. Pero intervino la iudería universal en favor de los, culpables, influyendo sobre Mehemet-Alí para que revocase la sentencita del gobernador de Siria. Cremieux, iudío, vicepresidente del Consistorio francés. no tardó en tomar la defensa de los culpables, y en una carta aparecida en el Journal des Débats del 7 de abril de 1840 no dudó en Atribuir este odioso asunto a la influencia de los cristianos de Oriente Los judíos de todos los países se agitaron en favor de los santos y de los mártires; es decir, de los asesinos de Damasco... Inmensas sumas fueron ofrecidas a los empleados de los consulados y a los testigos... para obtener la conmutación de la pena y la no inserción en los Procesos verbales de las tradiciones de los libros judíos y de las explicaciones dadas por el rabino Mouza-Abu-el-afich.
   Y el hecho es que Mehemet-Alí, en vista de la inmensa población judía que por medio de Montefiore y de Crémieux reclaba en favor de los asesinos, decretó su libertad.
   Táctica perfectante encuadrada dentro de las normas habituales de estos hijos de 1a mentira y de la hipocresía, que cuando son convictos de culpa se declaran víctimas la arbitrariedad de los cristianos.

   Los cuatro capítulos de acusaciones se pueden documentar perfectamente en todo período de la historia y en todo lugar de la tierra donde la casta judía coexista con los cristianos. La historia comprueba entonces con hechos unifomes, registrados en tiempos y lugares diversos, que los judíos son un peligro permanente y un peligro religioso y social para los pueblos cristianos.
   No se diga: eso acaecía así antes, en la Edad Media, que vivía de prejuicios. El capítulo anterior demostró que esta lucha es una ley de la historia. Podrán variar las condiciones y los métodos de lucha, pero en el fondo, hoy como en la Edad Media y en la Edad apostólica y en tiempo de Cristo Nuestro Señor, la lucha se plantea irreductible y decisiva entre cristianos y judíos.
   El deseo de los judíos de destruir los Estados cristianos y el cristianismo y de apoderarse de los bienes de los cris tianos y de arrebatar sus vidas es hoy tan firme como en las edades anteriores... La única diferencia es que entonces los judíos no podían realizar estos propósitos sino directamente, contra pueblos que estaban prevenidos contra ellos y que generalmente hacían pagar muy caro estos deseos criminales.
   Hoy, en cambio, cuando los pueblos se han descristiani zado y se han inficionado con las lacras del liberalismo, los judíos arrebatan los bienes de los cristianos, exterminan sus vidas y conspiran contra los Estados... valiéndose de los mismos cristianos, a quienes antes han insensibilizado con un descristianamiento progresivo que lleva 300 años; y los judíos han logrado así que los cristianos se dividan en bandos opues tos que luchan hasta un total exterminio. Pero de esto nos ocuparemos en el próximo capítulo.

