STUDIA LITERARIA

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LAS MANIFESTACIONES DE FE CRISTIANA EN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO

Los soldados sois chusma [...]

 gentuza de armas blasfema, saqueadora y lujuriosa.

¿De qué infernales sentimientos estáis hablando?...

Una vida se os da un ardite

(Arturo y Carlota Pérez-Reverte, El capitán Alatriste)

        En las situaciones más comprometidas, el creyente de cualquier fe pone su confianza en su Dios. No obstante, el reconciliar los principios morales de las religiones, compartidos casi de manera universal, con la vida cotidiana del creyente o con las situaciones excepcionales a las que éste se enfrenta, sólo puede ser analizado dentro de su momento histórico y el contexto al que se refiera. En nuestra época se afirma categóricamente que la expresión Guerra santa, más allá de ser un mero oxímoron, contiene referentes irreconciliables; sin embargo, este concepto, entre otros, no pueden ser analizados de la misma manera en tiempos pasados. De manera concreta, uno de los ejemplos literarios-históricos para expresar lo irreconciliable del dogma católico romano con las acciones de la vida cotidiana y, en particular, en medio de una guerra es el testimonio de Bernal Díaz del Castillo en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. La explicación entre la conjunción de los elementos teológicos y las actitudes del conquistador creyente sólo pueden explicarse basándose en su contexto histórico-social, en la ideología coetánea y en la visión de la historia.

        La conquista española de los territorios americanos conlleva la imposición no sólo del poder gubernamental y militar, sino también la extirpación de las raíces culturales de los dominados, subyugando las manifestaciones ideológicas e imponiendo el pensamiento del conquistador. «La evangelización coincidió a menudo con un tipo de proselitismo que, con sus intrépidas pretensiones de absoluto, deseaba establecer una nueva Jerusalén en América». (Vilanova, 1989: 693).El quid en el caso de los conquistadores de la Nueva España radica en las causas que tienen para sostener su fe y concordar sus acciones con la moral impuesta por la religión. Pues, ¿cómo se puede explicar que uno de los mandamientos de la ley divina en el cristianismo afirme No matarás y los conquistadores hayan tenido que matar en la guerra a miles de indígenas? La coherencia para explicar esta conducta específica se explica desde la teología del momento que reconoció el carácter de humano (en tanto que ser racional) a los indígenas de América hasta 1537 cuando ya se había concluido la conquista de la Nueva España; así pues, desde este punto de vista, los españoles podían considerar que no mataban humanos iguales a ellos, ya que no tenían racionalidad. Por otra parte, el tinte medieval de cruzada que tenía la empresa conquistadora puede justificar esta acción, de acuerdo a la ideología de la época. En efecto, bajo los cánones de los concilios lateranenses se justificaba la acción militar contra los infieles.

        La creencia cristiana en la Historia verdadera aparece en la llegada a México desde el encuentro entre el ejército de Cortés y los españoles que habían naufragado varios años atrás (Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar), pues el primero de ellos se muestra reticente a seguir la empresa conquistadora por varias razones; Aguilar lo conmina a que participe de la lucha puesto que el era cristiano y como tal no podía sustraerse a un deber de origen divino, de lo contrario condenaría su alma. Esta conciencia de la obligación por mandato providencial será el tenor sobre el cual se fundará la ideología de la conquista y las acciones que en ella se realizaron. Entre las implicaciones directas de esta conciencia está la identificación entre la acción misionera que gana almas de la misma manera en que se ganan batallas. De ahí que una parte del trabajo militar fuese la predica a los indígenas como se verá repetidamente en los discursos de Cortés.

        La demostración de la fe de los conquistadores es patente en la narración de Bernal Díaz del Castillo: los soldados en varios momentos participan de la manifestación colectiva de su fe cristiana que sirve para reforzar su valor en tierras extrañas y, principalmente, antes de entrar en batalla, pues el mayor miedo del conquistador no es la muerte, la cual encuentra consuelo en la promesa del Paraíso, sino miedo a la deshonra y a la derrota, en tierras extranjeras donde no era posible la retirada. El timor mortis despierta en el conquistador una sensación de desamparo que se alivia con el perdón de los pecados; esta relación sacramental se pone de relieve en dichos momentos.

