STUDIA LITERARIA

 

Página principal Textos de investigación Ensayos Enlaces Contacto Noticias FAQ'S Mapa del sitio

 

 

LOS DUQUES: LECTORES FICTICIOS DEL QUIJOTE

Más allá de lo que la crítica cervantina pueda averiguar acerca de los referentes del mundo real que están reflejados en el Quijote, resulta también importante concentrarse en la labor que estos personajes, basados o no en personas verdaderas, realizan dentro del texto. Uno de estos casos se presenta en los duques con los que llegan don Quijote y su escudero en El ingenioso caballero... Aun cuando se ha empleado gran tiempo en investigar quiénes son los nobles retratados en estos capítulos (siendo la opinión más común que ellos están inspirados en los duques de Villahermosa), el propósito de este análisis es tratar su función en el texto a partir de una de las categorías establecidas por la estética de la recepción: la de lectores ficticios, y revisar cuál es la pertinencia de este recurso dentro de la trama de la segunda parte de esta obra de Cervantes.[1]

        Los veintisiete capítulos comprendidos entre el 30 y el 57 dan cuenta de esta prolongada estancia cuya base principal está en un juego que se presenta en la narración a partir del plano realista: si en el mundo fenoménico hay un gran número de lectores del Quijote I, este hecho se retoma en la ficción novelesca para armar una serie de eventos que se fundan en unos lectores, ficticios evidentemente, de las aventuras del hidalgo manchego. Estos duques, además, han tenido oportunidad de leer otros libros de caballerías (los cuales se vuelven una metaficción) lo que les permite entender a un personaje-persona (todo dentro del libro) como don Quijote. De esta forma, se presenta una serie de sucesos que, al igual que la locura y posterior decisión de Alonso Quijano de convertirse en caballero, tienen su fundamento en una lectura ficticia, que no sólo es de libros de caballerías, sino de la Primera Parte, la cual tendrá como consecuencia toda la serie de burlas que se presentan en los episodios narrados a partir de ese punto.

  1. La entrada de los duques a escena

Entre los antecedentes de la aparición de los duques como lectores, debe considerarse el mismo manejo que ha hecho el autor implícito para incluir a estos lectores ficticios como parte de su trama, haciéndolos transitar de ser meras alusiones de un referente real (tal y como lo muestra el diálogo con Sansón Carrasco en el capítulo 3) a personajes. Merced a que esto remite al primer libro, hay un movimiento multifactorial que recalca la misma capacidad de Cervantes como lector de sí mismo: En primer lugar, se pone a prueba el entramado de autores y mediaciones escriturales, ya que esta parte del relato está mediada por la autoría de Cide Hamete, a su vez con el editor-narrador y el traductor interpuestos. Con esto, los nobles aparecen como unos lectores que, desde el nivel intradiegético, son personas de carne y hueso, aunque para el lector real, son meras creaciones encubiertas por varios niveles ficcionales. En segundo lugar, hay una influencia bidireccional que tiene como referente la Primera Parte, puesto que los duques son caracterizados a partir de la lectura que han hecho de ella, lo que a su vez les permitirá intervenir en el desarrollo de la acción para afectar a los otros personajes.[2]

El momento en el que entran los nobles a formar parte de la narración no podría haber sido más oportuno, en palabras de Canavaggio: “La aparición de los duques se produce [...] en un momento en que Sancho, escarmentado por la aventura del barco encantado, ha dejado de aguantar los disparates de DQ y está a punto de abandonarle.” (1998: 163). La entrada de éstos representa a un tiempo la instauración del fenómeno de lectura ficticia, cuya conexión con el mundo real hace aún más marcado este contraste, porque dentro de la ficción se vuelven tenues los límites entre niveles ficcionales. De manera esquemática, el lector puede observar tres horizontes de desarrollo de la historia, en tanto que los duques ven sólo dos, pero dentro de ese plano realista resulta mucho más impactante el salto de la ficción hacia aquél, que es, precisamente, con lo que se quiere jugar: Don Quijote y Sancho han dejado de ser entes novelescos y se han vuelto seres de carne y hueso para los lectores ficticios que son los duques.