Juicios de los Papas sobre los judíos

   La Iglesia no dejó de reconocer, por boca de sus más ilustres Pontífices, toda la ruindad y peligrosidad de este pueblo. Existen por lo menos 15 documentos públicos de Papas como Inocencio IV, Gregorio X, Juan XXII, Julio III, Pau lo IV, Pío IV, en los que se denuncia la célebre perfidia judaica. Y tengamos en cuenta que estos ilustres varones no procedían por impulsos inferiores, ya que dieron generosa hospitalidad a los judíos y los defendieron de injustas vejaciones, Como lo reconocen en documentos públicos los rabi nos reunidos en París en 1807, en el sanhedrín convocado por Napoleón, y cuyo texto fue reproducido en el capítulo anterior.
   Veamos con qué palabras califica el gran Papa San Pío V a esta casta de los judíos:
   El pueblo hebreo -dice-, elegido en otro tiempo por el Señor para ser participante de los celestes misterios por ha ber recibido los oráculos divinos, cuanto más en alto fue levantado en dignidad y gracia sobre todos los otros, tanto más, por culpa de su incredulidad, fue después abatido y humillado; cuando llegó la plenitud de los tiempos fue reprobado  como pérfido e ingrato, después de haber quitado la vida in dignamente a su Redentor. Porque perdido el sacerdocio, habiéndosele quitado la autoridad de la Ley, desterrado de su propia tierra, que el Benignísimo Señor le había prepa rado, donde corría la leche y la miel, anda errante hace ya siglos por el orbe de la tierra, aborrecido y hecho objeto de insultos y desprecios por parte de todos, obligado, como vi lísimos esclavos, a emprender cualquier sucio e infame tra bajo con el que pueda satisfacer el hambre. La piedad cristiana. teniendo compasión de esta irremediable caída, les ha permitido hallar hospitalidad en medio de los pueblos cris tianos... Sin embargo, la impiedad de los judíos, iniciada en todas las artes más perversas, llega a tanto que es ne cesario, si se quiere atender a la salud común de los cristia nos, poner remedio rápido a la fuerza del mal. Porque, para no nombrar los muchos modos de usuras con los que los judíos arrebatan los recursos de los cristianos pobres, cree mos que es demasiado evidente que ellos son los cómplices y ocultadores de rateros y ladrones que a fin de que no se conozcan las cosas profanas y religiosas que éstos roban, o las ocultan, o las llevan a otro lugar o las transforman com pletamente; muchos también, con el pretexto de asuntos del propio trabajo, andan rondando por las casas de mujeres honestas y hacen caer a muchas en vergonzosos latrocinios; y lo que es peor de todo, entregados a sortilegios, a encantaciones mágicas, a supersticiones y maleficios, hacen caer en las redes del diablo a muchísimos incautos y enfermos que creen que profetizan acontecimientos futuros, que revelan robos. tesoros y cosas ocultas y que dan a conocer muchas cosas de las que ningún mortal tiene poder de investigar. Por fin, tenemos perfecto conocimiento de cuán indignamente tolere esta raza perversa el nombre de Cristo, cuán peli grosa sea para todos los que lleven este nombre, y con qué engaños busca poner acechanzas contra sus vidas. En vista de éstas y otras gravísimas cosas, Y movidos por la gravedad de los crímenes que diariamente aumentan para malestar de nuestras ciudades, y considerando, además, que la dicha gen te, fuera de algunas provisiones que traen de Oriente, de na da sirven a nuestra República. ..
  
Pero la Teología Católica no dejaba de reconocer que, aunque esta peligrosidad era bien real, sin embargo este pue blo merecía una consideración muy especial. En efecto, el judío podrá ser muy perverso, pero es un pueblo sagrado, para con el cual debe tener la Iglesia suma consideración, ya que en cierto modo es el Padre de la Iglesia, porque a él le fueron hechos los oráculos de Dios. Ahora bien, por per verso y peligroso que sea un padre, los hijos le deben alber gue y respeto. No se lo puede exterminar, ni se lo puede maltratar, aunque haya que buscar el hacer inocua su per versidad.
   De acuerdo a este principio, el gran Pontífice Inocen cio III ha resumido la doctrina y jurisprudencia con respec to a los judíos:
   Son ellos -dice el sabio Pontífice- los testigos vivos de la verdadera fe. El cristiano no debe exterminarlos ni opri mirlos, para que no pierda el conocimiento de la Ley. Así como ellos en sus sinagogas no deben ir más allá de lo que su ley les permite, así tampoco debemos molestarlos en el ejercicio de los privilegios que les son acordados. Aunque ellos prefieran persistir en el endurecimiento de sus corazo nes antes que tratar de comprender los oráculos de los Pro fetas y los secretos de la Ley y llegar al conocimiento de Cristo, sin embargo no tienen por eso menos derecho a nuestra protección. Así lo reclaman nuestro socorro, Nos aco gemos su demanda y los tomamos bajo la éjda de nuestra protección, llevados por la mansedumbre de la piedad cris tiana; y siguiendo las huellas de nuestros predecesores de feliz memoria, de Calixto, de Eugenio, de Alejandro, de Cle mente y de Celestino, prohibimos, a cualquiera que fuere, de forzar al bautismo a ningún judío. " Ningún cristiano debe permitirse hacerle daño, apoderarse de sus bienes o cambiar sus costumbres sin juicio legal. Que nadie les mo leste en sus días de fiesta, sea golpeándolos, sea apedreán dolos, que nadie les imponga en esos días obras que puedan hacer en otros tiempos. Además, para oponernos con toda nuestra fuerza a la perversidad y a la codicia de los hom bres, prohibimos, a cualquiera que fuere, el violar sus ce menterios y desenterrar sus cadáveres para sacarles el dine ro. Los que contravinieren estas disposiciones serán excomul gados.
   He aquí, en estas sabias palabras, reconocidos los dere chos de consideración y respeto a que tienen derecho los ju díos por parte de los cristianos. Tomen nota los antisemitas de estas prescripciones, para no rebasar de lo justo en la ac ción represiva de la peligrosidad judaica. Sobre todo, no olvi den que el antisemitismo es una cosa condenada, porque es la persecución del judío sin atender al carácter sagrado de esta Raza Bendita y a los derechos consiguientes.