Y desde que aquello vimos, como somos hombres y temíamos a la muerte, muchos de nosotros, y aun todos los demás, nos confesamos con el padre de la Merced y con el clérigo Juan Díaz, que toda la noche estuvieron en oír de penitencia, y encomendémonos a Dios que nos librase no fuésemos vencidos. (Díaz del Castillo, 2002: 111).

        El reforzamiento de la fe del conquistador en tierras extrañas, en donde el miedo imbuye el ambiente cotidiano, tiene un papel relevante como ejemplo de una técnica que se podría denominar lavado de cerebro. El comandante de las expediciones debe inspirar confianza a sus soldados y utiliza a los capellanes de su escuadra como el medio a través del cual se impide la insubordinación; asimismo, el capellán cimienta la fe de los conquistadores. De ahí el carácter que adquiere la ritualización sacramental en los actos de devoción como la misa, la edificación de altares para la celebración de éstas, la invocación de la ayuda divina, las predicas a los soldados sobre la importancia de la misión que Dios les ha encomendado y cómo ellos son los instrumentos para llevar a cabo dichos designios.

        Por otra parte, la influencia de la fe y el celo con el que los soldados la demuestran desempeña un rol muy marcado en la vida cotidiana. Así, los marcadores temporales en la narración se dan a través de alusiones devocionales: El tiempo de un Ave María, la hora de los rezos cotidianos, las fiestas religiosas para marcar las fechas como Pascua, San Juan Bautista, y el evento final dentro del proceso de la conquista de Tenochtitlan al capturar a Cuauhtémoc el día de San Hipólito —el cual después quedará como día de fiesta en la Nueva España—, por lo cual el manejo del tiempo entre los conquistadores está estrechamente ligado con la concepción cristiana del mundo.

        La actitud etnocéntrica española busca imponer entre los conquistados la cultura del conquistador; «es por ello que el imperio español toma posición y posesión de las llamadas Indias Occidentales a través de un acto de negación que borra diferencias y especificidades, convirtiendo al nuevo territorio en una página en blanco» (Hernández, 1994: 220). Esta página en blanco será llenada con los elementos cristianos como los cambios de nombres a las poblaciones por nombres del santoral, la manera en que se derriban los ídolos de las poblaciones o las predicas que dirige Cortés intimándolos a que abracen la fe cristiana.

Entonces nos habló Cortés sobre ello y nos trajo a la memoria unas buenas y muy santas doctrinas, y qué como podíamos hacer ninguna cosa buena si no volvíamos por la honra de Dios y en quitar los sacrificios que hacían a los ídolos, y qué estuviésemos muy apercibidos para pelear si nos viniesen a defender que no se los derrocásemos, y que aunque nos costase las vidas, en aquel día habían de venir al suelo. [...] vino el cacique gordo con otros principales, muy alborotados y sañudos, y dijeron a Cortés que por qué les queríamos destruir, y que si les hacíamos deshonor a sus dioses o se los quitábamos, que todos ellos perecerían, y aun ellos con nosotros. [1] (Díaz del Castillo, 2002: 87).

Desde la perspectiva de la filosofía de la historia de corte providencialista, el descubrimiento de América rompe con varias creencias, entre ellas el hecho de que hubiera habitantes en las antípodas, expresado como algo imposible por San Agustín y que contribuyó, entre otras causas, al no otorgamiento de carácter humano a los habitantes. Empero, en muchos aspectos la conquista de México sigue los dictados de La ciudad de Dios al justificar el combate a la idolatría, una labor que comenzarían los conquistadores al destruir las representaciones de la religión indígena.

Por esta religión [la cristiana], verdadera y única se pudo descubrir que los dioses de los gentiles eran sumamente impuros y unos obscenos demonios [...]. De cuyo cruel e impío poder se libro el hombre creyendo sinceramente en Aquel que para levantarnos nos dio un ejemplo de humildad tan especial. (San Agustín, 2002: 195).

