EL JUDÍO EN EL MISTERIO DE LA HISTORIA*
P. Julio Meinvieille

 

Capítulo III

EL JUDIO y LOS PUEBLOS DESCRISTIANIZADOS

   En el primer capítulo hemos expuesto la ley teológica que rige los pueblos desde el advenimiento de Cristo Nuestro Señor. Existe, decíamos, por disposición inescrutable de Dios, una oposición irreconciliable entre la Iglesia y la Sinagoga, entre judíos y cristianos, oposición que ha de perpetuarse irremediablemente hasta que llegue el tiempo de la Reconciliación. Judíos y cristianos han de encontrarse en todas partes sin reconciliarse y sin confundirse. Representan en la historia la e1eterna lucha de Lucifer contra Dios, de la serpiente contra la mujer, de las tinieblas contra la Luz, de la carne contra el Espíritu. La eterna lucha de Caín contra Arel, de Ismael contra Isaac, de Esaú contra Jacob, de Faraón contra Moisés, de los judíos contra Cristo.
   Es tan fundamental esta oposición; que después de Cristo no son posibles para el hombre sino dos caminos: la cristianización o la judaización, como tampoco son posibles en todas las manifestaciones de la vida más que dos modos verdaderamente fundamentales: el cristiano y el judío; dos religiones: la cristiana y la judaica; dos políticas: la cristiana y la judaica; dos economías: la cristiana y la judaica; sólo dos internacionalismos: el cristiano y el judaico.
   Hemos visto cómo la Iglesia tuvo presente este hecho de la "peligrosidad" del judío y cómo tomó precauciones, a veces dolorosas, para evitar la contaminación de los pueblos cristianos.
   Los judíos confinados en sus ghettos bajo el control avizor del Estado podían desenvolverse paralelamente con los cristianos, pero sin mezclarse con ellos, a fin de no contaminarlos.
   Mientras se evitó esta contaminación los pueblos cristianos nada tuvieron que temer de la peligrosidad judaica. El judío era un servidor del cristiano, como corresponde al hijo de la esclava estar al servicio del hijo de la Libre.
   Pero ¿cuál era la mejor defensa del cristianismo contra la peligrosidad judaica? ¿Acaso los reglamentos policiales?
   No. Jesucristo, Verdad y Salud del hombre, era la garantía y seguridad del cristiano, y Él había enseñado:

  • 33. Buscad primero el Reino de Dios, r todo lo demás se os dará por añadidura: (Mt. 6).

  • 28. No temáis a los que matan el cuerpo r no pueden matar el alma; temed antes al que puede echar el cuerpo y el alma en el infierno. (Mt. 10).

  • 27. Tened buen ánimo. Yo soy, no temáis. (Mt. 14).

   Es decir, que mientras los pueblos cristianos estén adheridos a Cristo nada tienen que temer de la Sinagoga.
   Pero ¡ay de los pueblos cristianos si llega un día en que olvidan que su Salud es Cristo!
   ¡Ay de la Europa, si llega un día en que quiere romper los suavísimos lazos que la unen a la Santa Iglesia de Dios!
   Porque entonces tendrán que caer bajo la esclavitud oprobiosa del diablo y de su ejecutor en la tierra, el judío... En tonces Europa y América, los pueblos gentiles que conocieron las bendiciones de la fe, tendrán que conocer el oprobio de su judaización.

