STUDIA LITERARIA

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COMENTARIO AL DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS EN DON QUIJOTE DE LA MANCHA

 

INTRODUCCIÓN

        El capítulo XXXVIII de Don Quijote de la Mancha lleva como epígrafe: Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras. En este análisis se pretende dar una visión desde una perspectiva de la arqueología literaria que involucre el sentido que el autor (Cervantes) trata de dar en este capítulo a sus lectores, partiendo del contexto histórico cultural y [auto] biográfico que servirá para entender cuáles eran los motivos de este discurso que dirige don Quijote a sus interlocutores en la venta, así como el trasfondo que oculta esta apología de la vida militar frente a la vida de los letrados. En resumen, este capítulo —así como el resto del texto— contiene información del contexto en el que se crea la obra y, por tanto, dado que Cervantes escribe para su momento, esa información debe ser develada al lector contemporáneo de Don Quijote para su total comprensión.

NOTAS SOBRE EL DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS

        El discurso de las armas y las letras, que precede de manera muy puntual la narración de la historia del cautivo, y a pesar de su brevedad, contiene encriptados varios mensajes para los lectores de su tiempo, en particular dentro del marco de un reclamo al rey. El inicio con la referencia a la andante caballería (en el capítulo XXXVII), que pudiera ser percibido como locura de Don Quijote, es, en realidad, la expresión del paso que se terminó de concretar en el siglo XVI, que fue el traslado de las funciones sociales de los caballeros a la burocracia monárquica. El mismo título, que puede ser visto como antitético, es un reconocimiento hacia quienes son los pilares de la monarquía española: las armas, esto es los hidalgos ejecutores de las conquistas españolas, y las letras, la nobleza de toga que funda el aparato gubernamental. Desde luego, Cervantes expresa mayormente las dificultades de la vida militar que bien conocen los hidalgos que leen su obra y su reclamo a la realeza va en ese sentido. “Veamos si es más rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre [...] porque está atenido a la miseria de su paga que viene tarde o nunca, o a lo que garbeare con sus manos”[1]. La situación era bien conocida: los tercios españoles se amotinaban por falta de pagas en varios meses (lo cual llevó a la disolución de algunos de ellos y que, en última instancia, fue uno de los motivos que provocaron la pérdida de Flandes), a pesar de las incomodidades y otras penalidades que padecían en campaña en el mar contra los turcos, y en Europa continental contra los Países Bajos. Lo de garbear se refiere a la labor de forrajeo de los soldados o de sus mochileros quienes robaban las vituallas de los sembradíos de los enemigos. La vida del soldado es dura porque debe soportar los rigores del invierno, dormir en el suelo raso, soportar las heridas del combate y curaciones apresuradas “le pondrán borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá le habrá pasado las sienes o le dejará estropeado de brazo o pierna”[2], esto último en una clara alusión autobiográfica de lo que le sucedió a Cervantes en la batalla de Lepanto en 1571.

“Y cuando esto no suceda [...] podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba...”[3]. Para analizar este aserto, debe partirse de la situación de los hidalgos en el S. XVI. La alta nobleza ha logrado muchos beneficios (como la mesta) en perjuicio de los hidalgos, quienes conforman el estrato nobiliario más bajo en España; por tanto, “se lanza a la guerra con el fin de alcanzar un puesto más elevado en la jerarquía nobiliaria”[4]. Empero, estas guerras a las que se arrojaba el hidalgo, generalmente, acaban mal, ya sea porque muere en combate o porque la corona no atiende los beneficios que pide (uno de estos soldados fue el mismo Cervantes). Una idea que después se repetirá con aquella seguidilla: “A la guerra me lleva /mi necesidad/ si tuviera dineros/ no fuera, en verdad”[5]. Por ello, se percibe la decadencia española en el alto costo de las guerras en términos humanos y materiales y los grandes despilfarros de la corona que no tiene dinero para otorgar indemnizaciones a los soldados, pues pocos son aquellos que logran obtener algún beneficio a partir de la vida militar: “se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo”[6]. En cambio, los letrados obtienen grandes beneficios (más aún dentro de un gobierno corrupto como la monarquía española en esa época).