El ghetto

   Pero si los judíos deben ser respetados en el ejercicio de sus legítimos derechos, no hay que desconocer su peligrosidad ni hay que dejar de reprimirla. Y así la Santa Sede puso en vigor, con energía, la disciplina del ghetto, es decir, el aislamiento de los judíos y la restricción de los derechos civiles.
   El dominico Ferraris ha resumido la legislación sobre el ghetto, cuando escribe: "Todos los judíos deben habitar en un mismo lugar; y si éste no fuera capaz, en dos o tres o los que sean necesarios, contiguos, los que deben tener sólo una puerta de entrada y de salida".
   Los judíos no podían domiciliarse fuera de los ghettos, y aun no podían ausentarse de ellos desde el toque del Ave María al atardecer hasta la madrugada.

   Tres ventajas importantísimas se derivaban de este régimen: (Constant, Les juifs devant l'Eglise): 

  • 1ª El Estado tenía constantemente número e identidad de los judíos, lo que facilitaba su vigilancia. 

  • 2ª El sentimiento de esta vigilancia mantenía al judío en el recto proceder, ya que el judío se rige por el temor, de acuerdo a lo que enseña San Pablo, quien dice, hablando de ellos, que han recibido el espíritu de ser vidumbre en el temor. 

  • 3ª Atendiendo a que la noche es cóm plice del malhechor, Qui male agit odit lucem (el que obra mal, odia la luz.), se prevenían las perversidades de los judíos durante la noche.

   Además de la reclusión en los ghettos, los judíos debían someterse a la obligación de llevar una escarapela o cinta amarilla que los distinguiese de los no-judíos, para que en esta forma, perfectamente individualizados, no pudiesen ha cer daño más que a los cristianos tontos que se pusiesen en relaciones con ellos.
   Dirá alguno: ¿Y estas odiosas distinciones no van con tra la justa libertad y contra los legítimos derechos a que es acreedor todo hombre y toda colectividad humana?
   No. De ninguna manera, cuando este hombre y esta colectividad humana rehúsa asimilarse en el país que le brin da hospedaje; de ninguna manera, cuando esta colectividad quiere regirse con leyes propias y conspirar contra la nación que le da albergue. Y éste es el caso del judío, como lo de muestra la Teología católica, como lo exigen las prescripciones del Talmud y como lo comprueba la historia de los mis mos judíos en todo tiempo y lugar.
   El mismo Santo Tomás de Aquino, consultado por la duquesa de Brabante sobre si era conveniente que en su provincia los judíos fueran obligados a llevar una señal distintiva para diferenciarse de los cristianos, contesta: Fácil es a esto la respuesta,y ella de acuerdo a lo establecido en el Con cilio general (Cuarto de Letrán, año 1215, c. 68),
que los judíos de ambos sexos en todo territorio de cristianos r en todo tiempo deben distinguirse en su vestido de los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, es a saber, que en los cuatro ángulos de sus mantos hayan orlas por las que se distingan de los demás.

