El verso con métrica y rima

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  MARISA CARBAJO  

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DIRECTORIO DE ESTA AUTORA

su obra 1

su obra 2

                 SU OBRA 1          

    En esta página encontrarás las siguientes poesías:

 

EL ARTE DE LA CRIPTOGRAFÍA

Por fin tengo la fórmula de hacer buena poesía,
según criterios líricos de insigne autoridad:
que no haya muchos fallos de ritmo o melodía
ni Cristo que te entienda  —forzosa prioridad—.

Usar voces de ciencias y de tecnología,
metáforas herméticas de gran complejidad,
mezclar varios idiomas, citar mitología,
y así se logran versos de enorme calidad.

Estoy más aburrida que Helena por Esparta...
Y Paris que no llega... y yo que ya estoy harta...
Seré poliestireno: no tengo otra elección.

Perhaps I have a red cat purring around the table.
Tus ojos son felinos, mi colon “irriteibol”.
(Si sigo en esta línea, me llevo un “Hiperión”).





       CROMATISMO

Tu piel es como nácar y canela;
la tentación, color verde manzana;
el amor es de intenso color grana
y de ácido limón cuando se encela.

Las dudas, de un color verde ciruela;
color pardo, el orgullo o avellana;
gris plomo, la rutina.  Y la desgana,
de un tenue rosa palo de acuarela.

Es blanca la ilusión, blanca y con velo,
y la ilusión perdida, blanco roto,
y crudo es el color del desconsuelo.

Y el recuerdo de aquel amor remoto,
color sepia, y a veces, color cielo,
y cárdena la herida que me noto.




   REFLEJOS

Me mira mal el grande del salón,
insolente, cuestiona mi elegancia;
y yo humillo su brillo y su arrogancia
privándolo de luz y de atención.

El del baño, indecente y socarrón,
me irrita con su terca vigilancia;
yo desluzco su lustre y su prestancia
con manchas de carmín o de jabón.

Me escapo del encuadre del bisel,
de esa imagen ajada que me acusa
de huir de la verdad y sus reflejos.

Es la verdad que añoro el tiempo aquel
que desde que dejé de ser su musa
no me llevo muy bien con los espejos.



 

LAS BORREGAS DEL CERRO DEL CASTILLO

Cuando encuentro, perdida la mirada,
esos restos —emblema legendario
de otros tiempos— de espíritu templario
en la loma frondosa y enriscada,

nunca falta, blancura salpicada,

dando vida al bucólico escenario
de un paisaje trivial por rutinario,
la inerme, mansa y torpe borregada.

Mas al margen de estética y lirismo,
me impaciento al  mirar tras el visillo
tanto lacio desmayo y conformismo.

Intimista, simbólico y sencillo.
Estoy harta de ver siempre lo mismo:
las borregas del cerro del castillo.




      POR SI NO LO SABES

Por mucho que lo oculte o que lo niegue,
mi vida, sin tus besos, no hay sosiego;
y, si me besas, gozo, pero niego
que tan fugaz deleite me sosiegue.

Por mucho que la sed de ti me ciegue,
si no hay sentir sereno, no me entrego:
no juzgues de arrebato loco y ciego
la fuerza que me impulsa a que me entregue.

Ya ves que te requiero, que te halago,
que en efusiones tiernas me prodigo,
(que a poco que me rozas me deshago...)

Si me incitas, al punto te lo digo
(pero callas y yo también lo hago):
Estoy loca por ti, querido amigo.




   EL JUICIO DE PARIS


Se presentó la cruel Discordia airada
—por no estar convidada—
en el festín nupcial al que asistían
la crème de los mortales
y venerables dioses del Olimpo
—cosa rara, pues nunca coincidían—.
En circunstancias tales,
muy furiosa y buscando la querella
—o sea, siendo mismamente ella—,
lanzó a la mesa, sobre las viandas,
al lado de las diosas venerandas
una manzana de oro con la glosa:
“para la más hermosa”.
La recogió la indómita Atenea,
y se la arrebató la hermosa Hera;
mas luego en un descuido se la quita,
con un golpe a traición en la cadera,
la adorada Afrodita.
Pretendiendo las tres el galardón,
y no queriendo nadie
ni darles ni quitarles la razón
—sabida es la soberbia de las diosas—,
tuvo que intervenir forzosamente
el poderoso Zeus, que elocuente,
con aladas palabras así dijo:
Cuando Helios refulgente
esté rayando el alba, Hermes, hijo,
coge presto a mi esposa , a Atenea,
a tu otra medio hermana,
recoge la fatídica manzana,

y llévalas a Frigia que las vea
y emita el veredicto
el mujeriego Paris, porque yo
paso olímpicamente del conflicto.
Eso dijo y luego se calló.
A poco se divisa
a Hermes y las tres diosas por el cielo
bajando del Olimpo en raudo vuelo
y hablando de esta guisa:
¿Y dónde encontraremos a ese frigio,
hermoso como un dios,
—pregunta Hera—,
que puede dirimir nuestro litigio?
Y le responde Palas,
la diosa de la hermosa cabellera:
Pues de estirpe de reyes,
¿dónde ha de estar el mozo,
apacentando bueyes?...
Eso mismo
—repuso el dios viajero—:
Helo allí cómo baja por un risco
de aquel  florido prado

