El verso con métrica y rima

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DIRECTORIO DE ESTA AUTORA

su obra 1

su obra 2

           SU OBRA 1         

     En esta página encontrarás las siguientes poesías:

         NO ME LLAMES POETA

No me llames poeta -un nombre con laurel-
porque mi voz apenas para cantar acierta;
acaso suavizada por amorosa miel,
tal vez unos acentos armoniosos concierta.

Puede sí que me escurra por el alto dintel
hacia regiones mágicas tras mi azulada puerta,
o que salve los mares en barco de papel
para poblar de trinos la comarca desierta.

Mi voz no fuera el tono para belleza tanta
ni tienen mis adentros un germen de tal genio,
el prodigio se opera por la fe simplemente,

lo mismo que madura la minúscula planta
a los rayos del sol, milagroso convenio
de la abeja y la flor, del ave con la fuente.



          A QUÉ APENARSE TANTO

¿A qué apenarse tanto por las pequeñas cosas?
Guardemos el pesar para lo irreversible.
Si se olvidan los besos y marchitan las rosas,
soportemos la vida, con ánimo apacible.


Vistámonos con alas de etéreas mariposas,
soñemos en lo alto la cumbre inaccesible,
que dejando detrás ideas enojosas
la vida cotidiana será más accesible.


Aceptemos un mundo que sea conciliable;
un solo hecho cuenta carácter trascendente:
el hecho de no ser, un día, de repente,


y de decir adiós a todo lo mutable,
viviendo en armonía, tratando que no estorbe
nada de lo minúsculo, ante el girar del orbe.




       TODOS SOPORTAREMOS

Todos soportaremos justo castigo, un día,
por incurrir en yerros; mas las vacilaciones
en realizar el bien han de ser todavía
peor escarmentadas que las ruines acciones.

Cuántas veces pudimos servir de compañía;
y, cuántas, elevar piadosas oraciones,
ser apoyo, consuelo o la fraterna guía,
ánimo para el débil, para el triste canciones.

El Señor que lo sabe puede pedirnos cuenta
sobre nuestra desidia y egoísta descuido;
más grave que el exceso que concluye en afrenta

y que muchos errores propios del ser humano
es el bien que no hicimos al no prestar oído
a quien salvado hubiéramos con extender la mano.




                  HIC ET NUNC

Como San Pablo, digo: -Aquí, Señor, y ahora.
No habré de malgastar el tiempo que me diste,
tampoco ha de encontrarme nuevamente la aurora
con las vacilaciones del medroso o el triste.

Ni siquiera con dudas que malogren la hora
-en que, tal vez, para algo supremo me elegiste-,
dilaciones inútiles, excusas y demora,
por cuanto el corazón de sus ansias desiste.

Emprenderé sin más, resuelta, mi tarea,
para llevarla a cabo en el mismo momento:
cotidiana labor, con firme iniciativa


u hogareño trabajo, por humilde que sea.
Y si debo expresar el noble pensamiento,
lo escribiré al instante para que en otros viva.

(Aquí, siempre y ahora, leal a lo que siento.)




      VEN, MADRE, A DESCANSAR...

Ven, madre, a descansar de todos tus trabajos
hasta el jardín umbroso que cultivo en mis sueños,
a la luz de luciérnagas y áureos escarabajos
y la mágica ayuda de esos seres pequeños,

los gnomos, que se visten con trajes escarlata
y brotan cuando alumbran las primeras estrellas,
que usan zapatitos con hebillas de plata
sin dejar en el musgo la marca de sus huellas.

Cantarán para ti la cigarra y el grillo,
ocultos entre hiedras, glicinas o jazmines.
Y con las hojas muertas haremos un castillo


con muros almenados en oro y amarillo,
hasta que se deshaga por sobre los jardines
(en tanto la cabeza sobre mi hombro inclines).



            CADA NUEVA MAÑANA

Cada nueva mañana, después de despertarme,
y de tomar conciencia de que soy y respiro,
con algo de nostalgia, al ir a levantarme,
pienso en Dios, lo primero, en quien siempre me miro.

El día ya me pesa; comienzan a asediarme
las mil preocupaciones que arrancan el suspiro,
y me resisto a ellas, tratando de olvidarme,
porque de otra manera, ni advierto lo que miro.

Y así pasan las horas. Doméstico ajetreo
se lleva mis afanes y exige mi cuidado;
los chicos, el colegio, el orden, el aseo,

el timbre del teléfono... Después, acaba el día
sin haber de los hombros las alas desplegado...
(¡Yo que hubiera querido vivirlo en poesía!)



                            HIJOS

Lo sabréis desde ahora -para eso sois mi vida-:
cuando un día me vaya, no será que lo quiera,
así lo habrá dispuesto, en lugar y medida,
el Señor que en lo alto a todos nos espera.

