El verso con métrica y rima

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  MARISA CARBAJO  

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DIRECTORIO DE ESTA AUTORA

su obra 1

su obra 2

                 SU OBRA 2          

    En esta página encontrarás las siguientes poesías:

 

UN ÁNGEL CON CORBATA

No por razón de dogma incuestionable,
no por ensoñación ni fiebre rara,
ni por delirio insomne: yo lo he visto
despierta y despejada.

Un no sé qué celeste
prendido en la mirada,
susurros, aleteos,
la risa fuerte y clara,
y clara su melena,
silvestre, almibarada,
con rizos hacia el cielo,
que tanto le enfadaban.
Y aquella forma ingenua y peregrina
de andarse por las ramas...

Lo he visto, yo lo he visto tantas veces
como ausente, mirando a una pantalla,
como etéreo, moverse en zapatillas,
como tonto, comerse mis patatas,
subido en aquel guindo, como siempre,
dormido en esta cama...

Lo vi llorar al padre,
noté cómo temblaba
por verse en la misión ―tan de repente―
de custodiar la casa,
tan breve de presencia,
tan torpe con la espada...

Y cuando se hizo un hombre
lo supe, más que nada,
por mi esfuerzo, devota y de puntillas,
para alcanzar su cara.
De gracia se llenaba ante mi enojo
al ver que sus mejillas me pinchaban.
¿Dónde se ha visto espíritu tan cándido
en cuerpo de modelo de portada?

Lo vi pintando lienzos
y luego preguntar si los firmaba.
¡Ángel de pocos aires!... Qué poquito
calaban en su afán mis alabanzas.

Durante treinta años, ¡treinta años!
pendiente del prodigio de su magia,
y nunca vi su vuelo;
supongo que a escondidas lo lograba,
un tanto temeroso y vacilante
en cada encrucijada,
y luego retornaba a su refugio
a tiempo de evitar la luz del alba,
y de llegar a misa
y derramarse en gracias.

No sé si se extravió, se lo llevaron...;
sé que no regresó de madrugada.
En paz lo vi, sin signos de cansancio,
y dicen que voló y en paz descansa...

Hermoso en sus dos metros de estatura
―sin extender las alas―.
Conservo cosas suyas: su despiste,
los cuadros que pintaba,
sus libros, sus canciones,
sus mismos apellidos, su mirada,
y su mejor retrato:
un ángel con corbata.




EXORCISMO

Otras veces que sufro de lirismo
y escapa sin control el sentimiento
hay un influjo atroz y virulento
que está dentro de mí, como ahora mismo.

Exhibo mi más cáustico cinismo,
un sórdido rencor, que no lamento;
y me sientan de vicio dar tormento
y el rito peculiar de mi exorcismo.

Sin símbolos benditos a mi alcance,
a nadie me encomiendo y, si murmuro,
nada invoco en piadosa letanía.

Y nunca sé muy bien después del trance
si los catorce versos del conjuro
son culpa del demonio o culpa mía.




TEMBLORES
Vestida de ilusión y negro encaje
—por ver si en tu presencia así me crezco—,
simulo ese vivir del que carezco,
desnuda, sin guión, sin maquillaje.

Me pides, voz de miel, que me relaje
y, trémula en tus brazos, no obedezco;
la sangre se te agolpa, me humedezco
y mi temblor se torna más salvaje.

Tu boca tibia encima de mi pecho...;
tus manos descubriéndome el delirio...;
y  tiemblo y muero ¡Dios...! Después, la calma...

Y desde que te dejo en aquel  lecho
—¡qué angustia, qué vacío, qué martirio...!—,
se me ha quedado, amor, temblando el alma.




MI CUERPO ALERTA ESTÁ PARA ACOGERTE

Mi cuerpo alerta está para acogerte,
pues con sólo rozarte ya me ciego;
feroz, enardecido y sin sosiego
se niega a obedecer, a estar inerte.

Entonces no hay más sed que de beberte
y te busco la boca, te la ruego...,
y audaz he de seguir besando luego
cualquier porción de ti que a hallar acierte.

Si ves que me demoro  es porque quiero
que lo tuyo en lo mío se confunda;
si no consigo  hablarte, ya lo  sabes:

que el goce me destroza, que me muero...
que anhelo tu caricia más profunda:
Que te claves en mí. Que te me claves.




SONETO SIN CHICHA Y CON ESTRAMBOTE

Un soneto me mando hacer yo misma
—quién me va a proponer, si no, tal reto—:
catorce endecasílabos prometo
sacar de lo más hondo de mi crisma.

Alerta voy, porque quien se ensimisma
o se relaja y ceja en el aprieto
de hallar la consonancia del soneto,
en este molde estrófico se abisma.

En los tercetos entro con prudencia;
después, conforme avanzo hacia el remate
me va embargando más y más la dicha.

Tanto cuido formal, tanta exigencia,
para que en el final ya me percate
de que se me olvidó ponerle chicha.

¿Y es eso una desdicha?
¿Es craso error acaso o grave pega?
¡A fe que no!, según Lope de Vega.




    SONETILLO GOLOSO

A ver si adivinas, Juan:
¿Qué es más rico que el turrón,
que el almíbar, que el bombón,
que la miel, que el mazapán,

que las natillas, que el flan,
que el merengue, que el roscón
con aroma de limón
o el chocolate con pan?

¿Qué me endulza hasta el confín
del alma misma recién
dormidito, chiquitín?

Tú, cariñito. ¡Muy bien!
Y hoy a besos, un sinfín,
¿quién quiere comerte? ¿Quién!