Nivel 1: Realidad fáctica

Mundo fenoménico: El lector real que lee el episodio.[3]

Nivel 2: Plano realista en la ficción

Ficción en la Segunda Parte del Quijote: El hidalgo y su escudero ante los duques lectores. Los personajes del nivel 3 han ascendido a éste y se han vuelto personas para quienes los ven.

Nivel 3: Ficción dentro de la ficción (metaficción)

La Primera Parte y otros libros de caballerías como lectura de los duques. Don Quijote y Sancho son personajes de un libro.

Igualmente, esto da cuenta de uno de los tantos fenómenos de diseminación del Quijote I en el segundo libro, en esta ocasión vinculado con uno de los recursos del esquema autoral y narrativo, ya que la escena se construye a partir de una lectura ficticia, pero no cualquiera, sino precisamente la de la Primera Parte. Esto no sólo permite la confusión en el plano realista de la ficción con aquél, sino que, dentro de la diégesis de la Segunda Parte, y en general de toda la obra, permite que se siga el tono burlesco y que se extraiga la comicidad a partir de las desgracias que le suceden al caballero andante.[4] Al encontrar a los duques, ellos se encargarán de hacer el escarnio del hidalgo, en un afán por reírse tanto como lo pudieron haber hecho al leer las aventuras del primer libro, pues la mayor parte de la mofa se funda en el hecho de que ellos saben de qué pie cojea don Quijote.[5] De igual modo, si el leer ducal parecía focalizado en el caballero; al entrar a formar parte del mismo mundo de los duques, la figura de Sancho se modifica, adquiere relevancia y refuerza su protagonismo con miras al desarrollo de estos episodios.

—Por cierto, buen escudero —respondió la señora—, vos habéis dado la embajada vuestra con todas aquellas circunstancias que las tales embajadas piden. Levantaos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos; levantaos, amigo, y decid a vuestro señor que venga mucho enhorabuena a servirse de mí y del duque mi marido, en una casa de placer que aquí tenemos.

Levantóse Sancho, admirado así de la hermosura de la buena señora como de su mucha crianza y cortesía, y más de lo que le había dicho que tenía noticia de su señor el Caballero de la Triste Figura, y que si no le había llamado el de los Leones, debía de ser por habérsele puesto tan nuevamente.[6] Preguntóle la duquesa, cuyo título aún no se sabe:

—Decidme, hermano escudero: este vuestro señor ¿no es uno de quien anda impresa una historia que se llama del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal Dulcinea del Toboso?

—El mesmo es, señora —respondió Sancho—, y aquel escudero suyo que anda o debe de andar en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo, si no es que me trocaron en la cuna, quiero decir, que me trocaron en la estampa. (II, 30: 876).

Aquí comienza el entramado basado en la intratextualidad[7] y que no es sino la forma en que el conocimiento de don Quijote como personaje da claves de su comportamiento como persona a los duques (en el rubro libresco, desde luego). Como ya se ha dicho, la idea de obtener diversión a costa del caballero es lo primero que se mantiene y a lo cual después se sumarán varios elementos más graves que tienen su sustento ya no sólo en el Quijote de 1605, sino en otros libros de caballerías y en el relato verbal de las aventuras sucedidas hasta ese momento de la Segunda Parte.

Sancho, con esta tan agradable respuesta, con grandísimo gusto volvió a su amo, a quien contó todo lo que la gran señora le había dicho, [...] arremetió a Rocinante y con gentil denuedo fue a besar las manos a la duquesa; la cual, haciendo llamar al duque su marido, le contó, en tanto que don Quijote llegaba, toda la embajada suya, y los dos, por haber leído la primera parte desta historia y haber entendido por ella el disparatado humor de don Quijote, con grandísimo gusto y con deseo de conocerle le atendían, con prosupuesto de seguirle el humor y conceder con él en cuanto les dijese, tratándole como a caballero andante los días que con ellos se detuviese, con todas las ceremonias acostumbradas en los libros de caballerías, que ellos habían leído, y aun les eran muy aficionados. (II, 30: 876-877).