con sus reses, su flauta y su cayado.
Ya estamos en el Gárgaro del Ida;
bajemos con sigilo,
que si nos ve volar y se acongoja,
al punto se me antoja,
que emprenderá la huida.
Dijo Palas, la diosa de la egida:
hablando de que es rústico el mancebo,
acordándome estoy  de un chisme nuevo;

la historia es alusiva
a una diosa, comentan, tan lasciva
que nunca le hace ascos
a un rústico porquero, un tal Anquises,
y, si se ve apurada, ni  al rebaño;
total para un apaño...
¿Será cierto Afrodita, tú qué dices?
Se dio la diosa ahí por aludida
y le increpó encendida
de esta suerte mordaz y belicosa:
Si de chismes se trata, se murmura
que hay una en el Olimpo tan rijosa
que acecha y atosiga sin mesura
a diosas venerables, a mortales
castas y angelicales,
a musas palaciegas,
a rudas campesinas y a una sarta
de troyanas y griegas
de Corinto, del Argos y de Esparta,
¿Y tú qué dices de esto, marimacho?
Tal dijo, concluyó y avant la lettre,
ante el pasmo del dios y del muchacho,
prendiose y ardió Troya.
En la disputa, Hera, por las malas
huir quiso llevándose la joya,
mas diose cuenta Palas
y así le dijo a voces, la muy bruta:
¿Adónde crees que vas, hija de Cronos!
¡Devuélvenos la  fruta!
El resto del relato ya es leyenda
que encontramos  en cuadros y poemas,
así que no merece que me extienda.
Baste saber que todas intentaron
valerse del soborno,
que el juez se decantó por el más porno,
y de resultas desencadenaron
un rapto muy sonado y una guerra.
(Según parece ser la cruel Discordia
se nos quedó en la tierra).




       MODALES DIVINOS

Ésta que ves aquí de brazos níveos,
y faz torva y sombría
lo que en verdad ansía
no es compartir tu lecho
ni zaherirte con voces de despecho
en reñida contienda,
sino mandarte, sin ambigüedades,
a la morada tórrida de Hades.
No te demores, pues, ponte en camino,
que voy a celebrarlo
bebiendo de esta crátera de vino
dulce como la fruta,
¡maldito hijo de Príamo!




   EPITALAMIO

Si es la felicidad lo que buscamos,
hoy se encuentra debajo de esta cúpula
—con Dios como testigo,
entre flores y música—;
pues sin temor ni dudas, fuerte y claro,
el verbo más hermoso se conjuga:
“Te amo y tú me amas”.

Qué bueno que la magia se difunda;
qué bueno que la vida se llenara
de miel como la luna...
Qué bueno, mas qué insólito, qué ralo...
Lo más normal será que se descubra,
con el roce y el paso de los años,
que aquella voz amada no resulta
rumor de caracolas
sino canto molesto en noche oscura
de pertinaz chicharra.

Porque el amor, que todo lo disculpa
ilimitadamente,
es paciente y gentil, no se sulfura,
pero nosotros sí.
Y con los desencantos que se suman
pasa a veces que pesan en el alma
el vínculo sagrado y su atadura.
¿Y de esto dije yo que “hasta la muerte”?...
Que diga quien jamás se lo pregunta.

La chispa del intenso amor temprano,
el del escalofrío y la locura,
si prende, torna en llama que da lumbre;
la lumbre que da brasas que perduran
en rescoldos de estable amor tardío.
Bendito viento aquel que hace que surjan
rescoldo, chispa, brasa, lumbre y llama.

Esta llama de amor que hoy nos alumbra,
debajo de esta cúpula sagrada,
pues de manera pública
—que no faltan testigos—
el verbo más hermoso se pronuncia:
”Te amo y tú me amas”.




SÁFICOS

Décima Musa, merecido apodo,
lúbricos versos que en la Grecia antigua,
fama te dieron pero, sobre todo,
fama de ambigua.

Rosas, violetas, azafrán, laureles,
leche de nardo con amor prodigas
sobre el desnudo de las blancas pieles
de tus amigas.

Manos etéreas, delicados pechos,
almas sensibles, celestial dulzura,
fuegos sutiles sobre suaves lechos.
¡Cuánta blandura!...


Pues tanta ninfa y perifollo tierno,
tanto melindre y emulsión fragante
me llenan, Safo, de un sofoco interno
tan mareante...

Y en la distancia  —desde la otra acera—,
te aplaudo, musa (me parece justo);
pero no pienses que en cuestión faldera
te alabo el gusto.




 
LIRIQUECES

Cuando sufro un ataque de lirismo
—compulsión a expresar el sentimiento
que de verdad me embarga o que me invento—
cojo un lápiz y rompo mi mutismo.

Si viendo que aparece el intimismo
me sonrojo, o acuso azoramiento,
con disimulo cambio el tratamiento:
le añado algunos toques de cinismo.

Luego miro en papel ese boceto,
repaso por si hay algo que me daña,
y estilizo su forma de soneto,

y compruebo si al fin me he dado maña
de expresar mi más íntimo secreto
sin que se entienda todo lo que entraña.

 

 

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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