Y que aquellos que ellos tienen por dioses, que no lo son, sino diablos, que son cosas muy malas, y cuales tienen las figuras, que peores tienen los hechos, y que mirasen cuan malos son y de poca valía, que donde tenemos puestas nuestras cruces como las que vieron sus embajadores, con temor de ellas no osan parecer delante, y que el tiempo andando lo verán. (Díaz del Castillo, 2002: 164).[2]

        A pesar de todo, la fe del conquistador no se ha vuelto fanática, esto lo demuestra una de las críticas de Bernal Díaz a López de Gómara cuando éste último afirma que en la batalla de Cintla apareció Santiago apóstol en su caballo ayudando en la batalla a los españoles; Bernal lo desmiente al sostener que si en verdad hubiese aparecido Santiago él, seguramente por sus muchos pecados, no lo vio. Sin caer en una negación absoluta, que se podría haber considerado como blasfema o descreída para la época, Bernal adopta una postura que no descarta la intervención divina, pero que posee un tinte más cercano a la razón promovida por el Renacimiento.

        Los españoles obran por amor a Dios y a su representante en la tierra, esto se ve reflejado en varias ocasiones, particularmente, a través del respeto a los clérigos que acompañan a las tropas españolas, y el desdén para los papas (sacerdotes) de la religión indígena. Esto no sólo por el aspecto de la imposición religiosa, sino también por el miedo a ser sacrificados en un rito idólatra —consagrado al demonio, según los españoles—  que es la más terrible entre todas las formas que asume el timor mortis.

        Los actos del conquistador en su plan para establecer la religión cristiana tienen diversos matices y van desde el bautizo a indígenas para su conversión, las explicaciones dogmáticas a Moctezuma, en la esperanza española que pretendía llevar la conversión en un sentido descendente de la escala social. De aquí en adelante, el proceso de conversión al cristianismo seguirá usando las grandes predicas en las que intervienen Cortés y los frailes que lo acompañan. La importancia de la religión para los españoles es tal que, durante su estancia en el palacio de Axayácatl, construyen una iglesia y un altar; asimismo, uno de los grandes conflictos de la estancia de los españoles en Tenochtitlan es un altar en el Cu situado en Tlatelolco.

El reconocimiento del poder y la providencia divinos está caracterizado en las oraciones antes de entrar en batalla, así como los gritos apelando a los santos durante éstas, implorando su intercesión y protección. En más de una ocasión, Bernal se ve en la necesidad de recurrir a su fe como un elemento al que atribuirá el haber sobrevivido a las cruentas luchas. Dos eventos son particularmente destacados; tras la derrota de la Noche triste, los españoles sobrevivientes construirán una iglesia, demostrando la confianza en Dios a pesar de las desgracias. En segundo lugar, el prendimiento de Cuauhtémoc se explica mediante la ayuda divina y no por el esfuerzo táctico-militar. Este acontecimiento tiene un antecedente en las ordenanzas guiadas por el dogma antes de comenzar el asalto final y sitio de Tenochtitlan: «Que ninguna persona fuese osada de blasfemar de Nuestro Señor Jesucristo, ni de Nuestra Señora su bendita madre, ni de los Santos Apóstoles, ni otros santos, so graves penas»[3] (Díaz del Castillo, 2002: 328). De ahí puede argüirse que gracias a haber seguido fielmente las indicaciones de la autoridad (representante del poder divino), se pudo lograr el éxito de la campaña militar.

        La actitud del conquistador tiene un trasfondo religioso-político que no se puede desvincular, el poder como anhelo final de la conquista está íntimamente relacionado al uso del poder como expresión terrena del orden divino, en donde una acción militar justifica la conquista espiritual y viceversa.

[...] La conquista se justificaba en tanto fuera un instrumento para la difusión de la fe y el dominio de la Iglesia. Desde que la gente de Cortés se instaló en Zempoala todas las acciones ante los señoríos mesoamericanos, fuesen guerras o alianzas, estuvieron acompañadas de algún ritual religioso. El paradigma de ello era la destrucción de algunos ídolos y la erección de una cruz; más todavía, en algunos casos los tlahtoque fueron bautizados y provistos de un nombre cristiano. (García Martínez, 2000: 244).