No habrá de serme fácil la última partida,
aunque habré de esforzarme en parecer entera;
pensaré, para el caso, en una despedida
como lo fueron tantas, como una más, cualquiera.

Quedará el corazón, cual ave en su retiro,
aquí, junto a vosotros, para el llamado atento,
que el alma se irá a Dios con el postrer suspiro

-corazón y alma forman la espiritual sustancia-;
y habréis de sonreírme, como antes, en la infancia:
lozanas las mejillas, la cabellera al viento.




           CUENTOS... CUENTOS...

Hablemos, madre mía, para que estés contenta,
del collar de guijarros que enfila la corriente,
de la mansa ovejita que el pastor apacienta
y del pompón de sueños de la Bella Durmiente.

De las hojas de plátano que barrió la tormenta
y las briznas de musgo que ondulan bajo el puente,
las doce campanadas con que huyó Cenicienta
y la corona de oro que calza el sol naciente.


Hablemos, madre mía, como en años remotos
en que contabas cuentos, tú y yo en la mecedora,
mientras me consolabas de los juguetes rotos


diciendo sonriente: ¡Por eso no se llora!,
y después, con un beso, muy juntas las mejillas,
irme, al cabo, durmiendo, cansada en tus rodillas.



   NO LE HABLES DE LA MUERTE...

No le hables de la muerte, háblale de las flores,
de la aurora dorada y el ocaso de fuego,
del azul del océano y el arco de colores,
de los ríos de plata y el astro sin sosiego.

Cuéntale del amante los dichosos amores,
del reír de los niños eternamente en juego,
del canto del poeta y de los trovadores,
del que con fe suplica y hace escuchar su ruego.


Es criatura de amor: infúndele confianza,
que es menester salvarla de la melancolía,
guardarle para sí, indemne, la esperanza,


sin que sepa de angustias, dolor ni sufrimiento.
Sostenla, para que haya en su alma alegría,
al cielo la mirada, el espíritu al viento.



                           SIGNO

No dudes un segundo, si de obrar bien se trata,
pese a tu sacrificio o, apenas, tu molestia;
termina con tu abulia y el egoísmo que ata;
deja a tu vanidad transformarse en modestia.

No pienses que quien roba, quien calumnia o quien mata
no tiene redención, porque es o nació bestia;
acuérdate de Dios que todo lo aquilata:
puedes tú pecar más, tal vez, por inmodestia.

Amor al semejante -acción y pensamiento-,
si hacer bien es piadoso, la idea ha de ser pura,
pues no lo que se ve, suele ser lo más digno.

Alabanza merece la palabra de aliento,
pero el alma que otorga, sin límites, ternura
ha de ser señalada con sacrosanto signo.



                LA NUBECITA

Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.

Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.


No me llames poeta; sea a la hermana rosa,
encendida de fuego, áureo halo de oro;
o a la blanca, a la blanca de perfiles de hielo


que entre albos pompones, toda nieve reposa.
No me llames poeta que tus anhelos lloro,
que soy -como el amor fugaz- sombra en el cielo.



           SER CONTIGO, SEÑOR

He querido querer, Señor, y no he podido,
tal vez habré pecado por débil o indecisa,
mas lo que sé de cierto es el deber cumplido
y que a tu Ley por siempre me mantuve sumisa.


He querido morir, Señor, pero he vivido;
harto pausadamente sin darme a loca prisa,
pensando en los que estaban y en los que habían partido,
como alguien que -de todos los que quiere- precisa.


Desde hoy en adelante, estar Contigo quiero;
amando u olvidada, viviendo o en la muerte,
es mi única añoranza lo que a todo prefiero:


ser Contigo, Señor, y conservarme fuerte,
para que en el instante de mi postrer segundo
me lleves amoroso al verdadero mundo.



CLOTILDE, EN LA MUJER POBRE DE LEÓN BLOY

"La única tristeza"-insinúa Clotilde-
"es la de no ser santo", añadiendo, "aquí abajo".
¿Pues no basta, me digo, un corazón humilde
ni el espíritu hecho a piadoso trabajo?

¿Tampoco es suficiente tolerar la injusticia,
eludir el halago con natural modestia,
desconocer a un tiempo altivez y codicia
o cumplir los deberes sin acusar molestia?

No; que el ser sobre
humano, aquel que a sí renuncia,
el mismo que se niega y carga con su cruz,
el que calla dolores y alegrías anuncia,

para alentar al prójimo con el amor debido,
es el que alcanza -único- áureo nimbo de luz,
el santo que Clotilde lamenta no haber sido.



              BLANCA PIEDRECITA

Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero
visión de corcel blanco o de espada en tu boca,
estrella o mar de vidrio -ni menos, candelero-:
quiero de Ti otra gracia y mi labio la invoca.