A DON FRANCISCO DE QUEVEDO

Por vuestra sátira burda
de vos me llegó razón
harto cobarde y absurda;
no me sufra el corazón
—no se me inquiete siquiera—
a no dar contestación
después de que lo leyera.
¡En romancico mordaz
que es más digno de aparcera
o de trotona procaz
que desta que tanto amasteis!...
¿Cómo habéis sido capaz!
¡Un amor que proclamasteis
en octavas y sonetos!...
Eso, hasta que me preñasteis,
y empezaron los aprietos
―¡qué capón y qué medroso!―
y los pretextos escuetos.
Nunca os quise por esposo
¡guay de mí!, ¡qué pesadilla!
ni engendraros un mocoso,
ni ver sobre mi mesilla
vuestras toscas antiparras,
ni vuestra recia perilla
sobre mí, ni vuestras garras;
mas en vuestro desenfreno,
y sin reparar en barras,
tomasteis, ladrón, lo ajeno...
Y he de deciros, galán,
que resultáis poco ameno
sin el lúgubre gabán
―cuestión esta, estoy segura,
que muchas confirmarán―.
Mi incertidumbre futura
duró poco, pues sabed
que por bella y por ventura
jamás me faltó merced
ni alimento para el hijo,
ni varón para mi sed,
ni unos cuartos, ni cobijo;
pues no viéndose mi estado,
y con grande regocijo,
me casé con un letrado.
Un buen hombre, nada adusto,
hacendoso y hacendado,
honrado, creyente, justo,
de familia linajuda,
y tan presto a darme gusto
que pronto me hará viuda.
Es por tanto necedad
que digáis que os pido ayuda:
Primero, que no es verdad;
segundo, que no requiero,
como veis, de caridad;
y menos de vos ―tercero―.
¿Queda claro y meridiano
juglarillo chocarrero?
Ya me consta de antemano
vuestro contento infinito
porque el niño crezca sano.
Como os dije, no es bonito,
pues, por mor de asunto innato,
nació miope, zambito,
desgarbado, poco grato
―todos dicen que parece
vuestro vívido retrato―.
Se vuelve conforme crece
más sagaz y resentido;
con poco se ensoberbece;
es osado, resabido,
impúdico en su descaro...
¡Pesia tal!, ¡qué parecido!...
Vuestro ingenio tan preclaro;
la misma mirada astuta;
misma lengua sin reparo;
igual gusto en la disputa,
igual carácter acedo,
y lo mismo de hideputa,
don Francisco de Quevedo.




RAPTO SIDERAL

Suponme agazapada al borde de un alero
—pues Dios no me dio alas ni condición gatuna
para andar al acecho de tejado en tejado—;
figúrate, a mis años y a tamañas alturas
jugándome la vida detrás de una quimera.
—Un solo paso en falso, un viento que me empuja
y acabo en el abismo deshecha entre las rocas—.
Supón que he preparado mi expedición nocturna
estudiando a conciencia Dinámica Celeste,
con incontables cálculos de fórmulas confusas
y datos orbitales de cifras astronómicas;
que aguardo en el alero pendiente de que ocurra...
Que el afán que
persigo, por el cielo de oriente,
etéreo y adoptando su forma más menuda
—su cuarto más liviano— se eleve frente a mí;
y tal como he previsto, y atenta a que no huya,
imagina que salto, que salto lo bastante,
que llego hasta la bóveda sin confundir la ruta,
pasando del celaje, de gases más molestos,
de guiños estelares que al cruce me deslumbran...
Y ponte que en mi ascenso por el azul remoto,
rotando a la distancia y en la órbita oportunas,
la alcanzo, que la cojo y, sin que colisione,
emprendo mi retorno. Y aunque lo dificultan
problemas imprevistos de fuerza o gravedad,
suponte que regrese, mi culpa se difunda,
y me ladren los perros, me acusen las mareas,
me tachen de ladrona o me quemen por bruja
—y acojan mis cenizas las rocas del abismo—.
Y luego, y sobre todo, supón que no te gusta...

Perfectamente sabes que bailo a tu sabor;
así que, por si acaso, no me pidas la luna.




ABUELA

—Abuelita, abuelita, yo quiero agua.
—Ahora mismo, ahora mismo te la doy yo.
—Yo solita, yo solita...
—Tú solita,  sí, señor.

Tan ocupada he estado
perdiendo la inocencia, y bien lo siento,
que no noté cómo discretamente
te me fuiste plegando y encogiendo.
Ya de niña aprendiste
el valor esencial de los silencios,
y no se te ha olvidado.
Igual que yo me acuerdo
—y sabes lo fugaz de mi memoria—
de todos tus afanes y desvelos.
De las benditas siestas,
en la sillita baja de los nietos,
conciliando mi antojo y tus temores
al pie del encalado limonero:

—¡No toques las adelfas!
Llenando aquel cuaderno
¡No te acerques al pozo!
con mis primeros versos,
—¡no te  pongas al sol, que te achicharras!
feliz mirando al cielo...

Toqué, por descontado, las adelfas,
no paraba a la sombra ni un momento,
y siempre me asomaba
―mariposas por dentro―,
al pozo clausurado
de yedras y de miedos.

Pero cuando te escribo,
admirable mujer de recio acero,
motivo de mi orgullo,
no puedes ocultar tu desaliento
después de tanta vida, tanta muerte,
de tanto y tanto injusto sufrimiento...
Y no sé consolarte
ni conciliar tu pena y mis desvelos:


—Abuela, comes poco
Rezando en voz muy queda los misterios
—¿Has descansado bien? ¿Te duele algo?
de su rosario negro,
—No te asomes al pozo
mirando triste al suelo...

—Abuelita, abuelita, ¿quieres agua?
—No te muevas, que ya lo cojo yo.

 

 

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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