        Así, la causa final del valor de los españoles, de los éxitos militares, entre los cuales se encuentra la toma de Tenochtitlan, es la providencia divina de la cual los españoles son plenamente conscientes y, por lo tanto, saben que la sujeción a los dogmas impuestos por la religión cristiana, los mandatos de las autoridades (el capitán Cortés, las decisiones políticas amparadas en la religión desde Roma) y el seguir fielmente los ritos y los deberes del buen cristiano son las más poderosas armas que Dios ha puesto en manos de los españoles para consumar la victoria. Aun la derrota no adquiere un sentido catastrófico, sino que se ve como parte de los inescrutables designios divinos, a los cuales no pueden renegar los españoles.

        De esta manera, la manifestación de la fe cristiana del conquistador tiene varios motores; el primero es la sumisión al dogma y a la catequesis cristiana expresada en los actos cotidianos que, entreverados en un acto de corte militar inspirado en las cruzadas medievales, sustentan el conjunto de ideologías que buscan ser impuestas en los territorios conquistados. Por otro lado, las expresiones de sostenimiento de la fe ante la adversidad, por medio de los discursos del comandante o de los capellanes, genera un sentimiento de creencia colectiva la cual impulsará a seguir la misión divina de la que son ejecutores, so pena de atraerse la ira de Dios. De ahí, pues, el celo que se manifiesta en la conversión de indígenas —como punto de inflexión para la subsecuente labor de los frailes evangelizadores— y en la misma confianza de los españoles quienes deben seguir bajo cualquier circunstancia el ritual y liturgia cristianos.

        El trabajo del conquistador, más allá de asumir los dogmas y los mandatos divinos expresados por los Papas en encíclicas y concilios —siguiendo la tradición como artículo de fe— tiene tintes de crítica que, no obstante, son superados ampliamente por otras actitudes. Bernal Díaz se convierte en el devoto por excelencia, pues deposita en Dios sus problemas, teniendo una firme convicción en que sus actos guían el camino de una salvación en tanto que estos sean medios de realización de la voluntad divina. La fe y su demostración en un medio ajeno es, finalmente, la que conduce a la victoria española, según la perspectiva de los conquistadores. 

BIBLIOGRAFÍA

Agustín, San. 2002. La ciudad de Dios. “Sepan Cuantos...”, 59 (México: Porrúa).       

Díaz del Castillo, Bernal. 2002. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. “Sepan Cuantos...”, 5 (México: Porrúa).

García Martínez, Bernardo. 2000. “La creación de Nueva España”, en Historia general de México (México: COLMEX)

López de Gómara, Francisco. 1988. Historia de la conquista de México. “Sepan Cuantos...”, 566 (México: Porrúa).

Hernández, Ivette N. 1994. “El desorden de un reino: Historia y poder en El carnero”, en Conquista y Contraconquista. La escritura del Nuevo Mundo (México: Brown University-COLMEX).

Vilanova, Evangelista. 1989. Historia de la teología cristiana II: Prerreforma, reformas, contrarreforma. Biblioteca Herder, sección de teología y filosofía, vol. 181 (Barcelona: Herder).


[1] Las negritas son propias. Dicho pasaje resalta dos caracteres importantes mencionados con anterioridad: las predicas a los soldados como medio de reforzar su fe, y la doctrina de la lucha contra la idolatría de los infieles.

[2] Se nota la comparación de la idolatría como algo proveniente del demonio, debido a la carga fundada en la afirmación de No hay salvación fuera de la Iglesia que impera en la Edad Media y que acusa a otras religiones —en particular la islámica— del mismo cargo. Así, la lucha entre españoles e indígenas puede asumirse, en parte, como una representación metafísica del bien divino contra el poder maligno de Satanás. Resalto en cursivas las citas en donde aparece ese carácter demoníaco en La ciudad de Dios y en la narración de Bernal del diálogo entre Cortés y Moctezuma.

[3] Como información adicional, destaca que Bernal expresa la fecha en la cual se dieron estas ordenanzas (segundo día de Pascua del Espíritu Santo)  usando nuevamente un referente religioso.


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