Restricciones civiles

   Además de la obligación de recluirse en los ghettos, había otras restricciones que limitaban los derechos civiles de los judíos dentro de las sociedades cristianas.
   Así, por ejemplo, no podían tener nodrizas, ni sirvientes cristianos, de ambos sexos; no podían dedicarse al comercio de mercaderías nuevas; de modo particular les estaba vedada la confección de seda de toda especie y género, y la compra o venta, aun indirecta, de seda nueva, tejida o no, debiendo li mitarse a la compra-venta de ropa usada o a un comercio definido y limitado de alimentos necesarios para la vida. (Be nedicto XIII, Alias emanarunt).
   Se les prohibía el ocupar cátedras en las universidades; y no podían ser promovidos al doctorado, ni ejercer la medicina entre los cristianos, ni ser farmacéuticos, ni hoteleros, ni ejercer la magistratura ni la carrera de las armas. Se les per mitían, en cambio, las profesiones de banqueros, proveedores de los reinos, joyeros, impresores, corredores, profesiones ellas, que no implicaban un peligro directo para los cristianos, y en las que mostraban los judíos singulares aptitudes, ya por las inmensas riquezas de que disponían, ya por su cosmo politismo, que les permitía el rápido desplazamiento de la riqueza.
   La sabiduría de la Iglesia en estas prescripciones limi tando las actividades comerciales de los judíos está admira blemente reconocida en la reclamación de los mercaderes y comerciantes de París contra la admisión de los judios for mulada en 1760, cuando por la influencia de las logias ma sónicas se quiso destnrir estas admirables leyes represivas de a ciudad cristiana. Dice así: La admisión de esta especie de hombres en una sociedad política no puede ser sino muy pe ligrosa; se los puede comparar a las avispas, que no se intro ducen en las colmenas sino para matar a las abejas, abrirles el vientre y extraer la miel que tienen en sus entrañas. Así son los judíos, en quienes es imposible suponer que existan las cualidades del ciudadano de una sociedad política.
   Ninguno de los de esta especie de hombres ha sido edu cado en los principios de una autoridad legitima. Creen ellos que toda autoridad es una usurpación sobre ellos y hacen votos por llegar a un Imperio universal; miran todos los bienes romo si les perteneciesen, y a los súbditos de todos los Esta dos como si les hubiesen arrebatado sus posesiones.

   Habla luego el documento de la rápida acumulación de riquezas que hacen los judíos, y pregunta: ¿Será acaso por una capacidad sobrenatural que llegan ellos tan rápidamente a un tal grado de fortuna?
   Los judíos -contesta- no pueden gloriarse de haber procurado al mundo ninguna ventaja en los diferentes países en que han sido tolerados. Las invenciones nuevas, los des cubrimientos útiles, un trabajo penoso y asiduo; las manu facturas, armamentos, la agricultura, nada de esto entra en su sistema. Pero aprovechan los descubrimientos para con ello alterar las producciones, alterar los metales, practicar toda especie de usura, ocultar los efectos robados, comprar de cual quier mano, aun de asesinos o de un criado, introducir mer caderías prohibidas o defectuosas, ofrecer a los disipadores o a los infortunados deudores recursos que apresuran su ban carrota, los descuentos, los pequeños cambios, Los agiotajes, los préstamos sobre prendas, los trueques, la compraventa; he aqqí toda su industria.
   Permitir a un solo judío una casa de comercio en una ciudad sería permitir el comercio en toda la nación; seria oponer a cada comerciante las fuerzas de una nación entera, que no dejaría de emplearlas para oprimir el comercio de cada casa, una después de otra, y por consiguiente el de toda la ciudad.
  
Y concluye:
   Los judíos no son cosmopolitas, no son ciudadanos en ningún rincón del universo; ellos se prefieren a todo el gé nero humano, son sus enemigos secretos, ya que un día se proponen sojuzgarlo romo a esclavo.
  
Hasta aquí los comerciantes de París en esta requisito ria, que conserva toda su actualidad.