La descristianización del mundo

   He aquí que al final de la Edad Media los pueblos cristianos cometen grandes, enormes, espantosos pecados... El clero, sobre todo, que debía ser sal de la tierra y luz del mundo. se corrompe y se oscurece.
   Esto es gravísimo para la salud de los pueblos; porque si se van descristianizando, tendrán que irse judaizando. Esta es la ley teológica. Esta es también la comprobación, punto por punto, de la historia. Los hechos nos van diciendo que el proceso de descristianización, iniciado por el Humanismo del Renacimiento y de la Revolución Francesa, y que culmina ahora en la Revolución Soviética, es un proceso típico de judaización del mundo, es decir, en que los planes judaicos de dominación universal y absoluta sobre los cristianos van logrando cumplimiento.
   Que estos planes existen no puede haber la menor duda para aquellos que han seguido los dos capítulos anteriores. Lo exige la irreductible oposición de Ismael e Isaac, de Esaú y Jacob, de Caín y Abel, que ha dispuesto Dios sobre el mundo. Lo exige el Talmud, que es el Código civil y religioso de  los judíos. Lo comprueba la historia en todo lugar y tiempo. 
   Se demuestra, además, que tanto el Renacimiento como la Reforma Protestante, el Enciclopedismo pedantesco del siglo XVIII, ]a Revolución Francesa, el Capitalismo, la contaminación de los pueblos con el Liberalismo y el Socialismo, el Comunismo, la Revolución Soviética, han sido en gran parte fraguados por los judíos y han servido ciertamente de beneficio a los judíos en detrimento de los pueblos cristianos.
   En otras palabras: desde el Renacimiento hasta el Comunismo se desenvuelve un proceso uniforme de descristianización de los pueblos y de su sometimiento a los judíos, que de siervos que eran en la Edad Media pasan a amos y reyes. Y este proceso es en gran parte obra de los judíos.
   Creo que no es necesario advertir a lectores inteligentes que al atribuir al judío un papel preponderante en la obra de descristianización del mundo moderno no se quiere hacer de él un dios maligno con poderes sobrehumanos para fraguar revoluciones y catástrofes.
   Todo proceso histórico se realiza dentro de un complicado ajetreo de fuerzas las más diversas, muchas de las cuales se determinan libremente; de suerte que hay que tener en cuenta todos estos intereses que se cruzan para explicar totalmente las realidades históricas que se engendran en el curso de la historia. Pero, aunque esto sea verdad, no hay duda que podemos enfocar nuestra atención exclusivamente sobre la acción e influencia de los judíos, para ver en qué sentido proceden y con qué intensidad y alcance, dentro de las posibilidades de acción, para crear y dar nacimiento a los grandes hechos que se producen m la historia desde el Renacimiento hasta aquí. Y mi tesis es que, dentro de las posibilidades de actuación, los judíos son causa primera y principal (digamos el cerebro que piensa y la mano que dirige, en expresión de Mons. Jouin) de los principales hechos anticristianos que se van jalonando desde el Renacimiento hasta el Comunismo.
   El judío, agente teológico de la iniquidad, como demostré en el primer Capítulo, va cumpliendo con tenacidad indefectible esta tarea demoledora de destrucción del cristianismo.

Renacimiento y Reforma

   Esto supuesto, entremos a exponer la tesis propuesta.
   ¿Es posible, creer que los judíos de la Edad Media, con su inteligencia sagacísima para conspirar, con su corazón humeando odio contra una sociedad que los rechazaba, van a estar ociosos en la reclusión de sus ghettos?
   El judío Darmesteter (Coup d'oeil sur  l'histoire du Peuple juif) dice: El judío se ocupa en descubrir los puntos vulnerables de la Iglesia, y tiene a su servicio para descubrirlos, además de su inteligencia de los libros santos, la sagacidad terrible del oprimido. Es el doctor del incrédulo, Todos los sublevados del espíritu vienen a él en la sombra o a cielo abierto. Él está en obra en el inmenso taller del blasfemo del gran Emperador Federico y de los Príncipes de Suavia o de Aragón; es el que forja todo ese arsenal criminal de razonamiento y de ironía que legará a los escépticos del Renacimiento, a los libertinos del gran siglo, y el sarcasmo de Voltaire no es más que su último y resonante eco de una palabra murmurada seis siglos antes en la sombra del ghetto y más antes aún en tiempos de Celso y de Orígenes, en la cuna misma de la religión de Cristo.
  
Y es otro judío, Bernard Lazare, quien dice (L'Antisémitisme, I, 222) que durante los años que anuncian la Reforma el judío llega a ser el educador y quien enseña el hebreo a los sabios, los inicia en los misterios de la Cábala después de haberles abierto las puertas de la filosofía árabe; él los equipa, contra el catolicismo, de la temible exégesis que los rabinos habían cultivado y fortificado durante siglos; esta exégesis de la que se serviría el Protestantismo y más tarde el Racionalismo.
  