Quiero sí un nuevo nombre: el que nadie conoce,
únicamente sólo aquel que lo recibe,
para perfeccionar en infinito goce
lo que apenas el alma en sus ansias concibe.

Un nuevo nombre escrito en blanca piedrecita.
"¿Cuál será?", me pregunto. Inútil responderme
pues lo susurra sólo el ángel que visita

las almas que Tú eliges para esta recompensa.
(Mientras se cumple el término, el espíritu aduerme
y la mente imagina, discurre, trama, piensa...)



                  MAR DE VIDRIO

Dijiste: "Mar de vidrio", Señor, y es lo que quiero;
un mar que te refleje en toda tu grandeza,
por sobre el cual camines -tu lámpara, el lucero-
para ver, al trasluz, del mundo la tristeza.

Dijiste mar de vidrio, un cristal sin bisel
ni resquebrajaduras, sólo un único trozo,
en cuya superficie se reproduzca fiel
el que ríe feliz o el que ahoga un sollozo.

Y el mar tuyo, Señor, ése al que te refieres,
¿tendrá, al igual que el nuestro, arenas, caracoles?
¿Ondulara
se en olas si es así que lo quieres?

¿Revolarán gaviotas por verse en sus espejos?
¿Dormirá en él un sol o acaso muchos soles,
también vidrio sus crestas, de coral, con reflejos?




     COMO UN RUMOR DE AGUAS

Como un rumor de aguas, la voz oí diciendo:
"No te estés quieta ahí, por algo toma parte.
Ni fría ni caliente, tal irás feneciendo.
Según sean tus obras, así habremos de darte.

"Ten prendida tu lámpara -la lámpara de fuego-
pues que ya llega el tiempo y tu día es ahora.
El que tiene la hoz, El que agrega: 'Yo siego',
dirá en cualquier momento que ha llegado tu hora.

"Conozco tus trabajos y también tu paciencia,
mas tengo contra ti ese dejarse estar.
Arrepiéntete y vuelve a la obra emprendida,

que si no vendré a ti por tu desobediencia
para, tu candelero, remover del lugar.
Si vences comerás del árbol de la vida."



        HASTA MAÑANA, HIJO

Hasta mañana, hijo, y que Dios le bendiga
rodeándole de amor, le colme de cariño;
que premie sus acciones, y al oído le diga
esas cosas que dice solamente a los niños.

Hasta mañana, hijo, y que Dios le conserve
en el coro de ángeles que, para Sí, elige;
y que viva y que cante, que labore y observe
las virtudes del alma que el Cielo nos exige.

Que comience su día mañana con el alba
entre nubes de rosa, amarillas y malva;
que en concierto de infancia y en alado lenguaje
los pájaros le hablen desde el azul del viento
y cada flor le diga, al pasar, que su acento
será sólo fragancia de aromado mensaje.

(Descanso para un hijo, que desde el ayer traje;
gratitud al Señor que en la noche lo salva.)



         SÓLO TU ALMA DE AMOR

¿Que si prefiero el pino, el sauce o el ciprés?
¿El cedro, la araucaria, el ombú o el abeto?
Los árboles me encantan, mas siempre que tú estés,
porque sin ti las cosas ya no tienen objeto.

¿Si tengo por los astros misterioso interés,
o me atrae el lucero con su temblor secreto?
¿Quizá la Cruz del Sur, volcada de través?
Nada, amor, sino tú, me inspira este soneto.

Ni lágrimas de sauce, ni fragancias de pino,
ni el tenue parpadeo del astro recatado,
ni tampoco el ombú con su eterno destino,

o la Cruz, que se apoya cansada hacia un costado.
Nada alienta mis versos: ni el árbol, ni la flor,
ni el temblante lucero: sólo tu alma de amor.



                   HIJO MÍO

Un día estarás solo, hijo mío, querido,
pues, entonces, ya lejos, seré acaso una sombra;
el eco de mi voz, un viento estremecido,
y mi andar, un secreto silenciado en la alfombra.

Y querrás con el alma que no me hubiera ido,
para que acuda al punto cuando el labio me nombra,
quedándote en mi seno -dulce niño dormido-
bajo la ardiente lámpara que la pantalla ensombra.

Pero sabes, mi vida, he de estar siempre en ti,
viviendo entre las cosas que a los dos nos encantan:
en el trémulo rayo, oblicuo en tu balcón,

en la pequeña jaula del ave carmesí,
las ranitas de vidrio que a los tréboles cantan
y en el vilano al viento, fugitivo el pompón.




                   MI LLANTO

Y si yo entrase al mar sin volver la cabeza,
hundiéndome de a poco, del infinito en pos;
por almohada, las olas, con la sola tristeza
de, a mis hijos, no haberles dado el último adiós...