Cervantes está conciente de que las armas han sido el fundamento de las letras —entendidas como leyes— en particular por las guerras de religión contra luteranos y musulmanes: “con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios”[7]. Aquí los ejemplos sobran: las batallas contra franceses y flamencos en el continente, así como contra los ingleses y turcos (entendidos como las naciones musulmanas del norte de África y de Medio Oriente) en el mar. Enemigos contra los que luchó España, erigida como defensora del catolicismo en Europa, bajo los ideales de la Contrarreforma que propugnaba el Concilio de Trento. Todos estos referentes son bien conocidos por la población en general y, más que nadie, por los hidalgos que han sido depreciados por la corona, a pesar de que en sus luchas estaba basada la ampliación del imperio español. Cervantes, como conocedor de la situación militar, recurre a la descripción de las batallas para aumentar el efecto en el lector que también conoce cómo se desarrollan las contiendas militares, en particular la situación de los soldados que estaban de posta en campo enemigo, la forma de minar las murallas o la realización de los abordajes y las batallas navales. También al exaltar sobre las letras a las armas, Cervantes está haciendo una velada crítica a la función social de los poetas —que en esa época estaban bajo el mecenazgo de los nobles y cuyas creaciones eran parte de la vida cortesana— en particular, porque los soldados arriesgan su vida, mientras que los letrados del aparato burocrático no.

Siguiendo con las críticas que Cervantes realiza en boca de Don Quijote está la queja contra las armas de fuego: no sólo por la facilidad con la que matan o hieren (de nuevo, con claras trazas autobiográficas, sobre el suceso en Lepanto), sino por el alto costo que tienen y lo inefectivo de las armas españolas, las cuales deben ser compradas en Flandes. Ya desde el discurso sobre la Edad de oro, se advierte esta crítica: “y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en dicha venturosa sin fatiga alguna”[8].

En su momento esto es comprendido tan claramente que el llamado Quijote de Avellaneda contiene precisamente una antítesis a esta apología cervantina de la vida militar, puesto que en el segunda parte apócrifa del Quijote, el soldado es retratado como inmoral, gentuza de baja estofa que llega a aprovecharse de la generosidad ajena, y que roba no sólo lo material, sino la honra, como es el caso del soldado que se aprovecha de la mujer de Japelin en el relato de El rico desesperado, aprovechando que éste le ha dado albergue en su casa. Ahora bien, esta comprensión no se limita a los enemigos de Cervantes, sino que tal y cómo se presenta en el texto: “El cura le dijo que tenía mucha razón en todo cuanto había dicho a favor de las armas, y que él, aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer”[9]. Esto más allá del recurso al asentimiento dentro de la ficción, revela lo sintomático que es la situación de los soldados en España a finales del S. XVI. 

CONCLUSIONES

        Por lo anterior, el discurso de las armas y las letras va más allá de ser sólo un conjunto de datos históricos y del contexto social que los hidalgos, lectores principales de El Quijote, comprendían a la perfección. Hay un trasfondo ideológico, en el cual el reclamo de Cervantes agrega la crítica por el poco valor que tiene la vida humana en ese momento y por la cual lanza su diatriba contra la monarquía que se ha vuelto una madrastra para los propios españoles, en particular para los soldados, quienes son usados como carne de cañón en las guerras que emprende la corona, sin reconocerles el mérito de haber logrado la expansión territorial de España en el S. XVI. Cervantes reconoce la decadencia en la que se está entrando y reconoce que uno de esos signos es la preeminencia de la burocracia y de la nobleza voraz sobre los grupos que habían hecho de España la nación más poderosa de Europa. Es así que el capítulo XXXVIII, a pesar de su brevedad, contiene múltiples señales sobre la situación que se vivía en territorio español hacia finales del S. XVI y ya que Cervantes que conocía particularmente ambos tipos de vida (la del letrado y la de milite), pudo ver con mayor claridad la desfavorable situación que habría de advenir con el S. XVII.

BIBLIOGRAFÍA

Avellaneda, Alonso Fernández de. 1946. El Quijote. Colección austral, 603 (Buenos Aires: Espasa Calpe).

Cervantes, Miguel de. 1999. Don Quijote de la Mancha. Biblioteca Clásica, 50 (Barcelona: Instituto Cervantes- Crítica).

Salazar Rincón, Javier. 1986. El mundo social del Quijote. Biblioteca Románica Hispánica, II. Estudios y ensayos, 352 (Madrid: Gredos).


[1] Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Biblioteca Clásica, 50 (Barcelona: Instituto Cervantes- Crítica, 1999) p. 445.

[2] Cervantes, 1999, p. 446. Las cursivas son mías.

[3] Ibidem

[4] Javier Salazar Rincón. El mundo social del Quijote. Biblioteca Románica Hispánica, II. Estudios y ensayos, 352. (Madrid: Gredos, 1986), p. 121.

[5] Cervantes, 1999. p. 833

[6] Cervantes, 1999. p.446.

[7] Cervantes, 1999. p. 447

[8] Cervantes, 1999. p. 121.

[9] Cervantes, 1999. p. 449.


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