No hay duda (aunque no sea fácil aportar las pruebas documentales precisas) que todas las sectas y sociedades secretas, ocultistas y cabalistas que pululan por todas partes al final de la Edad Media en forma más o menos disfrazada, algunas de ellas bajo las apariencias de las célebres Academias Italianas de los siglos XV y XVI; otras, como? la misteriosa Orden de los Templarios, extinguida por Felipe el Hermoso y Clemente V, eran reductos de conspiración contra la Iglesia y los Estados cristianos, manejados hábilmente por la satánica mano judaica.
   Un francmasón, el H. Ludwig Keller, consejero íntimo de los Archivos de Berlín, ha aprovechado los documentos que le estaban confiados para tratar a fondo esta cuestión (Les Academies italiennes au XVIII siécle et les comencements de la Francmasonnerie dans les pays latins et les pays du Nord), y llega a la conclusión de que las de los siglos XV y XVI, las Compañías de los siglos XVII y XVIII corno la "Truelle" de Florencia, las sociedades filarmónicas como el "Apollon" de Londres, fueron humanistas y han conservado, por tanto, desde el comienzo el carácter judío y pagano del Renacimiento. (Ver Mons. Jouin, La Judéo-Masonnerie et l'Eglise Catholique).
  
Por otra parte, Werner Sombart, el autorizado historiador del Capitalismo, que no es ni católico ni antisemita, en su documentado libro "Los judíos y la Vida Económica" demuestra cómo algunas sectas protestantes, y en especial el puritanismo (Les juifs et la Vie Economique, pág. 321), son judaicas, de suerte que puede justificarse lo que presentía el judío Enrique Heine: ¿Los Escoceses Protestantes -pregunta en sus Confesiones- no son hebreos con nombres bíblicos, su canto no tiene algo de hierosolimofariseo, y su religión no es en el fondo el judaísmo, con la diferencia que están autorizados a comer cerdo?
  
Por otra parte, se conocen las relaciones íntimas que durante la Reforma Protestante se establecieron entre el judaísmo y ciertas sectas cristianas, y el furor que se declaró entonces por la lengua y los estudios hebraicos; se sabe también que en la Inglaterra del siglo XVII los puritanos rodeaban a los judíos de un culto casi fanático y que los "Levellers", Niveladores, que se decían judíos, exigían la promulgación de una ley que hiciese del Thora de los judíos el código inglés; se conoce, además, que los oficiales de Cromwell, también gran judaizante, le propusieron componer su Consejo de Estado de 70 miembros, a ejemplo del Sanhedrín de los judíos, y que en el año 1629 se propuso en el Parlamento reemplazar el feriado del domingo por el del sábado. 

Los judíos se introducen en la Cristiandad

   Pero cualquiera sea la influencia de los judíos en el Renacimiento y en la Reforma Protestante, lo cierto, certísimo, es que los judíos se beneficiaron de uno y otra. El judío Ber nard Lazare ha podido decir (L'Antisémitisme, I, 225) que el espíritu judío triunfó con el Protestantismo.
   El Renacimiento y el Protestantismo abren un boquete en el sólido edificio de la Cristiandad, por donde se introduce el judío; desde allí dentro el judío va a emplear su perseverancia y tenacidad secular con su astucia e hipocresía, para realizar su sueño también secular de destruir el cristianismo y de establecer el imperio judaico universal.
   No olvidemos que éste es el sueño del judaísmo; ésta es la ley de su destino.
   Este pueblo, que un día rechazó a Cristo porque no quiso entronizar la carne judaica, no ha perdido la esperanza de que venga otro Mesías que, en expresión del Talmud, dé a los judíos el cetro del mundo, de suerte que todos los pueblos y todos los reinos les serán sometidos. Entonces cada judío tendrá 2.800 servidores y 310 mundos. (Jalgut, fol. 56. Bachai, fol. 168). La venida de este Mesías será precedida de una gran guerra en la cual perecerán dos terceras partes de los pueblos, de modo que los judíos necesitarán siete años en destruir las armas conquistadas. (Abardanel, Masmia Jesua, fol. 4-9, a). ,
   El célebre rabino Maimónides cree también en el imperio universal de los judíos, quienes dicen que cuando éste se entronice, los dientes de los antiguos enemigos de Israel saldrán de sus bocas y alcanzarán una longitud de 22 varas. (Othioth del Rabbi Agiba, 5, 3), y que entonces el Mesías recibirá los dones de todos los pueblos y no rehusará sino el de los cristianos. (Tract. Pesachim, folio 118 b).
   El famoso Drach, gran rabino convertido, de quien hice referencias en el capítulo anterior, dice que el Mesías que los   judíos se obstinan en esperar, a pesar de que éste se obstina en no venir, debe ser un gran conquistador que hará a todas las naciones del mundo esclavas de los judíos, Estos volverán a la Tierra Santa triunfantes, cargados con las riquezas de todos los infieles. Jerusalén será adornada con un nuevo Templo, y sus más pequeñas piedras serán de diamantes. (De l' harmonie entre l' Eglise el la Synagogue).