Pero un algo me oprime, y más que eso me pesa
es este compromiso que tenemos con Dios:
ya que soy de las tantas que por algo no reza
y cree que la vida es propiedad de nos.

Denso cristal de lágrimas me anubla la mirada
y los ojos se anegan en un pequeño mar
-que no veo ni olas, ni horizonte, ni nada.

Tras mi pequeño océano, Señor, yo te sonrío,
te doy humildes gracias por dejarme llorar,
que el mayor bien que tengo es este llanto mío.

 

      A MI ÁNGEL


I

La espío cada noche -como Acteón a Diana-
y sube, sube a lo alto, al abrir la mañana.
Por entre los pinares se va asomando bella
-en compañía siempre del lucero, su estrella-
al nacer, refulgente en su nívea blancura,
perdiendo tal fulgor, al par que gana altura,
hasta que el rosicler disperso la diluye
y sin dejar ni rastro hacia otros cielos huye.

Mientras tanto, a mi ángel invoca el corazón
y a él entrego mi alma en ferviente oración.
 

II

Como enorme laguna aparece hoy el mar,
en la vida y la muerte, pues, me pongo a pensar.
Lo imagino a Caronte con su barca y su remo
y me digo, segura: "Afrontarlo no temo".
"¿Qué has hecho en tu existencia?", me inquiere harto adusto.
Le respondo en un hálito y con enorme susto:
"Barquero de la Estigia, no preguntes por mí,
porque he amado mucho. Creo que aun a ti".

Entre la oscura noche hay un punto que brilla:
de Caronte, una lágrima recorre la mejilla.

(¡Ay ángel de mi amor! ¡Qué ingenua es tu criatura!
Pensar que hasta a Caronte, enternecer, procura.)



                   EXPLICACIÓN

¿Qué para quién escribo? Tal vez para mí misma,
por hallar la razón de por qué me lamento,
y oír cuando me leo, ya de distinto prisma,
como de otra que clama, el natural acento.

Quizá para la gente que se encuentra a sí misma,
acaso, en coincidencia con igual argumento;
y decir la verdad en contra de un sofisma,
o, por fin, simplemente, para arrojarlo al viento.

Nada de eso, mi amor: escribo para ti,
por conversar contigo de la mejor manera,
pues así me imagino que siempre estás en mí

y, entonces, mientras íntegra, mi pensamiento hilvano,
contengo la emoción que embargándome entera
desciende desde el alma a través de la mano.



                        QUIMERA

Y ha de llegar, amor, el tiempo en que me vaya.
Sola, quizá, clamando mis canciones al viento,
por la orilla del mar tras la tendida playa
o en dorado navío con velamen argento.

Bajo el verde follaje selvoso que desmaya
sus aromas de pino, embalsamado aliento,
o el monte de eucaliptos, eminente atalaya,
o los trémulos álamos, verán mi alejamiento.

Porque es la vida, siempre, un eterno partir-
de un puerto, una ciudad, un bosque o una ribera-
y el llegar, donde sea, ¡tan sólo es el morir!

(Vámonos, pues, errantes, sin mirar el camino;
vámonos pues, amor, fieles a esa quimera
de estar juntos, dichosos de no encontrar destino.)



       AMOR, YA NO TE EXTRAÑO

Amor, ya no te extraño, porque siempre te encuentro
en la nube viajera, en el astro distante,
en el rumor del mar, en el viviente centro
de la flor que eclosiona, en el áureo levante.

Amor, ya no te busco, porque te llevo dentro
con la impasible luna, con el sol abrasante,
con el fulgor de afuera y la sombra de adentro,
la inmortal siempreviva y el azahar fragante.

Estás conmigo siempre: te tenga o no te tenga,
te siento al lado mío, aunque te encuentres lejos,
en el fondo del alma, bien que no te retenga,

para advertir entonces, recién, de la medida
en que te quiero ahora, que vamos para viejos.
Mi cariño traspasa los bordes de la vida.



      QUIERO PINTAR LA LUNA

Madre, ¿puedo pintar la luna de escarlata?
¿O con vestido rosa, orlado de violeta?
¡Pues, noche a noche, sale insulsa y timorata,
sin nada de color que la avive, coqueta!

¿Por qué será la luna, siempre luna de plata,
camafeo de hielo, el pálido planeta,
la doncella de nieve a la que se retrata
en blanco, si pintor, o argento, si poeta?

Quisiera iluminarla con cálido amaranto,
encendidos reflejos carmín o solferino,
inventarla morena, con luminoso manto

y no alba y exangüe, con veste de platino.
¡Quiero pintar la luna de tono colorado,
en creciente o menguante, de cara y de costado!

 

 


AUTÉNTICA POESÍA - Herrera/Muñoz - 2001

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