De hecho, la forma en que los criados del duque están retratados en su comportamiento hacia don Quijote tiene su base en las órdenes que aquél les ha dado en virtud de dos lecturas principales, las cuales logran un cambio ex profeso del plano realista y lo amoldan a la visión que siempre ha querido el protagonista. La lectura ficticia durante la recepción que se le da al caballero altera lo que durante la Primera Parte había sido una constante: él ya no tiene que modificar sus percepciones, pues ya se las presentan trastocadas. Esto ayuda a reconfigurarlo, ya que entra a una ficción en la que el plano realista ha sido trastocado en el modo en que se le presenta, teniendo como causa y origen la lectura. Esto tiene un poderoso efecto en la identidad del caballero, en virtud de que, hasta ese momento, nadie lo había reconocido como tal; antes bien, había sido objeto de desdenes y burlas por querer asumir la condición caballeresca. Sin embargo, esa ficción, al igual que el mundo exterior, no es como aquélla que tiene don Quijote en su mente a partir de sus lecturas —idealizada—; sino que, aunque de entrada pareciera que será a su gusto y guisa, igual que el plano realista, se opone a él, haciéndolo caer en situaciones jocosas.[8]

Cuenta, pues, la historia que, antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote; [...] al entrar en un gran patio llegaron dos hermosas doncellas y echaron sobre los hombros a don Quijote un gran mantón de finísima escarlata, y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces:

—¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!

Y todos o los más derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquel fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados siglos. (II, 31: 880).

2.    Críticas y soluciones textuales

La lectura ficticia que hacen los duques también es algo censurable, al menos para el eclesiástico. Aquí también hay una reprimenda que ya habían hecho estos personajes de Iglesia a la locura de don Quijote; la lectura que los nobles hacen de este particular libro de caballerías es un acto reprochable que debe ser detenido. En consecuencia, esto sirve como ataque a dichas obras (como en otras ocasiones).[9] La invectiva también alcanza a los proyectos que el duque tiene planeados para don Quijote, basados en su acto de lectura, y añade un punto de tensión con otro de los personajes críticos del caballero

El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayó en la cuenta de que aquel debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates; y enterándose ser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con el duque, le dijo:

—Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, o don Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra Excelencia quiere que sea dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y vaciedades. (II, 31: 888).

 

El conocimiento que tienen los duques de ambos personajes —ahora entes reales— les permite organizar un complejo armado de burla, como lo es el episodio de la ínsula que desde la llegada a la casa ducal se anuncia, aunque dada la serie de escarnios que padecen don Quijote y su escudero, no se concretará sino hasta un punto más adelantado de esta larga secuencia de episodios. Este hecho cumple, finalmente, el anhelo por el cual Sancho ha aguantado a su amo a pesar de todo, y lo compensa después de la infinidad de inconvenientes que tuvieron que encarar. Con esto, una de las situaciones de la anécdota que se venía arrastrando desde El ingenioso hidalgo... tiene una solución, zumbona, pero solución al cabo.[10] Las nuevas creaciones generadas por la lectura permiten resolver una situación que parecía no tener salida, ya que don Quijote por sus actos en un mundo fuera de los códigos caballerescos no hubiera sido capaz de cumplir la promesa hecha al labrador. Esto trae como consecuencia inmediata la recuperación de parte de la confianza que tenía Sancho en su amo, la cual, como bien se puntualizaba anteriormente, estaba bastante deshecha hacia ese momento.

—¿Por ventura —dijo el eclesiástico— sois vos, hermano, aquel Sancho Panza que dicen, a quien vuestro amo tiene prometida una ínsula?

—Sí soy —respondió Sancho—, y soy quien la merece tan bien como otro cualquiera; soy quien «júntate a los buenos, y serás uno de ellos», y soy yo de aquellos «no con quien naces, sino con quien paces», y de los «quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija». Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo, que ni a él le faltarán imperios que mandar, ni a mí ínsulas que gobernar.