Disciplina de la Iglesia

   La disciplina de la Iglesia con respecto a los judíos se puede resumir en dos palabras: libertad para que dentro de sus leyes legítimas puedan los judíos desenvolverse y vivir; protección a los cristianos para que no sufran los efectos de las acechanzas judaicas y no caigan bajo su dominación.
   Que los judíos no permitan que los cristianos pobres les llamen señores (dueños), prescribe Paulo IV. (Cum nimis absurdum, julio 1555).
   Que ni siquiera los judíos se atrevan a juzgar o comer o mantener familiaridad con los cristianos, ordena el mismo Pontífice.
   No concibe la Iglesia que los judíos, hijos de la esclava Agar, puedan estar en pie de igualdad con los herederos de Isaac en las Promesas Divinas, y mucho menos dominar so bre ellos.
   De aquí que si la Iglesia, en todos los tiempos, y tam bién modernamente por boca de S. S. Pío XI, hace oír su voz de protesta por las persecuciones contra los hijos de este pueblo pérfido, por el ansia injusta de exterminarlo, es tam bién ella la que previene con medidas eficaces el instinto peligroso de dominación que hay en el judío y la que ad vierte a los cristianos de no acercarse a los judíos y de no trabar con ellos relaciones de ningún género.

Sabiduría de la Iglesia

   Sabiduría admirable de la Iglesia, que ha sabido penetrar hondamente en el corazón de los judíos y en el de los cristianos, para descubrir en el de aquellos el deseo disimulado pero profundo de dominación universal, y en el de éstos la simplicidad pecadora de arrimarsc a los judíos para obtener algunas ventajas para sus arcas de oro.
   Porque la esclavización de los cristianos, de los pueblos cristianos debajo del poder judaico, ha comenzado por la culpa de los cristianos. Los judíos, con sus ansias orgullosas de dominación no hacen sino cumplir con su deber. Para eso están en medio de los pueblos cristianos: para dominarlos, si pueden. Ese es su papel teológico; es decir, la misión que Dios ha deparado a su perfidia.
   ¿No quieren los cristianos ser víctimas de esa perfidia? Dejen de frecuentar a los judíos; no se entreguen a los vicios, y así no tendrán necesidad de recurrir al prestamista judío, ni a los cines judíos, ni a los rnodistos judíos, ni a los teatros judíos, ni a las revistas judías, y no tendrán mañana que aguantar al patrón judío en la fábrica, al patrón judío en la oficina, en los bancos, en las empresas comerciales, al patrón judío en la riqueza del país, en el trigo, en el maíz, en el lino, en la leche, en el vino, en el azúcar, en el petróleo, en los títulos y acciones de toda empresa de importancia, en la regulación de la moneda, en el oro, y quizá también en el dominio político. No tendrán mañana que pensar a lo judío en teología, en filosofía, en historia, en política, en economía, porque la prensa judía y las universidades, escuelas y bibliografía judaizadas han formado la mentalidad de nuestro pueblo; no tendrán mañana que aguantar la acción mortífera de los judíos en la sociedad liberal que nos legó la revolución francesa, la acción judía en la socialización de los pueblos del socialismo, ni la esclavización judaica en el comunismo.