Los judíos y la francmasonería

   Ahora bien, con esta ilusión se introducen en la Cristiandad los judíos, medio a escondidas. En los ghettos han preparado las herramientas para la obra demoledora que ahora pueden emprender dentro de la misma Cristiandad.
   ¿Qué tienen que hacer ahora? Tienen que echar a rodar por el mundo de los cristianos ideas de rebelión que rompan esa armadura de Sociedad Medioeval, tan fuertemente consolidada, y sobre todo terminar con estos dos puntales de la Sociedad cristiana: el altar y el trono; el Papa y el Rey. Para ello tienen preparada una fórmula magnética que va a deslumbrar y subyugar las multitudes de una sociedad en cierto modo agitada y turbulenta por culpa de ese trono y de ese altar que, olvidando que en el reino de Dios toda grandeza es una grandeza de servicio, porque el Papa y el Rey están sobre todos para servirlos a todos, han carnalizado el poder.
   Una fórmula de tres palabras va a enloquecer al mundo: ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!
   Pero ¿cómo lanzarlas al mundo para que se hagan substancia en la carne de los cristianos, sobre todo sabiendo que basta que aparezca el sello judaico para que sean rechazadas?
   Muy sencillo para esta raza conspiradora por naturaleza. Las hará germinar y aclimatar primero en conciliábulos secretos, donde se agruparán todos los ambiciosos de una sociedad en descomposición.
   Y así los turbulentos y agriados por el espíritu de rebelión, con el cerebro delirando concepciones e ideas de transformación mundial, apañados por aristócratas no menos ambiciosos, se reunirán en "logias secretas" de la Francmasonería.
   En esas tenebrosas sectas, bajo la apariencia de ritos y fórmulas judaicas inofensivas, con el pretexto de "trabajar por el mejoramiento material y mora1 en el perfeccionamiento social e intelectual de la humanidad" (E. Plantagenet, La Franc-Masonnerie francaise), se buscará destruir cuanto la Iglesia Católica había hecho en el mundo. (A. Preuss, Etudes sur la F. M. Américaine).
  
No se crea que el problema de la Masonería es un fantasma que se agita para explicar lo que no es sino resultado de fuerzas naturales. Basta decir que hay pruebas abundantes y sólidas de la acción mortífera de estas sectas corruptoras.
   Son éstas, sobre todo, los documentos masónicos incautados, como los del "Iluminismo de Baviera", caídos en manos de la Policía en 1785, y que el abate Barrue1 aprovechó para escribir sus Mémoires pour servir a l'histoire du Jacobinisme, 1798; los de "La Alta Venta Romana", llegados a poder del Vaticano en 1845, y de los que se ocupó Crétineau Joly en su libro La Iglesia Romana frente a la Revolución; más recientemente los de los Archivos masónicos de Budapest, incautados en 1919 cuando la caída de Bela Kun en Hungría.
   Pero aun sin recurrir a estos documentos, basta recoger las afirmaciones insolentes y cínicas de los mismos francmasones que hoy se sienten orgullosos de sus gestas perversas.
   Las palabras con que el francmasón Bonnet resumió los triunfos masónicos en el Congreso Masónico del Gran Oriente de Francia en 1904 son muy ilustrativas. 

   En el siglo XVIII -dice- la gloriosa generación de los enciclopedistas encontró en nuestros templos un auditorio fervoroso que, entonces solo, invocaba la radiante divisa, desconocida por la muchedumbre: Libertad, Igualdad, Fraternidad. La semilla germinó pronto.
   Nuestros ilustres H. H. D'Alembert, Diderot, Helvecio, Holbach, Voltaire, Condorcet, terminaron la obra de evolución espiritual y prepararon los tiempos actuales.
   Y cuando se desplomó la Bastilla, la francmasonería tuvo el honor supremo de dar a la humanidad la carta que había elaborado con amor.
   El H. La Fayette es el primero que presentó el proyecto de una declaración de los derechos naturales del hombre y del ciudadano que vive en sociedad, para formar con él el capítulo primero de la Constitución. El 25 de agosto de 1789, la Constituyente, de la que más de 300 miembros eran masones, adoptó definitivamente, casi palabra por palabra, como se estudió largamente en las logias, el texto de la inmortal declaración de los derechos del Hombre. En esta hora decisiva para la civilización la francmasonería francesa fue la con ciencia universal, y en las improvisaciones e iniciativas de las Constituyentes no cesó de aportar el resultado reflexivo de las elaboraciones de sus talleres.
  