—No, por cierto, Sancho amigo —dijo a esta sazón el duque—, que yo, en nombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de una que tengo de nones, de no pequeña calidad.

—Híncate de rodillas, Sancho —dijo don Quijote—, y besa los pies a Su Excelencia por la merced que te ha hecho. (II, 32: 890-891).

3.    Dulcinea re-encantada

El desencanto de Dulcinea es la muestra más clara, además del gobierno de la ínsula concedido a Sancho, de la lectura profunda que los duques han hecho de la Primera Parte.[11] De inicio, ésta va a repercutir en la propia concepción de Dulcinea que posee don Quijote y, en un segundo momento, en la relación que se mantiene entre él y su escudero. Poniendo en duda la existencia fáctica de la dama y concibiéndola como un producto de la lectura y de la locura, se genera un movimiento en el personaje que cimbra parte de su propio ser (dado que para convertirse en caballero andante él se hizo, imaginariamente, claro está, de una dama de sus pensamientos). Aquí se entremezcla la lectura de otros libros de caballerías que han hecho los duques para poder parangonar la situación de Dulcinea con las doncellas de estos libros. Así pues, en virtud de que tanto los duques cuanto don Quijote comparten el mismo tipo de lecturas, puede darse este cambio anímico al poner en duda el carácter de Dulcinea dentro del plano realista: ¿es ella imagen mental o ente fenoménico?

—No hay más que decir —dijo la duquesa—. Pero si, con todo eso, hemos de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de pocos días a esta parte ha salido a la luz del mundo, con general aplauso de las gentes, della se colige, si mal no me acuerdo, que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfeciones que quiso.

—En eso hay mucho que decir —respondió don Quijote—. Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y estas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora [...]

—Así es —dijo el duque—, pero hame de dar licencia el señor don Quijote para que diga lo que me fuerza a decir la historia que de sus hazañas he leído, de donde se infiere que, puesto que se conceda que hay Dulcinea en el Toboso [...] en lo de la alteza del linaje no corre parejas con las Orianas, con las Alastrajareas, con las Madasimas, ni con otras deste jaez, de quien están llenas las historias que vuesa merced bien sabe. (II, 32: 897-898).

Pasando al lazo entre don Quijote y Sancho, puede percibirse cómo la lectura de los duques busca descubrir la verdad que hasta este momento ha ocultado este último en relación con su supuesta visita a Dulcinea. Lo anterior tiene un antecedente en la embajada que Sancho debió cumplir entregándole una carta (I, 25) y las subsecuentes mentiras del escudero; la primera, relatando que él en verdad vio a la dama de su señor I, 31), y la segunda con el supuesto encantamiento al que está sujeta (II, 10). Los duques sólo conocen el engaño inicial por su lectura y el siguiente les es narrado, con lo que se comienzan a establecer las bases para la gran jugarreta de los duques, a partir de estos acontecimientos. Sin embargo, en este momento, gracias a la lectura, se pretende crear un conflicto que desenmascare las engañifas de Sancho y mine la confianza que en él ha cifrado el caballero. Pese a todo, don Quijote sigue creyendo en la palabra que su escudero le ha dado sobre este particular, igual que lo había venido haciendo desde que surgió este conflicto en la Primera Parte. Hay una burla sutil que juega con el temperamento del hidalgo, de quien ya se sabe que reacciona coléricamente cuando se habla mal de su señora; así también está este tipo de provocación ligera, que nuevamente encuentra raíces en la Primera Parte.

—Digo, señor don Quijote —dijo la duquesa—, que en todo cuanto vuestra merced dice va con pie de plomo y, como suele decirse, con la sonda en la mano; y que yo desde aquí adelante creeré y haré creer a todos los de mi casa, y aun al duque mi señor, si fuere menester, que hay Dulcinea en el Toboso, y que vive hoy día, y es hermosa, y principalmente nacida, y merecedora que un tal caballero como es el señor don Quijote la sirva, que es lo más que puedo ni sé encarecer. Pero no puedo dejar de formar un escrúpulo y tener algún no sé qué de ojeriza contra Sancho Panza: el escrúpulo es que dice la historia referida que el tal Sancho Panza halló a la tal señora Dulcinea, cuando de parte de vuestra merced le llevó una epístola, ahechando un costal de trigo, y por más señas dice que era rubión, cosa que me hace dudar en la alteza de su linaje. (II, 32: 898).