   En el capítulo próximo estudiaremos cómo la judaización de los pueblos cristianos marcha a la par de su descristianización, y cómo, si la Misericordia de Dios no dispone otra cosa, no estamos lejos del día en que los cristianos seremos parias que con nuestros sudores estaremos amontonando las riquezas de esta raza maldita.
   Lo que decíamos en el capítulo anterior es muy importante, y no está de más repetirlo aquí. Si los pueblos gentiles, es decir, también nosotros, queremos una civilización basada en la grandeza de lo económico como fue, por ejemplo, la antigua civilización de los Faraones en tiempos de José, o de Babilonia en tiempos de Asuero, o modernamente la civilización capitalista o comunista, es decir, un régimen de grandeza carnal, del auge de todos los valores económicos, un régimen en que toda la nación, maravillosamente equipada con las últimas invenciones de la técnica, se desenvuelva con la precisión de un reloj para producir cuanto el hombre necesita para una vida confortable aquí abajo, yo digo que sí, que lo podemos lograr como se han logrado estas civilizaciones... siendo los judíos amos y nosotros esclavos.
   Después que Cristo vino al mundo no es posible una civilización de grandeza carnal, del predominio de Marnmón, el dios de las riquezas y el dios de la iniquidad, sin que sean los judíos sus creadores y sean los gentiles sus ejecutores. Porque a ellos se les ha dado la hegemonía en lo carnal. como hemos explicado en el capítulo anterior; y el cispítulo próximo, que versará sobre los judíos y los pueblos descristianizados, nos hará ver que el proceso de destrucción del orden cristiano, o sea de una civilización de tipo espiritual, corre paralelo con la formación de una civilización de tipo carnal, materialista, de predominio económico, y uno y otro proceso corren asimismo paralelos con la emancipación de los judíos, que van tomando revancha sobre las pretendidas agresiones medievales, y ésta a su vez corre paralela con la esclavización de los pueblos cristianos.

   ¡Ah! Es que no se pisotea impunemente la palabra de Dios. La Teología rige la historia con una precisión inmen samente más admirable de lo que creen los ojos vulgares, que no ven más que fuerzas antagónicas que sin sentido lu chan entre sí. No, la historia tiene un sentido, y éste es un sentido teológico, porque Dios sabe aprovechar todos los acier tos y desaciertos de los hombres para que cumplan sus insondables designios.
   A las naciones cristianas que se han desenvuelto bajo el control amoroso de la Iglesia en la Edad Media, Dios les ha puesto dos enemigos: uno interno, que es el instinto de rebelión contra lo espiritual para realizar una grandeza sin Dios; otro externo, que son los judíos, que debían vivir jun to a los pueblos cristianos para servirles de aguijón y de acicate.
   La Cristiandad, bajo el gobierno de Pontífices y Reyes Santos como Inocencio III y Luis IX de Francia, supo refre nar a estos enemigos. Refrenaba los instintos carnales de gran deza porque estaba unida a la palabra de Jesucristo, que ha bía dicho: Buscad primero el Reino de Dios r Su justicia, y todo los demás Se os dará por añadidura. Rechazaba las acechanzas judías porque, con gran sentido teológico, veía en ellos la dominación de lo camal, con la consiguiente peligrosidad para lo espiritual, y sabía reprimirla con el aislamiento enérgico de esta raza pérfida, aunque sagrada.
   La Cristiandad realizó una civilización y cultura espi ritual en la libertad, donde era forzoso que los judíos vivie sen bajo la dominación cristiana.
   Pero se inicia la Edad Moderna, con la rebelión de los instintos carnales del Renacimiento y de la Reforma Protes tante, y por una necesidad teológica, más fuerte que los cál culos de los hombres, ha de comenzar también la emancipa ción de los judíos, a quienes entregó Dios el monopolio de lo camal; emancipación que ha de irse acrecentando a medida que se acrecienta la civilización de grandeza carnal; emancipación que ha de trocarse forzosamente en la dominación efectiva del judío que se logra en el Capitalismo y que con más eficacia aún se realiza en el Comunismo, como demos traré, Dios mediante, en el capítulo próximo.
   Por esto yo no culpo a los judíos de los males que nos acontecen. Ellos cumplen con su deber al realizar el programa pérfido que en los Divinos designios les toca llevar a cabo. Hay que culpar a los cristianos, a los pueblos cristia nos, que no han respondido a la vocación admirable a que Dios los llamó, y por la ambición de ser grandes en lo carnal, han trabado alianza con los judíos; grandeza que tiene que terminar en los ríos de sangre cristiana como terminó en Rusia, en España y en el mundo, porque no en vano la Verdad Eterna ha dicho: Buscad primero el Reino de Dios, que lo demás se os dará por añadidura. (Mt. 6, 24-33). 

 

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  • * El Judío en el Misterio de la Historia, Pbro. Julio Meinvielle (Teólogo), Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1975.
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