Hasta aquí el francmasón Bonnet. Otros dos autores, Co chin y Charpentier, que coleccionaron los documentos de los archivos municipales y nacionales de Francia, han podido escribir que desde 1787 a 1795 no hay ni un solo movimiento popular, excepto el de la Vendée, que no haya sido movido y organizado en los más insignificantes detalles por los jefes de una organización secreta, que actuó en todas partes del mismo modo, haciendo ejecutar sus órdenes a la voz de mando.
  
¿Y quién creó y quién comandaba las multitudes de logias que infestaban el suelo de Francia?
   El judío Isaac Wise nos da la respuesta en "The Israelite" del 3 Y 17 de agosto de 1855: La Masonería -dice- es una institución judía, cuya historia, reglamentos, deberes, consignas y explicaciones son judías desde el comienzo al fin, con excepción de alguna regla secundaria y algunas palabras en el juramento.
  
Y por los numerosos documentos secuestrados de los Ar chivos masónicos de Budapest en 1919 (La Franc-Masonne rie en Hongrie, Preface de Charles Wolf, Budapest, 1921) aparece claro que la masonería es una obra eminentemente judía. Así, por ejemplo, el libro que contiene la Constitución de la Gran Logia Simbólica de Hungría, impreso en Budapest en 1905, lleva la fecha de la era judía 5886. El texto de los votos pronunciados por los miembros está concebido en lengua hebraica. Las consignas, que cambian cada seis meses o cada año, son igualmente hebreas. La lista publicada al fin del libro nos muestra que el 92% de los miembros de las Logias son judíos; no son sino nombres como Abel, Bloch, Berger, Fuchs, Herz, Levy, Pollak, Rosenthal, Schon, etc., o bien nombres judíos magiarizados como Kun, Ka dar, etc. (Ver Mons. Joum, La Judeo-Masonnerie et l'Eglise Catholique).
   La afirmación de Gougenot des Mousseaux (Le juif et la judaisation des peuples, 1869) de que en el Consejo universal y supremo, pero secreto, de la Masonería, compuesto de nue ve miembros, se han de reservar cinco asientos para los representantes de la nación judía, no es tan peregrina.

Los judíos y la Revolución Francesa

   La francmasonería es obra de los judíos. La Revolución Francesa, a su vez, es obra de la francmasonería. Por otra parte, la Revolución Francesa se hizo contra la Iglesia, en beneficio exclusivo de los judíos.
   El Padre José Léhmann, célebre judío del siglo pasado,  convertido, ha estudiado en forma concluyente la entrada de los judíos en la Sociedad Francesa y en los Estados cristianos.
   La obsequiosidad de la Masonería -dice- para con el judaísmo no tardó en manifestarse. Los francmasones lleva ron a la Constituyente la emancipación de los judíos, y ellos se encargaron de hacerla pasar. Es Mirabeau quien le prestará el apoyo perseverante de su elocuencia, y Mirabeau es francmasón de los altos grados, íntimo con Weishaupt y sus adeptos. Y cuando, después de dos años de titubeos, la Asamblea Constituyente, llegada a su última hora y en su penúltima sesión titubee aún, el francmasón y jacobino Duport exigirá el voto sin más trámite y con la amenaza en los labios.
   Tal será -dice Léhmann- el primer servicio oculto hecho al Judaísmo por la Masonería. Después de éste vendrán otros. Ella es, en definitiva, el formidable pasillo, con cuya ayuda la cuestión judía está segura de encontrar una salida, el sombrío corredor a través del cual los hijos de Israel po drán desembocar a gusto en la Sociedad (Abbé Joseph Léh mann, L'Entrée des Israelites dans la Société Francaise et les Etats Chrétiens, p. 356).