Pero las dudas de los duques, dado que ellos conocen algo que don Quijote no sabe (i.e. las falsedades de Sancho), y en particular las de la duquesa, les permiten apuntalar la broma que se está tramando. Aquí el acto de lectura atento del Quijote I, pero que busca confirmarse, desempeña un rol complementario al de la narración de los últimos sucesos que los duques no han leído (dado que sobrevienen en El ingenioso caballero...) para comenzar a implantar una nueva ficción. Ambos encantamientos, el creado por Sancho y el creado por los nobles, tienen como antecedente la falacia fabricada por el escudero desde los episodios en Sierra Morena. Empero, el primer encantamiento está basado en la propia trama vivida por los personajes; en cambio, el segundo tiene como origen la lectura que han hecho los nobles, aunada a las conversaciones-narraciones y tiene como víctima nuevamente a don Quijote, pero con Sancho envuelto en este enredo. De esta forma, la lectura ficticia de los duques ha servido como desencadenador de un conflicto que perdurará durante el resto de la obra modificando el trato entre amo y escudero, ya que por esta causa don Quijote quedará sujeto a Sancho, quien se ha vuelto la llave para alcanzar su tan deseado anhelo, y se ha creado todo un montaje que sigue con la tónica de burlas que sufrirá el caballero donde los duques. En el ámbito del lector, este episodio trabaja una intratextualidad profunda con el Quijote de 1605 que plantea, para quien lee ambas partes, una suerte de complicidad, pues conoce lo mismo que Sancho; al tiempo que, para quien lo es únicamente del segundo libro, constituye un constructo que informa de esta relación de lectores ficticios como recurso creado por el autor textual. Este pasaje también revela la naturaleza del tipo de lectura, pues asaz minuciosa, mueve a la duda después de este encuentro con los personajes que se han transformado en personas.

—Ahora que estamos solos y que aquí no nos oye nadie, querría yo que el señor gobernador me asolviese ciertas dudas que tengo, nacidas de la historia que del gran don Quijote anda ya impresa. Una de las cuales dudas es que pues el buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, ni le llevó la carta del señor don Quijote, porque se quedó en el libro de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta y aquello de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño de la buena opinión de la sin par Dulcinea, y cosas todas que no vienen bien con la calidad y fidelidad de los buenos escuderos.
A estas razones, sin responder con alguna, se levantó Sancho de la silla, y con pasos quedos, el cuerpo agobiado y el dedo puesto sobre los labios, anduvo por toda la sala levantando los doseles; y luego esto hecho, se volvió a sentar y dijo:

—Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa, fuera de los circunstantes, sin temor ni sobresalto responderé a lo que se me ha preguntado y a todo aquello que se me preguntare. Y lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo a mí se me ha asentado que es un mentecato. Pues como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda. (II, 33: 904-905).

Así, con todos los elementos anteriores, puede verse cómo la lectura, no sólo de la Primera Parte, sino de otros libros de caballerías, consolida la artimaña, la cual tiene más antecedentes extraídos de El ingenioso hidalgo (como la credulidad de don Quijote hacia lo que dice Sancho, la justificación de todo por culpa de los encantadores, los anhelos del caballero) y que no será sino la primera de las grandes bromas basadas en el leer ducal.

Las razones de Sancho renovaron en la duquesa la risa y el contento; y enviándole a reposar, ella fue a dar cuenta al duque de lo que con él había pasado, y entre los dos dieron traza y orden de hacer una burla a don Quijote que fuese famosa y viniese bien con el estilo caballeresco, en el cual le hicieron muchas tan propias y discretas, que son las mejores aventuras que en esta grande historia se contienen. (II, 33: 912).

CONCLUSIONES

En suma, la lectura ficticia efectuada por los duques se revela como un elemento bifronte: precursor y descubridor. La primera característica la obtiene porque es un desencadenador de varios eventos de la trama, los cuales persisten en el tenor sobre el que se maneja la obra en su conjunto: un libro de entretenimiento. De la misma manera, estos hechos sostienen una serie de episodios que representan las resoluciones de varios hilos dentro de la trama, como lo es el gobierno de la ínsula otorgado a Sancho. Gracias a la prolongación y diseminación de los recursos establecidos del Quijote de 1605 en esta Segunda Parte, se puede integrar a estos lectores ficticios, reflejos de los reales, como un recurso dentro de la diégesis, y en quienes aparece delegado el acto de seguir provocando la risa mediante lo que le suceda al caballero manchego. Así, la lectura que Cervantes ha hecho de sí mismo ha adquirido nuevas dimensiones con la introducción de estos personajes y es ampliada, porque de ser un mero comentario pasa a tener un papel más activo, reafirmando el objetivo principal instaurado desde el prólogo de la Primera Parte: “Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente [...] el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla” (Cervantes, 1998: 18); algo que, sin duda, en esta larga secuencia de bromas que suceden en estos capítulos, resulta más que patente.

BIBLIOGRAFÍA

Canavaggio, Jean. 1998. “Capítulo XXX” y “Capítulo XXXII”, en “Lecturas del «Quijote»”, en Francisco Rico (coord.) Don Quijote de la Mancha. Volumen complementario (Barcelona: Instituto Cervantes-Crítica).

Cervantes, Miguel de. 1998. Don Quijote de la Mancha. Biblioteca Clásica, 50. (Barcelona: Instituto Cervantes-Crítica).

Martínez Fernández, José Enrique. 2001. La intertextualidad literaria (Madrid: Cátedra). 

Redondo, Augustin. 1998. Otra manera de leer El Quijote. Historia, tradiciones culturales y literatura. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 13 (Madrid: Castalia).

Stoopen Galán, María. 2002. Los autores, el texto, los lectores en el Quijote de 1605 (México: Universidad Nacional Autónoma de México / Universidad de Guanajuato / Gobierno del Estado de Guanajuato).


[1] Por cuestiones metodológicas, he decidido concentrarme únicamente en los capítulos que tienen un vínculo directo con El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, i.e., los capítulos 30 al 35 de la Segunda Parte, y dejar de lado los capítulos posteriores que, aunque también están estructurados a partir de la lectura ficticia, poseen otros referentes ya no intra sino intertextuales, con otras obras ajenas.

[2] Podemos considerar que si la historia y el texto del primer Quijote —lo mismo que su lectura— pueden marchar ajenos a su continuación, el segundo Quijote, por el contrario, supone, inevitablemente para su lector, la existencia del primero y, por parte del lector de ambos, una relectura y una probable reelaboración de los recursos empleados con anterioridad. (Stoopen, 2002: 299).

[3] Este nivel, lógicamente, es el más tangencial para efectos de este análisis, dado que está fuera del libro.

[4] [...] ante el conocimiento de que circula una historia que relata sus hazañas, aumenta el interés de los andantes manchegos por saber qué se cuenta en ella y qué opinan de sus personas quienes la han leído. Con ello introducen el tema de la recepción del libro [...] Aunque, en virtud de la publicación de la mencionada historia, sus lectores ficticios tendrán acceso a ese pasado y, a causa de ello, los andantes manchegos se verán expuestos a las mofas y engaños de quienes en el segundo libro están al corriente de sus actos, conversaciones e íntimos pensamientos, así como de sus puntos vulnerables. (Stoopen, 2002: 325-326).

[5] Una interpretación sobre la forma de lectura de los duques recae sobre la cuestión de verosimilitud-verdad. El hecho de que, como mencione la duquesa, ya tuvieran noticia de él y no se extrañen de que un personaje de un libro salte a ese nivel de realidad (para el lector real, plano realista) ¿acaso revela que los duques hicieron una lectura crédula y confundieron lo verosímil por verdadero, esto es, que creyeran que don Quijote y Sancho realmente tenían una existencia física, pues lo que se estaba contando en la Primera Parte se hacía pasar como discurso histórico?, ¿acaso es ésta una nueva clave sobre la poética de la verosimilitud que se plantea en la obra como un aviso para evitar confundir entre ficción verosímil y realidad verdadera?