Los judíos emancipados y su plan de conquista del mundo cristiano

   El 27 de septiembre de 1791 los judíos quedan completamente emancipados a la faz del mundo. Y con los judíos emancipados queda asimismo el orden social cristiano destruido bajo el pretexto mentiroso de los Derechos del Hombre. Los judíos podrán iniciar desde ya, a plena luz, su trabajo de conquista de la sociedad cristiana no sólo porque están en pie de igualdad con los pueblos cristianos, sino también porque las leyes anticristianas que se han implantado van a favorecer la ejecución de sus planes seculares.
   ¿Cuál será, desde entonces, la táctica judaica para lograr el propósito de dominación universal? Sumamente sencilla y sumamente eficaz.
   Se apoderarán de las riquezas de todos los pueblos. Y con esa riqueza corromperán a los mismos pueblos física y moralmente hasta reducirlos a una multitud de esclavos, que no tendrán otro destino que trabajar bajo el rugo de esta raza maldita y en su exclusivo beneficio. 

   Hemos de demostrar tres cosas.

  • La primera, que con el capitalismo los judíos se apoderan de las riquezas de todos los pueblos.

  • La segunda, que con el liberalismo y el socialismo los judíos, dueños de las riquezas del mundo, envenenan a todos los pueblos, pervirtiendo su inteligencia y corrompiendo su corazón.

  • La tercera, que con el comunismo los judíos exterminan a sus opositores y sujetan a los cristianos a un yugo de escla vos imposible de romper.

Los judíos y el capitalismo

PRIMERA PROPOSICIÓN

   Con el capitalismo, los judíos se apoderan de las riquezas de todos los pueblos.
  
¿Cual es la esencia, el corazón del régimen económico capitalista que está en vigor desde la Revolución Francesa y que ha producido las grandezas carnales de los pueblos modernos? Es el régimen de riqueza financiera como primer motor de todas las actividades económicas. El poder financiero que se concentra en los bancos impulsa y desarrolla toda actividad comercial, industrial y de cultura agrícolo-ganadera. El capital financiero es el gran factor de expansión económica. A través del crédito, del préstamo a interés, un capital financiero moviliza ingentes riquezas, que a su vez multiplican y acrecientan ese mismo capital financiero.
   Los bancos se enriquecen rápidamente no sólo por el préstamo a interés en cuanto interés, sino sobre todo por el préstamo. También se enriquecen con el interés. Y bajo este concepto, el préstamo es maravilloso. Porque tenemos 10.000 pesos, y al cabo del año, sin que medie nuestro tra bajo y nuestra preocupación, esta suma nos ha beneficiado con 600 pesos. Maravilloso, porque con él el dinero adquiere un poder de encantamiento, de imantación. El dinero, por sí solo, atrae más dinero. ¡Felices aquellos que en un régimen donde esté en vigor el préstamo a interés posean dinero! Sin necesidad de que lo arriesguen en empresas problemáticas podrán acrecentarlo. Basta que lo entreguen sobre buena garantía a un prestatario.
   Maravilloso el préstamo a interés. Sin embargo, los ju díos no pueden prestarse a interés entre ellos. Pueden, en cambio, prestar a los no judíos. (Deut. 23, 19). La razón de esta diferencia está en que entre ellos han de tratarse, como hermanos, y en cambio a los extraños pueden tratarlos como a enemigos. Y en realidad el préstamo a interés, en un régimen económico de fuerte estabilidad monetaria, va creando dos clases bien definidas: la prestamista y la trabajadora. La prestamista, que forzosamente tiene que irse enriqueciendo porque el dinero cada día aumenta con nuevo e indefectible acrecentamiento. La trabajadora, que forzosamente tiene que trabajar para sí y para los prestamistas; y como éstos vanse acrecentando, luego tiene también que acrecentarse el trabajo de los productores hasta que llegue el momento en que sus trabajos no cubran lo que deben a los prestamistas, y entonces se vayan endeudando.
   Pero hay otro capítulo por donde los bancos se enriquecen rápidamente, y es por las muchas operaciones de préstamo y devolución de los préstamos que realizan. Ello les permite, disponiendo de un fondo efectivo relativamente pequeño, realizar operaciones hasta diez veces superiores. Hay una verdadera creación de dinero en poder del banquero. El crédito es moneda. y el banquero, al crear crédito crea moneda. Y al crear moneda se enriquece rápidamente. Sabido es que el sector judío, siendo relativamente pequeño en comparación del sector de gentiles que se dedica a la creación de riquezas, maneja sobre todo el poder financiero que se ejerce a través de los bancos. ¿Qué pasa, entonces, en la economía?
   Los no-judíos cultivan la tierra, hacen florecer los campos, crean poderosos establecimientos agrícolo-ganaderos, levantan industrias, descubren y utilizan nuevas invenciones, hacen surgir de la tierra las verdaderas riquezas, y sin embargo son, en gran parte, miserables deudores.
   Los judíos, en cambio, ni cultivan, ni inventan, ni producen, y son los dueños de todo.
   Siempre se los ve prendidos al oro; siempre manipulan do mil papeles que se llamarán letras de cambio, cheques, pagarés, acciones, obligaciones, títulos, cuyos secretos sólo ellos conocen; siempre se quedarán con el oro, aun cuando a los demás les dejan estos papeles.
   Y ellos, dueños del oro, que es el polo hacia donde todo converge, serán, por lo mismo, dueños de todo el movimiento financiero, de todo el movimiento comercial, de todo el movimiento industrial, de todo el movimiento agrícolo-ganadero.
   Ellos, que no cultivan un grano de cereal, tienen el monopolio del trigo, del arroz, del lino, del algodón, de la ce bada y de todos sus derivados, del mundo entero; ellos, que no crían una oveja, poseen el monopolio de los ovinos, vacunos, porcinos, y en general, de todas las carnes del mundo entero; ellos, que no explotan ninguna mina, son dueños de los yacimientos hulleros y petroleros; dueños del oro, de la plata, del estaño, del hierro. del cobre, de las fuerzas eléctricas; ellos, que no saben fabricar más que artículos de miserable calidad, controlan las fábricas más importantes de todos los países.