[6] El tratamiento con que nombran a don Quijote es muy sintomático de la lectura que han hecho y de la forma en que ellos lo conocen, pues durante gran parte de este capítulo los duques lo apelan como Caballero de la Triste Figura, ya que sólo conocen este sobrenombre a partir de la Primera Parte, ignorando la aventura que no hacía mucho que el hidalgo había pasado en la narración de la Segunda Parte y que había motivado el cambio de su mote a Caballero de los Leones.

[7] “Hablo de intertextualidad interna cuando el mecanismo intertextual afecta a textos del propio autor; a efectos prácticos le llamaré intratextualidad” (Martínez Fernández, 2001: 81). Esto es lo que se da en la Segunda Parte, en la que gran parte del planteamiento temático y de forma que ya se había manifestado en el Quijote I tiene una función en el segundo libro. Recursos, eventos que habían quedado en esbozo y sin solución textual y que la encontrarán en la estancia de los duques.

[8] En el Quijote de 1615, el relato se moviliza gracias a que el incumplimiento de los deseos motivará que los personajes emprendan de nuevo la búsqueda de su consumación. A la vez, el segundo libro está perneado [...] por la imagen del deseo colmado, ya que en él aquellos anhelos que movieron a los andantes manchegos se verán cumplidos en muchas e importantes aunque —es verdad—simuladas por terceros— el encuentro del caballero enamorado con Dulcinea [...], el ser él y su escudero huéspedes en un auténtico castillo cuyos propietarios son nobles legítimos, el gobierno de la apetecida ínsula entregado a Sancho. De manera paradójica, esos sucesos en que los protagonistas alcanzan aquello que han ambicionado y que supuestamente satisfaría sus más caras aspiraciones, les acarrearán, sin embargo, no sólo frustraciones, sino alevosas burlas y funestas consecuencias. (Stoopen, 2002: 317-318).

[9] Esta crítica también alcanzará a don Quijote y a sus lectores, como lo son los duques, pues criticará sus actos como sinsentidos que sólo sirven para reírse de él. ¿No estará esto reflejando también una imprecación velada a la común ociosidad de las clases altas en esta época?

—Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga: «Volveos a vuestra casa y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen». ¿En dónde nora tal habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de las simplicidades que de vos se cuentan? (II, 31: 888).

[10] Aunque aquí parece que Sancho se transformará en un gobernador por escarnio, en realidad, una vez vistos los sucesos durante su mandato en la ínsula Barataria, puede sostenerse que los burladores terminaron burlados. Este evento es comentado por Augustin Redondo, salvo que él no repara en los motivos internos, es decir, en el mismo acto de la lectura:

Los dos grandes intentan pues, y consiguen más de una vez, transformar al hidalgo manchego y al campesino en «hombres de placer», inventando para ello una serie de burlas y situaciones divertidas. Las actitudes y los discursos del Caballero de la Triste Figura y de su escudero provocan de tal modo el regocijo de los aristócratas y su séquito. No obstante, de acuerdo con las normas del sistema carnavalesco puestas de relieve por Bajtín, la risa que surge de los episodios correspondientes es ambivalente, escarnece a todos, aun a los mismos burladores. (Redondo, 1998: 440. Las comillas francesas son del autor).

[11] Una vez concluido el episodio, la duquesa, como fiel lectora del relato de sus hazañas, hace al caballero la pregunta que era de esperar: ¿no será Dulcinea dama fantástica, parida y engendrada por su amante en su imaginación? Pregunta funcional, ya que inicia los preparativos de la nueva burla que ocupará II, 34 y 35; el desencanto de Dulcinea. (Canavaggio, 1998: 166).

 


Copyright © 2004-2005 por Alejandro Velázquez. Todos los derechos reservados.

Correo-e del autor

Hosted by www.Geocities.ws

1