   El Espíritu Santo dice en el Eccl. 10, 19, que al dinero obedecen todas las cosas, y los judíos, después de haber creado una economía que está toda ella en función del dinero, del acrecentamiento y multiplicaci6n del dinero como último fin, han sabido quedarse con el dinero. Y así se han quedado con todo, incluso con los gobiernos. Porque como éstos siempre necesitan dinero, siempre son sumisos clientes de los judíos.
   Pero, ¿y no podrían los gobiernos romper los lazos en que los tienen prendidos los judíos? Sí podrían, pero ¡es tan difícil! Porque fuera de otras muchas circunstancias, cuya enumeración sería larga, observemos solamente este hecho: los judíos, según les convenga, son nacionales o internacionales.
   ¿Se trata, pues, de afianzar en el país una industria o productos judíos? Ellos se afanarán por hacerlos figurar Como nacionales o argentinos. Y si se quiere un signo relativamente acertado para conocer la procedencia judía de una fábrica o artículo, se tiene en el rotulo de nacional o argentino que ostentarán.
   Pero, en cambio, cuando se los quiere constreñir con leyes o reglamentos que limiten su omnipotencia financiera, invocarán la procedencia belga, inglesa o norteamericana, no dudando hasta exigir la intervención a estos gobiernos en resguardo de sus intereses.
   El judío internacional ha creado el capitalismo internacional para tener en sus manos las riquezas internacionales. Werner Sombart ha escrito un voluminoso libro donde documenta con abundancia abrumadora romo los judíos han creado el capitalismo y cómo sin ellos no se podría explicar este régimen económico. (Les juifs et la Vie Economique, traduit del'Allemand avec l'autorisation de l'auteur par le Dr. S. Jankélévitch, Payot, París, 1923). Henry Ford, el célebre rey del automóvil, aporta datos interesantísimos en "El judío internacional", datos sobre todo relacionados con el poderoso capitalismo norteamericano, que demuestran la influencia jamás sospechada de la Banca judía internacional. Ni se diga que H. Ford ha desmentido su poderoso libro. porque un libro como el suyo, abundantemente documentado. no se desmiente con una simple carta redactada bajo la presión de toda la judería internacional en contra de su industria. Al contrario, esta victoria de la judería en contra de una potencia como Ford es la mejor demostración del poder fantástico de los judíos, amos de las riquezas del mundo.

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  • * El Judío en el Misterio de la Historia, Pbro. Julio Meinvielle (Teólogo), Ediciones Theoría, Buenos Aires, 1975.
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